Recuerda que ya te hemos contado.
El principio de todo y las primeras tribulaciones de Delambre.
Las primeras tribulaciones de Méchain en el tramo sur del meridiano, hostión incluido.
La recuperación (parcial) de Méchain y la impaciencia de los gobernantes franceses por un proyecto que duraba ya demasiado.
El retorno al trabajo de Delambre y el día que descubrió que lo habían despedido.
Mientras Jean Baptiste Delambre se encontraba, a su pesar, inmerso dentro de los hechos de la revolución y la guerra francesas, Pierre François Méchain se encontraba, si no a la luna de Valencia, sí cuando menos a la de Barcelona. En efecto, el segundo de los miembros de la expedición del meridiano sabía muy poco en la ciudad condal sobre lo que estaba pasando en su país. La carta más moderna que había recibido era de marzo de 1793; así pues, de todo lo ocurrido desde entonces tenía informaciones muy parciales.
El principio de todo y las primeras tribulaciones de Delambre.
Las primeras tribulaciones de Méchain en el tramo sur del meridiano, hostión incluido.
La recuperación (parcial) de Méchain y la impaciencia de los gobernantes franceses por un proyecto que duraba ya demasiado.
El retorno al trabajo de Delambre y el día que descubrió que lo habían despedido.
Mientras Jean Baptiste Delambre se encontraba, a su pesar, inmerso dentro de los hechos de la revolución y la guerra francesas, Pierre François Méchain se encontraba, si no a la luna de Valencia, sí cuando menos a la de Barcelona. En efecto, el segundo de los miembros de la expedición del meridiano sabía muy poco en la ciudad condal sobre lo que estaba pasando en su país. La carta más moderna que había recibido era de marzo de 1793; así pues, de todo lo ocurrido desde entonces tenía informaciones muy parciales.
Méchain convaleció en cama unos dos meses de su accidente en las
afueras de la ciudad. Pasado ese tiempo, cuando llegó la primavera y
el buen tiempo, ergo se acercaba el solsticio de verano, comenzó a
exigir a su gente que lo sacasen a la terraza de la Fontana de Oro,
donde fue instalado en medio de un montón de almohadas y con el
círculo de Borda.
La ambición del francés era medir la oblicuidad de la Tierra o, si
se prefiere, el ángulo de la Tierra sobre el plano de su órbita
alrededor del Sol. Era necesario seguir al Sol hasta que alcanzase su
máxima altitud. En ese momento, Méchain orientaba los telescopios
del círculo, mientras que Tranchot se encargaba de girarlo. Era un
esfuerzo muy duro para Méchain. Su herida afectaba gravemente a la
movilidad de su brazo derecho por lo que, siendo diestro, debía
realizar todas las mediciones con el izquierdo.
El doctor Salvà, que no estaba nada convencido de los progresos del
enfermo, sugirió una cura de baños en Caldas. Méchain le hizo
caso; para entonces, estaba muy preocupado por la inutilidad de su
brazo derecho, que los doctores opinaban tal vez nunca volviese a
usar.
Para cuando regresó de sus baños, Méchain se encontró con que
España estaba a punto de obtener una victoria militar a ambos lados
de los Pirineos. Lavoisier le escribió una carta en la que le
informaba de la disolución de la Academia, pero también de que
ahora, como miembro de la Comisión de Pesos y Medidas, Méchain
tenía derecho a un salario de diez francos diarios; la guerra, sin
embargo, se encargó de que Méchain nunca recibiese esta misiva, y
es por esto que, más o menos al mismo tiempo que Delambre estaba
recibiendo la comunicación de su cese, él estaba todavía enviando
cartas a París solicitando instrucciones. Finalmente, a través de
gacetas y Radio Macuto, había acabado por tener alguna noticia de la
disolución de la Academia, y había llegado él solo a la conclusión
de que podrían estar haciendo con él lo mismo que con Delambre,
esto es: cesarlo. Parece ser que no le faltaba razón, y que, en
realidad, si el Comité de Salud Pública no fue a por él fue
porque, estando en España, siempre hubiera podido buscar y encontrar
asilo en nuestro país (llevándose su equipo y sus notas).
Méchain, de hecho, estaba en una situación en la que lo más lógico
es que hubiese caído en los brazos de España. No tenía un duro,
porque los banqueros no le daban crédito. Su moneda francesa no
valía nada en Barcelona. Media Francia estaba ya luchando contra
Francia y, por último, él mismo no era nada partidario del tono
que, al parecer, habían tomado las cosas desde 1792. Sin embargo,
todo eso cedía ante un sentimiento que para él era el más fuerte:
la profesionalidad. Méchain quería terminar lo que había empezado,
se sentía obligado a ello.
Afortunadamente para él, en el otoño de 1793 su brazo derecho había
empezado a recuperarse. Por esta razón, reclamó permiso del general
Ricardos para poder completar su triangulación en los Pirineos.
Lógicamente, hubo de jurar solemnemente que ni él ni ninguno de los
miembros de su equipo se pasaría a Francia o facilitaría a París
los datos geodésicos antes del final de la guerra. Así las cosas,
en septiembre Méchain, Tranchot y el capitán Bueno viajaron hacia
las montañas. En Figueras, tras triangular el lugar meticulosamente,
se dividieron en dos grupos: el capitán Bueno y Méchain por un
lado, y Tranchot por el otro.
El objetivo de Tranchot era el Puig de l'Estelle, en el Canigou. Se
le había permitido ir allí porque aquel lugar, parte integrante de
Francia, estaba dominado por los españoles. Sin embargo, para cuando
llegó las tropas francesas habían roto la barrera que las mantenía
en Perpiñán, y empujaban a los españoles hacia su país. Tranchot
siguió haciendo mediciones, seriamente obstaculizado por el clima;
pero el 7 de octubre, en medio de un ataque francés a posiciones
españolas, una banda de guerrilla rural de las muchas que habían
formado los locales entonces lo emboscó en nombre de la revolución.
