Recuerda que de esta historia hemos escrito ya un prólogo.
En medio del proceloso y no siempre
fácil proceso por el cual los actuales países de Sudamérica se
sacudieron el yugo de sus metrópolis, lo que hoy conocemos como
Paraguay estaba integrado en el virreinato del Río de la Plata. En
mayo de 1810 se produce en Buenos Aires la revolución que
normalmente se cita con dicha fecha, tras la cual la Junta creada en
la hoy capital argentina envía emisarios a Paraguay invitando al
territorio a unirse a la disciplina de dicha junta; pero esto es algo
que los paraguayos prefirieron rechazar. La respuesta argentina a
esta negativa es enviar una expedición militar, al mando de Manuel
Belgrano, para imponer dicha disciplina; Belgrano, sin embargo, será
derrotado. Tras dicha derrota comenzarán las negociaciones
pacíficas, que no llegarán a gran cosa. Buenos Aires pretendía el
centralismo fiscal, esto es que los ingresos por las exportaciones de
productos paraguayos se produjesen en la capital. Los paraguayos
entendieron que eso no era sino cambiar de amo (español por
argentino) y se negaron. Esta negativa provocó un primer bloqueo
económico argentino sobre Paraguay, que se centró, sobre todo, en
la prohibición de entrada del tabaco paraguayo.
Paraguay tenía entonces una Junta de
Gobierno que hubo de ser seguida por un gobierno constituido como
tal. Éste recayó en Gaspar Rodríguez de Francia, nacido en 1766 y
que fallecería en 1840, popularmente conocido en su país como el
doctor Francia. El doctor Francia había sido designado el 17 de
junio de 1811 como vocal de la primera Junta de Gobierno paraguaya,
siendo el designado para pronunciar el primer discurso de aquel
primer gobierno independiente. Se retiró provisionalmente de la
política, pero fue reclamado en la labor por diversos diputados. En
octubre de 1813 fue elegido por el congreso para formar un consulado
con Fulgencio Yegros. Al año siguiente, el mismo congreso lo eligió
dictador por cuatro años, pero antes de que terminase dicho periodo,
lo proclamó dictador perpetuo.
El principal problema al que se
enfrentó el doctor Francia fue el bloqueo económico argentino. Como
respuesta, tomó medidas fuertemente intervencionistas, como crear el
monopolio del comercio exterior. Dividió la tierra en una medida que
llamó «chacras de la Patria», que entregó a pequeños aparceros a
cambio de un alquiler bajo, además de crear fincas directamente
explotadas por el Estado (las «fincas de la Patria»). Este esquema
buscaba crear en el país una situación en la que todos o muchos de
los ciudadanos se sintiesen propietarios de algo.
En su carrera independentista, ya sin
frenos, Francia (o sea, el doctor) declara en 1815 que la Iglesia
paraguaya es independiente de Roma; acabará confiscando todos sus
bienes en 1824, haciendo esculpir el emblema de la República del
Paraguay en el frontispicio de todos los templos. «Si el Papa
viniese a Paraguay», dijo una vez el doctor Francia, «yo lo haría
mi capellán».
A pesar de las fuertes convicciones
independentistas de Paraguay, en Argentina Juan Manuel de Rosas no
era de la misma opinión. Para él, Paraguay era una provincia
autónoma del Río de la Plata que se encontraba provisionalmente
separada. Tres provincias: Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos,
habían firmado en 1830 un pacto federal, y la expectativa de Rosas
era que otros territorios, entre ellos Paraguay, acabasen uniéndose
al mismo. Paraguay no se sentía demasiado tentada de unirse a aquel
pacto, que consideraba porteño en demasía (y no le falta razón;
casi todo lo argentino es porteño en demasía); pero, además,
contaba con las presiones de Brasil, la otra gran potencia
imperialista del subcontinente liberado, para que no lo hiciera. De
hecho, el ariete principal usado por Brasil en favor de estas
intenciones fue Uruguay, territorio que rápidamente trató de obtener una
inteligencia con Paraguay tendente a debilitar el poder de la
federación argentina. El doctor Francia, como decimos, respondió a
aquel juego de tronos subtropical manteniendo la independencia de
hecho del Paraguay, pero sin proclamar la misma de derecho.
