En
1970, Leónidas Breznev estaba en la cumbre de su poder. Pero pronto
iba a aprender, aunque en realidad ya lo sabía, que eso, muchas
veces, lejos de ser un chollo, es una putada. Las gravísimas
dificultades de abastecimiento que, en las Navidades de aquel año,
vivió Polonia, provocaron una nueva movilización, centrada en los
astilleros de Gdansk; movilización que provocó la caída casi
inmediata de Vladislav Gomulka. Los disturbios polacos afectaron, y
mucho, al ánimo del secretario general del PCUS, quien decidió dar
marcha atrás en los planes de austeridad que había anunciado para
enderezar la economía. Con esa capacidad que sólo tiene un dictador
para decir digo donde dijo Diego mientras se rasca un testículo,
Breznev cambió en horas el rostro del plan quinquenal 1971-75, que
ya estaba para la imprenta; y donde se habían redactado medidas para
la austeridad se redactó un programa centrado en el consumidor, y su
bienestar.
Sin
embargo, todo lo que sabía hacer Breznev, o mejor deberíamos decir
la gran parte del PCUS, era poner el piloto automático de los
salarios. Ya hemos dicho hace algunos párrafos que eso, en realidad,
no sirve de nada en economías desabastecidas y sin posibilidades de
abastecerse; porque en esos casos, literalmente, la gente gana un
dinero que no puede gastar en su bienestar, lo cual no eleva su
calidad de vida; sólo eleva la inflación.
El
14 de febrero de 1971, un relativamente angustiado Breznev estampaba
su firma sobre el plan quinquenal, el cual, por primera vez en la
Historia de la URSS (que ya le vale) decretaba un crecimiento
superior en las industrias productoras de bienes de consumo que en la
industria pesada. Se apostaba por inversiones monstruo en la
agricultura y en algunos sectores de bienes de consumo duradero,
notablemente los automóviles. Se declaraba con evidencia que el
objetivo era mejorar las condiciones de vida del soviético en tanto
que consumidor. Aunque nadie fue testigo, es posible que la momia de
Stalin eyaculase para dentro.
El
Congreso del Partido, que como ya hemos dicho se había aplazado a
1971, aclamó a Leónidas algo así como el hombre del pueblo; lo
cual demuestra que en los regímenes comunistas la memoria pesaba
todavía menos que en los parlamentarios; pues nadie pareció
recordar que, en realidad, Breznev, si era quien presuntamente estaba
resolviendo el problema, no dejaba de ser, también, el pollo que lo
había creado. Muy lejos de estas críticas, Breznev fue, en aquel
congreso, virtualmente entronizado. Se marcó un discurso de seis
horas (lo intentó, pero no pudo con el All-Star Kruschev y sus 480
minutos) que fue retransmitido en directo por la televisión (o sea,
como Gran Hermano, sólo que éste fue Gran Soviético). Pero eso fue
su intervención. Mucho más enternecedoras fueron los breves
discursos que se les permitieron hacer a diversos jerifaltes del Partido,
todos los cuales, con una intensidad desconocida incluso en los
tiempos de Stalin, competían por citar al camarada primer secretario
más veces que nadie (quede anotado para la Historia que ganaron, ex
aequo, Yevgeny Tyazhelnikov, primer secretario del Komsomol; y A.
P. Filatov, jefe del Partido en el distrito de Novosibirsk; ambos, a
pesar de habérseles concedido apenas unos minutines, consiguieron
citar a Breznev ocho veces). El resto de los intervinientes se
deshicieron en halagos hacia el líder. Incluso una granjera de Orel
tomó la palabra para decir que el discurso del camarada primer secretario había
llenado sus ojos de «lágrimas de alegría y orgullo».
Breznev
colocó, en aquel congreso, a la totalidad de la Mafia del Dnieper,
lo que es un buen termómetro del nivel de poder que había acopiado.
Colocó en el Comité Central, como miembros plenos, a sus tres manos
derechas: Georgy Pavlov, Georgy Tsukanov y Konstantin Chernenko.
