Todas las tomas de esta serie:
Algunas cosas a modo de introducción
In Tirerim defluxit Orontes
Y tendréis una moral
Cibeles
Egipto, o la inmortalidad
Siria-Caldea, o la omnipotencia
Hay un Bien, y hay un Mal
El así llamado paganismo
Epílogo: algunas lecturas
El camino de Dios hacia su existencia presente es difícil y complicado, pero prosigue sin descanso. Su siguiente etapa será Siria.
Algunas cosas a modo de introducción
In Tirerim defluxit Orontes
Y tendréis una moral
Cibeles
Egipto, o la inmortalidad
Siria-Caldea, o la omnipotencia
Hay un Bien, y hay un Mal
El así llamado paganismo
Epílogo: algunas lecturas
El camino de Dios hacia su existencia presente es difícil y complicado, pero prosigue sin descanso. Su siguiente etapa será Siria.
En Siria convivieron diversas religiones, aunque sin
mezclarse, como una consecuencia lógica de la elevada fragmentación, tanto
racial como orográfica, de la zona. Todas ellas conformaron un importante
conjunto de panteones semíticos que, poco a poco, fueron llegando a Roma.
El primero de los dioses siríacos adorado en Roma fue diosa:
Atargatis; que puede parecer, pero no es, la fenicia Astarté, que tenía un marido
llamado Hadad. Los griegos siempre pensaron que Astarté era la principal diosa
siria, y era por eso que no la conocían por este nombre, sino como Dea Syria. Según la descripciones de
Luciano y de Apuleyo, los creyentes de Astarté vagaban por las vías romanas
ofreciendo un espectáculo que no debía ser muy distinto de aquellos tipos que,
años ha, cruzaban las ciudades de España cantando aquello de hare Krishna. Exactamente igual que en
las creencias frigias, bailaban compulsivamente dando vueltas como peonzas, y
practicaban la autoflagelación.
Pasadas las guerras romanas contra el rey Antíoco el Grande,
el botín de las batallas, es decir los esclavos, fue repatriado hacia Roma.
Fueron ellos los que trajeron la fe en los dioses sirios. Junto con ellos,
llegaron aquéllos que los latinos conocerían como chaldaei, esto es adivinos del futuro que decían basar sus
conocimientos en la astrología caldea. Su nivel de influencia entre las gentes
rurales debió de ser tan grande que Catón previene a los terratenientes del
problema, y les insta a echar a estos arúspices de sus tierras.
El tráfico de esclavos de Siria tenía su hub en la isla de Delos, donde la
devoción por Atargatis era tan grande, que incluso griegos y romanos de origen
la seguían. La gran rebelión de esclavos ocurrida en Sicilia en el año 134
antes de Cristo fue dirigida por un esclavo apameo del que se sabe era gran
devoto de Atargatis. La influencia de este tipo de creyentes era enorme; el
propio Cayo Mario se hacía aconsejar por una adivina siria. Por lo demás, el
gran espaldarazo para la difusión de las religiones semíticas lo dio Julio
quien, tras la conquista romana del área, nutrió no pocas de sus legiones con
soldados provenientes de aquellos lugares. De hecho, aquellas levas pusieron en
contacto a Roma con deidades realmente distantes, tales como Baltis, una Madre
de más allá del Éufrates. Aziz, un dios proveniente de Edesa, en quien muchos
han querido ver la figura de Lucifer. O Malakbel, el dios preferido de los
soldados de la zona de Palmira. De todos éstos, sin embargo, quien más éxito
tuvo fue un Baal de Doliche, conocido como Júpiter por los romanos, que llegó a
tener adeptos incluso en las Islas Británicas.
Heliogábalo, el emperador adolescente que llegó al poder
tras el golpe de Estado del año 218, era un devoto creyente de Baal de Emesa.
