La prensa austríaca del 12 de julio destacaba unánimemente,
tras haber sido adecuadamente «trabajada» por la Cancillería, que el acuerdo
suponía que el movimiento nacionalsocialista ilegal de Austria estaba
condenado. En un efecto parecido al que podría haber introducido en el bando
republicano de la guerra civil española el pacto Molotov-Ribentropp de haber
continuado la guerra entonces, la prensa austríaca se jactaba del hecho de que,
manteniendo planes insurreccionales contra el Estado, el nacionalsocialismo
local no sólo se convertía en un traidor a su país, sino al propio Hitler. Esta
interpretación de la opinión publicada era incluso más ciegamente optimista
entre las elites gobernantes, que de hecho estaban convencidas de que el
nacionalsocialismo alpino, tras el acuerdo, se despoblaría.
El 22 de julio llegó la primera consecuencia del acuerdo:
fue permitida la venta en Austria de los periódicos alemanes Essener National-Zeitung (el periódico
controlado por Göring), Deutsche
Algemeine Zeitung, Berliner-Boersen Zeitung, Berliner Tagblatt y Leipziger Neuesten Nachrichten. A estos
venía a unirse el Frankfurter Zeitung,
que nunca había sido prohibido. Por su parte, Alemania abrió sus fronteras a la
entrada del Wiener Zeitung, así como Wiener Neues Journal, la edición vienesa
de la Volkszeitung, el Grazer y la Linger Tagespost, más la Neue
Freie Presse, que ya estaba autorizada.
Ese mismo día, además, el gobierno austríaco proclama la
amnistía prometida en el acuerdo. Quedaban en prisión 224 nacionalsocialistas
que se enfrentaban a cargos por terrorismo, fundamentalmente relacionados con
el golpe de 25 de julio de 1934 y la muerte de Dollfuss y once militantes
socialistas. Contra lo que pensaba la Cancillería de que los
nacionalsocialistas austríacos estaban de capa caída y lo sabían, montaron la
mundial a la salida de los presos de la cárcel; celebración a la que, sin
cortarse un pelo, dieron el tono de primera victoria de una serie de las mismas
por venir.
El 29 de julio, la antorcha olímpica, camino de Berlín donde
el miembro negro de los untermenschen
Jessie Owens se la metería a Hitler por el orto, pasó por Austria en su breve
periplo desde Olimpia. Este paso fue enmarcado dentro de una enorme celebración
deportiva, una especie de demostración sindical callejera sólo que sin Franco,
que, en realidad, por simple y pura dominación, se convirtió en una
demostración nacionalsocialista. Fue tan brutal la exhibición de músculo
militante y social de los nazis austríacos que el Frente Patriótico tuvo que
organizar una movida dos días después para demostrar su propia fuerza. Para
entonces, el gobierno austríaco había comenzado a caerse del guindo del
buenismo interpretativo y había decidido suspender sine die la aplicación de la amnistía, cuando menos en los arrestos
que habían sido ordenados pero todavía estaban pendientes.
Los pastoriles dirigentes austríacos, siempre dispuestos a
creer que las relaciones internacionales son algo que dirigen a pachas Rita
Irasema y Teresa Rabal, no pueden decir que no tuviesen pruebas fehacientes de
cómo se estaba tomando aquel acuerdo del otro lado de la frontera implicada. Recibieron,
por ejemplo, un informe de la Studentenschaft, la organización estudiantil
nazi, algo así como el SEU del NDSAP, en la que interpretaba el acuerdo
afirmando que «el Reich no reconoce con el tratado otra cosa que la situación
efectiva actual. Dicho acuerdo es una necesidad política. Francia no puede
inmiscuirse en los asuntos de Alemania relacionados con la Anschluss, como ha hecho constantemente en el pasado. El odio de la
prensa austríaca contra Alemania ha sido yugulado, lo cual es extremadamente
importante. Interiormente, el canciller Schuschnigg se encuentra en la misma
situación en la que se encontró Seipel. La cuestión de los refugiados y de los
encarcelados le da la impresión de una victoria pírrica. El combate, por lo
tanto, continúa. El paso próximo es una Austria independiente y
nacionalsocialista». El papel continuaba estableciendo como gran objetivo del
acuerdo y su desarrollo la lucha por la unidad alemana en contra del
«catolicismo político en todas sus formas»; hasta el punto de afirmar que «el
verdadero enemigo sigue siendo el Vaticano, ese Jano Bifronte».
