Recuerda que ya te hemos contado.
El principio de todo y las primeras tribulaciones de Delambre.
Las primeras tribulaciones de Méchain en el tramo sur del meridiano, hostión incluido.
La recuperación (parcial) de Méchain y la impaciencia de los gobernantes franceses por un proyecto que duraba ya demasiado.
El retorno al trabajo de Delambre y el día que descubrió que lo habían despedido.
Las tribulaciones de Méchain en una Cataluña en guerra, y el momento en que se dio cuenta de que la había cagado.
El descarrilamiento del proyecto del meridiano, que no fue tal.
El reinicio de la misión... por parte de Delambre. La procrastinación de Méchain en Italia, y sus medio-confesiones a su colega.
Cuando el verano de 1796 roló a otoño, Jean Baptiste Delambre había culminado la medición de siete nodos al sur de Bourges en dirección a Evreux. De hecho, llegó a esta población, el medio camino, el 24 de noviembre de 1796, alojándose en el albergue del Caballo Blanco. También practicó un agujero en la torre más alta del pueblo, fabricándose un modesto observatorio en el que realizó 210 observaciones de Polaris hasta que el invierno se puso duro y ya no hubo noches para la observación.
El principio de todo y las primeras tribulaciones de Delambre.
Las primeras tribulaciones de Méchain en el tramo sur del meridiano, hostión incluido.
La recuperación (parcial) de Méchain y la impaciencia de los gobernantes franceses por un proyecto que duraba ya demasiado.
El retorno al trabajo de Delambre y el día que descubrió que lo habían despedido.
Las tribulaciones de Méchain en una Cataluña en guerra, y el momento en que se dio cuenta de que la había cagado.
El descarrilamiento del proyecto del meridiano, que no fue tal.
El reinicio de la misión... por parte de Delambre. La procrastinación de Méchain en Italia, y sus medio-confesiones a su colega.
Delambre le había prometido a Méchain un reporte completo sobre sus
mediciones en Dunquerque; pero todo lo que recibió fue un informe
indirecto (de Lalande) que apenas citaba que las mediciones se habían
realizado sobre Polaris y Kochab. Encabronado, Méchain le escribió
a su colega una carta extraordinariamente educada, pero en la que
dejaba bien claro que sus intentos de entender los problemas surgidos
con la refracción dependían de los datos que él le facilitase.
Delambre le contestó a Méchain con una larga carta que, en
realidad, era una especie de mercancía averiada, pues era el texto
de una disertación que el propio Delambre hizo ante la Academia de
Ciencias en París. Explicaba en dicho texto que había pasado de
hacer mediciones con las cuatro estrellas adicionales que Méchain sí
había utilizado porque había encontrado en todas ellas argumentos
para no hacerlo: por ejemplo, Algedi únicamente se colocaba en
posición durante las horas del día de Dunquerque (no así en
Barcelona); y muy especialmente Mizar, la estrella rebelde de
Méchain, pasaba demasiado cerca del horizonte. Así las cosas,
Delambre consideraba que las dos observaciones que había llevado a
cabo eran suficientes.
La carta incluía un addendum especial para Méchain, en el que
Delambre se deshacía en halagos hacia su colega, del que decía
tenía una capacidad de observar estrellas fuera de lo común, y
asegurándose que el problema de la refracción de Mizar no era
importante. Todos los colegas científicos, incluido Borda, estaban
de acuerdo en considerar los datos de Méchain como definitivos.
Todos los miembros de la Academia, le informaba, habían declarado
unanimemente que la porción astronómica de la misión del meridiano
estaba completada.
Méchain leyó estas noticias cuando estaba en la zona de Perpiñán,
tratando con gran esfuerzo de triangular hacia el norte, dado que la
zona estaba muy agitada. El regreso de los soldados que habían
estado luchando contra España había creado una situación muy
especial en la zona que derivó en una elevada actividad económica y
su consiguiente hiperinflación. De nuevo, la expedición se quedó
sin un mango, hasta el punto de que el propio Tranchot llegó a
ofrecerle a Méchain entregarle su sueldo. El Bureau of Longitudes
tuvo que multiplicar los salarios de los cartógrafos por 18. Cuando
llegó diciembre, apenas había avanzado desde Perpiñán hasta
Carcasona.
