Una de las ideas que se obtiene de la lectura de memorias escritas por combatientes o simpatizantes republicanos es la de que, en ese lado de la guerra civil, la impresión durante las primeras semanas de la guerra era de que la iban a ganar por goleada. Las milicias populares y, en general, los partidarios del Frente Popular, recibieron con lógico optimismo la noticia de que plazas como Madrid, Barcelona, Valencia o Bilbao habían resistido el embate golpista, combinada con el hecho de que el principal activo bélico de los alzados permanecía empantanado en África. Muchas personas y muchos estrategas creyeron que ganarían la guerra a las primeras de cambio con la punta del rabo (éste es el espíritu, de hecho, de la primera alocución radiada de Prieto tras el golpe) y, consecuentemente, se llevaron la desagradable sorpresa de comprobar que no era así. Es en este entorno de significado simbólico en el que hay que situar episodios como el Alcázar de Toledo o la acción de Legutiano. Cada uno en su terreno. Para los vascos, Villarreal de Álava fue la triste demostración de que no eran ni tan fuertes ni tan superiores, y de que, tal vez, habían escogido el bando equivocado si lo que querían era ganar, y los que habían acertado eran los navarricos.
En aquel invierno, primero de la guerra, se aumentaron los efectivos con tres nuevos reemplazos. Pero el ejército vasco seguía teniendo el mismo problema que semanas antes: la carencia casi absoluta de mandos bregados en las técnicas militares. Es lógico que toneladas de españoles para los cuales todo el contacto con el Ejército ha sido pasarnos un año de nuestra vida desfilando y haciendo chorradas podamos pensar, en algún momento, que un militar es un tipo que sabe marcar el paso y poco más. Lejos de ello, el oficio militar puede ser tan o más complicado que el de ingeniero de una central nuclear; y, además, exactamente igual que el ingeniero tiene que dar lo mejor de sí mismo el día que hay un escape radiactivo, del militar se espera que lo haga en caso de guerra. Los inspectores del ejército republicano que realizaron informes sobre las tropas vascas no dejan lugar a dudas en sus notas en que, también en Euskadi (y digo también porque éste fue el gran mal de las milicias populares), el ejército era una armada de chichinabo, con escasos niveles de disciplina y mandos por lo general muy jóvenes que probablemente se sabían de memoria artículos de Sabino Arana; pero en técnica militar estaban más bien peces. El general Martínez Cabrera, por ejemplo, describe a las tropas de Euskadi como «más bien grupos de hombres fuertes y bien cuidados que batallones en el verdadero sentido militar del término».
En febrero de 1937 empiezan los problemas en serio. Como ya hemos tenido ocasión de comentar, tras las primeras semanas de 1937 y ante los problemas registrados en Guadalajara, Franco cambia de objetivo a corto plazo y se dirige hacia el Norte. Pronto es bastante evidente para la República que los golpistas preparan grandes acciones en este teatro, que es un teatro muy ancho y, por decirlo así, amenazado por todos los lados, incluso el mar. El gobieno vasco monta en cólera cuando los aviones de guerra que estaban en Lamiako y Sondika son trasladados a Asturias, «dejando», afirma el gobierno autónomo en un cablegrama a Valencia, «riqueza industrial Vizcaya indefensión absoluta». El 27 de febrero ocurrirá otra cosa sobre cuya importancia se ha discutido mucho pero que, en todo caso, no puede considerarse sino una putada: el ingeniero Alejandro Goicoechea, diseñador del llamado Cinturón de Hierro de Bilbao, deserta al bando franquista.
El Cinturón de Hierro de Bilbao, verdadero mito de la guerra que sus constructores decían poco menos que capaz de parar al mismísimo Godzilla, era, como digo, la gran esperanza blanca de los bilbainos. Consecuentemente, no son pocos los que consideran que la huida de Goicoechea, que conocía bien su estructura y sus puntos débiles, fue fatal para la ciudad. No obstante, también cabe anotar aquí que algunos conspicuos combatientes han dejado dicho o escrito que aquel cinturón era más bien cintita, y de hierro nada. Era una estructura de protección, sin duda; pero no está claro hasta qué punto tenía la capacidad de detener una invasión en superioridad de condiciones como la que enfrentó.
Al finalizar el primer trimestre del año 37, el ejército vasco tiene en las trincheras 40.000 hombres, por lo que su problema sigue sin ser de efectivos; aunque empiece a serlo ya de material, cosa que no ha pasado hasta entonces, gracias al efectivo bloqueo naval de los franquistas. Con todo, su problema sigue siendo la descoordinación táctica, pues los diferentes sectores del frente se entienden poco entre ellos y se ajustan malamente. En este sentido, quizá, el ir perdiendo la guerra ayudó a los gudaris, pues conforme tuvieron que defender menos territorio, más fácil les fue coordinarse.
El 31 de marzo comienza el anunciado y temido ataque franquista, con mayor fuerza incluso de lo esperado. El gobierno vasco reaccionó reuniéndose con todos los mandos de la zona, también los del EPR, y llamando a cuatro nuevas quintas, movilizando a todos los hombres aptos y creando un Tribunal Militar de Euskadi. De entonces son los angustiosos mensajes de Aguirre a Valencia solicitando aviones que nunca llegarán.