Andrei Alexandrov-Agentov, su experto en asuntos exteriores, fue
reconocido en un algo cargo del Comité. Ni qué decir tiene que Yuri
Andropov fue reelegido para el Comité, junto con otros miembros de
la policía de la cuerda breznevita.
Esto
es, sin embargo, el Comité Central. Los miembros del Politburó
resultaron reelegidos; es decir, ahí no pudo el secretario general
colocar nuevos nombres y, consecuentemente, incrementar su poder. Sin
embargo, Leónidas tenía otra carta en la mano.
Con
mucha probabilidad, el ruso medio ucraniano había aprendido de sus
amigos en el tejado del Ejército soviético la importancia de la
política exterior. Además, él había alumbrado una estrategia de
mejor entendimiento con occidente, desde luego no fruto de convicción
alguna sino de la necesidad de aislar a China (o, más bien, de
evitar los intentos de China por aislar a la URSS), así pues sabía
que no podía dejar la representación exterior de la URSS ni a
Kosigyn ni, desde luego, a Gromyko. Así pues, nada más terminar el
Congreso, Leónidas Breznev comenzó una muy estudiada estrategia
para convertirse en eso que llamamos un líder mundial.
En
septiembre de 1971, Breznev levantó el telón reuniéndose con Willy
Brandt, el canciller de la República Federal Alemana. El encuentro
dejó claro desde el primer momento que Breznev estaba dispuesto a
rebajar la tensión y reconocer las soberanías occidentales en
Europa, a cambio de la aceptación de la línea Oder-Neisse (esto es,
la partición de Alemania). Asimismo, ambicionaba la celebración de
una conferencia de seguridad de ámbito europeo. Esto tenía como
función hacer lo que no hizo Hitler, y así le fue: pensaba Breznev
matar dos pájaros de un tiro, pues abría un entorno de paz en la
frontera oeste de su bloque al tiempo que contrarrestaba la presencia
estadounidense en la zona; pero, en realidad, serían tres pájaros,
porque consiguiendo esto podría desplazar tropas y elementos bélicos
hacia su frontera oriental, acojonando a China. Si tenemos en cuenta
que su Westpolitik también traería consigo acuerdos
comerciales y créditos, todo eran ventajas.
En
este tema, de todas formas, llovía sobre mojado. Ya en 1969, Gomulka
había sugerido un acuerdo bilateral germano-polaco sobre la frontera
Oder-Neisse. La propuesta, por primera vez en mucho tiempo, no venía
acompañada por otras habituales reivindicaciones polacas, como el
reconocimiento de la RDA, o el expreso repudio por parte de Bonn del
acuerdo Hitler-Chamberlain de 1938. Aquel año de 1969, Brandt llegó
al poder en la RFA. En diciembre, el embajador alemán en Moscú,
Helmut Allardt, abrió conversaciones sobre el tema con Gromyko. En
febrero de 1970, los contactos continuaron con el asesor de Brandt, Egon Bahr. En agosto del mismo año, Bonn y Moscú se reconciliaban,
y Brandt firmaba en Moscú un acuerdo de no agresión.
Tirando
como estaban los soviéticos de la manta hacia arriba, pronto se
quedaron con los pies fríos. Tras la firma de Moscú, Walter
Ulbricht se puso como el Puma de Baracoa. Temía, sobre todo, que a
todos aquellos acercamientos se siguiera una negociación sobre
Berlín, en la que la RDA no tenía nada que ganar y sí mucho que
perder. La respuesta de Breznev a las protestas constantes de
Ulbricht, quien hablaba con la fuerza moral de haber conocido
personalmente a Lenin, fue comenzar a diseñar su jubilación en mayo
de 1971. Lo sustituyó Erich Honecker, de quien se rumorea que sólo hay en
el mundo diez o doce perros falderos que son más perrunos que él.
