Pocos hechos son más importantes para
la Historia de Inglaterra como la batalla de Hastings, en el año
1066. Esta batalla supuso la dominación normanda del país,
dominación que lo cambiaría para siempre y que, de alguna manera,
puso las semillas de un proceso por el cual Inglaterra se convertiría
en un actor importante del orbe europeo primero, y mundial después.
Se ha comparado este proceso, por su importancia, con la dominación
musulmana de España, que efectivamente nos marcó como proyecto y
como nación durante muchos siglos.
En el centro del proceso generador de
la batalla está un rey, el penúltimo sajón de Inglaterra, llamado
Eduardo y apodado El Confesor.
En los últimos años del primer milenio de nuestra era, Eduardo
representa cierta degradación de la figura altomedieval del monarca.
Los reyes de su época se caracterizaban por ser los más bestias de
la partida; de alguna manera, aquellas primeras naciones se
asemejaban un poco a una enorme banda de ñetas y, obviamente, su rey
debía de ser aquél a quien más temían los demás. Por eso,
aquella monarquía sajona todavía era electiva, recayendo la
representación de votar a los reyes en el Witan o asamblea de
ancianos.
Eduardo,
sin embargo, ya no era así. Ya no era ducho en la espada ni en las
justas. De hecho, era bajito, gordo y bastante poco vital. Su
legitimidad ya no se apoyaba en la espada, sino en la hostia en su
sentido literal. Extremadamente religioso, a él debemos la fundación
de la abadía de Westminster, entre otras cosas. A los ingleses, por
lo general, Eduardo El Confesor les mola, y de hecho suelen ponderar
su sabia labor legislativa, siendo tan sabia dicha labor que jamás
en todo su reinado promulgó una sola ley.
Este
periodo de laxitud venía a suceder a un tiempo de gran
inestabilidad. En 1013, como consecuencia lógica por la cercanía de
Inglaterra respecto de las bases vikingas, el país había caído en
manos de Svend I de Dinamarca, vencedor del rey local Etereldo II.
Antes de perder Etereldo, para tratar de consolidar su poder, se
había casado con Emma, hija del duque Ricardo I de Normandía; Emma
se casaría incluso con el sucesor de Etereldo, Canuto, consolidando
así los derechos normandos sobre la corona inglesa.
Canuto
gobernó hasta el 1035, momento en el que dos de sus hijos se
disputaron el reino. Uno de ellos era Harold Harefoot, hijo bastardo
de Canuto y de su churri, Aelfgifu. Estaba en Inglaterra a la muerte
de Canuto y se proclamó rey. El otro hijo, Harthacnut, era vástago
legítimo del rey y Emma, pero estaba gobernando Dinamarca. En el
1040, sin embargo, Harold murió y su hermano regresó a Inglaterra
para tomar el trono. Pero moriría apenas dos años después. Puesto
que ninguno de los hermanos había tenido hijos, el trono llegó a
las manos del único hermano vivo de Etereldo: Eduardo El Confesor.
Lejos
de la visión que los ingleses tienen de su rey compi yogui, Eduardo
fue un tipo bastante nefasto para el futuro de la nación. De
carácter extraordinariamente pusilánime, hizo dos cosas llevado por
esa pusilanimidad que serían nefastas para el discurrir de las
cosas. La primera de ellas fue ceder en su castidad y casarse con
Edith, la hija de Godwin, el conde de Wessex. La segunda fue prometer
la corona a varias personas.
En
realidad, tal vez en lo de Godwin tuvo poco margen de actuación. Los
Wessex poseían casi la mitad de Inglaterra, así pues no eran una
casa noble más, sino esa que es susceptible de echar a alguien del
trono. Lo de la corona ya tiene menos pase, y parece ser que es
cierto. Por supuesto, uno de los candidatos que recibió las
garantías era Godwin (más exactamente, su hijo Harold Gowinson),
garante con ello de la continuidad sajona del país. Pero en 1051, al
menos según el interesado, cuando Guillermo de Normandía visitó
Londres, recibió la misma oferta; y aun el rey de Dinamarca, Sewyn
Estridsson, fue objeto de la misma promesa. Eso, hemos de recordarlo,
siendo la monarquía, como era, electiva.
El
duque de Normandía, Guillermo, había nacido en 1027 y era hijo
ilegítimo del duque Roberto de Normandía y un pibón que era hija
de un curtidor, llamada Arletta. Por esta razón este William, antes
de ser The Conquer, que es como ha pasado a la Historia, fue The
Bastard. Willy sí que era un rey a la moderna usanza:
suficientemente cachoburro como para ganar batallas con veinte años,
no estaba exento de sentido de la diplomacia, lo cual le permitía
moverse con la suficiente doblez como para prosperar en un mundo en
el que, cada vez más, las cosas también se ganaban en los
despachos.