De hecho, en las semanas siguientes al acuerdo los
nacionalsocialistas austríacos, conscientes de que su movimiento era sometido a
vigilancia estrecha por el ministro del Interior, Neustätter Stürmer, y de que,
al tiempo, necesitaban hacer sombra al Frente Patriótico, crearon una
asociación pantalla, la Asociación Popular Social Alemana. El canciller
Schuschnigg se asustó mucho ante la pujanza de la asociación y los indicios
bien claros de que estaba en connivencia total con el III Reich, por lo que
decidió impedir su legalización. Sin embargo, era consciente de la debilidad de
su posición; de que necesitaba encontrar nuevos aliados en el gobierno. Fue
entonces cuando se fijó en el denominado Grupo Leopold.
Tras el golpe de Estado de 1934, del que el
nacionalsocialismo austríaco salió barrido y en ciernes de desaparecer, tres
hombres, los tres internados en el campo de concentración de Wöllersdorf,
hicieron planes para resucitarlo. Eran el capitán Josef Leopold, el doctor
Leopold Tavs y el doctor Hugo Jury. Leopold fue liberado a principios de 1936,
y los otros dos se beneficiaron de la amnistía de julio.
El capitán Leopold, que se había formado como ingeniero militar,
hizo la primera guerra en el ejército imperial, al parecer con buena nota. Tras
la misma, se había inscrito en la organización socialdemócrata del ejército,
donde trabajaría con el entonces ex ministro Julius Deutsch. Recibió entonces
el grado de capitán, en atención a sus servicios y condecoraciones, porque la
verdad es que nunca había conseguido pasar el examen necesario para ser
oficial. Su progresiva desilusión de las izquierdas lo colocó en los brazos del
nacionalsocialismo, en el que pasó a militar en 1925. Su actividad política
acabó costándole su expulsión del ejército federal. El partido, para
compensarle, le otorgó un mandato en la dieta provincial de Baja Austria, así
como un escaño en la dieta federal.
Tavs, por su parte, había nacido en el país de los Sudetes,
y era químico, aunque finalmente se colocó de funcionario. Nacionalsocialista
de primera hora, presidió la organización nazi de funcionarios, aunque, finalmente,
su militancia le costaría el puesto de trabajador del Estado. Tavs y Konrad
Heinlein, el presidente del Partido de los Alemanes del País de los Sudetes,
eran amigos íntimos.
Por último, Hugo Jury era un médico de Sankt-Pölten, y había
sido consejero municipal de dicha ciudad en representación de los
cristianosociales. También era un nacionalsocialista de primera hora, tan
primera hora que formó el primer grupo local nazi en Austria, en 1923, en
compañía de un farmacéutico (ah, la química…) llamado Rentmeister.
Tras la firma de los acuerdos de julio, el Grupo Leopold, ya
todos en la calle, se pone a currar. Los tres fundan el denominado Grupo de los
Siete, destinado a articular la acción legal del nacionalsocialismo austríaco,
al que se unen un periodista que firmaba In der Mauer, y que ya había tenido
relaciones con Von Papen; el mariscal de campo del ejército austrohúngaro Karl
Freiherr von Bardolff; el profesor universitario Oswald Menghin, de procedencia
católica, que había sido rector de la universidad de Viena y era en ella
catedrático de Prehistoria; y Odilo Globotschnigg, que acabaría siendo Gauleiter
de la región de Viena.
Todos ellos estuvieron implicados en la fundación de la
Asociación Popular Social Alemana, durante la cual el gobierno austríaco
comenzó a pensar que tal vez se trataba de un grupo de gente con el que se
podía negociar. El ministro Stürmer era partidario de este acercamiento, así
pues, finalmente, el 12 de febrero de 1937, fueron recibidos por el canciller
Schuschnigg.
A la entrevista, el Canciller había convocado al propio Stürmer;
al comisario de Viena, Skubl; y a dos estrechos colabores suyos, llamados Bartl
y Sturminger. El Comité de los Siete estaba representado por Jury y Menghin,
pero no fueron solos, porque se hicieron acompañar por un representante más de
fuera del grupo, que se llamaba, os sonará, Arthur Seyss-Inquart. El capitán Leopold
no entró en la sala, aunque se quedó en la antecámara. Fue llamado dentro una
sola vez, para que el canciller lo conociese.
Como se puede ver, los nazis austríacos renunciaron a una picota y, a cambio, se llevaron el resto del frutero.
Si quieres criticar a un químico inmoral, no lo dudes: Fritz Haber, que para colmo era judío.
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