No te olvides de que esta serie ya ha tenido un primer, segundo, tercer, cuarto, quinto, sexto, séptimo, octavo, noveno, décimo, décimo primero, décimo segundo, décimo tercer, décimo cuarto, décimo quinto y décimo sexto capítulo
Los sermones de Savonarola, que no se olvide se produjeron
inmediatamente después de otros actos de desafío, colmaron la paciencia del
Vaticano (y eso que el Vaticano aprendió a ser paciente de un señor que pedía
clemencia para los que le habían clavado a un madero). Pero los frateschi, a base de tanto contacto con
los franceses, habían aprendido algo de política, o sea algo de dar por culo.
Mediante un enviado a Roma, insinuaron la posibilidad de cambiar
definitivamente de bando y adscribirse a la Liga antifrancesa, a cambio de que
su líder dejase de ser un predicador proscrito. El sobrino de Pico della
Mirandola añadió gasolina a la hoguera publicando una apología del prior,
dedicada al duque de Ferrara, uno de los personajes principales de la política
romana, que tuvo que volver grupas y visitar al Papa con el rabo literalmente
entre las piernas (no fuese que los curas, que para esto se visten por los
pies, se lo cortasen).
Roma se estaba convirtiendo en un tsunami antisavonaroliano,
ello fundamentalmente porque el propio Savonarola era otro tsunami, y muchos
adivinaban que en una pelea entre olas sólo una podía prevalecer. Los folletos
con los sermones del prior se imprimieron en varios idiomas, y sus críticas a
la depravación romana cruzaron los Alpes, llegando, sobre todo, a Alemania;
territorio que, como demostraría bien pronto Lutero, estaba dispuesto para el
cisma. Para colmo, el eterno Carlos de Francia, oliendo el olor acre de la
polémica, volvió a sacar a pasear su idea de convocar un Concilio General.
Roma, a las puertas del año jubilar, a punto de doblar la
esquina del siglo, estaba literalmente acojonada.
Alejandro perdía la paciencia. Ante Bonsi, el embajador
florentino enviado al Vaticano, y por varias veces, reclamó, en soledad y
también en presencia de cardenales, una afirmación categórica, inequívoca, en
el sentido de la alianza de Florencia con la Liga antifrancesa, caso de que
Carlos volviese a invadir la península. No obtuvo nada. Savonarola, inasequible
al desaliento, llevando sus ilusiones al terreno de los delirios, seguía
creyendo en el francés cada vez que éste hacía el menor gesto de apoyo o de
convocar un Concilio que supondría, con casi total seguridad, un conflicto
cismático.
El Papa Alejandro terminó por perder la paciencia. Le gritó
a Bonsi, delante de los cardenales, que la actitud de Savonarola era
intolerable incluso realizada por un turco o un infiel de cualquier otra
procedencia, y lo envió a Florencia con un ultimátum.
El embajador regresó a la ciudad Toscana después de las
elecciones. Ni la Signoria ni los Diez estaban ya en manos de los frateschi. Así pues, el gobierno dejó
libertad de voto a sus miembros.
Temeroso de que el gobierno florentino se volviese contra
él, Savonarola subió al púlpito para enardecer a las masas; para ganar en la
calle, y en la iglesia, lo que había perdido en las urnas. Agarrándose a una
frase del mensaje romano, que lo calificaba de “hijo de la iniquidad”, buscó
ese típico efecto de los demagogos consistente en convertir todo ataque a ellos
como un ataque a la colectividad (este recurso los nacionalistas lo bordan, sin
ir más lejos); así que le dijo a los florentinos que era a ellos a quienes
había despreciado el Borgia, y reclamó del gobierno de la ciudad más firmeza en
su defensa.
La Signoria respondió a aquel estímulo dando un paso atrás
en su oposición, y remitiendo al Papa un comunicado defendiendo al prior, y
asegurando su total fe en la Iglesia católica, “aunque”, matizaron, “nuestra
mayor preocupación, por encima de cualquier otra, es nuestra República”. Todo
un tratado sobre la relación entre el poder espiritual y real.