Godwin
murió en 1053, con lo que Harold, el protorrey sajón, ocupó su
lugar como primera figura del país. Sin embargo, once años después,
Harold fue a la costa francesa, no sabemos muy bien para cumplir qué
encargo, y naufragó cerca de Ponthieu. El conde local, llamado Guy,
lo metió en la trena, de donde lo sacó Guillermo. El duque de
Normandía se llevó a Harold a Rouen y le invitó a acompañarlo en
una misión contra un héroe del cómic, Conan conde de Bretaña. Al
regreso de aquellas leches, en Bayeux, el normando le hizo a Harold
rendirle pleitesía como pago por los desvelos que había tenido por
él. También le hizo jurarle que, a la muerte de Eduardo, le
ayudaría a ganar el trono de Inglaterra.
Así
estaba el tema cuando, en pleno cotillón de Reyes del 1066, falleció
Eduardo El Confesor. Al día siguiente, el Witan escogió nuevo rey a
Harold, entre otras cosas porque se leyó la encomienda en tal
sentido del rey muerto. Inmediatamente, William montó la mundial,
aduciendo que Harold lo había engañado. Aducía el hecho de que él
tenía algo de sangre real, mientras que Harold no tenía nada; como
se ve, el hecho en sí también es una prueba de que la, por así
decirlo, nueva monarquía, ligada a la sangre más que a la elección,
se abría camino.
William
entendió mucho mejor que su oponente el hecho de que las cosas, en
aquel mundo, cada vez eran más globales. De Carlomagno había
aprendido que para pisar en Europa con fuerza es importante que te
apoye el Papa, así pues envió a un embajador a Roma, llamado
Lanfranc, que ató enormes vínculos con uno de los personajes
fundamentales de la Curia, Hildebrando (futuro Gregorio VII), y que
propugnaba una serie de reformas importantes en Inglaterra. El apoyo
de William a dichas reformas labró el del Papa a sus pretensiones.
Con
todo, el principal argumento para el movimiento de Guillermo era la
ausencia de peligros en la propia Normandía. Los normandos, en
efecto, habían conseguido sostener la amenaza de los bretones del
sur. En la zona de Anjou, los dos sobrinos del poderoso conde
Godofredo andaban en guerra entre ellos. El rey de Francia,
finalmente, era un niño, y el país era regido por Balduino de
Flandes. Al este, Enrique III, emperador de Alemania, también era un
infante. Si, por lo tanto, los normandos invadían Inglaterra, era
muy poco probable que encontrasen problemas.
Así
las cosas, el duque de Normandía reclutó su ejército entre los
nobles normandos, pero además realizó una promesa general de
tierras y predios que atrajo a todos los espadones de Europa. De
España fueron no pocos aventureros de Aragón. La flota construida
se componía de unos 780 barcos.
Harold
decidió esperar a que llegasen, pero antes de que ocurriese tuvo que
ocuparse de otras cosas. Su hermano Tostig, con el que estaba
enemistado y al que había desterrado, atacó en el sur de la isla.
Fue rechazado en la batalla de Lindsey y huyó a Escocia. En
septiembre estaba otra vez en disposición de tener sus fuerzas en el
sur esperando a Guillermo, quien sin embargo retrasó la expedición
por el estado de la mar. Aquel retraso fue oro molido para Guillermo,
pues en esos quince días Harold recibió la noticia de que en el
norte el rey noruego Harald Hadraade, aliado de Tostig, estaba
atacando la costa. El 20 de septiembre, los sajones,comandados por
los condes Morkere de Northumbria y Edwin de Mercia fueron batidos en
Fulford, y la propia ciudad de York cayó en manos de los noruegos.
Cinco días después, el 25, las fuerzas que comandaba Harold desde
el sur alcanzaron a los escandinavos en un lugar de sonoras
resonancias futbolísticas: Stamford Bridge, tras una marcha a toda
leche en la que sus tropas avanzaron unos 35 kilómetros diarios, una
auténtica burrada. La batalla se decantó a favor de los sajones; es
posible que los noruegos se hubiesen relajado en exceso y fuesen
pillados en bragas. En la batalla, o tal vez asesinados
posteriormente, murieron tanto Tostig como el rey noruego.
El 1
de octubre, Harold recobró York, pero cuando estaba descansando allí
recibió un e-mail que le informaba de que tres días antes habían
desembarcado los normandos en la bahía de Pevensey, sin encontrar
resistencia. Así las cosas, se volvió a poner en marcha y llevó a
pelo puta a sus tropas, que ya estaban naturalmente cansadas, hacia
el sur. El día 5 llegó a Londres, donde se detuvo una semana.
Después de aquel breve descanso, partió al encuentro de los
normandos, en Hastings.
En
términos aritméticos, las fuerzas que se enfrentaron en Hastings
debían ser bastante parejas, de unos 10.000 hombres. Pero
cualitativamente hablando había diferencias sustanciales. Algunos de
los soldados sajones habían sido reclutados apenas días antes. Los
normandos eran más veteranos y, además, disponían de una
caballería muy fuerte. Harold no tenía caballeros, sino infantes a
caballo. En consecuencia sus tropas montadas no tenían papel
defensivo alguno.