Tranchot reaccionó identificándose como un fiel francés que estaba
realizando una misión encomendada por la propia Asamblea Nacional,
como demostraban sus papeles. Pero los paisanos no se impresionaron
con esta información, así que lo ataron y se lo llevaron a su
pueblo para ahorcarlo. Allí, sin embargo, el alcalde, que
probablemente no quería cargar con la muerte de un señor que seguía
diciendo que estaba en misión oficial, cosa que sus papeles parecían
confirmar, lo mandó detenido a Perpiñán.
Las cosas pintaban mal para Tranchot, pero en realidad tuvo suerte.
Era administrador de Perpiñán Françesc Xavier Llucía, persona que
resultó estar al tanto de la misión del meridiano. Nada más llegar
Tranchot a la ciudad, lo liberó y le garantizó libertad de
movimientos. Algunos días antes, Méchain había hablado con él
para solicitarle que construyese pequeños puestos de observación en
algunas cumbres para que pudieran ser observados por él en la
distancia.
Pero, contra las promesas que había hecho Méchain a los españoles,
estaba en lado francés.
Mucho más que eso. Uno puede preguntarse, de hecho, por qué Puig de
l'Estelle fue, en realidad, la única cumbre de observación en toda
la mitad del proyecto adjudicada a Méchain en la que éste permitió
a Tranchot trabajar solo. No pudo ser por desconfianza en sus
habilidades, puesto que el asistente dominaba perfectamente la
técnica. Fue, sobre todo, porque Tranchot, y esto Méchain lo sabía,
era un devoto republicano, además de capitán cartógrafo. En su
condición de militar, por lo tanto, estaba obligado a proveer a las
tropas francesas, si podía, de cuanta información tuviese sobre los
fuertes españoles y su ubicación.
Méchain y Bueno estaban en Puig Camellas. El 25 de octubre, lograron
ver con su telescopio una figura oscura en Puig de l'Estelle:
Tranchot. Méchain terminó sus medidas el 4 de noviembre, mientras
que Tranchot todavía estaba triangulando. Esperaron dos semanas,
pero el asistente no apareció, lo que preocupó hondamente a Pierre
François.
La cosa era evidente: con las mediciones pirenaicas, la misión en
Cataluña, esto es en España, se había terminado. Lo que todo el
mundo en París esperaría no es que Tranchot cruzase de nuevo la
frontera para juntarse con su jefe, sino que su jefe hiciese el viaje
exactamente contrario. Pero Méchain era un hombre
extraordinariamente escrupuloso y poco dado a dejarse influir por los
hechos externos a la ciencia. Él había hecho un solemne juramento
ante el general Ricardos y, para él, eso era lo único que valía.
El momento en el que Méchain le estaba escribiendo encendidas cartas
a Tranchot instándolo a volver fue el que escogió el ejército
español para contraatacar en la zona. Lograron avanzar hasta volver
a encapsular a los franceses en Perpiñán, con lo que, de nuevo,
inmovilizaron a Tranchot.
Perpiñán, ciudad sometida a la más que probable invasión
española, reaccionó como suele ocurrir, esto es con una grave lucha
interna entre moderados y radicales, que ganaron éstos últimos. El
gobierno de la ciudad se dedicó a ejecutar a militares y civiles que
consideró demasiado próximos a la reacción monárquica. Entre los
que visitaron el cadalso se encontraba Llucía, el gobernador
franco-catalán. Si no cayó Perpiñán fue porque lo impidieron las
lluvias de noviembre. Con la situación estabilizada, un preocupado
Méchain regresó a Barcelona; por su parte Tranchot, tal vez tras
valorar sus posibilidades o seriamente acojonado ante la suerte que
había corrido su único valedor en Perpiñán, se las arregló para
cruzar la cordillera aquel invierno y reunirse en Barcelona con su
jefe.
Aquel signo de franqueza no impresionó a Ricardos. El general,
probablemente, consideraba algo que yo, personalmente, también
pienso: que Tranchot no se había atrevido a pasarse a Francia, pero
eso no quiere decir, necesariamente, que no lo desease o hubiese
contemplado. En consecuencia, no se fiaba de los franceses, así pues
decretó que no podrían pasar a Francia y continuar su misión hasta
terminada la guerra, y que tampoco podían sostener correspondencia
alguna en la que incluyesen cálculos o cifras.
En marzo de 1794, Ricardos murió en Madrid. En cuanto el tiempo lo
permitió, los franceses, al mando del general Jacques Coquille
Dugommier, que había tenido a sus mandos en Toulon a un tal Napoleón
Bonaparte, atacaron en el teatro pirenaico. A mediados de junio, los
altos pasos de montaña ya eran suyos, obligando a los españoles a
encastillarse en Figueras. Para entonces, Méchain había tenido
confirmación por la prensa de la disolución de la Academia, y había
llegado a la conclusión de que el proyecto meridiano había corrido
la misma suerte. Se sentía injustamente detenido por los españoles;
de hecho había intentado, sin éxito, salir de Barcelona en barco.
Quería volver a Francia porque sabía que la parte de la misión que
le quedaba (si es que había misión, claro) era mucho más fácil:
puesto que el recorrido había sido ha triangulado por Cassini, todo
se reducía a revisar los ángulos calculados en su día con el
círculo de Borda. Para solventar la frustración, recomenzó sus
observaciones astronómicas en la terraza de la Fontana de Oro.
Momento en el cual se dio cuenta de algo.
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