En relativamente poco tiempo, Nikita Kruscher perdió pie en el poder
soviético. Y esto, como acabamos de insinuar, tiene razones muy precisas.
La principal razón de todas es el fracaso casi total de la política
exterior kruschevita. Nikita Kruschev dio pasos en política internacional
inesperados en un líder de la URSS; entre otros, reconocer la legitimidad de la
jefatura del Estado del general Franco (cosa que hizo para interceder por la
vida de Julián Grimau). El elemento más importante de esta política exterior,
en todo caso, fue la política de acercamiento y entendimiento con el enemigo
estadounidense.
La estrategia de aparente entente con los americanos tuvo demasiados
elementos fallidos: la aventura soviética en el Congo, y todo lo que rodeó el
ultimátum sobre Berlín. Con todo, probablemente fue el pulso de los misiles
cubanos el peor de todos. A lo dicho hay que unir que tampoco podía Kruschev
exhibir un currículo de mejor calidad en lo referente a las relaciones con el
mundo comunista. La sublevación húngara, que en buena parte disparó él mismo
con su pretendida desestalinización, fue solucionada por él de la peor manera;
y, last but not least, fue él (aunque
en buena parte heredó de Stalin los cimientos del problema) el secretario
general del PCUS que fue incapaz de cerrar la falla china en el comunismo
mundial. Cuando Mao se reveló como un partner
más que un obediente satélite, Kruschev optó por la línea dura; lo cual dio
pábulo a sus oponentes más ortodoxamente leninistas, notablemente Suslov, para
hacer oposición eficiente desde la defensa de políticas más comprensivas.
Con todo, cualquier persona que analice la praxis de la política, igual en
países democráticos que dictatoriales, aprenderá rápido que nadie cae por
razones estrictamente relacionadas con la política exterior. De hecho, es común
que en un país como España muchas elecciones en otros países como las
presidenciales en Estados Unidos sorprendan en sus resultados, y esto es así
porque el ciudadano español «lee» la gestión del inquilino de la Casa Blanca
fijándose en lo que ha hecho en Iraq, o en Angola, o donde sea; olvidando que
todas esas acciones, en realidad, pesan en el ánimo del votante americano más
bien poco.
Las sociedades, en efecto, dan y quitan (e incluso en las dictaduras están,
de alguna manera, presentes) por motivos interiores. Y es por ello que para
describir la desgracia de Nikita Kruschev es necesario hablar de ellos. Por
ejemplo, la agricultura.
Como ya hemos descrito anteriormente, el programa de las tierras vírgenes,
que era el cigüeñal de la política agrícola kruschevista, fue bien al
principio, pero con los años comenzó a dar rendimientos decrecientes. El
secretario general del PCUS tenía un objetivo fundamental: que hubiese más
vegetales y carne en las tiendas soviéticas. Cuando el proyecto de obtener esas
nuevas remesas de comida de tierras vírgenes le falló, decidió (y está bien
utilizar el verbo, porque Kruschev casi nunca escuchaba el consejo de los
expertos agrícolas, a los que reputaba de gente demasiado conservadora) que
abogaría por el maíz, producto que en Estados Unidos había dado muchos réditos.
Sin embargo, como no tenía demasiada idea de lo que estaba haciendo, decretó la
plantación del cultivo en áreas de la URSS totalmente desaconsejables para ello,
con lo que llevó a la Unión a una situación de ineficacia supina en su
producción primaria. Para contrarrestar este problema, afrontó un programa
monstruo de inversión en la industria química de abonos y de fabricación de
maquinaria agrícola. Como el dinero es finito, tuvo que sacarlo de sitios donde
iba a ser invertido en otros proyectos. Como consecuencia, los grandes
perdedores del plan fueron la industria metalúrgica y de armamento; lo cual,
como veremos, tiene su importancia.
Desde el punto de la organización del Estado, la principal obsesión de
Kruschev, en su guerra con Malenkov que era, por así decirlo, el capitán
general de los burócratas gubernamentales, era reafirmar la autoridad del
Partido. En 1957, siguiendo este objetivo, abolió hasta 20 ministerios de
fuerte carácter técnico y creó hasta 105 sovnarjozes
o consejos regionales, con la tarea de desarrollar la industria en sus ámbitos.
En la práctica, era una medida para hacer que el desarrollo ecosocial de la
Unión Soviética dependiese de los cuadros del Partido.
Este movimiento supuso que un montón de jefes y coordinadores varios del
ámbito económico e industrial, que vivían razonablemente contentos en Moscú o
Leningrado con trabajos que consistían en revisar informes y echar broncas,
tuvieron que irse con sus familias a vivir al culo del mundo, donde, aparte de
beber vodka y pegarse entre ellos, no había muchas más diversiones. Esta
súper-estructura acabó generando un esquema acromegálico con niveles
estratosféricos de ineficiencia, imposible de coordinar, razón por la cual
hubieron de crearse consejos coordinadores suprarregionales y a escala de la
Unión, esto es, la reinvención por la puerta de atrás de los viejos ministerios
un día cerrados. Con la llegada de Koslov y Kosigin comenzaría una nueva ola
recentralizadora.
En realidad, la huella, o más bien las cagadas, de Kruschev en el Partido
no se queda ahí. La segunda mayor estupidez cometida por el ucraniano durante
su mandato fue, probablemente, la supresión de los comités de partido a escala
de distrito, además de dividir los comités supervivientes, a escala provincial
o de república, en dos cuerpos separados y con el mismo poder: uno para
agricultura, el otro para industria.
