Hoy el blog se hace anfitrión de Tiburcio Samsa, quien en su propio blog publica en estos días tres tomas, que aquí reproduzco, dedicadas a la pequeña Historia de España en Filipinas. Son tres tomas que irán seguidas y que nos entretendrán mucho la semana.
-----------------
Los españoles llegaron a las islas
Filipinas de casualidad. Dado que el Tratado de Tordesillas había reservado el
hemisferio oriental a Portugal, en 1518 el Emperador Carlos encargó a
Magallanes que buscase una ruta por el oeste hacia las islas de las especias. Tras
un viaje accidentado, el 16 de marzo de 1521, Magallanes llegó a la isla de
Leyte. Magallanes apreció maravillado la belleza de las Filipinas y comprobó en
sus propias carnes el “bahala na” filipino. Habiendo intentando mezclarse en la
política local entre los distintos caciques, fue emboscado y asesinado el 27 de
abril de 1521 por los hombres de Lapu Lapu, que no supieron valorar sus
esfuerzos por intervenir en sus asuntos. En realidad Magallanes fue la primera
víctima de una pauta que se repetiría en los siguientes siglos con los
españoles: no saber ni qué coño estaban haciendo en las Filipinas ni qué coño
hacer con ellas.
A Carlos V saber que había unas islas
muy hermosas con unos nativos a los que a ratos les daba el “bahala na” y te
acuchillaban, no le emocionó ni poco ni mucho. Su interés estaba puesto en las
islas de las especias, las Molucas. En los años siguientes envió hasta tres
expediciones a las islas. Las tres fracasaron. En 1529, aburrido, firmó con
Portugal el Tratado de Zaragoza y le vendió sus derechos sobre las islas. Tan
poco era el interés de Carlos V por las islas, que no se mencionaron en el
Tratado, aunque, según la demarcación estipulada, caerían en lo sucesivo en la
órbita portuguesa.
Aunque con el Tratado de Zaragoza
España había renunciado a Asia, la renuncia se hacía muy dolorosa, cuando el
continente albergaba tantas riquezas. En 1535 fue nombrado como primer Virrey
de Nueva España D. Antonio de Mendoza, quien inmediatamente se aplicó a
extender las fronteras del virreinato en dirección a lo que hoy es el suroeste
de EEUU y a explorar la costa pacífica. Por esas fechas España volvió a pensar
en las Filipinas. Desde el Tratado de Zaragoza Portugal no había hecho ningún
intento por colonizarlas. Era imaginable que si España le presentaba el hecho
consumado de su ocupación, Portugal no protestase demasiado. En 1542 el Virrey
Mendoza envió a Ruy López de Villalobos a Filipinas con la misión de establecer
una colonia en ellas. La expedición fue un fracaso: la enemistad de los moros
de Mindanao y la pobreza del lugar escogido para el asentamiento hicieron que
no prosperase. El único logro de la expedición de Villalobos fue que dio a las
islas su nombre definitivo de “islas Filipinas” en honor al Príncipe heredero
Felipe.
A pesar de todos los fracasos, a los
españoles les costaba renunciar a poner el pie en Asia. Apenas llegado al
Trono, Felipe II decidió en 1559 que había que buscar una ruta que permitiera
hacer el tornaviaje a México desde Filipinas y dio instrucciones en ese sentido
al Virrey de Nueva España, Luis Velasco. En sus instrucciones señala que las
Filipinas estaban dentro de la esfera de influencia española y apunta al
objetivo final de la empresa: insertarse en las lucrativas rutas comerciales
con China. Es muy probable que Felipe II supiese que las Filipinas estaban en
la esfera portuguesa y que estuviese jugando al despistado. De hecho tanto el
Virrey Velasco como algunos consejeros le indicaron que las Filipinas eran
portuguesas, pero el que manda, manda.
