Te recuerdo que antes de seguir leyendo te hemos recomendado que pases por una cabina de descompresión y te hemos contado el cabreo de Hindenburg que lo comenzó todo. Asimismo, te hemos contado el discurso de Von Papen en Marburgo, y la que montó. El relato siguió contando cómo Hitler decidió comenzar a apaciguar a las SA, y cómo Röhm se la metió doblada. Como consecuencia de todo esto, Göbels pasó a la ofensiva y se acojonó a partes iguales.
Acto seguido, te hemos contado una crucial conversación entre Hitler y el general Von Blomberg. Después ha llegado el tiempo de contarte cómo Hitler comenzó a tascar el freno, y la que se montó en Kitzingen. Después hemos pasado a contarte el secuestro de Edgar Julius Jung, y la vergonzosa reacción de su jefe.
El relato ha continuado explicándote cómo Hitler organizó la tangana desde una terraza al borde del Rhin (mientras Göbels andaba por ahí). En ésas, Hitler llega a Munich y desenfunda el cuchillo de capar.
El relato ha continuado explicándote cómo Hitler organizó la tangana desde una terraza al borde del Rhin (mientras Göbels andaba por ahí). En ésas, Hitler llega a Munich y desenfunda el cuchillo de capar.
Maurice y Bruckner son los dos oficiales que llegan con Hitler y toman el mando de la operación de penetración en la casa parda de Wiessee. Después de Spreti, detienen a Heines, que duerme en el dormitorio de al lado con su chófer. Parece ser que Heines trató de coger su revólver, razón por la cual Maurice disparó el suyo. Fue sacado de la mansión herido y murió al tiempo; o tal vez murió ya mismo en la mansión.
Otto Strasser dejó
escrito que Hitler fue hacia la habitación de Röhm y que llamó a
la puerta. Según esta versión, el jefe de Estado Mayor de las SA
habría creído que, simplemente, el canciller llegaba antes de lo
que él esperaba, pero al abrir se lo encontró soltando por la boca
todo tipo de insultos. Una vez más, es una versión posible, aunque
no sé si la tengo yo por probable. Por muchas ganas que le tuviese
Hitler a Röhm, cuadra mucho mejor con su personalidad el haber
dejado hacer a otros el arresto del máximo responsable de las SA. De
hecho, todas las personas que rodeaban a Hitler, notablemente los SS,
no habrían hecho su trabajo si le hubiesen permitido ir en plan
pecholobo a enfrentarse con Röhm cara a cara.
Lo que sí tiene
más visos de ser cierto es que, una vez procedidas las detenciones,
y cuando la pequeña tropa acopiada por Hitler salía de la mansión,
se produjo una situación que, de haber ocurrido algo antes en el
tiempo, tal vez habría cambiado el tono de la Noche de los Cuchillos Largos: se dieron de bruces con la guardia personal de Röhm. Los
miembros de esta tropa, que llegaban de la calle, se bajaron de sus camiones, pálidos y
sorprendidos por encontrarse ahí a la última persona que
esperarían, tan de mañana. Hitler, esta vez sin perder la calma,
les ordena que entreguen sus armas a la SS, que se metan en los
camiones y sigan camino hasta Munich. Afortunadamente para él, le
obedecen sin rechistar; es, desde luego, lo que el propio Röhm les
ha enseñado que deben hacer.
Una vez superado el
obstáculo de la guardia de Röhm, las fuerzas de Hitler salieron de
nuevo hacia Munich, muy atentas a la carretera; su plan era ir
interceptando los coches de diferentes jefes de las SA, que sabían
que en esos momentos se estarían desplazando hacia Munich. De esa
forma, contaban con poder detenerlos de manera aislada, sin que éstos
se pudiesen concertar.
El primer coche
interceptado fue el de Peter von Heydebreck, obergruppenführer
de Pomerania. Von Heydebreck, mutilado de guerra, quintaesenciaba la
alianza del viejo ejército prusiano de toda la vida con el
nacionalsocialismo. En los complejos años veinte, había tenido su
propia tropa paramilitar, los conocidos como cazadores de Heydebreck,
que había hecho importantes servicios a un NSDAP entonces todavía
invertebrado. La relación con Hitler era tan estrecha que, apenas
tres semanas antes, el canciller había decidido cambiar el nombre de
un pueblo fronterizo con Polonia, cuyo topónimo consideró tenía
demasiados elementos eslavos, por el nombre de Heydebreck. Todo eso,
sin embargo, no le impidió fusilarlo por alta traición.