En realidad, este movimiento por parte del gobierno de los arrabbiati era una carambola a tres
bandas. Buscaban, con tal respuesta, encabronar definitivamente al Papa para
que terminase de castigar a Savonarola. Una vez excomulgado, el prior tendría,
muy a su pesar, que obedecer la orden de no predicar (ya no podría administrar
la eucaristía; ni siquiera podría entrar en la iglesia o profesar en San
Marcos), y quedaría inerme ante ellos; porque Girolamo Savonarola, sin el
púlpito, no era nadie. La jugada, sin embargo, les salió mal. No contaban con
la astenia que a ratos le iba y le venía a Alejandro en todos los temas
jodidos. El Papa, en realidad, estaba dispuesto a encontrar una salida
negociada al conflicto y, consecuentemente, no montó el pollo esperado cuando
recibió la carta.
Alejandro Borgia se hizo leer la carta en voz alta por el
obispo de Parma. Terminada, suspiró y musitó algo así como: “menuda carta
jodida”, y se sumergió en meditaciones, con una cara de la mala hostia que si
en ese momento entra en la habitación el Diablo habría pensado que el Vicario
de Cristo le había dejado sin curro. Sin embargo, no dio el paso que todos los
enemigos de Savonarola esperaban, sino que envió a Bonsi de vuelta a la ciudad
con otro ultimátum. El obispo de Parma le dijo a Bonsi, por su parte, que le
transmitiese a Savonarola el mensaje de que, si mostrase algún signo de
sumisión, el Papa estaba dispuesto a dejarle predicar.
La debilidad del Papa, sin embargo, no hizo sino enervar las
presiones de los enemigos de Savonarola. Ludovico Sforza clamó por una
decisión. Piero de Medici reapareció en los salones vaticanos. Y un viejo, muy
viejo amigo de Savonarola: Fra Mariano da Gennazzano.
El hermano Mariano, otrora líder retórico de las iglesias
toscanas, que había sido amarga y dolorosamente descabalgado por el joven
Savonarola, era todo un personaje. General de su orden, tenía una iglesia en
Roma donde predicaba con gran éxito.
Gennazzano fue alquilado para dar un gran sermón en Roma
contra Savonarola, ante un auditorio de notables. La cosa, sin embargo, no salió
bien. De hecho, el fraile cometió los mismos errores que siete años antes,
cuando su sponsor era Lorenzo de
Medici. Por decirlo claramente, se pasó de frenada. Apeló a Savonarola de
judío, de ladrón, de alimaña. Se dirigió a los notables romanos y les gritó: “¿Cómo
podéis soportar a ese monstruo, esa hidra?” Afloró en sus palabras todo el odio
de los antisavonarolianos, pero lo hizo con tanta claridad que los notables
indecisos, dudaron.
Sin embargo, la gente lo tenía bastante más claro. El pueblo
romano asaltó la embajada florentina. Bonsi dimitió como embajador, y su
renuncia llegó a Florencia en el mismo correo en el que llegaba la respuesta del
Papa.
El partido del prior trató de discutir el asunto en los
Ochenta, donde todavía podían soñar con tener mayoría, pero fueron bloqueados. La
oposición había decidido someter la cuestión a referéndum, y por ello convocó,
el 14 de marzo, una magna reunión de las muchas instituciones representativas de
la ciudad. Terminada la votación, Savonarola sacó ocho votos a favor, y 17 en
contra, y 7 abstenciones. Envalentonada, la oposición anunció su pretensión de
convocar el Gran Consejo. Los frateschi lo
bloquearon, sabiendo que el Consejo aprobaría el referéndum, y que éste los iba
a echar literalmente de la ciudad. Consiguieron los savonarolianos desviar el
asunto a una comisión especial de 19 miembros; pero este órgano no hizo sino
votar lo mismo.
En este punto, los miembros del partido de Savonarola ya sólo
se preocupaban de salvar sus culos. Así pues, llegaron a un acuerdo con sus
opuestos, basado en que San Marcos no sería cerrado, a cambio de que Savonarola
dejase de predicar. Valori le ofreció, en nombre de todos, la oportunidad de
someterse voluntariamente. Savonarola contestó que todo estaba en manos de
Dios, y que contestaría al día siguiente.
Al día siguiente, 18 de marzo de 1498, Girolamo Savonarola
pronunció su último sermón.
Esto solo puede significar que has perdonado mi desliz con wikipedia!! posteando en domingo y del buen Girolamo! :)
ResponderBorrarAhora, en serio, gracias Juan, por el trabajo que pasas y por contarlo tan entretenido! Adoro tu blog! :)