La inquina de Savonarola contra los objetos que consideraba
prueba de vanidad ha sido exagerada muy a menudo, en lo que supone de
destrucción de cosas que hoy consideraríamos de gran valor artístico. Lo que
ardió, por varias veces, en la Piazza della Signoria, fue un conjunto de cosas
caras; tanto, que en la segunda hoguera de las vanidades incluso hubo un judío
veneciano que ofreció 120.000 escudos por llevárselas. Sin embargo, el
escándalo contemporáneo por aquellos hechos fue prácticamente inexistente, y
ello porque, a pesar como digo de lo que sostienen los mitos, en aquellas piras
ardieron obras de arte de escaso valor. Únicamente se suelen citar entre las
víctimas del fuego con algo de valor algunas copias de obras de Bocaccio, y
algunos dibujos de Fra Bartolommeo.
Savonarola, de hecho, tenía una gran sensibilidad personal
hacia los objetos culturalmente valiosos. Cuando el gobierno de Florencia puso
a la venta una serie de manuscritos y códices de la biblioteca Medici, hizo que
San Marcos los adquiriese, aunque para ello tuviese que vender algunas tierras
del monasterio. Aquellos códices pueden hoy visitarse en la Biblioteca Mediceo Laurenciana gracias a que el fraile evitó su dispersión, cuando no
pérdida, mediante la venta a compradores diversos.
Las mayores críticas a las hogueras de las vanidades las
recibiría Savonarola desde su propio partido. Muchos frateschi, en efecto, no entendían por qué aquellos bienes tan
caros habían sido quemados, en lugar de vendidos. Esto, en parte, era también
un síntoma de la marea baja que empezaba a experimentar el radicalismo
savonaroliano, una vez que las condiciones de la ciudad se estabilizaban e
incluso mejoraban un poco. El prior de San Marcos presionaba casi cada día a
los magistrados de la ciudad para que hiciesen cumplir sus estrictas normas
contra el vicio, pero éstos eran cada vez más reluctantes a hacerlo.
Mientras esto ocurría, la recién creada congregación
tusco-romana presionaba en el Vaticano al Papa Alejandro para que excomulgase
al fraile, convencidos como estaban de que era la única forma de pararlo. Sin
embargo, Alejandro no estaba por la labor de fomentar el enfrentamiento. En
marzo de 1497, envió a un emisario secreto a la ciudad para ofrecerle al gobierno
la devolución de Pisa, a cambio de que Florencia se uniese a la Liga. El
emisario que asimismo envió Florencia a Roma se encontró a un Papa de tonos muy
nacionalistas (lo cual tiene su coña, teniendo en cuenta sus leves orígenes
italianos) que decía ver en la tentativa de la Liga una posibilidad de unificar
Italia (cabe entender que bajo su mandato o tutela), e instando a los
florentinos a portarse como italianos y “dejar a los franceses donde deben
quedarse”; o sea, en Francia. Florencia, sin embargo, rechazó la oferta, y lo
hizo, fundamentalmente, porque sabía que el Papa prometía cosas que no podía
cumplir, porque los venecianos no estaban por la labor de permitir que Pisa
retornase a sus antiguos señores.
En esas estaba la política internacional, cuando, el 27 de abril,
Piero de Medici se presentó en las afueras de Florencia. En los meses
anteriores, la verdad, el otrora gobernante de Florencia no había pasado un
tiempo muy agradable. Se había convertido en una especie de palestino de las
cortes italianas: todos sus colegas de las grandes familias peninsulares
reconocían la injusticia y desgracia que había caído sobre él, pero no lo querían
en su mesa ni media hora. Por ello, Piero el medio idiota languidecía en Roma,
en casa de su hermano el cardenal, donde llevó una existencia aislada,
controlada por sus más cercanos, quienes le comieron la oreja con la milonga de
que no tenía nada más que presentarse a las puertas de la ciudad para que ésta
cayese, feliz y contenta, a sus pies.
Cuando se presentó en las puertas de la ciudad, sin embargo,
estaban cerradas. Llovía a mares y esperó en vano, varias horas, hasta que se
convenció de que no se las abrirían.
La visita de
Piero de Medici fue una mera anécdota para él, pero importantísima para
Florencia. Dentro de la ciudad, el hecho de que el Medici hubiera tenido la
valentía de presentarse allí hizo sospechar que tal vez contaba con una quinta
columna interior, lo que inmediatamente provocó una lucha interna de grandes
proporciones. Los arrabbiati se
lanzaron , en primer lugar, contra los bigi,
principales sospechosos, que fueron golpeados y linchados con violencia. Cuando
esto se acabó, la violencia indignada era ya tanta, y estaba tan disparada, que
no supo parar, así que tomó a los frateschi
como objetivos. Sólidamente asentados en los cargos de gobierno elegidos para
mayo y junio, los arrabbiati
decidieron realizar una campaña contra los hombres de Savonarola, iniciada con
una manifestación monstruo para la que eligieron el día de la Ascensión, o sea
el 4 de mayo.