En Munich, mientras
tanto, hemos dejado a Hesse, a Luzte y al bueno de Adolf Wagner, que
no se había visto en una como ésta, ni esperaba verse, en toda su
vida. Para entonces, entre los tres han montado, fundamentalmente, un
dispositivo especial en la estación de tren. La han tomado, a
medias, el ejército y la SS, con los uniformados de negro
recorriendo los andenes constantemente. A la llegada de los trenes de
Berlín, la SS se colocó en las puertas de los vagones, empeñada en
reconocer a los miembros de las SA. Cuando eran efectivamente
reconocidos, se los llevaban de mejores o peores maneras.
Todos estos
standartenfürer y sturmführer, la inmensa mayoría de
los cuales se avino a ser trasladado sin una mínima queja, fueron
directamente llevados a la prisión de Stadelheim, que será el
verdadero matadero de aquella movida. Una vez allí, no fueron muchos
los que se mosquearon (hombre, que te lleven a una cárcel, es normal
que te mueva al mosqueo). Incluso dieron en pensar, y en decir, que
estaban siendo objeto de un golpe de Estado comunista. Pero aquéllos
que fueron llegando de la carretera, que podían contar que habían
sido enviados allí por el mismísimo Hitler, les convencieron,
lógicamente, de que no. Sin embargo, la llegada, que no tardó, de
la noticia del arresto de Röhm y la muerte (para entonces ya estaba
muerto) de Heines, comenzó a soliviantar los ánimos. Se empezaron a
escuchar gritos de que Hitler estaba contra las SA.
Más o menos a esa
hora, Hitler estaba en el despacho del alcaide de la prisión,
dictando un telegrama a Göring en el que le informaba de que, por
orden suya, esa noche habían sido ejecutados los obergruppenführer
Schneidhuber, Heines, Von Heidebreck, Hans Hayn (otro hombre de
perfil muy parecido a Von Heydebreck: antiguo oficial de los cuerpos
francos, había sido camarada del célebre capitán Schlageter, que
se decía fusilado en el Rühr por los franceses, y que era un mito
heroico del nacionalsocialismo; comandaba todas las SA sajonas) y
Fritz Ritter von Krauser (también veterano de guerra, estaba
destinado en el Estado Mayor de las SA, y solía sustituir a Röhm
cuando estaba inactivo), el gruppenführer Schmidt, y el
standartenführer conde Spreti. Este comunicado fue remitido
cuando Heydebreck, Hayn, Krauser y Spreti estaban vivos. Estaban, de
hecho, junto con Röhm, en una habitación cercana.
Los fusilamientos
de Stadelheim comenzaron muy pronto. Las personas ejecutadas eran
juzgadas por cortes marciales, pero eso no significaba gran cosa.
Hitler desplazó a Hess a la mansión parda de Munich, donde les hizo
un discurso a los SA allí retenidos en el que, sustancialmente, les
dijo: estáis todos prisioneros y sois todos sospechosos. Se os irá
interrogando, y a partir de ahí, se verá.
Llegada
la mañana, en cualquier caso, las escuadras de las SS se distribuyen
por Munich, con instrucciones claras de que las listas de traidores
que se les han dado no son listas cerradas, y que conviene ser
creativos. El principal acicate de estas patotas de la muerte es
Josef Göbels, quien está especialmente interesado en que todos esos
guardias armados no hagan ni se hagan demasiadas preguntas a la hora
de llevarse a según qué gente por delante. Uno de estos grupos, de
hecho, se dirige a un pequeño restaurante de la ciudad, llamado algo
así como El carrillón de las salchichas, donde, de manera
inopinada, se llevan al dueño y al sommelier. Ambos son
culpables del, en ese momento, gravísimo delito, de haber servido la
cena a Göbels y Röhm la última noche que se vieron y se hicieron
pajas con la segunda revolución. Nadie los volverá a ver vivos.
