¿Pensábais que se me había olvidado? Pues no. Hay mucha tela que cortar en esto del pistolerismo barcelonés; y es quizá por eso que hay que tomárselo con calma, intercalando otras historias. No obstante, no me olvido de mi compromiso con vosotros, y velay que lo cumpliré hasta el final.
De momento, quiero recordaros que, en diferentes puntos de este blog, podéis encontrar los cuatro capítulos anteriores de esta serie, que he llamado sucesivamente:
La huelga de la Canadiense
Brabo Portillo y Pau Sabater
The last chance
Auge y caída del barón de König
Y ahora vamos con la quinta pasadilla.
Habíamos dejado nuestra historia en junio de 1920 con un nuevo gobernador civil de Barcelona nombrado, el funcionario de Aduanas Federico de Carlos y Bas, que se trajo a la capital de Cataluña un zurrón lleno de buenas intenciones. Bas, en realidad, quería la cuadratura del círculo. Pretendía que los problemas obreros se resolviesen creando órganos de discusión entre obreros y empresarios; pero, al mismo tiempo, pretendía tener contentos a los burgueses manteniendo la suspensión de libertades.
En cualquier caso, el periodo de Bas no tuvo por principal problema los conflictos de los obreros con los patronos, sino los de los obreros entre sí. Coincidiendo con el cambio de gobernador civil, se inició la guerra propiamente dicha entre la CNT y el Sindicato Libre, guerra cuya sangre anega los años del pistolerismo.
El 6 de julio de aquel año, un tal Joan Purcet, dirigente del Libre, cocinero de un afamado restaurante barcelonés llamado Royal, regresaba a casa cuando a unas manzanas de llegar unos pistoleros anarquistas lo esperaron y le dejaron la chaqueta hecha unos zorros, y a él muerto dentro. Dos días más tarde, los del Libre respondían en la céntrica plaza de Urquinaona, donde dispararon una salva de balas contra el dirigente cenetista Vicens Roig. El día 21, una asamblea de trabajadores en la empresa Soler y Doménech, donde tenían que discutir la jornada laboral, acabó a tiros entre los partidarios de un sindicato y de otro. Antes de terminar el mes otro activista del Libre, Joan Casanovas, fue asesinado.
El 4 de agosto, en Valencia, la CNT perpetró una de sus típicas salvajadas, que tanto hicieron por hacerla evolucionar mediante el siempre irritante método de dar un paso hacia delante y tres para detrás. En la ciudad del Turia se había refugiado el conde de Salvatierra después de haber fracasado, como también hemos visto, como gobernador de la plaza barcelonesa. La verdad es que Salvatierra había recibido toneladas de cartas amenazadoras y tenía miedo, pero con el tiempo y al ver que no era atacado se fue confiando. El 4 de agosto, cuando como fruto de aquella confianza había decidido irse a San Sebastián a pasar la canícula, alquiló un coche en el que iba con su mujer y su cuñada cuando dos pistoleros anarquistas, que finalmente lo habían localizado, dispararon contra todos ellos. Mataron en el acto la marquesa de Tejares, la cuñada; y el conde murió en el hospital al día siguiente.
Hasta el día de la muerte del conde, buena parte de la burguesía española había considerado el problema del pistolerismo como una cosa entre catalanes, lejana, lejana. Sin embargo, aquel atentado cambió totalmente las cosas e hizo ver a los todos que aquél era un problema de dimensión nacional. Por si fuera poco, el día 23 se produjo otro hecho que avalaba la españolización del conflicto catalán: el asesinato de José Yarza, arquitecto municipal, en Zaragoza. Como principal consecuencia, las clases patronales se presentaron a ver al presidente, Eduardo Dato, y le dijeron que o enculaba a los sindicatos o ya podía ir pensando en dimitir. Como a Dato le pasaba lo que a todo político, es decir que no entendía el significado del verbo dimitir, la represión a los sindicatos se endureció, impulsando a la CNT a buscar protección mediante la alianza con la UGT. El 3 de septiembre, en la Casa del Pueblo de la calle Piamonte de Madrid, se firmó aquel acuerdo en el que muchos quisieron ver la fusión futura de los dos sindicatos; hecho este tan poco probable que ni siquiera a día de hoy ha llegado.
Un análisis superficial lleva fácilmente a la conclusión de que la convergencia sindical es fácil. O aquella lo era. UGT y CNT eran sindicatos prácticamente complementarios desde un punto de vista geográfico y sectorial, lo cual quiere decir que donde uno dominaba el otro no estaba; ambos eran, más que mayoritarios, absolutistas en sus dominios. Por lo tanto, la unión aparece ante muchos observadores como algo lógico. Pero ése es, ya lo he dicho, un análisis epidérmico. En primer lugar, la ideología marxista y la anarquista se parecen como un perrito pequinés y un chimpancé; ambos son animales terrestres, vale; pero el primero sería mal acompañante de Tarzán y el segundo lo sería de las señoras que pasean por nuestros parques. Hubo sus intentos de acercamiento, con viaje a Moscú incluido de algunos representantes cenetistas, e incluso conversiones claras, como las de Andreu Nin o Joaquín Maurín, ambos anarcosindicalistas en sus inicios que acaban siendo marxistas de libro. Pero son las excepciones que confirman la regla.