Mientras Méchain avanzaba muy poco a poco, en el crudo invierno, por
los territorios que podría haber triangulado mucho más fácilmente
en primavera de no haber retrasado las cosas, algunos temas
evolucionaban en París. Aunque la Comisión de Pesos y Medidas había
considerado siempre que las mediciones astronómicas de Dunquerque y
Barcelona, unidas a las triangulaciones, eran más que suficientes
para establecer la longitud del meridiano, entre algunos de sus
miembros, notablemente Borda, comenzó a ganar momento la idea de
que, tal vez, algunas mediciones intermedias servirían para precisar
el conocimiento sobre la curvatura de la Tierra. Por ello, decidieron
encomendar a los astrónomos mediciones adicionales en tres lugares:
en París, esto es en territorio de Delambre; en Evaux, en la mitad
del arco; y en Carcasona, esto es territorio de Méchain. La
comunicación urgía a Méchain a que se diese prisa y se uniese con
Delambre en Evaux, donde harían las observaciones juntos.
Cuando recibió la comunicación, Méchain contestó que no. Que
prefería que Delambre realizase las mediciones en Evaux él solo.
Esta renuncia la hizo acompañada de una serie de afirmaciones por su
parte sobre la inferioridad de sus mediciones comparadas con las de
Delambre, y fue esa impostada modestia la que encabronó a los
científicos de París. Borda le escribió una áspera carta en la que le decía que si infravaloraba sus resultados,
infravaloraba toda la misión; y le decía que los resultados de
Mizar no probaban otra cosa que las tablas de refracción que en ese
momento usaban los astrónomos no eran precisas.
Pero ninguna de estas carantoñas y apoyos le ayudó a sentirse
mejor.
Cuando el verano de 1796 roló a otoño, Jean Baptiste Delambre había culminado la medición de siete nodos al sur de Bourges en dirección a Evreux. De hecho, llegó a esta población, el medio camino, el 24 de noviembre de 1796, alojándose en el albergue del Caballo Blanco. También practicó un agujero en la torre más alta del pueblo, fabricándose un modesto observatorio en el que realizó 210 observaciones de Polaris hasta que el invierno se puso duro y ya no hubo noches para la observación.
Cuando llegaron las nubes que imposibilitaban el trabajo de campo,
Delambre se aplicó a computar sus observaciones, y compararlas con
las que en su día había hecho Cassini. Inmediatamente descubrió
que ambas observaciones diferían en mucho. Si hubiera sido Méchain,
con seguridad habría entrado en pánico; pero Delambre estaba hecho
de otra madera. Repasó sus cálculos y los de Cassini, hasta que
descubrió un error en el método de éste. Así que rehizo todos los
cálculos, operación de la que mantuvo puntualmente informado a
Méchain.
Delambre estaba totalmente convencido de que terminaría su misión
en el siguiente verano. En diciembre, le solicitó a Calon un
anticipo para financiar esa última misión y, aunque el general le
prometió hacer lo que pudiese, lo que pudo fue poco. El país estaba
inundado de inflación y falto de moneda fuerte. Francia era, a
muchos efectos, un Estado militarizado, en el que las decisiones las
tomaban personas de uniforme, y Evaux quedaba lejísimos de los
frentes; nadie querría enviar dinero allí. Como consecuencia de
esto, Calon fue perdiendo su influencia, y de hecho en la primavera
siguiente sería destituido. A pesar de que Lalande realizaba
incontables e incansables gestiones en París, Delambre tuvo que
echar mano de 2.000 libras que tenía ahorradas de su propio peculio.
El 1 de abril de 1797, Delambre comenzó su última etapa hacia
Rodez. Le quedaban trece nodos y once triángulos por trazar sobre la
Auvernia. Contempló Rodez por primera vez el 12 de agosto, desde
Montsalvy. Cuando llegó a la ciudad que era su destino, esperaba
tener inmediatas noticias de su compañero de misión, con el que
había perdido el contacto en los tres meses anteriores. Y,
efectivamente, el 23 de agosto, mientras hacía observaciones desde
Rieupeyroux, muy cerca de Rodez, avistó uno de los nodos de Méchain,
al sur. Al día siguiente, Delambre y su asistente Bellet comenzaron
a hacer el camino hacia Rodez. En la carretera, se encontraron con un
viajero solitario en dirección contraria: era Tranchot, que los
buscaba. En el diario de Delambre de 9 Fructidor V, esto es el 26
de agosto de 1797, el astrónomo consignó un verso de Virgilio: Hic
labor extremus, longarum haec meta viarum. Éste es el final de
la labor, y la meta de largos viajes.