Tras la muerte del doctor Francia, en
marzo de 1841 un congreso paraguayo reunido en Asunción designa un
diumvirato para gobernar el país: Carlos Antonio López y Mariano
Roque; ambos llegan a la cúspide del poder bajo promesa de mantener
la independencia paraguaya. Este binomio consular se propuso como
tarea principal dar la vuelta al sistema autárquico puesto en marcha
por su antecesor y abrir el país al exterior (aunque sin abandonar
el intervencionismo: se nacionalizarán, entre otras cosas, las
explotaciones de yerba mate y de madera). En otras cosas, sin
embargo, fueron aun más lejos que el doctor Francia, pues si bien
éste había alentado una política tendente a favorecer la
disolución de la Confederación Argentina, los cónsules dieron
pasos más concretos al llegar a un acuerdo (31 de julio de 1841) con
los disidentes de la provincia de Corrientes rebelados contra su
metrópolis. Objetivo importante tanto de Paraguay como Uruguay (y de
Brasil), en aquellos tiempos, era fomentar la disidencia de algunas
provincias argentinas que pudiesen serviles de tampón frente a la
pujantísima Buenos Aires.
En noviembre de 1842, un congreso
convocado al efecto proclamó formalmente la independencia del
Paraguay. La reacción argentina fue hacer oídos sordos (justo lo
contrario que Brasil, que se apresuró a reconocer al nuevo Estado).
Buenos Aires seguía considerando a Paraguay una provincia argentina
que algún día se uniría a la Confederación. Sin embargo, la
postura de Rosas, con ser firme, no era belicista. Juan Manuel de
Rosas consideraba que la entrada de Paraguay en el proyecto de una
gran Argentina debería ser aceptado por éste de una forma pacífica,
sin que mediase la presión de las armas (probablemente, porque
calculaba, y si es así yo creo que calculaba bien, que si intervenía
militarmente Brasil apoyaría las pretensiones independentistas,
creando así un conflicto de grandes dimensiones en la zona). En
1850, Paraguay e Uruguay alcanzan un acuerdo, por el cual el primero
de estos países se erige en garante de la independencia del segundo.
Lo cual no fue un problema mientras al frente de los destinos
argentinos estuvo Rosas, pues el general tenía muy claro que debería
respetar la independencia concedida al país por Rivadavia tras el
denominado Tratado de la Misión García (firmado en 1826 en el marco
de la denominada como Guerra del Brasil, éste fue un tratado firmado
por el plenipotenciario Manuel José García. García, excediéndose
claramente de sus funciones, firmó aquel pacto con los brasileños
que colocaba la Banda Oriental bajo su control; el acuerdo fue
considerado deshonroso por los argentinos y provocó la caída de su
máximo mandatario, Bernardino Rivadavia; volveremos a citarlo).
Carlos López, que era el principal
gobernador del Paraguay a todos los efectos, adoleció, igual que el
doctor Francia antes que él y su hijo después, de una importante
cortedad de miras en política exterior. Prefiriendo fiarse de
enfoques cortoplacistas y de poco fuste temporal, nunca fue
consciente de que en el conflicto que surgía en torno a los ríos de
la Plata, Paraná et alia no se dirimían, únicamente,
cuestiones locales entre colectividades que hasta antes de ayer
habían estado bajo un mando ya desaparecido: el español; sino que
formaban parte de un mundo mucho más anchuroso y grande, en el que
había jugadores mucho más importantes, como Inglaterra y Francia,
que trataban de buscar mercados y zonas de influencia.
Dentro de esa visión muy limitada en
el territorio observado, López cometió el error, que ya hemos
visto, de atizar la rebelión correntina, y, de hecho, formar parte
de la coalición de fuerzas que acabaría con Rosas en Caseros (3 de
febrero de 1852; derrota de las tropas de la Confederación
Argentina, al mando de Rosas, frente a una coalición de tropas de
Corrientes y Entre Ríos, apoyadas con fuerzas brasileñas y
uruguayas, todos ellos al mando de Justo José de Urquiza, quien se
había sublevado contra su gobierno el año anterior). No se dio
cuenta de que, haciendo eso, estaba minando el suelo que pisaba un
presidente argentino que estaba dispuesto a respetar la integridad
del territorio paraguayo; y que, además, su política antirrosista
estaba alentando los deseos imperialistas brasileños sobre el Plata,
algo que le podía salir, que le salió, muy caro.
Aun cometería otro error de libro
Paraguay, que fue salvar a Bartolomé Mitre tras haber sido derrotado
por Justo José de Urquiza en la segunda batalla del arroyo Cepeda.