Quizá pensaron que eso obligaría a Savonarola a huir, como
de hecho le recomendó su gente. Pero, si lo pensaron, es que no lo conocían. El
fraile anunció que, lejos de huir, protagonizaría las fiestas con un sermón. La
noche antes de dicho sermón, un grupo de arrabbiati
entró en la iglesia y, entre otras cosas, se cagó [sic] en el altar. Cuando
Savonarola llegó al templo, la mierda había sido retirada por sus frailes, pero
a las puertas había una multitud rabiosa reclamando venganza.
El sermón de Savonarola, probablemente, era en su inicio un
sermón relativamente conciliador. Pero, ante la presión de la gente, adoptó un
tono bien distinto. Como Savonarola no era ningún imbécil, se guardó mucho de
utilizar el tono del enfrentamiento y el de la guerra civil, sino en el del
martirio personal. Aseguró a sus fieles que “el tiempo del juicio ha llegado” y
que él había visto claro que la primera víctima del mismo sería él. Que había
visto que sería traicionado y vendido como José a los egipcios; y vaticinó que “una
vez que los bárbaros hayan encontrado la paz entre ellos, devastarán Italia”.
Acto seguido, dedicó a sus enemigos las palabras de Jesús en la cruz: “perdonadlos,
porque no saben lo que hacen”.
Si buscaba el fraile tranquilizar los ánimos, no lo
consiguió. En ese momento de su sermón, algunas cosas no muy claras ocurrieron.
Hay quien dice que fue una especie de pánico colectivo por un ruido inesperado
(al parecer, a alguien se le cayó una caja de limosnas al suelo), hay quien
dice que fue un ataque en toda regla. Lo que es un hecho es que dentro de la
iglesia se produjo un caos increíble, en medio de los gritos de Saronarola para
no responder a las agresiones, mientras trataba de salir del templo protegido
con una gran cruz.
El gobierno de Florencia respondió a los hechos cerrando
todas iglesias. Una comisión fue creada para devolver la paz en la ciudad. El
ambiente estaba súper enfrentado y en las esquinas de la ciudad había más nervios que en un filete del Lidl. Incluso Savonarola hizo pública una carta
en la que renunciaba provisionalmente a predicar, por un siaca. A pesar de ello, los arrabbiati exigieron, en la Signoria, su
prohibición total, que no prosperó.
Seriamente preocupado por las gestiones crecientes de sus
enemigos ante el Papa, Savonarola le escribió una carta extraordinariamente
conciliadora en la que le invitaba a no hacer caso de nadie y leer directamente
sus sermones. En un ejercicio de cinismo bastante acusado, argumentó que sus
ataques habían sido siempre de carácter general, y que nunca se había dirigido
contra Papa alguno de forma individual.
A Alejandro aquella carta le gustó. Pero le dio igual,
porque le llegó días después de que hubiese despachado la prohibición total de
predicar para el fraile. Gracias, sin embargo, a que el portador de la orden,
un tal Camerino, estaba acojonado por su seguridad personal una vez entregada
la misiva, y no se atrevía a entrar en Florencia, pudo recuperarla
… o no.
… o no.
Camerino, que era enemigo declarado de Savonarola, nunca
entró en Florencia, así pues pudo devolver el breve a su autor. Sin embargo, el hecho de
que el Papa hubiese utilizado una forma un tanto extraña para expresar su
voluntad jugó en contra del secreto que quiso darle a la comunicación
al final. En lugar de una comunicación de carácter universal, Alejandro había
redactado la carta en forma de instrucciones específicas para las parroquias
florentinas. Camerino, estando en Siena, decidió renunciar a comunicar la carta
en la ciudad… pero no a las iglesias, y por eso le dio una copia a un fraile,
que la llevó a algunas de ellas. Finalmente, pues, seis iglesias de Florencia,
que habían recibido la comunicación, la publicaron.
Los arrabbiati,
para los cuales esta prohibición de predicar (unida de la advertencia a quien
escuchase a Savonarola de caer en excomunión y herejía) era oro molido,
colocaron la ciudad de Florencia en momento fiesta. Y qué momento. Las campanas tañeron al vuelo. Se abrieron
las tabernas. Algunos palios de las iglesias terminaron arrastrados por las
calles. Los burdeles regresaron a la velocidad de crucero; al mismo tiempo se montó un follón y se folló un montón. A una procesión del pequeño ejército de adolescentes de Savonarola le dieron una mano de hostias. Muchos
florentinos iban en la noche a las calles adyacentes a San Marcos, donde le
cantaban serenatas pornográficas al fraile.
Dos días después, un folleto editado por Savonarola
declaraba la excomunión inválida, por estar basada en acusaciones falsas.
Siguió celebrando misa en San Marcos y, en un segundo folleto, insinuaba la
posibilidad de solicitar la convocatoria de un Concilio General.
Las cosas no le pintaban bien.
Pero él tenía una flor en el culo.
Las cosas, de hecho, estaban a punto de cambiar.
Hoy pense que se lo cargaban...siempre leo las aventuras del fraile con miedo por si acaban. Me cae bien el buen hombre. : )
ResponderBorrarEstas series, suelo esperar a que se terminen para leerlas todas de un tirón, pero esta no parece tener final :D Voy a tener que descargar el tomo I ya .... ;D
ResponderBorrarUn saludo