Todo ocurrió el día 31 de agosto de 1935. En tal día, el minero Alexis Stakhanov, minero de la cuenca del Don, fue capaz de extraer, en una sola jornada de trabajo, 102 toneladas de carbón. Una bestiada, vamos. Entonces, para que nos hagamos una idea, un minero sólo venía a extraer, como mucho, 12 toneladas de carbón en un solo día.
La nomenklatura soviética se fijó enseguida en esta machada y creó, mediante la propaganda, el mito del estajanovismo, que consiste en el constante deseo de superación para producir más y más.
Lo que habitualmente no sabemos es que Stakhanov fue rápidamente superado. En Gorki, un obrero forjador llamado Bussigin forjó 127 berbiquíes por hora, lo cual es más de dos por minuto. En Vinogradov, dos obreras textiles doblan su producción, de 70 telares por día a 144. En las minas cupríferas de los Urales, el obrero Ivantchikov produjo 9,7 veces la norma establecida por la dirección.
El sistema productivo soviético entró en una especie de locura. En la industria de pulimento de ruedas la norma era pulir seis pares por jornada. Un obrero alcanza los 12, luego otro los 15, luego otro los 18. La producción de este sector se triplicó en muy poco tiempo. Un metalúrgico en Krivorog bate la norma de producción en un 2.300 por 100 y, algunos días más tarde, se bate a sí mismo llegando al 2.500 por 100. Finalmente, un minero de carbón llamado Gorbiatuk supera al propio Stakhanov, produciendo, en el tiempo que éste extrajo 102 toneladas de carbón, la astronómica marca de 405 toneladas. Una semana más tarde, un tal Borisov alcanza las 800 toneladas.
Así pues, que sepáis que por encima de los estajanovistas aún están los gorgiatukiños y, sobre todo, los borisovistas.
Todo esto forma parte de una estrategia por parte de las autoridades soviéticas. Lo que al principio era una competición individual entre semidioses proletarios se acaba convirtiendo en el reto nacional de ver quién es más estajanovista.
El estajanovismo, por lo demás, es plenamente coherente con la filosofía económica del estalinismo. Stalin y sus gentes se obsesionaron con que la URSS produjese más que Occidente, olvidando el reto de que fuese más productiva, que no es exactamente lo mismo.
Durante la década de los treinta, en la URSS se abrieron un montón de fábricas y se incorporó a la producción a millones de obreros. De esta manera, un comité central tras otro, el PCUS podía reportar incrementos exponenciales en la producción, escondiendo con ello la realidad de que dicha producción, en realidad, era crecientemente ineficiente. En aquella época se estimaba, de hecho, que al menos uno de cada diez obreros no alcanzaban las normas de producción mínima.
El estajanovismo, de hecho, no hizo sino demostrar este aserto. Ciertamente, las producciones estajanovistas eran siderales porque quienes las hacían se esforzaban. Pero crecimientos tan acusados de la producción venían a demostrar, paradójicamente, que los críticos del sistema soviético tenían razón y, en realidad, parte de dichos aumentos estaban justificados en el hecho de que, hasta entonces, la productividad había sido una mierda.
Pero es que hay más. El estajanovismo tuvo un punto tramposo. Los propios propagandistas del comunismo en España, en un gesto de cierta inocencia todo hay que decirlo, reconocen, en los artículos de la época escritos sobre la materia, que los distintos récords de producción eran anunciados y planificados con antelación; y que, de hecho, los obreros que los acometían recibían mayor dotación de obreros auxiliares que la normal, con lo que, en realidad, sus récords eran relativos, pues no se producían en las mismas circunstancias. Sergó Ordojonikidze, comisario de la industria pesada (conocido así, aunque en realidad se llamaba Grigori Kontantinovitch), llegó a reconocer, durante un congreso de estajanovistas, que los récords no habían sido conseguidos por individuos sino por brigadas de individuos.
La prensa soviética, a pesar del férreo control ejercido sobre la misma, acabó por reconocer otro factor quizá desconocido del estajanovismo: sus integrantes hacían verdaderas proezas un día, pero acababan tan desconojados que tardaban otros varios en recuperarse. Como ejemplo, una brigada estajanovista en Sujoronkov produjo 150 vagones de carbón un día; su producción bajó a 80 vagones el día siguiente y siguió bajando en días sucesivos. El estajanovista Jukov formó una brigada que el día que estaba palote se hacía 90 toneladas de carbón; al día siguiente, con suerte, sacaba 8. Y es que, entre otras cosas, una de las consecuencias del estajanovismo era el aumento en la frecuencia de averías de las máquinas.
