Verdaderamente, hablar en un congreso del PCUS era una gran
cosa. Pero también era un encargo amenazante.
En 1952, cuando Leónidas Breznev estaba en su momento dulce
en Moldavia, Iosif Stalin estaba bastante cerca de su muerte, aunque esto es
algo que no sabía nadie, salvo él, si tuvo controles médicos y esas cosas; y,
por supuesto, si es que se lo cargó alguien, ese alguien.
Pero los temas estaban revueltos. Ciertamente, los años
treinta habían vivido lo peor de la tendencia estalinista por la purga y el
simple y puro asesinato de Estado; pero eso no quiere decir que el dictador
hubiese renunciado a sus formas. La segunda gran oleada de purgas había sido
en 1946, coincidiendo con la rehabilitación a la derecha del Padrecito del gran
guardián de la ortodoxia revolucionaria, Andrei Zdanov. La Zhdanovshchina supuso un regreso radical a la pureza revolucionaria
en un Partido Comunista que, con los años de poder, había acabado por albergar
a personas de convicciones leninistas bastante discutibles. Esto duró hasta
agosto de 1948. En dicho mes, Malenkov, que había sido apartado del
secretariado del Comité Central durante la guerra, consiguió volver al mismo
puesto, lo que venía a significar que recuperaba la confianza de Stalin. Poco
tiempo después, Zdanov moría, en circunstancias que nunca han quedado del todo
claras. La versión oficial es que se mamó de alcohol hasta morir; o sea, que
murió más o menos como Jimmy Hendrix. Durante 1948 y 1949, la nómina casi
completa de libertos y protegidos de Zdanov fue cayendo, primero encarcelados,
luego fusilados, para ser sustituidos por gentes de Malenkov. Solamente un hombre
zdanovista era lo suficientemente poderoso como para sobrevivir: Alexei
Kosiguin, uno de los 11 miembros del Politburó del Partido, o sea el puñetero
centro del poder, además de ministro de Finanzas y y viceprimer ministro (un
Montoro de la vida, pues).
La salida de Zdanov del escenario de la vida, sin embargo,
no detuvo la técnica purgatoria. En Crimea, primero, y en Georgia, después, se
produjeron sendas acusaciones, faltas de toda base, de conspiraciones
nacionalistas, al calor de las cuales un montón de cargos partidarios de esa
zona fueron apiolados.
En 1949, Stalin llamó a Kruschev a Moscú, con el intento de
que contrapesase el creciente poder de Malenkov, de quien el georgiano nunca se
fió del todo. Los siguientes dos años se pueden resumir con la idea de Malenkov
y Kruschev peleándose absolutamente por todo (muy especialmente la agricultura)
mientras Stalin permanecía au dessus de
la melée que el mismo había creado. En 1952, sin embargo, y según muchos
analistas, las cosas comenzaron a cambiar.
Stalin se sabía viejo (como he dicho, también es probable que algo supiese de que comenzaba a tener problemas circulatorios serios) y no había podido evitar que sus dos lugartenientes adquiriesen importantísimas cuotas de poder. Aunque no se puede afirmar con total seguridad que fue así, los síntomas son muchos de que el secretario general del PCUS preparaba una nueva purga.
Stalin se sabía viejo (como he dicho, también es probable que algo supiese de que comenzaba a tener problemas circulatorios serios) y no había podido evitar que sus dos lugartenientes adquiriesen importantísimas cuotas de poder. Aunque no se puede afirmar con total seguridad que fue así, los síntomas son muchos de que el secretario general del PCUS preparaba una nueva purga.
Ésta bien pudo ser la razón principal de su sorprendente
gesto de convocar un congreso del Partido: buscaba legitimidad para el paso que
quería dar. Según esta teoría, aprovecharía el Congreso para renovar el Comité
Central del Partido, introduciendo en el mismo políticos jóvenes, alejados de
los centros de poder del momento. Ampliando el número de miembros del
secretariado del Comité Central y del Politburó, diluiría la influencia de los
políticos más veteranos, lo que le dejaría espacio suficiente para actuar
contra ellos.