Los vascos adoptan como puntos de resistencia el monte Sebigan y los Inchortas, pero será en este momento, ante el grave empuje enemigo, cuando paguen el error de haber creído que los mandos militares pueden improvisarse de la noche a la mañana. El gran problema de las tropas vascas durante esta ofensiva es la indisciplina o, si se prefiere, la incapacidad de los mandos para controlar los deseos de los soldados de, en viendo las cosas puteonas, hacerle un calvo al enemigo y salir de najas. Algunas unidades deben ser desarmadas ante el grave peligro de indisciplina y otras, simple y sencillamente, aparecen en Bilbao.
El 25 de abril, el gobierno vasco da otro paso en el acercamiento al gobierno central. Es en esa fecha, casi nueve meses después de comenzada la guerra, que acepta la estructuración del ejército de la misma forma que el EPR, en divisiones y brigadas, una decisión básica de libro cuando dos fuerzas combaten juntas. Pero es que ellos, claro, eran vascos. Distintos.
Un día después de esta decisión, cae Eibar. Al siguiente, Marquina. El 28, caen Durango y Lequeitio. Al día siguiente, Guernica. Hay que remontarse muy al final de la guerra para encontrar una semana tan negra.
El 5 de mayo llega la gran respuesta de Aguirre, quien además de lehendakari es aún consejero de Defensa, a la situación desesperada. ¿Podría ser entregar la dirección táctica de la guerra al EPR? Podría ser. Pero no es. La decisión consiste en asumir él personalmente el mando de las tropas. Dicho de otra forma: a pesar de los gestos que ha tenido que ir realizando por mor de los difíciles resultados de la guerra, el gobierrno vasco sigue soñando con dirigir un ejército vasco, de vascos y para los vascos. Ciertamente, los nacionalistas vascos llaman la atención sobre un hecho que no se puede negar: lo primero que tiene que ser capaz de hacer un jefe militar es mantener las tropas en combate, es decir aportarles moral y combatividad. Y esto es algo que, en el País Vasco cuando menos de 1937, sólo podía hacer el PNV. Por lo demás, también hay que decir que la alergia vasca a las unidades no vascas también tenía su razón de ser. Como bien señalan diversos testimonios, la llegada a Bilbao y su zona de unidades de Asturias y Santander, unidades normalmente con adscripción ideológica de izquierdas, supuso la producción en Euskadi de hechos que hasta entonces no habían sido normales; notablemente, las agresiones, o cosas peores, de religiosos. Dado que las izquierdas con pistola de la guerra civil fueron mucho menos democráticas y amantes de los derechos humanos de lo que por lo general pretenden hoy sus nietos, en una comunidad como la vasca, que no tenía ni medio problema de desafección con su fe católica y sus ministros, la cosa no es tan fácil como decir que a Euskadi llegaron tropas del resto de España a ayudar.
El 29 de mayo, si los franquistas escupen, el lapo mancha los contrafuertes del Cinturón de Hierro de Bilbao.
Por esas fechas, y siguiendo la petición de los propios vascos, el gobierno central envía allí a un general, Mariano Gámir Ulibarri. Aguirre está dispuesto a entregarle el mando sobre las tropas, pero no a dejar de ser consejero de Defensa (una vez más, la polisemia...). Gámir, sin embargo, es un bombero con un cubo agujereado y una pala de playa al que envían en solitario a apagar el incendio del Liceo de Barcelona. Para entonces, las unidades de gudaris están mal pertrechadas, estrechitas de moral y absolutamente carentes de mandos intermedios con las bragas bien puestas. El 12 de junio, los franquistas inician el embate contra el famoso Cinturón. Las brigadas I, V y VI nacionales entran por el cinturón sin grandes dificultades (utilizando un tramo especialmente mal dotado, cierto es), provocan la práctica desaparición de la I División de Euskadi, y penetran más de dos kilómetros por el valle de Asúa. Ese mismo día, los franquistas tienen ya la posibilidad de ubicar piezas a tiro de la ciudad, a la que comienzan a hostigar.
Prieto, quien también se plantea la huida a Santander de las tropas republicanas, decide finalmente, probablemente por la importancia industrial del enclave, que éstas coloquen su línea de resistencia en la orilla izquierda del Nervión. Consecuentemente, el 14 Gámir ordena la voladura de los puentes sobre la ría; pero la I brigada navarra hará inútil este gesto, pues logra cruzarla en un movimiento muy audaz, y crear una cabeza de puente. El 15 se decreta la movilización general en Bilbao. El 16 comienza a bombardearse Archanda. Es ese día cuando el gobierno vasco se reúne y decide abandonar la ciudad. El día 17, ya rodeado Bilbao por el sur, Aguirre pedirá un último y, a mi modo de ver, bastante estúpido, esfuerzo a tres de sus batallones de gudaris más acérrimos: la reconquista del casino de Archanda. Los nacionalistas lo conseguirán, a sangre y fuego, pero por muy poco tiempo.
El gobierno vasco abandona Euskadi.
El 6 de agosto, ya fuera de Euskadi, los gudaris dejarán de llamarse Ejército Vasco para pasar a ser el XIV Cuerpo de Ejército de la República. El 14, se rompe el frente santanderino y el coronel Adolfo Prada, jefe supremo del XIV Cuerpo, ordena su repliegue a una línea de contención. Pero las tropas no combaten ya y están en un total estado de descomposición. Tres batallones desertan esa noche y se dirigen a Santoña.
Santoña...
Este Alejandro Goicoechea ¿es el mismo que diseñó el talgo?
ResponderBorrargus
Sï, el mismo.
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