En la confluencia entre CNT y UGT había, además, otro gran problema. La UGT era una organización fuertemente centralizada, basada en la labor de dirigentes que obtenían las directrices de asambleas a diversos niveles; mientras que la CNT era un movimiento puramente asambleario, en el cual la base acababa por decidirlo todo, y en el que, además, se tendía a no obligar a nadie a hacer algo que no quisiera hacer. Así pues, Seguí podía firmar lo que le viniese en gana; si, días después, la asamblea de la CNT de Sevilla decidía que ni de coña, entonces la CNT de Sevilla no iría a convergencia alguna, dijera lo que dijera el papelito firmado por Seguí, pues a ellos esas cosas no les vinculaban en lo absoluto.
Y un tercer problema. Ambos sindicatos, en el fondo, estaban luchando por la hegemonía en la clase obrera. Cuando dos empresas luchan por un mercado, son amigos sólo de boquilla. Las escasas ganas de amigarse quedarían bien patentes unos pocos meses después, tras el golpe de 1923, cuando la UGT pactó con la dictadura de Primo de Rivera, consiguió seguir teniendo existencia legal en medio de aquel régimen y se dedicó a impulsar en todo lo posible el debilitamiento de la CNT. Este comportamiento abrió heridas entre los anarcosindicalistas que explican algunas de las burradas que luego harían durante la República.
No obstante esta política más legalista, dirigida sobre todo por Salvador Seguí, la vertiente pistolera de los anarquistas siguió currando. Josep Saleta, conocido como El Nano, se apioló el 8 de septiembre a un dirigente del Sindicato Libre, José Román, y dejó gravemente herido a otro, Josep Villalta. El día 10 fue asesinado otro activista del Libre, Bruno Llorens, de una forma además bastante cruel, pues como sólo le hirieron los disparos lo mataron a hostias. Éste es el punto en el que el Libre decide responder al hierro con hierro.
El día 12 por la noche, alguien que según todos los indicios era Inocencio Feced, un activista fácilmente sobornable, hizo estallar una bomba en la sala Pompeya del Paralelo barcelonés, en aquel entonces la principal artería de la noche condal. La propia bomba y la estampida descontrolada de clientes y cocottes provocaron seis muertos y dieciocho heridos. La bomba del Pompeya es uno de esos misterios de la Historia de España que, al menos con mi nivel de información, permanece ignoto. Mucha gente, apoyada en el hecho de que Feced era un pistolero a sueldo, piensa que fue un acto pagado por empresarios que buscaban de esta manera que Dato no tuviese más remedio que ir a por las organizaciones obreras. Otros piensan que fueron los propios activistas obreros. Tanto la CNT como el Sindicato Libre afirmaron no tener ninguna relación con los hechos; sin olvidarse, por supuesto, de afirmar que el otro era quien lo había hecho.
En cualquier caso, el Sindicato Libre tenía paraguas, habiéndose convertido ya en el apoyo de los patronos en el mundo laboral. La CNT era la que tenía un problema de cojones. Pero es que los cojones son dos, así pues el problema se dobló. A los anarcosindicalistas les crecieron los enanos cuando los obreros, en las diversas asambleas que se fueron celebrando, fueron decidiendo que iba a converger con la UGT su puta madre.
¿Podían ir las cosas peor? Podían. El 7 de octubre, el Libre comienza su carrera matarife con el asesinato de los anarcosindicalistas Françesc Capistrón y Victoriano Abarca.
El mes de octubre fue un mes muy duro para los anarcosindicalistas posibilistas liderados por Seguí. Como acabamos de ver, las cosas estaban jodidas, pero el Noi del Sucre tenía mucha fuerza de voluntad. A pesar de que las asambleas iban en contra de la convergencia con la UGT, Seguí y los suyos supieron aprovechar muy bien un conflicto que duraba ya nada menos que siete meses, el de las minas de Río Tinto en Huelva, para vender las bondades de la convergencia sindical. Una vez conseguido esto, incluso consiguió el apoyo suficiente parea poder firmar, el 1 de noviembre, la aceptación cenetista de las comisiones mixtas que proponía el gobernador Bas. No obstante, la oferta llegó tarde.
Las agresiones de la CNT a sindicalistas del Libre y a empresarios y el atentado del Pompeya, quienquiera que fuese su autor intelectual, habían colocado ya a los patronos en una posición muy radical y, al tiempo, muy fuerte. El mismo día que Seguí le comunicó a Bas la aceptación de las mixtas, el gobernador le informó de que sería prontamente cesado. La verdad es que había razones para ello. Por muy buenos oficios que desplegase el funcionario de Aduanas, lo cierto es que en sus poco más de cuatro meses de mandato, se habían producido en Barcelona del orden de 70 atentados. Eran ya tan habituales que su producción ni siquiera alteraba el ritmo de vida de la ciudad. Los obreros tardaron un montón en aceptar las ofertas pacificadoras y, mientras tanto, mataron tanto y con tanta dedicación que, en realidad, cercenaron toda posibilidad de acuerdo.
Si a eso unimos que la estrategia de los patronos fue típicamente catalana, es decir se basó en la publicación de una especie de manifiesto aseverando que Dato no les hacía ni puto caso porque Madrid intentaba aplastar a Cataluña y bla, bla, bla (que es un discurso que lo mismo vale para un roto antiobrerista que para un descosido hidráulico), lo cierto es que nuestro buen señor Bas tenía menos futuro como gobernador de Barcelona que un paparazzo en el cumpleaños de Cayetano de Alba.
Dice un refrán español: si no querías caldo, ahí tienes dos tazas. Es exactamente lo que le pasó a la CNT. Porque el nombrado por Dato para ocupar el puesto fue el gobernador militar de la ciudad, Severiano Martínez Anido. Dos apellidos que han quedado ligados en la Historia a la represión de la clase obrera.
En esta historia que torpemente vamos desgranando, vamos de culo, cuesta abajo, y sin frenos.
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