Fue
en este ambiente en el que, en septiembre de 1971, Breznev invitó a
Brandt en Crimea. Fue aquel un diálogo fructífero, como era de
esperar en un político occidental que quería poner en marcha una
nueva política hacia el este, y un político oriental que estaba
deseando implantar una nueva política hacia el oeste. El pacto
básico fue, por parte de Breznev, ejercer presión sobre Honecker
para que no fuese tan anti RFA; mientras que Brandt se comprometió a
defender la conferencia de seguridad europea que había inventado
Breznev.
Crimea,
por lo demás, fue el primer acto de una campaña de imagen de
Breznev en toda regla. En apenas unas semanas, el hombre de las
profundidades de la estepa rusa, con dos cejas como viaductos, serio,
austero y reconcentrado como todos los modernos tártaros, se
convirtió en una especie de play boy jubilado, vistiendo polos y
llevando gafas de sol, y con un indudable savoir faire. Los
alemanes salieron encantados de Crimea; pero, más aún, Breznev,
inesperadamente, enamoró a los franceses al mes siguiente, durante
una cacareada visita que incluso provocó la emisión de largos
documentales en la televisión soviética, de modo que parecía
bastante más importante que Breznev hubiera estado en París que el
asesinato de Kennedy.
No
obstante, había una nube. Durante el verano de aquel año de 1971,
ni el Comité Central ni el Soviet Supremo de la URSS celebraron
reunión alguna. Este retraso sólo podía querer decir que habían
aplazado sus reuniones para poder votar alguna decisión del
Politburó; pero si había retrasos, eso quería decir que el
Politburó era incapaz de alcanzar un acuerdo. Los medios
occidentales comenzaron a especular con la retirada de Kosigyn.
En
el Congreso del Partido, cuando Breznev leyó los nombramientos al
Politburó, habría roto la costumbre de citar a Kosigyn en segundo
lugar después de él mismo, y había pronunciado el nombre de
Podgorny. Éste, además, destacó poco tiempo después, formando
parte de la delegación que viajó a Egipto a reunirse con Annuar el
Sadat. El 14 de octubre, Pravda publicó un durísimo artículo
contra Kosigyn, al que acusaba de prometer muchas cosas pero no hacer
nada. A lo largo del mes de noviembre, dos pesos pesados de la prensa
doctrinal soviética: Pyotr Fedoseyev y el mismísimo Mijail Suslov,
se embarcaron en una agria discusión en las páginas de los
periódicos y revistas; uno, defendiendo la necesaria unificación de
todo el poder soviético en una persona; el otro, contraatacando con
la idea de que había que deslindar Partido y Gobierno.
A
finales de noviembre, Radio Macuto filtró a los periodistas
occidentales el rumor de que el Comité Central iba a reunirse para
crear un Consejo de Estado presidido por Breznev, que así sería, de
facto, la cabeza del Estado soviético. Era una forma de permitir al
líder controlar el gobierno sin que Kosigyn tuviese que cesar, o
dimitir, como jefe del mismo. Algo, sin embargo, debió de salir mal,
porque el día 22 de noviembre, apenas horas antes de la sesión del
Comité, los habituales intoxicadores de la KGB tuvieron que buscar
por todo Moscú, a pelo puta, a sus amigos periodistas occidentales,
para contarles que el proyecto del Consejo de Estado había sido una
reflexión prematura.
Otro
revés para la carrera de Breznev hacia el poder absoluto. Pero si
algo tenía este hombre, era paciencia.
Muy interesante esta serie sobre Breznev. Los que comenzamos nuestra conciencia política en los últimos años de Breznev tendemos a considerar la política soviética como una gerontocracia donde nada se movía y en la que los únicos que podían ver algún cambio eran los "kremlinólógos". Unas personas que miraban fotos y discursos casi como leyendo el hígado de las ocas. Sabíamos que esa aparente congelación era falsa, claro, pero es inevitable sentirla así si además lo comparamos con el aceleramiento de los acontecimientos que acabaron con la caída de la URSS. Casi parece que, efectivamente, todo debía estar congelado por temor a que en cuanto algo se moviese se iría el sistema a hacer gárgaras, como así sucedió.