Pero Méchain no estaba con ellos. Se había precipitado Delambre con su cita de la Eneida.
En efecto, el representante del equipo de Méchain que contactó con
Delambre fue Tranchot, pero solo. De hecho, llevaba semanas
colocando los nodos él solo. Delambre estaba tan preocupado
que incluso había escrito a la mujer de Méchain a París para saber
si ella tenía alguna noticia del paradero de su marido. Sin embargo,
Thérèse Méchain tampoco sabía nada de su marido desde el 21 de
julio, fecha en la que había recibido su última carta.
Para cuando llegó una carta de Méchain, era ya invierno y Delambre
se encontraba en París. La carta estaba fechada el 10 de noviembre
en una ciudad llamada Pradelles. En su carta refería los escasos
avances de mediciones que estaba realizando a causa del tiempo, y
confesaba que había vuelto, por enésima vez, sobre sus lecturas
barcelonesas, para volver a chocar contra los datos de Mizar. Su
punto de desesperación era tal que, escribió en la misiva, “ojalá
nunca hubiera observado esa estrella”, refiriéndose a Mizar. En
ese punto, Méchain estaba en un lugar muy cercano a la depresión.
Usando los datos de Delambre, combinó los datos de Dunquerque y
Evaux, obteniendo una conclusión que apenas variaba en un segundo
como máximo. Pero cuando introdujo sus propias observaciones
barcelonesas y de Carcasona, encontró una inequidad de no menos de
cinco segundos. Eso le convenció de que no tenía otra que volver a
Barcelona aquel invierno, a pesar de que todo el mundo daba
obviamente la misión por terminada. Por no mencionar que necesitaría
el acuerdo de los gobiernos francés y español.
Méchain le escribió una carta desesperada a Delambre. El objetivo
de la misiva era pedirle que le echase una mano para convencer a
Borda de su regreso a Cataluña, pero el tono era casi suicida: en
uno de sus puntos, afirmaba que le quedaban dos opciones: o recuperar
la energía que no debería haber perdido (ir a Barcelona de nuevo) o
dejar de existir. Además, el hecho de que la carta llegase desde
Pradelles, que aunque Delambre no estaba seguro podría ser una
población en el Languedoc, sugería que en los últimos meses
Méchain, personalmente, no había completado ni un solo triángulo.
Delambre consultó con Borda. La cosa era compleja. Méchain tenía
todos los datos de las observaciones de Delambre, pero el recíproco
no es cierto; Pierre François André nunca había compartido sus
propios datos con Delambre. Teniendo en cuenta eso y que la carta
demostraba que estaba sometido a una auto-tensión nerviosa de
enormes proporciones, existía la posibilidad de que, si volvía a
España y sus nuevas observaciones no le placían, todo su trabajo
desapareciese. En todas sus cartas, Méchain se mostraba esquivo a la
hora de explicar, exactamente, qué es lo que no estaba bien en las
observaciones barcelonesas. Incluso, mientras el general Calon fue su
superior, se le ofreció enviarle a él los datos, bajo promesa
solemne de que no se los enseñaría a nadie; pero Méchain rehusó
la oferta. La manía persecutoria del astrónomo, que para entonces
permanecía en cualquier lugar donde estuviese torturado ante la idea
de ser acusado e incluso detenido, le llevaba a poner en duda en sus
cartas a Delambre si “le estaba escribiendo a un amigo, o a alguien
más”. Claramente, creía en la posibilidad de que su compañero
estuviese permitiendo que sus cartas fuesen espiadas por otros; por
eso no le enviaba los datos.