Esta estrategia, de ser cierta, exigiría de la explosión de
un escándalo que justificase las purgas. Por supuesto, esta estrategia no le era en modo alguno ajena al secretario general del PCUS. Como el propio Kruschev insinuó en su
famoso discurso secreto de 1956 sobre las putadas de Stalin, es bastante
probable que el propio georgiano estuviese detrás del asesinato del jefe del
Partido en Leningrado, Sergei Kirov, en 1934; acción terrorista que le permitió justificar
las amplias purgas que vinieron después. Lo que da coherencia y apariencia de
veracidad a estas teorías es que este escándalo, en 1952, existió: fue el
llamado complot de los médicos o de las batas blancas. Así las cosas, es dable
pensar que Stalin pensara acusar a los dirigentes más veteranos de aquella
conspiración inventada y, consecuentemente, llevárselos por delante, junto con
toda su caterva de amigos.
Un poquito antes de que ocurriese todo eso, el 5 de octubre de 1952, Breznev pisó Moscú. En la primera jornada del Congreso, le fue encargada la misión,
de bastante importancia, de proponer el secretariado del congreso. Asimismo,
fue unánimemente votado como miembro de la Comisión de Credenciales.
En el Congreso, para sorpresa de sus asistentes y de los
observadores occidentales, Stalin prácticamente no participó. Permaneció en
silencio durante todas las sesiones y únicamente habló al final, y además lo
hizo apenas siete minutos; longitud que, en un líder comunista, es un parpadeo.
La carga del Congreso la llevaron, lógicamente, Malenkov y Kruschev. Breznev
habló el cuarto día y, al final del Congreso, nadie se sorprendió de que fuese
nominado uno de los 125 miembros del Comité Central.
Las sorpresas llegaron al día siguiente, 16 de octubre, con
la primera reunión de ese CC. La presidió el propio Stalin quien, además,
propuso inmediatamente que el Secretariado fuese ampliado de cinco miembros a
diez. Además, en lugar de un Politburó de 11 miembros, le cambió el nombre (ya
lo recuperaría) por Presidium del Soviet Supremo, formado por 25 miembros de
pleno derecho y 11 miembros candidatos. Breznev, por cierto, fue elegido uno de
estos miembros candidatos, además de uno de los diez secretarios del CC
(compartiendo mesa con, entre otros, el propio Stalin, Kruschev, y Malenkov).
Kruschev habría de decir en su discurso secreto de 1956: «es
evidente que Stalin tenía planes para matar a los antiguos miembros del Buró
Político». La verdad, no es que Stalin me caiga muy bien, pero no está del todo
claro; aunque, como hemos visto, las señas son bastante claras. Eso sí, Breznev
estaba en una nube. Se trasladó a Moscú para trabajar en la médula espinal del
comunismo internacionalista. Le dieron un apartamento de tres habitaciones sólo
para su familia, lo cual en la URSS de aquel momento era un lujo asiático. De
hecho, cuando fue secretario general, siguió viviendo en el mismo edificio de
la vieja Mozhaisky Chaussee, renombrada Kutuzovkski Prospekt, sólo que en un
piso más grande. Su nivel de poder debía de ser muy grande, puesto que el 7 de
noviembre, durante el desfile del Día de la Revolución, estuvo en la
famosérrima terraza de la Plaza Roja en compañía de Stalin y el resto de
grandes dirigentes.
Pero, claro, nada dura eternamente.
Casi no había empezado Breznev a saborear las mieles del
poder cuando estalló la conspiración de las batas blancas. Diversos médicos,
todos ellos integrados en la elite de la medicina soviética, en algún tiempo
terapeutas de los hombres con mayor poder en el PCUS, fueron acusados de ser
agentes de la inteligencia británica y el denominado Jewish Joint Distribution Committee, una especie de lobby hebraico
trasnacional (cinco de los nueve médicos acusados eran judíos).
Estos nueve doctores habrían llevado a cabo una conspiración
para matar a Zdanov y a Anatoli Scherbakov, el jefe del partido en Moscú muerto
en 1945, a base de prescribirles medicinas incompatibles con su alimentación. También
habrían envenenado al mariscal Iván Konev, héroe de la batalla de Berlín, y al
general Sergei Shtemenko, entonces jefe de personal del ejército soviético.