Producida en octubre de 1859, esta batalla forma parte de las guerras
civiles argentinas y, en este caso, enfrenta a la Confederación
Argentina con la provincia de Buenos Aires, que se había separado.
El resultado de la batalla de Caseros, de hecho, había dejado al
país fuertemente dividido entre unitarios (los porteños), enemigos
de una Constitución Federal; y federales (el resto), renuentes a
aceptar organizaciones constitucionales que profundizasen la
preeminencia bonaerense. En tal situación, la provincia de Buenos
Aires decidió ir por su cuenta, y el resto de las provincias
mandataron a su presidente, Urquiza, para que resolviese el problema,
incluso mediante el concurso de las armas. Buenos Aires interpretó
esta orden como una amenaza, y dio orden a su general, Bartolomé
Mitre, para que invadiese la provincia de Santa Fe. La batalla de
Cepeda fue una derrota sin paliativos para las fuerzas bonaerenses.
Con las tropas de Urquiza a las puertas de Buenos Aires y Mitre
prácticamente en la picota, apareció el dictador paraguayo con su
oferta de mediación. Tras fuertes discusiones con Urquiza en las que
al parecer casi llegaron a las manos, si no llegaron, Solano
convenció a Urquiza de ceder a diversas reivindicaciones de los
bonaerenses, sobre todo fiscales, alcanzándose la estabilidad (una
estabilidad bastante poco estable, como demuestra la batalla de Pavón
dos años después). Urquiza, hombre de batalla pero no de despacho y
mucho menos de mesa de negociación, tragó con la supervivencia de
Mitre; pero quienes acabarán pagándolo serán el propio Solano y la
población paraguaya.
Con ello, además, otorgó la
conservación del poder a un tipo que, sobre ser un político de pura
cepa, y esto quiere decir logrero vocacional que apoyaría la idea
que hiciese falta para conservar su poder, tenía una bajísima
opinión del pueblo paraguayo y, desde luego, carecía de los límites
morales de Rosas a la hora de practicar la guerra contra ellos.
A la muerte de Carlos Antonio López
(10 de septiembre de 1862), éste deja un Paraguay básicamente
próspero, con escasa tasa de analfabetismo y que aplica fuertes
medidas proteccionistas, por lo que se caracteriza por ser un
territorio donde la influencia económica inglesa apenas penetra, al
contrario que en muchos otros de los países de la zona. Le sucederá
su hijo, Francisco Solano López, quien ya era general con 18 años y
había colaborado en el gobierno de su padre desde joven.
Solano continúa la política de su
padre casi hasta la coma, con el añadido de que comienza a
interesarse, mucho más que él, en que se consiga la plena
independencia del Uruguay, que él considera básica para los
intereses de su país. Tras la batalla de Caseros, Justo José de
Urquiza había cedido a los brasileños la navegación en varios
ríos, a lo que hay que unir que el propio avance argentino sobre la
denominada Banda Oriental, o sea Uruguay, presentaba malas
perspectivas para la independencia del Paraguay.
Esto es una especie de resumen de urgencia de la situación. En futuros capítulos entraremos más a fondo.
Cabe señalar que Rivadavia no era un presidente aceptado por todos. Mas bien casi por nadie. Ni las provincias del interior ni el bando federal de Buenos Aires -mayoritario- lo aceptaban.
ResponderBorrarEn realidad era presidente para los pocos ilustrados -excesivamente ilustrados por cierto- que lo habían puesto y solo mandaba en el metro cuadrado en el que estaba.
Para entender a la Argentina de la época hay que tener en cuenta la hondísima división entre lo popular y lo elitista y sus diferentes proyectos de país, división presente aún hoy y que juega en el asunto de la guerra del Paraguay.
Lizardo Sánchez
Creo que es la primera vez que alguien le adjudica la figura de "limite moral" a Rosas.Puede haber resultado de un calculo fallido,una apreciacion deficiente,cierto desinteres quizas,pero si hay algo que Don Juan Manuel nunca tuvo,fue limitaciones morales.
ResponderBorrarIgual se comprende la idea.
En la paricion del Uruguay como independiente Estado Tapon(tras la victoria sobre Brasil) tiene bastante que ver la Perfida Albion y su diplomacia balcanizadora.
Comentario atrasado: Carlos Antonio López creo que era sobrino de Gaspar Rodríguez de Francia. No es un dato muy importante, pero esa transmisión de poder Tío => Sobrino => Hijo da bastante idea de como funcionaban las cosas en el Paraguay de la época.
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