A mediados de enero de 1798, Méchain dejó Pradelles para ir a
Carcasona. En dos años de campaña, la montaña de Pradelles, que
subió más de treinta veces, era la única estación que había
medido, mientras Tranchot hacía buena parte del resto del recorrido
que les correspondía (aunque hay que matizar, es importante, que en
buena parte la labor de Tranchot fue levantar los puestos de
observación, pero no hacer las observaciones). La depresión y el
miedo, simplemente, le habían llevado a olvidar la misión del
meridiano, o a no valorarla.
Más o menos en las mismas jornadas en las que Méchain viajaba a
Carcasona, la Academia de Ciencias, en París, trataba de darle el
último golpe de riñones al proyecto. Decidió convocar una reunión
científica internacional que revisaría los datos de las
observaciones y delimitaría finalmente el metro. La reunión se
agendó para septiembre de 1798. Lo cual significaba que la
totalidad de los datos debían estar en París para ayer. Por lo
tanto, era necesario que Méchain terminase sus mediciones, y que
Delambre condujese las de los dos nodos adicionales de base que quedaban, uno en Melun y el
otro en Perpiñán. Localizado por carta cuando llegó la primavera,
Méchain prometió terminar su parte sin Tranchot. Había encontrado
una persona en la zona, llamada Marc Agoustenc, que le podría
ayudar. Prometía completar en aquella estación los triángulos
pendientes desde Rodez hasta Carcasona. Cuando Delambre fue a
Perpiñán a medir el nodo de base del sur, invitó a Méchain a
juntársele; rechazó la invitación, formalmente porque no quería
volver a ver a Tranchot; más que probablemente, tenía miedo de que
le robasen sus datos.
En un intento se diría que desesperado, Thérèse Méchain se unió
a la expedición de Delambre y así se lo escribió a su marido, con
la intención de que por lo menos para verla a ella, el esquivo
astrónomo se dejase ver. Funcionó, puesto que el 7 de julio de
1798, y por primera vez en seis años, el matrimonio se reunió en
Rodez. Cinco semanas estuvieron juntos, durante los cuales es seguro
que el marido le contase a la mujer, que no carecía en lo absoluto
de conocimientos astronómicos, el problema que tenía. Después de
más de un mes, se separaron en Rieupeyroux; Méchain, todavía, se
negaba a juntarse con Delambre en Perpiñán. En la carta que Thérèse
le envió a Delambre, ésta afirmaba que su marido renunciaba por
completo a la medición de Perpiñán y “esperaba así concederle
la gloria a aquéllos que han sido favorecidos por la fortuna”.
También decía que él nunca aparecería mientras Tranchot no fuese
apartado de todo, lo cual a mí me suena más a disculpa que a otra
cosa. Y terminaba: “Ha sido la extremada sensibilidad de su alma la
que lo ha echado a perder”. Una forma dieciochesca de decir que su
marido tenía una depresión de caballo. Pierre François André,
como todos los depresivos, estaba encerrado dentro de su propio
sufrimiento.
A mediados de septiembre, con los savants del mundo entero
allegándose a París para la conferencia internacional, a Méchain
todavía le quedaban dos estaciones por medir, las de Montalet y Saint
Pons, en las Montañas Negras. Un lugar repleto de patotas de
forajidos que, entre otras cosas, habían derribado las torres de
observación levantadas por Tranchot. A causa de esto, el astrónomo
invirtió diez días en Montalet, viviendo en una tienda en la misma
montaña con un intenso frío. Desde allí, escribió cartas a sus
amigos de Carcasona expresando la típica ilusión del deprimido:
irse a algún lugar muy lejano, dejarlo todo, “buscar algún
refugio entre la oscuridad y la paz”... palabras que fácilmente
pueden interpretarse como un coqueteo con el suicidio. Delambre
estaba a menos de cien kilómetros de él, al otro lado de las
montañas. Había llegado a finales de julio a Perpiñán para
preparar la medición de la base sur. La labor propiamente dicha
comenzó el 6 de agosto y los resultados se acercaron muchísimo a lo
esperado según las otras mediciones. Habían terminado el 19 de
septiembre. En ese momento, estaba recibiendo cartas de Lalande desde
París instándole a terminar el trabajo de Méchain, a quien Lalande
consideraba ya totalmente echado a perder a causa de “su
enfermedad”.
