Corre, más o menos, el año 890. De Tusculum llega a Roma un tal Teofilato. Aquella era una emigración bastante normal. Roma es la metrópoli y Tusculum una pequeña ciudad etrusca donde los límites para los ambiciosos son demasiado estrechos. Sabemos poco de la vida de Teofilato, pero lo suficiente como para asumir que supo encontrar el éxito. Recibe los títulos de duque y de senador, además ser juez imperial. Durante el calificado como Sínodo Horrendo, del que tal vez hablemos algún día, Teofilato tuvo los cataplines de apoyar al partido de Sergio, a pesar de que éste había tenido que salir de Roma; pero no le salió mal la jugada, por cuando Sergio acabó regresando a la ciudad eterna. Esto, sin duda, le confirió poder e influencia. Pero, sin embargo, como los historiadores han destacado muchas veces, aproximadamente a partir del año 900, todos los registros que se conservan dejan de hablar de él para hablar de su mujer, Teodora. A todas luces, su esposa tomó el poder en su lugar, y lo ejerció.
Hay un problema al valorar históricamente a las mujeres destacadas de la antigüedad. La forma más sencilla de atacar a una mujer cuando se es contrario a ella es apelarla de zorra, de puta, de pendón desorejado. Esto siempre ha sido así: un hombre follador es un tipo que aprovecha las cosas que le ofrece la vida, pero una mujer promiscua es la hez. La principal fuente histórica de aquella época son los escritos de un monje, Liutprando de Cremona, decididamente contrario a los Teofilatos, y muy especialmente a las Teofilatas. Califica a Teodora de «ramera sin vergüenza» y asevera que gobernó Roma como un hombre (¿quiere eso decir que la gobernó mal?). Nos informa de que tuvo dos hijas, Marozia y Teodora, que superaron a la madre en puterío. Como digo, es dable sospechar que parte de esta violencia verbal se debe a la exageración del escritor (y me refiero a Teodora hija). Aunque algo de verdad debe haber a la luz de los datos que conocemos; por ejemplo que Marozia, casi casi con su primera regla, se quedó embarazada nada menos que del Papa Sergio, y tuvo un niño que sería, asimismo, Papa.
Lo que sí es bastante claro es que en el 911, a la muerte del Papa Sergio que era el auténtico capo di tutti cappi romano, Teodora madre, que había explotado adecuadamente el hecho de que su jovencísima hija Marozia era la que alegraba el pilingui del Santo Padre, se convirtió en el primer poder de la ciudad. Al principio, Teodora se anduvo con cuidado y es por eso que fueron papas dos de los hombres de su círculo político, los cuales, sin embargo, fallecieron muy poco después. Tras estos dos experimentos, Teodora resolvió jugar fuerte e imponer en el papado a su amante, el obispo de Rávena. Juan, obispo, se convirtió en Juan X, Papa, en el 914.
Teodora casó a su hija Marozia, que se había quedado algo parecido a viuda después de que el Papa Sergio la palmase, con un noble italiano, Alberico, marqués de Camerino. Alberico era un soldado. Había conseguido el marquesado a hostias y una vez conseguido había consolidado una tropa de mercenarios veteranos que fueron la dote que, con seguridad, Teodora valoró. La boda de Marozia supuso el traslado a Roma de aquellas fuerzas del orden, lo cual sirvió para poner a la ciudad definitivamente bajo el control de los Teofilatos.
Dicen los que saben de esto que el Papa Juan X no cumplió con lo que cabía esperar de su llegada al pontificado. Su vida se había reducido a ser un monje que le hizo tilín a Teodora, a partir de cuyo momento fue ascendiendo en el escalafón católico. Así pues, cabe esperar que hubiera sido un Papa venal y cabroncete, como otros tantos muchos. Más no fue así, pues, al parecer, fue un hombre de Estado más que razonablemente aceptable.
Además, a Teofilato, Juan y Alberico, que ahora gobernaban Roma a pachas cada uno en su esfera de poder, les cabe el mérito histórico de haber impulsado y dirigido la última campaña militar exitosa del ejército romano, el mismo que de la mano de Mario, Pompeyo el Magno, de Marco Antonio, de Quinto Sertorio, de Julio, de Marco Agripa, de Germánico, de Trajano, de tantos y tantos otros, había sido el ejército más poderoso del mundo. Formaron una liga italiana con la que consiguieron lo que aquí en España no conseguimos, que fue impedir la penetración sarracena en el país.
No obstante, aquella coalición era más frágil de lo que parecía. Marozia, en realidad, odiaba al amante de su madre, el Papa y, consecuentemente, cuando Teodora murió, su posición se hizo delicada. Así que Juan hizo lo que se ha hecho de toda la vida de Dios en una situación así, que es buscar un aliado. Lo encontró en la persona de Hugo de Provenza, con quien pactó que si le ayudaba, sería coronado rey de Italia. Sin embargo, Marozia también movió pieza y, concretamente, aprovechando que se había quedado viuda de nuevo, le ofreció a Guy, hermanastro de Hugo y señor feudal de la Toscana, en matrimonio. Los esponsales pusieron en manos de la más que probable causa de la leyenda de la papisa Juana un ejército respetable.