De hecho, como muchos siglos antes, en Egipto, hizo Akhenaton, tenía el proyecto de
convertirle en el dios principal de los romanos. Tenía una roca negra traída de
Emesa que pretendía hacer el rey del panteón de dioses romano. Medio siglo
después, Aureliano tuvo la misma idea, sólo que esta vez el dios patrocinado
fue Sol Invictus, un hombre que ya se había manejado en los tiempos de
Heliogábalo. Todo ello era de inspiración siríaca. De hecho, Aureliano importó
las imágenes de Bel y Helios existentes en Palmira.
Un elemento que también tendría su éxito en la religión
cristiana y que ya existía en las religiones semíticas fue el simbolismo animal
del pez. Los sirios, de hecho, veneraban a los peces y a las palomas, lo cual
es una cosa que tal vez nos suene. Atargatis era representada en forma de pez.
Con la llegada del imperio, poco a poco Atargatis dejó de
ser la única diosa siria presente en Roma. Los comerciantes tomaron el testigo
de los esclavos como difusores de sus creencias propias y extendieron nuevas
creencias. Y así llegaron Adonis, el dios Biblos cuya muerte era llorada en la
primavera; Balmarcodes, conocido como el dios de la danza; Marna, el dios de la
lluvia en quien creían los gazaríes; o Maiuma, un dios marítimo que llegó a
celebrarse mucho en Roma. Pero también llegó, de Damasco, el Jupiter Damascenus de los latinos, que
no era otro que Baal. Hadad, el marido de Astarté, fue conocido como Iupiter Heliopolitanus, y fue venerado
en un templo, considerado una de las maravillas del mundo, reconstruido por
Antonino Pío.
No es el nombre y apellidos de los dioses lo que realmente
importa de los cultos siríacos en una descripción del sendero de Dios. Lo
realmente importante eran algunas características que tenían estas religiones y
que, en conexión con el helenismo primero, y el cristianismo después,
colaboraron para formar éste último. Debe hablarse, por ejemplo, de que las
religiones sirias, al revés que otras con la única excepción de algunas
creencias judías, no sólo admitían sino que admiraban la vida monacal, esto es,
la reacción del creyente que toma la opción de aislarse del mundo, de no actuar
en él, para estar más cerca de Dios. Resulta curioso, en este sentido, lo
fácilmente que mucha gente, sobre todo desde el descubrimiento de los llamados
Rollos del Mar Muerto, se inclina por pensar que Jesús podía ser un esenio
(siendo, como es, bastante difícil de explicar cómo un esenio viajó tanto y se
juntó con tanta gente no esenia); pero nunca reparan en que esos gestos que
hace Jesús, eso de irse al desierto a meditar y a charlar con el Diablo, más
que un gesto judío, es un gesto siríaco.
Otra cosa de enorme importancia que aportan las religiones
de Siria al cristianismo es la simbología de la cruz. Y, para que se me
entienda bien, no quiero decir que los cultos siríacos inventasen la
iconografía de la cruz (que, de todas formas, bastante antigua sí que es: ahí
está la cruz gamada, sin ir más lejos); lo que sí, de alguna manera, inventan,
es la iconografía de adorar a un ser masacrado; adorar la masacre en sí.
Imaginad a un escultor, pintor o literato que quiere exaltar
a su dios, Jesucristo. Obviamente, para esa exaltación escogerá, con facilidad,
el hecho de que su dios murió y resucitó. Pero hay formas muy sutiles de
abordar eso. Puede uno centrarse en el aspecto más positivo, y entonces esculpir
a un Jesús que asciende a los cielos con estigmas en las manos. O puede
representar el momento peor, aquél del sacrificio: a Jesús sufriendo clavado en
la cruz.
Ahora echad un vistazo a los diferentes referentes icónicos
existentes en museos y todo eso y tratad de encontrar imágenes de los primeros
tiempos del cristianismo que recojan la figura de un hombre crucificado. El
ejercicio os servirá para daros cuenta de que el protagonismo icónico de esa
figura es un fenómeno relativamente tardío en el cristianismo. Y la razón de
esa tardanza no es otra que la sociedad, incluso la sociedad creyente, de los
primeros tiempos del cristianismo, abominaba
de la figura de un dios que se había dejado torturar y matar por los hombres.
