A partir de 1918, y en las casi dos décadas que median
entre dicho año y aquél en el que se aprueba el Estatuto gallego, se consolida
entre los nacionalistas galaicos el concepto de Galicia como nación, aunque,
una vez que se va más allá del apego primigenio a la tierra y a la cultura
gallega que es la razón de ser de las Irmandades da Fala, se encuentran
importantes diferencias ideológicas.
En la deriva del nacionalismo, inicialmente progresista
surgido a lo largo del siglo XIX y acrisolado en la figura de Manuel Murguía, hacia posiciones ideológicamente contrarias, tiene gran importancia la figura de Vicente
Risco. Risco, tan galleguista o más que los nacionalistas de izquierdas, tiñe
ese pensamiento del irracionalismo que exhiben muchas ideologías de derechas a
principios de siglo (caldo de cultivo del fascismo). De hecho, Risco sostiene
algunas ideas, como la nación como hecho biológico anterior al albedrío de los
hombres, que cheiran (para los no
gallegos = huelen o, mejor, apestan) de lejos a ariosofía, y al tipo de cosas que dirán y
escribirán los que a no tardar mucho tiempo venderán ideas como la prevalencia
de determinadas razas. De hecho, Risco es un gran creyente en los gallegos como
seres de raza céltica (algo que ya está en los poemas de Pondal, por ejemplo) y
en la existencia de un alma nacional; esto es, el Volkgeist de los ideólogos Volkisch.
Para Risco, de hecho, la raza gallega es mucho más importante que la lengua
gallega; esta es una de las razones de que haya envejecido tan mal en los
tiempos presentes, a pesar de su talento literario, ciertamente notable.
En términos generales, estos conceptos son más o menos
aceptados por todos los nacionalistas gallegos; lo cual, ya se ha sugerido, la
verdad no los deja en muy buen lugar ante los tiempos modernos, que abominan
tanto de todo lo que apeste a fascismo ideológico. No obstante, bajo estas
premisas se desarrolla toda una ideología de raíces democráticas, cuyas mayores
expresiones, cuando menos en mi opinión, serán: en lo cultural, Alexandre
Bóveda; y en lo político, Alfonso Rodríguez Castelao. Aunque tampoco hay que
olvidar, ni a los hermanos Villar Ponte, ni a José Peña Novo. Estos nacionalistas
funden el discurso «Galicia debe ser una nación» con los discursos por los
cuales, además, debe ser democrática y, además, próspera. Sus ideas se
identifican bastante con las elaboraciones de lo que en la II República se
calificará normalmente izquierda burguesa (Acción/Izquierda Republicana, Unión
Republicana, radical-socialismo…), esto es reformas no sistémicas de la
propiedad y, sobre todo, la mejora del sector primario, por el cual el galleguismo muestra una obvia preocupación.
Risco, por su parte, lidera, por así decir, la tendencia tradicional, donde también encontraremos a Ramón Otero Pedrayo. Sus defensores no renuncian a la definición de todas las cosas, también de su nacionalismo, desde la militancia católica, identificando la religión como un elemento esencial de lo gallego (una especie de concepción gallega al modo vasco, por lo tanto). Los tradicionalistas gallegos, como su propio nombre indica, rechazan el progreso y desean mantener Galicia identificada como una sociedad eminentemente rural. Una vez más, encontramos aquí la ideología de raíz carlista, que tan exitosa será entre los vascos, cuyo nacionalismo foralista, al fin y al cabo, se basa en la conservación de unos derechos medievales.
De todas maneras, citar nombres, como citar diversos periódicos de variada laya y difusión, no podría esconder el hecho de que el nacionalismo gallego, ni en los inmediatamente anteriores a la dictadura de Primo de Rivera, ni durante la misma, consigue llegar a una cifra tan modesta como 1.000 militantes activos. En el terreno de las teorías y las elaboraciones, los felices años veinte del siglo ídem son de gran importancia para el nacionalismo gallego; pero como movimiento político, su peso es bastante más que discutible, por mucho que el hecho de que no haya elecciones no permita medir con precisión su influencia.
Para el nacionalismo gallego, además, su división entre, por así decirlo, progresistas y tradicionalistas, que contamina las Irmandades y cualesquiera otras estructuras que se van creando, supone un obstáculo fundamental a la hora de conseguir tener una estrategia electoral mínimamente eficiente. Los demócratas ambicionaban una estrategia bastante clara, que llevarían a cabo en la II República: la alianza con las fuerzas republicanas o, como ellos decían, contrarias al poder de los caciques. Los tradicionalistas, sin embargo, igual que le ocurrirá al resto de las formaciones de la misma ideología en el resto de España, aborrecen del parlamentarismo y temen que la alianza con políticos que «no comprenden a Galicia» pueda contaminar su mensaje, por lo que rechazan la idea de las coaliciones.
Antes de la Dictadura, de hecho, galleguistas demócratas como el propio Castelao se sintieron atraídos por este punto de vista y esta estrategia. De hecho, la segunda Asamblea Nacionalista, celebrada en Santiago en 1919; y la tercera, que se desarrolló en Vigo en 1921, fueron el teatro de la imposición de la posición de los tradicionalistas. Tan sólo Luis Peña Novo conseguirá una concejalía en La Coruña en las elecciones de 1920. Sin embargo, en la cuarta Asamblea, celebrada en Monforte en 1922, la presión de los partidarios de la participación electoral, nucleados en el nacionalismo coruñés, rompe el momio. Los coruñeses, de hecho, viran la Asamblea hacia la participación electoral y la conjunción republicana; a lo que responden los ruralistas-nacionalistas creando la Irmandade Nazonalista Galega. Presidida por Vicente Riso, abrazará un radicalismo nacionalista y un abstencionismo a muerte.