ResponderBorrarPor eso estos artículos son tan interesantes. Reconozco que muchos nombres me son totalmente nuevos y me cuesta recordarlos entre un post y otro habida cuenta que estoy más familiarizado con los nombres anglosajones que con los rusos, suecos o chinos. Creo que me voy a regalar por Navidad tu libro de la derrota de Aquiles y así leer todas estas cosas más despacio. De paso me forzaré a buscar la manera de leer el puto formato Kindle en un PC con linux :-)
Leyendo las medidas que iban tomando para solucionar los problemas que iban surgiendo me gustaría conocer tu opinión sobre el grado de “convicción” marxista o más específicamente comunista de los máximos dirigentes soviéticos durante la existencia de la URSS. Como todo político en activo que sobrevive en el tiempo no hay convicciones férreas que valgan (que se lo digan a “Paco el rana”), y las lucha personales influyen mucho, pero no creo que tampoco fuese el cinismo completo del que está completamente seguro de que lo que propone es más falso que un billete de 17 euros pero que como reconocerlo es “su” suicidio político, por supuesto insiste una y otra vez en el error.. ¿En qué punto crees que estaba cada uno?
Y una curiosidad. He visto que tú también escribes “Beijing” en lugar del clásico “Pekín. He leído que hay razones fonéticas relacionadas con el chino actual, pero me pregunto si es esa la razón o si hay alguna más importante (cambio de nombre en origen o algo así). Sí, ya sé que ahora se dice “Milan” sin tilde, pero yo sigo siendo un clásico y lo pronuncio con la tilde :-)
Lo de Beijing confieso que no tengo razones sólidas. Simplemente, empecé a escribir Mao Zedong y, por coherencia, Beijing.
BorrarEl otro interesante tema que planteas: el problema de la URSS es doble. Por un lado, que tiene que ver con lo que preguntas pero poco, porque el sistema que creó, que era un sistema de precios intervenidos, generó su propio vicio. Una economía centralmente planificada presenta el problema de que, como todas, acaba siendo objeto de decisiones meramente políticas (o sea: se le cobra no sé qué cosa a los uzbekos a precio político por presión de no sé qué jerarca de origen uzbeko); pero esas decisiones nunca se revierten, porque el sistema se «acostumbra» a vivir con esas ventajas y ya nunca renuncia a ellas. A partir de 1966, más o menos, la economía soviética era ya una espectáculo de pequeños privilegios apilados unos encima de otros.
El segundo tema, que sí tiene que ver con lo que planteas, tiene que ver con que el sistema comunista soviético tuvo respecto de Lenin (y, a ratos, de Stalin) una relación casi mosaica. En otras palabras: se podía innovar, pero la innovación había de detenerse donde Lenin hubiera trazado, o se dijese que había trazado, una línea roja. Esto, lógicamente, condicionó la evolución de la URSS, y no digamos la de países más papistas que el Papa, tipo RDA.
Por eso, la Historia de la URSS es la Historia de un permanente enfrentamiento entre Partido y Gobierno:; porque este es un tema que Lenin apenas se planteó.
¿Y por qué escribes "a pelo puta" como sinónimo de "deprisa".
ResponderBorrarEsa expresión se usa para indicar que algo es muy delicado.
En mi circulo siempre ha significado tener que hacer algo bajo mucha presión: "como no se preocupó de los exámenes durante tres meses, luego tuvo que estudiarlos a pelo puta".
BorrarCurioso, en el mío se usa para decir que algo es muy barato ("Sale a pelo puta") Me parece que es una de esas expresiones que tienen tantos significados que terminan por no significar nada.
BorrarTampoco tiene sentido,no tiene porqué ser barato.
BorrarEn cambio sí lo tiene decir :"no toques eso,que es más delicado que el pelo puta..."
Se supone que a estas señoras no les gusta que les toquen el peinado