Hitler
visita al general Franz Ritter von Epp, Statthalter de
Baviera, para informarle de todo lo que ha pasado. Es de suponer que
le presenta frente a un fait accompli sobre el cual el militar
preferirá mancharse las manos lo menos, mejor. Después vuelve al
ministerio del Interior, donde se reúne con Lutze, a quien dicta su
primera proclama como jefe de las SA, incluyendo doce puntos. Es un
documento sin fisuras, en el que Hitler reclama una obediencia ciega
de todos los miembros de las SA, y donde se dirige a los soldados de
a pie tratando de ponerlos en contra de sus mandos, sobre los que
dice han traicionado la confianza de sus subalternos mediante la vida
muelle a la que se habían entregado. «Es escandaloso», brama
Hitler mientras Luzte le sigue el ritmo como puede, «que se sirvan
de los recursos del Partido, recursos acopiados gracias a las
cotizaciones de gentes humildes que se privan de muchas cosas, para
organizar después ostentosas orgías.» Tras redactar el manifiesto,
Hitler y Luzte se van a la masión parda muniquesa, para leérselo a
los centenares de camisas pardas que están allí retenidos.
Una vez
leído el comunicado, Hitler lo deja muy claro: podéis seguir
apoyando a esos jefes que ahora están en Stadelheim siendo juzgados
por cortes sumarísimos y ejecutados, o afirmar vuestra obediencia de
mi persona. Y los miembros de las secciones de asalto, que al fin y
al cabo son humanos (y nacionalsocialistas), aclaman a su nuevo jefe,
Viktor Lutze, sin un pestañeo. La victoria del canciller es tan
evidente que Hitler da órdenes a las SS de abrir las puertas de la
mansión. Eso sí, cada uno de los miembros de las SA saldrá del
edificio acompañado de dos de la SS, y habiendo dejado dentro su
uniforme pardo. Todos, al salir, juran que no volverán a participar
en acción alguna hasta que su jefe no les haya comunicado la
removilización de las secciones de asalto.
Y,
mientras, ¿qué pasaba en Berlín?
En
Berlín amanecía un precioso sábado de verano. Las personas
madrugaban para ir a sus trabajos, en los que terminarían a
mediodía, momento en el que la mayoría tenían pensado tomar el
camino de las afueras, para disfrutar del fin de semana. La prensa
del día invitaba a relajarse con sus noticias de una apreciable
mejoría en el estado de salud del Presidente Hindenburg.
Eso sí,
los más observadores de entre todos se darían cuenta de que ya a
primera hora de la mañana había en la calle más vehículos y
efectivos de las SS de lo que se podía tomar por normal. A media
mañana, once horas más o menos, ya no se podía negar, por así
decirlo, que algo estaba pasando. Todo el mundo sabía que el
epicentro de los problemas era la Standartenstrasse, entonces una
calle pituca y pija de aquel Berlín, que daba al Tiergarten.
Precisamente en el ángulo entre la calle y el Tiergarten se
encontraba el estado mayor de las SA berlinesas. De hecho, había
sido por ello que la calle había sido rebautizada, puesto que de
toda la vida se había llamado la Matthaikirchstrasse. En la misma
calle se encontraban los locales del Casco de Acero, la embajada de
Italia, el consulado francés, y la mansión donde residía
normalmente Ernst Röhm.
A eso de
las once, como hemos dicho, la policía prusiana cerró la calle.
El
cónsul francés, que como hemos dicho reside en esa calle, se
apercibe de que la han cerrado, así pues llama a la embajada para
saber si allí pueden darle razón de lo que está pasando. El
embajador no está (está en París), así pues le atiende el
encargado de negocios, quien le dice que acaba de llegar de la
Wilhelmstrasse y puede asegurar que allí no tienen información de
nada raro (y no miente: no la tienen).