Esto es claro si se es judío; a un hebreo, esa sola idea respecto de su dios le
repugna. El dios de los judíos levanta los brazos y derriba los muros de Jericó
y de lo que se le ponga por delante. Es un dios al que no le tose ni dios. Para
aquellos judíos del siglo I, como a los actuales, la idea de un dios que envía
a su hijo a la Tierra a sacrificarlo le parecería un chiste. Y, como
sub-creencia judía en sus inicios, el cristianismo tampoco podía hacer mucho
ruido con esa movida.
Hasta que llegaron los sirios, y entraron en contacto con el
cristianismo. Las religiones sirias, asimismo en algún contacto con creencias
que ya hemos visto, entendían el concepto de un dios muerto y sacrificado
(siempre y cuando resucitara, claro). No sólo lo entendían, sino que lo convirtieron en objeto de culto,
oponiéndose incluso a escuelas muy fuertes dentro del cristianismo, como el
monofisismo.
Con todo, el principal mérito de las religiones siríacas es
que sirvieron como caja de resonancia para teologías que tendrían una
importancia fundamental en el cristianismo, como eran las creencias caldeas.
Todo este proceso, ya lo he dicho, hay que contemplarlo como
un sendero. Los senderos tienen etapas. Normalmente, los amigos de lo
paranormal y la mistabobía en general suelen tratar de hacernos creer que las
religiones míticas, notablemente la egipcia, eran creencias muy desarrolladas
cuyas potencialidades, simplemente, hoy desconocemos. Pero no es exactamente
eso. Las religiones antiguas eran antiguas. Tenían fortísimas cargas de
superstición y de creencia mágica, precisamente las dos cosas contra las que
luchará a muerte el cristianismo en cuanto pueda. Llevan el germen de
creencias, pero no son las creencias en sí.
Hasta ahora hemos visto a las diversas religiones frigias,
tracias, egipcias y siríacas cotillear con diversas ideas que nos son muy
conocidas. Notablemente, las ideas de la inmortalidad adquirida mediante la
virtud en vida, que es la clave de bóveda del cristianismo en muchísima mayor
medida que ideas como la Trinidad, que son más el resultado de luchas políticas
y relaciones de dominación que acabaron en los púlpitos. Y lo que realmente
hace sólidas esas creencias que encontramos en diversas esquinas del mundo mediterráneo
es el contacto de las mismas con la escatología caldea.
Los egipcios, a pesar de adorar al Sol, miraban al suelo. Lo
suyo era esperar las crecidas del Nilo, y dichas crecidas eran, de hecho, el
gran don de los seres inmanentes en los que creían. Pero el pueblo caldeo era
distinto. Ellos miraban al cielo. Ellos lo mapearon, ellos se dieron cuenta de
que respondía a una determinada mecánica que adjudicaron a los dioses, en una
creencia, que llamamos astrología, que es tan fuerte que sigue teniendo, a día
de hoy, millones de adeptos en todo el mundo.
Esa observación del cielo, y el convencimiento de que su
mecánica gobernaba las vidas de los mortales, llevó a caldeos a pensar, y en
esto fueron los primeros, que allí arriba podría estar el reino de los dioses.
Así pues, en una ruptura que fue fundamental para la evolución del hombre como
ser filosófico, apuntaron la idea de que las almas salvadas por su pureza no
pasaban al submundo, a vivir junto a dioses de la oscuridad; sino que subían al
cielo, a vivir junto a dioses de la luz.