La expedición zarpó del Puerto de La
Navidad el 21 de noviembre de 1564. La mandaba Miguel de Legazpi, pero el
principal personaje allí era el fraile y navegante Andrés de Urdaneta, quien
estaba convencido de que existía una ruta de tornaviaje. La flota llegó a
Filipinas en febrero del año siguiente. Mientras Miguel de Legazpi daba los
primeros pasos para iniciar la colonización de las islas, Urdaneta se aprestó a
buscar el tornaviaje. En junio de 1564 partió de Cebú en dirección a México y
el 8 de octubre llegó a Acapulco, después de 129 días de navegación. El
descubrimiento del tornaviaje fue lo que hizo posible la colonización de
Filipinas, ya que permitía comunicarse con las islas sin pasar por el
territorio controlado por los portugueses. Una consecuencia indirecta fue que
Filipinas se gobernaría desde el Virreinato de Nueva España y se vería más como
un apéndice del mismo, como la última colonia española de América, que como el
trampolín hacia Asia. Pero eso sólo ocurriría en el siglo XVII, cuando España,
cada vez más agotada, ya no tenía fuerzas para empresas imperiales. Antes de
que eso ocurriera, durante unas pocas décadas a finales del siglo XVI y
comienzos del XVII sí que pareció que Filipinas podría convertirse en la cabeza
de un gran imperio español en Asia.
Las primeras décadas del dominio
español en Filipinas fueron prodigiosas. La colonia apenas se había establecido
y tuvo que hacer frente al ataque del pirata chino Limahong que estuvo a punto
de apoderarse de Manila en 1574 y que además coincidió con la rebelión de
Lakandula y Rajah Suleiman, a la rebelión pampangueña de 1585, a las depredaciones
del pirata Cavendish, quien además capturó el Galeón de Manila en 1587 causando
grandes pérdidas monetarias, y a la gran revuelta de la comunidad china en
1603, que estuvo en un tris de conquistar Intramuros. Pues bien, a pesar de
todos esos conflictos los españoles intentaron que Filipinas fuera su trampolín
para la conquista de Asia.
En 1578 el Gobernador Francisco de
Sande recibió al sultán de Borneo, que le pidió ayuda contra su hermano, que le
había usurpado el Trono. De sande no necesitó que se lo repitieran dos veces.
Montó una expedición con 400 españoles, 1.500 filipinos y 300 nativos de Borneo
partidarios del sultán legítimo. El sultán recuperó el trono con la ayuda
española y Borneo se incorporó a los dominios españoles… durante tres años. Los
que necesitó el usurpador para arrebatar nuevamente el trono a su hermano con
ayuda portuguesa.
En 1593 el Gobernador Gómez Përez
Dasmariñas organizó una expedición para conquistar las Molucas. La expedición
quedó abortada cuando los remeros chinos se sublevaron y mataron al gobernador
y a ochenta de los españoles. A pesar de este desastre, tres años después los
españoles de Manila se dejaron seducir por los cantos de sirena de los
aventureros Blas Ruíz de Hernán González y Diego Belloso, que se habían
convertido en los factótums del país, y les convencieron de que Camboya podía
convertirse en una dependencia de España. El Gobernador Antonio de Morga no
veía muy claro el asunto, pero la presión del bando belicista y el de las
órdenes religiosas, que ya se veían evangelizando camboyanos, fue más fuerte.
Y así, el 19 de enero de 1596 120
soldados partieron a bordo de tres naves a las órdenes de Juan Juárez de
Gallinato. La expedición no fue demasiado gloriosa: uno de los barcos
embarrancó en la desembocadura del Mekong y sus hombres tuvieron que subir a
pie hasta Phnom Penh, otro se extravió y acabó en el estrecho de Malaca. El
tercero al menos llegó a destino. Los adjetivos “bienvenida” y “venturosa” no
describen adecuadamente la presencia de los expedicionarios españoles en Phnom
Penh. Su estancia terminó con el barrio chino saqueado, las fortificaciones
quemadas y el rey camboyano muerto. Casi parecían hooligans ingleses de
vacaciones en Benidorm.