A la
vista del ejército de William de Normandía, Harold,que estaba
acompañado por sus hermanos Gyrth y Leowine, dispuso sus tropas en
un montículo, diez o doce filas de picas que pretendían generar un
muro impenetrable. William, por su parte, creó tres divisiones
distintas con sus tropas: normandos en el centro, bretones en el
flanco izquierdo y las fuerzas franco-flamencas a la derecha. En
primera línea, colocó a sus arqueros, protegidos por la infantería
ligera con hondas, los viejos pelastes de
Alejandro Magno. Detrás, la infantería pesada y detrás de ésta,
la caballería.
En el
amanecer del 14 de octubre del 1066, los normandos avanzaron hacia la
colina de Senlac. A unos ochenta metros de los sajones, los arqueros
comenzaron a disparar las primeras oleadas de flechas, aunque sin
causar grandes daños. William lanzó su infantería colina arriba.
Buena parte de ellos quedaron en el sitio al recibir la lluvia de
jabalinas, y los que llegaron tuvieron que enfrentarse a los soldados
profesionales sajones, los housecarls (palabra
usualmente traducida al español como huscarles), expertos en el
combate cuerpo a cuerpo con hachas. En las alas, se encontraron con
el fyrd, una tropa de
infantería muy bien entrenada.
Los
bretones tenían que subir por la izquierda, bastante más accesible.
Pero el derrumbamiento del centro normando les privó de apoyo y, por
lo tanto, recularon. Lo mismo le ocurrió a los francos y flamencos
del ala derecha. Por lo que se refiere a la caballería, la verdad es
que atacar cuesta arriba no es la mejor situación que se puede
imaginar para ella. El embate de los sajones fue tan fuerte que se
corrió la voz de que Guillermo estaba muerto. Tan fuerte era el
rumor y tan desmoralizador su efecto que Guillermo tuvo que quitarse
el yelmo y agitarlo en el aire, demostrando que seguía vivo.
Hastings
tenía que haber sido una derrota normanda. Pero no lo fue por la
bisoñez de muchas de las tropas de Harold. Las situadas en el ala
izquierda del rey, frente a los franco-flamencos pues, dieron la
batalla por ganada (es posible que una retirada fingida de la
caballería normanda les animase a ello), y abandonaron sus
posiciones para perseguir a los normandos. Guillermo, cuando lo vio,
se dio cuenta de que ese día la Historia estaba de su parte, llamó
a la caballería y le ordenó cargar sobre esas filas otrora
compactas y ahora dispersas. Los hombres a caballo hicieron una
verdadera carnicería. Luego hubo una tregua, a la que siguieron
diversos embates de los normandos.
Por
muchos ataques que realizó la caballería normanda, los housecarls
no cedieron. Al atardecer, sus filas permanecían incólumes, tan
prietas que la tradición nos dice que los que morían se quedaban de
pie, apoyados en los hombros de los vivos, sin espacio para caer. En
ese punto, los arqueros normandos dejaron de disparar en horizontal y
comenzaron a hacerlo al cielo, para que las flechas cayesen
verticalmente sobre los sajones. El enorme papel que tuvieron estos
arqueros en la batalla es el origen probable de la leyenda de que
Harold murió por un flechazo en un ojo. Sin embargo, también es
probable que falleciese a manos de la caballería cuando ésta, al
final de la tarde, logró finalmente romper la apretada fila sajona.
Sus dos hermanos también desaparecieron en la batalla.
Tras
la victoria de Hastings, ya nada ni nadie se opuso a William The
Conquer. El día de Navidad de aquel año se hizo coronar rey en
Westminster. Aun tuvo que enfrentarse a focos de resistencia durante
cinco años, pero los fue sofocando uno a uno.
Como
se ha dicho, Hastings cambió a Inglaterra para siempre. Un italiano,
Lanfranco, nombrado obispo de Canterbury, inspiró a Guillermo en las
reformas a llevar a cabo, que crearon un gobierno central fuerte y un
sistema feudal. El país fue dividido en condados administrados por
un sheriff, tantos y tan pequeños que era difícil la generación de
un poder feudal que se opusiese a la corona (algo que estará durante
mucho tiempo en la base de la elevada capacidad de la corona
inglesa). Por decirlo así, William corrigió en Inglaterra los
errores que había visto en Francia (y que también se producían en
España). En su esfuerzo administrador y centralizador, William
impulsó la realización del que conocemos como Domesday Book, un
interesante registro catastral de las rentas agrícolas existentes en
el país en el 1086.
Un año
después, en 1087, Guillermo moría ante las murallas de Nantes, tras
caerse del caballo. Sin embargo, para entonces la labor de quien
había sido llamado bastardo para terminar siendo alabado como
conquistador, ya no tenía marcha atrás. Inglaterra, racionalizada
y, se podría decir, europeizada por un rey francés, estaba ya lista
para ser la tocahuevos mundial en que acabaría convirtiéndose.
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