En todo caso, lo que nunca reconoció la URSS fue el truqui del estajanovismo. Tomemos el caso de Bussigin. Los soviéticos bambolearon por el mundo entero su famosa marca de 127 berbiquíes por hora, señalando que en la Ford de Estados Unidos (tenida por lo más de lo más del capitalismo industrial) apenas se llegaba a 100. Lo que callaba el padrecito Stalin es que la Ford conseguía ese ritmo todos los días; mientras que la marca de Bussigin se conseguía únicamente el día que se anunciaba, se preparaba, y se le daban medios extraordinarios para conseguirlo.
La segunda cosa que la Rusia soviética nunca admitió, y hubieron de recordarle sus críticos dentro de la propia izquierda, es que el estajanovismo, en el fondo, era antimarxista. Lo cual es muy fácil de demostrar, puesto que se trataba de un movimiento que santificaba el trabajo a destajo; y el mismísimo Carlos Marx dejó escrito que el trabajo a destajo es la más acendrada forma de capitalismo.
Los hechos no hacen sino confirmar esta impresión. Un obrero metalúrgico ganaba en la URSS, en 1935, unos 200 rublos al mes. El minero Ivántchikov de los Urales, el día que se levantó enchufado y se lio a dar con el pico a lo bestia, ganó 320 en una sola jornada. La misma URSS no pudo evitar incluir en su propaganda imágenes de los superpisos, con piano y todo, que ocupaban los estajanovistas.
Esas chulerías socialistas provocaron algo de lo que sabemos obviamente poco, aunque algo sí que sabemos: la resistencia interna al estajanovismo.
En una fábrica de cartón de Moscú, dos obreros, padre e hijo, le reprochaban al estajanovista de la factoría, un tal Solovin, que con su puta manía de fabricar cartón como coneja que alumbra estaba hundiendo el precio de las piezas. Así que convencieron a otros dos colegas y, aprovechando que Solovin estaba durmiendo, quemaron papeles a sus pies, causándole graves heridas. Se ignora cuántos actos y protestas de este tipo pudo haber. Incluso en octubre de 1935, que sepamos, un estajanovista, Nicolás Tsejnov, que trabajaba en los pozos de un lugar llamado Ianv, fue asesinado.
El estajanovismo duró lo que duró. Fue un combustible muy importante tanto para los comunistas europeos como para esa grey numerosa de europeos que podríamos considerar no comunistas admiradores bienintencionados del comunismo. El ejemplo de Stakhanov y las muchas historias que desde el Izvestia, el Pravda y los periódicos comunistas occidentales se repetían sobre la materia, creó el mito de una URSS que le estaba ganando de calle a Estados Unidos la carrera de la producción. El estajanovismo fue la punta de lanza de la teoría de que el sistema centralizado de producción era mucho más eficiente que el capitalismo, al fin y al cabo condenado, según la teoría marxista, a ahogarse en la charca de sus propias contradicciones. Para cuando murió Stalin, sin embargo, estaba ya claro que la chorrada estajanovista ya no se la creía ni Peter.
PS: Para los amables seguidores de mis tribulaciones en el Be a Legend, informo de que ya soy titular más o menos indiscutible del Athletic de Bilbao. He necesitado remontar casi en solitario, en sólo 30 minutos que quedaban de partido cuando me sacaron del banquillo, un 0-3 a favor del Sevilla. La estrategia de beber txacolí entre horas y blasfemar con habitualidad parece ha dado resultado.
Muchas gracias por la meta-confirmación de mi afirmación (o sea, que para rechazar/matizar mi atribución de características estajanovistas a tu persona realices un artículo de respetable extensión; ergo, si te hubiera calificado de vago, a lo mejor tu respuesta hubiera sido "No. No sé. A lo mejor. Un saludo"). Deseo dejar constancia de todas manera que en mi comentario añadía al calificativo el comentario de "Sin trampas", dado que dudo que tengas una serie de bloggers expertos en historia trabajando como mulas a mayor gloria de tu fama (... no es así, verdad?)
ResponderBorrarEn la esperanza de provocar de nuevo respuestas como la anterior, pongo sobre la mesa un tema-personaje que, salvo error u omisión, no ha sido tocado en este blog: Fouché, el Gran Superviviente, el hombre en la sombra, el inventor de las cloacas del Estado.
Muchas gracias por tu trabajo.