Los sovietólogos han dado por seguro, y tiene bastante
lógica, que, de haber seguido la burra yendo al trigo, o sea si Stalin no la
hubiese espichado, cuando menos Molotov, Mikoyan y Beria habrían terminado en
el paredón; tal vez acompañados por el mariscal Voroshilov. Malenkov también
podría haber sido de la partida. Son varios los testimonios que nos dicen que,
cuando Stalin sufrió su ataque y los jerarcas rusos fueron llamados a su dacha,
Lavrentii Beria no pudo esconder su nerviosismo y su alegría, a pesar de pasar
largas horas, por ejemplo, con la hija de quien se estaba muriendo. Éste es un
síntoma más de que el jefe policial georgiano tal vez conocía bien las
intenciones de su paisano respecto de él.
La conspiración de las batas blancas fue descubierta el 13
de enero de 1953 por el equipo de investigación periodística del Pravda, y desató una inmediata caza de
brujas.
¿Quién montó aquella milonga? Bueno, si a estas alturas de
estas notas habéis aprendido algo sobre sovietología, ya sabréis por dónde voy
a ir. De todos los hombres de la elite del poder hay uno solo que no he citado;
y ese, en buena lógica, tenía que ser el colaborador necesario de Stalin en
toda la movida (lo cual, de todos modos, tampoco garantizaba que, en una
segunda vuelta, no acabase en la morgue). Kruschev pudo hablar en 1956 largo y
tendido sobre las intenciones purgatorias de Stalin, probablemente, porque las
conocía mucho mejor de lo que quería confesar. Si hemos de fijarnos en las
gentes de Kruschev que subirían como la espuma cuando llegó al poder, y que en
1953 estaban en condiciones de ayudarle con aquello, tendremos que fijarnos en
S. Ignatiev y sobre todo en Frol Kozlov, de quien tendremos que volver a
hablar, y que entonces fue quien escribió el reportaje sobre la conspiración
para la revista Kommunist, texto
fundamental para lanzar las purgas.
¿Y Breznev? Pues no lo sabemos. No podemos asegurar que
estuviese en esa partida. Yo, al menos, no puedo. No obstante, cabe recordar, véase el título de esta serie, que Breznev, todo lo que le encargaban, lo hacía bien. También merendarse gente, deportarla, o torturarla. En segundo lugar, era un hombre de Kruschev, de quien es difícil imaginar que fuese ajeno a la movida. Last, but not least, si nos fijamos en las
consecuencias, algo fundamental en la sovietología, da que pensar que muy
probablemente fue uno de los conspiradores que ayudaron a Stalin. ¿Cuál es esa
consecuencia? Pues habremos de contarla a fondo en el próximo post, pero
podemos adelantarla: se puede estimar que algo tuvo que ver Breznev en la
conspiración a favor de Stalin porque, una vez muerto éste y desarmada la conspiración, le metieron un
pepino por el culo.
Y eso es algo que los soviéticos no hacían a humo de pajas.
En La corte del Zar Rojo, Simon Montefiore menciona una conversación entre dos miembros de la camarilla de Stalin (No recuerdo bien quienes eran ¿Mikoyan y Molotov?) en la que expresaban su preocupación por la posibilidad de que Stalin quisiera reemplazarlos por dirigentes de la generación siguiente (Razonable preocupación, teniendo en cuenta que de aquella corte uno salía con los pies por delante y la familia no tardaba en seguir) Hay bastante de especulación en ello (a fin de cuentas, todos los que una vez creyeron saber como pensaba Stalin tuvieron muertes prematuras) pero, no resulta inverosímil en absoluto y había gente como Breznev, Kosiguin o Suslov que estaban muy bien situados para llegar a la cima.
ResponderBorrarLo que si está claro es que el Vozhd tenía cada vez mayor manía a sus sicarios de primera (especialmente a Beria que parecía imprescindible) así que es lógico suponer que pensara exterminarlos. Afortunadamente el plan se anuló después de la muerte de Stalin (Afortunadamente, no porque que esos pájaros no mereciesen lo que Stalin les tenía preparado, sino porque una conspiración de la magnitud que se estaba inventado Stalin hubiera requerido un millón o dos de muertos para darle "verosimilitud")