Esta teoría casaba perfectamente con las ideas, que se iban
concretando antes del nacimiento de Jesús, de la inmortalidad del alma. Dónde
iban a estar las almas inmortales salvo en el cielo, donde están los astros
inmortales. Los caldeos desarrollaron ya una idea que, años después, en los
tiempos de Carlomagno, retornaría su jefe espiritual, Alcuino de York: la idea
de las siete esferas del cielo, que el alma traspasaba en su descenso hacia la
Tierra, en el momento del nacimiento (hoy se dice, todavía, eso de estar en el
séptimo cielo). Durante este viaje, hacia abajo en el natalicio, hacia arriba
tras la muerte, el alma adquiría, o devolvía, las características de cada
círculo, y no hay más que repasar los nombres de nuestros planetas para darnos
cuenta de que ahí siguen, hoy en día, declarando cada uno su idiosincrasia según
aquellas creencias viejas. En cada esfera, el alma debía de pasar por una
puerta, guardada por un portero; de esta manera, el viejo mito de Caronte
consiguió sobrevivir, hasta llegar a la simpática imagen de San Pedro guardando
las puertas del cielo; todas ellas de naturaleza muy parecida. Aquellas almas,
en virtud de su ídem, conocían las palabras de paso necesarias que habían de decir
a cada uno de los guardianes de cada esfera, para poder pasar (detalle caldeo en el que yo creo ver un contacto con la escatología tradicional egipcia; pues el famosérrimo Libro de los muertos es, fundamentalmente, un compendio de fórmulas que el muerto-momia debe conocer y utilizar para superar las diferentes etapas a las que es sometido hasta el pesaje de almas; un apprach, pues, más mágico que teológico). Las fuertes
influencias griegas se hacen ver en el hecho de que estas almas de los mitos
caldeos todavía viajan, como las que pisaron la laguna Estigia, en compañía de
un psychopompos, una especie de sherpa de almas, como lo es Hermes en
los mitos griegos. Perdía el alma todas las características mundanas en este
viaje, hasta pasar del séptimo cielo, cuando ya se convertía en esencia
inmortal.
De esta manera, la especulación en su origen babilónica
acabó penetrando en el mundo mundial, que diríamos hoy. En los siglos del
imperio romano, su atractivo fue teológicamente tan potente que acabó por
suplantar a casi todas las creencias existentes en la metrópoli. Durante un
tiempo, los adoradores de Isis siguieron celebrando el descenso de los buenos
muertos en los Campos Elíseos; pero la cosmovisión caldea era tan fuerte, que
antes incluso de comenzar a brillar la estrella del cristianismo, el subsuelo
de la Tierra había sido ya reservado para los pecadores.
Hay que tener en cuenta que lo que los caldeos denominaban
Baal de los cielos, esto es la deidad que gobernaba las estrellas, pronto entró
en contacto con las cercanas creencias persas, de modo que en tiempo de los
aqueménidas ya se confundía con Ahura Mazda. Los romanos, al recibir creyentes
de esta fe, dieron en llamar a este dios importado Júpiter Celestial o,
simplemente, Caelus. Por lo demás, el hecho de que este Baal original que acabó
sincretizándose con Júpiter viviese en la última de las esferas del cielo, allá
en lo más alto, hizo que pronto sus creyentes lo llamasen El Altísimo,
influyendo en este punto a los hebreos, que también le dedicaron este apelativo
a Jehová. En ese caldo se terminó de inventar el concepto de un dios
omnipotente. Lo que les llevó, también, la idea de un dios eterno, que había
existido siempre, y que siempre existirá.
El siguiente paso de Dios, pues, fue construirse una casa
allí donde el hombre no podía llegar y,
así, afirmar su eternidad, y su omnipotencia.
Voy a tener que revisar tu blog. Ya trabajé en Savonarola ahora me interesa revisar acerca de Quinto Sertorio
ResponderBorrar¡Saludos desde Venezuela!
Esa observación del cielo, y el convencimiento de que su mecánica gobernaba las vidas de los mortales, llevó a caldeos a pensar, y en esto fueron los primeros, que allí arriba podría estar el reino de los dioses. Así pues, en una ruptura que fue fundamental para la evolución del hombre como ser filosófico, apuntaron la idea de que las almas salvadas por su pureza no pasaban al submundo, a vivir junto a dioses de la oscuridad; sino que subían al cielo, a vivir junto a dioses de la luz.
ResponderBorrarSerá el Reino de los Cielos. Que yo sepa, los griegos ya situaban a sus dioses en el Olimpo, y luego en el cielo en general.