La supresión de los comités de distrito dejó automáticamente sin trabajo a
decenas de miles de devotos burócratas comunistas. La división de los comités
existentes, por una mera fórmula matemática, dobló la burocracia y,
consiguientemente enfangó todavía más la toma de decisiones en un régimen en el
que se podía tardar meses en dar el visto bueno para comprar una caja de
lápices de colores. Eso sin mencionar que, al crearse un comité de agricultura
y otro de industria, en realidad nadie sabía quién tenía que encargarse de lo
que no era ni una cosa ni la otra (por ejemplo, la política cultural).
Otro factor que hay que recordar en las explicaciones de la caída de
Kruschev es que no fue ningún santo. Hay mucha gente, en efecto, que considera
al ucraniano poco menos que un demócrata, y se agarra para ello en el gesto del
Congreso de 1956 y la desestalinización. Quienes hacen eso cometen,
primariamente, el error de malinterpretar dicho gesto.
Kruschev no desestalinizó la URSS para hacerla un régimen más democrático.
En primer lugar, porque fue una desestalinización más cosmética que real, como
bien saben los húngaros. Y segundo, además de mucho más importante, porque ese
movimiento de Kruschev fue hecho para poder apiolarse a sus enemigos.
Ir de desestalinizador por la vida le permitió a Kruschev acabar con las
manchas que había dejado Lavrentii Beria en el Estado soviético, por ejemplo.
Como le permitió arremeter después contra Malenkov. Ciertamente, la política de
Kruschev dejó varios elementos de gran valor, como su valiente decisión de
permitir la publicación del libro de Alexandr Solzhenitsyn Un día en la vida de Iván Denisovitch. Pero terminó de enemistarle
con los chinos y aglutinó una oposición interior que terminaría acabando con
él.
Sin embargo, como decía Superratón, aún hay más. He escrito antes que la
reforma de los comités del Partido fue la segunda
gran cagada de Kruschev. Y escribí la segunda porque la primera, para mí
sin ningún lugar a dudas; el error que abrió un agujero muy propio para que por
él se colase, precisamente, Leónidas Breznev, fue el creciente ninguneo de lo
que podríamos denominar el «comunismo uniformado». Esto es: el estamento militar.
Iosif Stalin creó un ejército en el que no había sitio para los indecisos o
los mediopensionistas. Siendo como había sido un activista bolchevique metido
(con escaso éxito, aunque eso sólo se supo tras su muerte) a estratega militar,
comprendía muy bien que un régimen totalitario no puede sobrevivir si las
Fuerzas Armadas no asumen los cimientos de ese totalitarismo. Hitler, en el
fondo, tuvo el problema de la distancia, calculadamente maquillada, que siempre
mantuvo con él el Ejército, o él con el Ejército, o ambas cosas. Stalin no
estaba dispuesto a que algo parecido abriese una grieta en el muro socialista,
y por eso se cebó, en su estrategia purgatoria, con el Ejército, hasta dejarlo
tan huero de mandos que por esa sola razón pudo fácilmente haber perdido la
guerra contra los alemanes.
Tras la segunda guerra mundial, el georgiano aprendió muy bien que a la gente
se la puede controlar con una buena policía política, pero eso tiene el pequeño
problema de que ese Estado dentro del Estado puede llegar un momento que decida
colocarse en el lugar del dictador, como probablemente estaba maquinando Beria
cuando el cerebro de Stalin decidió fallar. Una dictadura, pues, necesita
siempre de un ejército que la respalde. Si no es así, nunca dormirá tranquila
por las noches, porque los de caqui, a esas horas, hacen guardia en sus
garitas, y te pueden dar una sorpresa.
Kruschev, sin embargo, desoyó toda esta experiencia. Con su elefantiásica fe
en el Partido y en sus capacidades, consideró que las cosas estaban ya muy
maduras en la Unión Soviética y que, en consecuencia, el Ejército ya no era una
fuerza capaz de hacerle sombra. Además, tenía un problema grave, y es que pocos
años después de comenzar su mandato en el mundo occidental comenzó una larga etapa
de prosperidad que fue automáticamente transmitida a los particulares. En los
años sesenta, la calidad de vida de las clases medias y obreras de Alemania, de
Inglaterra, de Estados Unidos, de Canadá, de España incluso, experimentó una
mejora que en aquel momento fue de dimensiones impresionantes. En esa
situación, el estancamiento del nivel de vida del soviético medio, más que
estancamiento, parecía deterioro.
Por eso Kruschev necesitaba más maíz y más carne en las tiendas. No le
quedaba más remedio, porque, aun mediando un Telón de Acero, no podía impedir
que sus administrados se enterasen que al otro lado del océano las gentes
vivían, cada vez más, la vida de La Tribu
de los Brady, serie televisiva de fuerte corte ideológico (sic) destinada a
transmitir la idea de que, en Estados Unidos, un matrimonio con seis hijos a
cargo podía tener dos coches.
Para intentar esa apuesta, ya lo he escrito, el ucraniano tuvo que quitar.
Y quitó. En esas circunstancias, ya no se sabe muy bien si sus esfuerzos de
distensión provocaron la menor inversión militar, o fue la menor inversión militar
la que le obligó a defender la distensión. En realidad, si fue antes el huevo o
la gallina no es tan importante. Lo importante es que lo hizo.
Y, haciéndolo, les cabreó.
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