El peripatético comedor de arañas no se equivocaba. Bajo la presión
que sólo puede sufrir un científico, la falta de precisión que
Méchain sabía que tenían sus mediciones, unida a la cercanía,
cada vez mayor, de la fecha en la que tendría que exponer su error
ante la comunidad científica internacional, habían llevado al
astrónomo a un ataque de nervios. Para entonces, escribía casi
diariamente cartas inconexas, en las que ofrecía cada vez una razón
más para no terminar sus triangulaciones y, sobre todo, no ir a
París. Delambre se ofreció a echarle una mano; de hecho, estaba a
menos de un día de donde estaba Méchain; pero éste se negó.
Delambre, caballeroso, aceptó esperar a que su colega terminase su
trabajo.
Pasó todo el mes de septiembre, pero Delambre no se acercó por
Saint-Pons, como probablemente quería Lalande que hiciese, tal vez
por sospechar que, si lo hacía, acabaría con las escasas trazas que
quedaban ya de confianza en sí mismo por parte de Méchain. Éste
prometía un día tras otro enviar todos sus datos a su colega, pero
siempre enviaba apenas resúmenes “cocinados”. El 13 de octubre
escribió anunciando que terminaría el 14, pero el 19 escribió de
nuevo con eso tan español de “estamos en ello”. El 22 de octubre
escribió prometiendo estar el 24 en Carcasona, pero el 28 escribió
de nuevo echándole la culpa al mulero quién, según él, había
desconvocado el viaje por una tormenta.
En resumen: la misión para medir el metro que habría de medir las
dimensiones de lo humano había sido primero adjudicada a dos
hombres, uno de los cuales apenas podía ver; y, ahora, la mitad de
los datos necesarios estaban en manos del otro, que tenía una
depresión del cuarenta y dos y se negaba a facilitarlos.
¿Por qué, finalmente, Méchain bajó de la montaña? Pues,
probablemente, fue por el fino olfato sicológico de su compañero
Delambre. 99 de cada 100 personas en su situación, probablemente,
habríamos considerado que lo mejor era presentarse en Saint-Pons
inopinadamente, quitarle a Méchain sus datos, y acabar con la
tontería. Delambre, sin embargo, da en su actuación trazas de
comprender muy bien cuál era el estado mental en el que se
encontraba su colega y, a pesar de no haberse producido todavía
décadas de investigación terapéutica sobre la depresión y el
temperamento maníaco, parece ser que entendió que lo mejor que se
puede hacer con alguien en esa situación es darle espacio y ayudarle
a salir, pero sobre la premisa de que ésa es una piscina de mierda
de la que tiene que salir el bañista por sí solo; porque si lo
sacan sin querer él, volverá a tirarse al instante. Delambre no
estaba dispuesto a ser el único que saborease las mieles del triunfo
de la misión del meridiano, y esa innecesaria solidaridad fue,
probablemente, lo que conmovió a Méchain hasta el límite de
hacerle ceder. A principios de noviembre de 1798, en la casa de un
tal Gabriel Fabre, el juez local de Carcasona, los dos compañeros se encontraron
por primera vez desde el inicio de la misión.
Lo que siguieron fueron tres días de discusiones, durante los cuales
Delambre trató de convencer a su compañero de que lo acompañase a
París. Pero Méchain no estaba por la labor. “No me expondré a la
humillación final”, le dijo a Delambre, y acto seguido sugirió
que toda su fama se la llevase Tranchot (a quien, para entonces,
apelaba sarcásticamente como “mi director”).
Hay que decir, además, que Méchain insistía en que donde fuese él,
irían sus datos.
Al tercer día, Delambre jugó su última carta. Le enseñó una
carta del Bureau de Longitudes intimándole a Méchain el viaje a París y
ofreciéndole la dirección del Observatorio de París.
El 14 de noviembre, ante una audiencia de encabronados científicos
que llevaban mes y medio en París sobándose el escroto, Jerôme
Lalande blandió, triunfante, una carta que le acababa de llegar por
la posta.
Delambre y Méchain estaban la casa de los d'Assy en
Bruyères-le-Châtel.
A un día de París.
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