Siguiendo su estrategia, la tendencia demócrata coruñesa se acerca al federalismo republicano. Fruto de dicho acercamiento, en 1929 Antonio Villar Ponte y Santiago Casares Quiroga fundan la Organización Republicana Gallega, ORGA, llamada a ser la organización más importante del nacionalismo gallego en cuanto caiga el rey. Sin embargo, el tradicionalismo pasa completamente de la invitación a unirse a esta estrategia y en la VI Asamblea nacionalista, celebrada en La Coruña en 1930, la escisión se hace más patente que nunca.
Y en éstas, llega la Repu.
Risco, por su parte, lidera, por así decir, la tendencia tradicional, donde también encontraremos a Ramón Otero Pedrayo. Sus defensores no renuncian a la definición de todas las cosas, también de su nacionalismo, desde la militancia católica, identificando la religión como un elemento esencial de lo gallego (una especie de concepción gallega al modo vasco, por lo tanto). Los tradicionalistas gallegos, como su propio nombre indica, rechazan el progreso y desean mantener Galicia identificada como una sociedad eminentemente rural. Una vez más, encontramos aquí la ideología de raíz carlista, que tan exitosa será entre los vascos, cuyo nacionalismo foralista, al fin y al cabo, se basa en la conservación de unos derechos medievales.
De todas maneras, citar nombres, como citar diversos periódicos de variada laya y difusión, no podría esconder el hecho de que el nacionalismo gallego, ni en los inmediatamente anteriores a la dictadura de Primo de Rivera, ni durante la misma, consigue llegar a una cifra tan modesta como 1.000 militantes activos. En el terreno de las teorías y las elaboraciones, los felices años veinte del siglo ídem son de gran importancia para el nacionalismo gallego; pero como movimiento político, su peso es bastante más que discutible, por mucho que el hecho de que no haya elecciones no permita medir con precisión su influencia.
Para el nacionalismo gallego, además, su división entre, por así decirlo, progresistas y tradicionalistas, que contamina las Irmandades y cualesquiera otras estructuras que se van creando, supone un obstáculo fundamental a la hora de conseguir tener una estrategia electoral mínimamente eficiente. Los demócratas ambicionaban una estrategia bastante clara, que llevarían a cabo en la II República: la alianza con las fuerzas republicanas o, como ellos decían, contrarias al poder de los caciques. Los tradicionalistas, sin embargo, igual que le ocurrirá al resto de las formaciones de la misma ideología en el resto de España, aborrecen del parlamentarismo y temen que la alianza con políticos que «no comprenden a Galicia» pueda contaminar su mensaje, por lo que rechazan la idea de las coaliciones.
Antes de la Dictadura, de hecho, galleguistas demócratas como el propio Castelao se sintieron atraídos por este punto de vista y esta estrategia. De hecho, la segunda Asamblea Nacionalista, celebrada en Santiago en 1919; y la tercera, que se desarrolló en Vigo en 1921, fueron el teatro de la imposición de la posición de los tradicionalistas. Tan sólo Luis Peña Novo conseguirá una concejalía en La Coruña en las elecciones de 1920. Sin embargo, en la cuarta Asamblea, celebrada en Monforte en 1922, la presión de los partidarios de la participación electoral, nucleados en el nacionalismo coruñés, rompe el momio. Los coruñeses, de hecho, viran la Asamblea hacia la participación electoral y la conjunción republicana; a lo que responden los ruralistas-nacionalistas creando la Irmandade Nazonalista Galega. Presidida por Vicente Riso, abrazará un radicalismo nacionalista y un abstencionismo a muerte.
Siguiendo su estrategia, la tendencia demócrata coruñesa se acerca al federalismo republicano. Fruto de dicho acercamiento, en 1929 Antonio Villar Ponte y Santiago Casares Quiroga fundan la Organización Republicana Gallega, ORGA, llamada a ser la organización más importante del nacionalismo gallego en cuanto caiga el rey. Sin embargo, el tradicionalismo pasa completamente de la invitación a unirse a esta estrategia y en la VI Asamblea nacionalista, celebrada en La Coruña en 1930, la escisión se hace más patente que nunca.
Y en éstas, llega la Repu.
Los tintes racistas del nacionalismo gallego llegan incluso al propio Castelao, si bien en una forma de sí, pero no, digo y no digo, que, creo yo, muestra a la perfección el carácter tan gallego del de Rianxo.
ResponderBorrarEnlazo este breve estudio para ilustrar la cuestión, muy interesante a mi juicio:
http://www.um.es/tonosdigital/znum16/secciones/estudios-17-Racismo%20nacionalista.htm
Por otra parte, no entro en los méritos o deméritos políticos de Castelao, pero en lo que se refiere a su labor como historiador, que supongo interesante dada la temática del blog, se encuentran importantes lagunas, destacando por sobre todas la famosa licencia poética que se tomó con aquello de la "doma y castración del Reino de Galicia", que tan bien ha calado entre el nacionalismo gallego. Supongo que para cierta gente es muy goloso eso de que les digan lo que quieren oír, y si es cierto o no carece de importancia.
Felicidades por la serie, ya iba siendo hora de que Galicia tuviera un papel protagonista en el blog. Saludos de un marinense que hasta ahora se había limitado a leer, sin atreverse a comentar.
Risco no es solo que "cheirase" a ariosofía, es que fue abiertamente nazi (y ahí lo atestiguan libros repugnantes que se marcó años después, como su "Historia de los Judíos") El Nacional-Galeguismo ha intentado disimularlo en lo posible, pero es innegable. De todas formas, tal y como apunta Sergio, el racismo siempre fue un componente integral del Nacionalismo Gallego.
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