Gallinato se retiró, entendiendo que
Camboya era un berenjenal, pero Belloso y Ruíz pensaban que era un berenjenal
donde podían hacerse ricos y se quedaron a seguir liándola parda. Pronto los
aventureros, los buscavidas y los frailes de Manila empezaron a urgir al
Gobernador a que enviara otra expedición a Camboya, que aún quedaban cosas que
romper. Al Gobernador le dieron tanto la barrila que autorizó a que Luís Pérez
Dasmariñas, el hijo de Gómez, organizase costeándola él mismo una expedición.
La expedición estuvo compuesta por tres barcos, doscientos soldados y marinos y
cuatro frailes. Lo de lo frailes sería para despistar más que nada. Nuevamente
los españoles demostraron lo negados que eran en las cosas de la mar. La nave
almirante, donde iba Luís Pérez Dasmariñas se perdió de resultas de una
tempestad y terminó en Cantón, donde quedó varada durante 18 meses. Una de las
naves logró llegar hasta Phnom Penh justo para ver cómo a Belloso y a Ruíz los
corrían a gorrazos. Los camboyanos capturaron y quemaron la nave española. Sólo
sobrevivieron tres de los españoles.
¿Qué aprendieron los frailes y el
partido belicista de Manila de todo esto? ¡Que había que mandar otra expedición
a Camboya! El dominicano Gabriel Quiroga de San Antonio se embarcó en un
largísimo viaje hasta España para presentar un memorial al Rey Felipe III en el
que se le encarecía las ventajas de emprender la mencionada expedición. En
apoyo de su peregrina idea publicó en 1604 en Valladolid una “Breve y verdadera
relación de los sucesos del Reino de Camboya al Rey Don Felipe Nuestro Señor”.
No sé si la relación se puede encontrar hoy en día en español, pero existe una
traducción al inglés que la editorial White Lotus publicó en 1998 y que es
fácil de encontrar.
El epílogo de la relación de Quiroga
de San Antonio merecería figurar en una antología del disparate. Aparte de
conquistar Camboya, sugiere emprenderla también a gorrazos con Cochinchina,
Siam y champa y deja la puerta abierta para darle unos capones a Laos. Señala
la riqueza de estos reinos, pero afirma que el principal beneficio de la guerra
será “la salvación de tantas almas y la difusión del evangelio”.
Precisamente en lo que estaban pensando Belloso y Ruíz todo el tiempo mientras
saqueaban el barrio de los comerciantes chinos en Phnom Penh. Otros beneficios
que se obtendrían de la empresa sería hacerles la cusqui a los holandeses que
ya habían hecho acto de presencia en esas latitudes y hacerse con los productos
que producían dichos reinos. Otra ventaja que se sacaría me parece muy
interesante: dar una ocupación a todos los ociosos e inútiles de México, Perú y
Filipinas, que ellos solos se bastarían para la empresa, sin que fuera
necesario enviar tropas desde España.
Aunque admiro el conocimiento del autor sobre esta historia, creo que el comentario sobre la incapacidad de los españoles en el mar es un topicazo que baja el nivel.
ResponderBorrarEn aquella época todos perdían barcos y aunque las expediciones podían adolecer de falta de organización, hay que recordar que en su mayor parte eran iniciativas "freelance" (perdón por el anglicismo), con recursos limitados.
Y como se suele decir, juzgar a la gente de entonces con nuestra mentalidad actual es un terreno muy resbaladizo.
No quiero dar lecciones a quien sabe mucho más que yo, pero agradezco la oportunidad de por lo menos poder hacer este pequeño inciso.
Un relato simplista , amorfo , falto de concrecion , con un lenguaje de estar por casa y lleno de topicazos , una pena pues es un tema muy interesante .
ResponderBorrarA mi me parece muy bien que critiques. Pero, como le escribía el otro día a otro comentarista, estaría bien que estas críticas aceradas vayan un poco argumentadas
Borrar