Aunque Juan volvió a Roma y logró sobrevivir un par de años, en 928, tras un motín, fue capturado y encarcelado. Marozia lo dejó morir de hambre en su celda de San'Angelo; decisión que, como veremos, fue premonitoria de su mismo destino. Tres años después, Marozia hizo nombrar Papa a su primer hijo, el que había tenido con Sergio. Tenía 20 tacos.
Ser Papa era cosa importante, porque, a causa de la gilipollez de la donación de Constantino (trapacería papal donde las haya, de la que también algún día habría que hablar) todo Occidente consideraba que la decisión de nombrar emperador (y la Europa de entonces se consideraba aún el viejo imperio romano) estaba en manos del sumo pontífice. Marozia ya había colocado a su propio hijo en el sillón de quien tenía que realizar ese nombramiento. Ahora ya sólo hacía falta que el candidato adecuado tuviese suficiente apoyo militar como para que nadie le tosiera caso de ser nombrado. Y tener poderío militar pasaba por amigarse con Hugo de Provenza.
Si Hugo de Provenza hubiese nacido algunos siglos después de cuando nació, probablemente hoy se harían películas sobre él, con algún actor de ésos que sabe hacer de malo-malo en su papel. Aparte de una persona de un sadismo y una propensión a la cabronada realmente refinadas, era el típico gobernante frío para el cual no existían obstáculos. Hay gente que cree que Maquiavelo inventó algo; pero la verdad es que la gente que cree eso suele ser gente que no ha leído demasiado sobre la Edad Media (y el imperio romano o bizantino, no digamos).
Otra característica de Hugo es que era notablemente rijoso, hasta el punto de que en una tierra como aquella Italia, en la que se follaba en las horas pares y en las impares también, y se hacía en panaderías, aceras, sacristías, criptas y lo que cayese, en un mundo así, digo, su corte era considerada un burdel. Es natural que Marozia le pareciese un trofeo atractivo. Sin embargo, no podía casarse con ella porque Marozia, como sabemos, estaba casada con su hermanastro Guy. Ni corto ni perezoso, Hugo mancilló sin un pestañeo la memoria de su madre declarando que Guy era un bastardo y, cuando éste protestó, lo encarceló y, una vez allí, hizo que le arrancasen los ojos. Además, ya estaba casado. Pero su esposa tuvo el detallazo de morir a tiempo para que él se pudiera presentar en el 932 en Roma para desposar a Marozia.
Todo iba bien. Pero había una pieza suelta.
No sé si lo recordáis, pero Marozia había tenido un hijo con Alberico de Camerino, al que puso el mismo nombre. Hijo de guerrero, era al parecer tan sanguíneo como su padre y, además, cosa importante, conocía a Hugo de Provenza y sabía bien que a su ahora padrastro no le temblaría el pulso a la hora de cegarlo o asesinarlo. Tras un incidente menor (Alberico fue obligado a servir el agua con que Hugo se iba a lavar las manos, la derramó sobre él a propósito y el padrastro lo abofeteó), Alberico salió de San'Angelo y se ofreció al pueblo de Roma para liderar una rebelión contra la dominación provenzal. El mensaje se dirigió a uno de los pueblos que, la Historia lo demuestra, más proclive es, o era, a coger el bate de béisbol y arrearse a hostias con todo lo que se menea. Las turbas rodearon el palacio del santo ángel. Y lo cierto es que Hugo, como casi todos los despiadados, en el fondo era un cagado, pues cuando se enteró, en lugar de presentar resistencia, que habría podido, sólo pensó en salir de allí.
Marozia fue atrapada y, al parecer, porque no está muy claro, su hijo Alberico resolvió no mancharse las manos con su sangre. Casi. Porque no la mató pero, al parecer, la hizo meter en los sótanos de San'Angelo, donde la emparedó para que se muriera de hambre y de sed. Era su madre, desde luego; pero estaba casada con un tipo que nunca había escondido las intenciones de apiolarse al joven guerrero y, que se sepa, jamás puso objeción.
Alberico gobernó Roma durante 20 años en los que desposeyó a su hermanastro el Papa de casi cualquier poder temporal. La política de Alberico frente al Papa se parece bastante al concepto que hoy tenemos del Papado; él no se metía en sus cositas de fe, textos sagrados, liturgias y tal, pero no les dejaba mandar en la Tierra. Así pues, aquel reinado de Alberico pareció colocar a los papas en el lugar lógico, bastantes siglos antes de que lo hiciesen realmente, pues el poder temporal del papado es algo perceptible hasta el siglo XIX.
Sin embargo, fue el propio Alberico el que dejó al Papado volver a las andadas por tener la debilidad de creer en su hijo. Octaviano. Un perfecto hijo de puta.
Muy interesante el artículo. Esta época es (al menos para mí) prácticamente desconocida, así que siempre es de agradecer leer sobre los tejemanejes que se traían en las cortes de esos tiempos tan tumultuosos.
ResponderBorrarLos gaditanos sabemos perfectamente que el teofilato sigue bien vivo, a pesar de los esfuerzos de Arenas.
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