Esa
mañana, además, en la embajada de Italia, hay un desayuno formal
convocado. Cuando la mujer del embajador se da cuenta de que la calle
está cerrada, comienza a ponerse nerviosa, preguntándose cómo
serán capaces de llegar sus invitados. Esta es, en realidad, la gran
dificultad que se encuentra la operación en Berlín, dado que el
embajador llama al ministerio de Asuntos Exteriores, el ministerio a
la Policía... y, allí, los hombres de Göring se disculpan diciendo
que son unas comprobaciones en el Casco de Acero, que terminarán
pronto. Los hechos, sin embargo, captan la atención, no sólo de los
diplomáticos, sino de los propios periodistas extranjeros, y pronto
en la Wilhelmstrasse se encuentran un tanto acosados por las
peticiones de información. En el Ministerio, sin embargo, no saben
nada, y repiten la plana explicación que les han contado. Pero
pronto, puesto que tienen intervenidas las comunicaciones de las
embajadas, escuchan una recibida por el embajador francés, a quien
informan desde el consulado de que han aparecido policías en la
terraza de la casa de Röhm.
En la
Wilhelmstrasse, el secretario general de Asuntos Extranjeros, que se
llama Von Bulow, está intentando comprender todos estos testimonios
divergentes y confusos cuando recibe una llamada del club de
caballeros al que pertenece. Una llama urgente en la que un
confundido gerente le informa de que el vicepresidente del club,
conde de Alvensleben, ha sido arrestado. Bulow comprende e,
inmediatamente, pregunta por Von Papen. Se le informa de que la
policía tiene su casa rodeada, y que también se espera su arresto.
Estas
noticias llevan al todo Berlín a estar convencido, a mediodía, de
que la segunda revolución de Göbels y Röhm ha triunfado; un error
de apreciación que será de gran utilidad para Hitler cuando todo se
aclare, pues hará a todo el mundo más proclive a aceptar los
hechos como un mal menor. Esta convicción será más profunda cuando
los hombres de la alta sociedad berlinesa tengan noticia de que el
director general del Ministerio de Trabajos Públicos, el doctor
Erich von Klausener, considerado por todos el portavoz de los
alemanes católicos, ha sido asesinado en su propio despacho, poco
tiempo antes de dar una conferencia sobre obras hidráulicas, por
cuatro personas «disfrazadas de miembros de las SS».
En los
círculos diplomáticos se extiende la noticia del presunto arresto
del general Von Schleicher. La inquietud permanece hasta el anuncio
de que Göring hará una declaración pública a las siete de la
tarde.
Excelente articulo.
ResponderBorrarLe acerco dos dudas:a)Schlageter fue fusilado por el ejercito Frances en el Ruhr,o es que hay otra teoria?;b)sabe Ud si el Von Alvensleben nombrado,no es Ludolf Von Alvensleben,que posteriormente fuera General de la SS(y el nazi de mas alta graduacion que se exilio en Argentina)?
a) Dale un cuarto de hora a Iker Jiménez y ya verás como hay más de una.
Borrarb) No, no he podido averiguar, sin sombra de duda razonable, cuál exactamente de todos los Von Alvensleben era el presidente del club de caballeros al que pertenecía ése Von Bulow que, además, no podía ser Bernard, príncipe Von Bulow, puesto que éste murió en 1929.
Gracias por su atenta respuesta.Como curiosidad y por si le interesara:el hijo menor de Ludolf,vive aun en las cercanias de Buenos Aires y quiza sea el ultimo ahijado vivo de Hitler.
BorrarSalud!
Aparte de felicitarle por el (excelente) artículo quería hacerle una pregunta un tanto morbosa: Recuerdo haber visto en un documental (años, ha, no me acuerdo ni del título) que contaban el arresto de Röhm diciendo que Hitler le había pillado en la cama con su chófer (u otro muchacho en edad de merecer) ¿Eso era un invento posterior?
ResponderBorrarTradicionalmente siempre se asocian las S.A. con lo más homoerótico del nazismo (ahí está Visconti, por ejemplo) incluso, recuerdo, que algún autor (no, tampoco recuerdo su nombre) afirmaba que el motivo de la purga había sido eliminar testigos de pasados escarceos homosexuales del Führer (a Esto último no le di mucha credibilidad)
Lo que yo tengo por cierto de esta vertiente de la historia es que Röhm era probablemente homosexual y que dicha condición pudo ser una ayuda colateral en los embates contra él que obviamente siguieron a su muerte. La homosexualidad de Hitler, si existió, fue, tal y como yo lo creo, algo autonegado, por lo que es difícil que existiesen manifestaciones susceptibles de ser desveladas.
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