En este blog, como sabéis, tenemos cuidado en tratar de deciros de vez en cuando cosas que pensamos que deberíais leer. Pero también queremos dar el servicio de contaros algunas cosas que, honestamente, pensamos que no merece la pena leer. A esta segunda categoría pertenece este post de Tiburcio, que nos habla de una biografía de Manuel Azaña recientemente publicada.
[Ahora viene la introducción coñazo del duelo del blog que, como tiene que colgar los post, aprovecha para sus cagaditas; es recomendable, por lo tanto, buscar la línea solitaria que hay más bajo y que reza Os dejo con el elefante budista, y seguir leyendo desde allí.]
Azaña es uno de esos personajes de la Historia de España que están sufriendo una suerte inversa. Lo normal con un personaje histórico es que sus contemporáneos lo juzguen con pasión y la Historia lo haga de forma más ecuánime, de forma que los juicios van convergiendo. Por poner un ejemplo, los historiadores de hoy en día no sostienen, ni de lejos, opiniones tan encontradas sobre Napoleón como las que albergó Francia bajo su mandato.
En la Historia, sin embargo, hay, como digo, personajes en los cuales el proceso tiende a ser inverso: más tiempo pasa, más se enconan las opiniones sobre él. Así pues don Manuel, lejos de tener una pacífica existencia en el recuerdo, en la que dentro de la natural diferencia de opiniones su imagen quede nítida, cada vez recluta más tirios y más troyanos. En España hoy se pueden encontrar desde montones de políticos a los que les gusta decirse herederos del azañismo (hasta Aznar se apuntó, no sé si sabiendo o no que, de haber sido contemporáneo de Azaña, dudo que hubiesen siquiera sido amigos); hasta personas que mantienen la idea, muy común en los tiempos de la República, de que Azaña fue el culpable de buena parte de los males de dicha República.
Y es lo que pasa: cuando en entornos así se escriben libros, son libros de parte.
Os dejo con el elefante budista.
Las biografías pueden ser subjetivas u objetivas. Las primeras se centran en las influencias que modelaron al personaje y en su desarrollo personal. Las segundas toman como eje la acción del personaje. Las biografías subjetivas suelen describir vidas de escritores por aquello de que las novelas suelen esconder mucho de la biografía, de las aficiones y de las fobias de sus autores. Las biografías objetivas se reservan a los políticos, como si éstos fueran seres puros guiados sólo por las ideas y no pudieran tener también sus edipos, sus filias y sus fobias.
En Azaña, una biografía, José María Marco parece que haya oscilado entre ofrecernos una biografía subjetiva u objetiva. Al final ni una ni otra, lo que le ha salido ha sido un churro y encima un churro de 350 páginas. Si se quitaran todas las veces que el autor se repite, creo que el libro quedaría en 200 páginas mal contadas.
Lo primero que incomoda del libro es que, a pesar de todo lo que habla de la psicología de Azaña (indolente, vanidoso, rencoroso, con un fondo de bondad natural, sentimental…), sobrevuela sin profundizar aspectos clave sobre los que otro biógrafo más concienzudo habría profundizado sin duda. Por ejemplo, el temprano contacto de Azaña con la muerte lo despacha en apenas seis líneas: «Los folletones y las aventuras poblaron los sueños de aquel niño bajito, rechonchete y ensimismado, según se describió él mismo mucho después, que entonces anheló llevar una vida errante, quizá para dejar atrás el ambiente de la casa ensombrecida por las muertes de la madre, un hermano- Carlos- el abuelo y el padre, ocurridas casi todas antes de cumplir él los diez años.» Son muchas muertes para un niño de diez años; pienso que cualquier biógrafo subjetivo serio rascaría un poco más para ver el efecto que tuvieron sobre Azaña. También merecería un poco más de atención la relación entre Azaña y su padre, un padre del cual escribió más tarde: «Ha jugado a destrozar la vida como destroza sus juguetes un niño.» Para rematar el descuido del biógrafo, alude deprisa y corriendo a la boda que el padre celebró in articulo mortis con una mujer del pueblo y a la que dejó el usufructo de toda su fortuna. El padre afirmó que lo hacía para que sus hijos no quedasen desamparados tras su muerte, aunque la opinión del pueblo fue algo distinta y peor pensada. Pienso que un biógrafo debería ir un poco más allá, contrastar versiones, sopesar pruebas.
Como no podía ser menos, en un biógrafo que pretende hacer algo de biografía subjetiva, José María Marco dedica dos páginas a los rumores sobre la presunta homosexualidad de Azaña. Si nos atenemos al libro, hay muy poco sobre lo que fundamentar esa supuesta homosexualidad: la amistad con Cipriano Rivas Cherif (perfectamente explicable sin recurrir a temas sexuales) y algunas alusiones en sus escritos literarios. Muy poco comparado con todas las trazas que apuntan a un Azaña heterosexual.
Si como biógrafo subjetivo José María Marco deja bastante que desear, como biógrafo objetivo no lo hace mucho mejor. Alterna los episodios sobre los que se explaya prolijamente con saltos en el vacío, en los que pasa deprisa y corriendo sobre situaciones. Por ejemplo, dedica siete páginas a las maniobras para descabalgar a Alcalá-Zamora de la Presidencia de la República en abril y mayo de 1936, pero apenas explica la actitud de Azaña ante la violencia previa al alzamiento del 18 de julio ni lo que pensaba sobre la posibilidad de una conspiración militar. Se explaya sobre la pelea entre Negrín y Azaña, cuando el primero quería en febrero del 39 que el segundo regresase a la zona todavía en poder de los republicanos, pero no dice nada de la reacción de Azaña ante el golpe de Casado, que terminó de derrumbar a la República.
A menudo, cuando uno desmenuza los largos párrafos, en los que parece que el autor cuenta mucho, se encuentra que un párrafo de 30 líneas contiene mucha palabrería, varios juicios de valor del escritor, algún comentario que ya se hizo dos páginas más atrás y sólo un par de informaciones realmente interesantes. Había pensado en traer a colación algún párrafo como ejemplo, pero descubro que si ya me aburrió leerlo, transcribirlo y comentarlo es una tarea superior a mis fuerzas y mi paciencia.
Lo mejor del libro es que, tal vez a pesar de su autor, consigue dar una idea de la compleja personalidad de Azaña. Como alevín de político en los años diez del siglo XX lo presenta como un diletante, indolente, algo holgazán y esteta. Como político republicano lo muestra como un hombre soberbio, vanidoso, dado a los resquemores y a veces a las pequeñas mezquindades, pero también leal con sus amigos, generoso e idealista. Donde queda mejor parado es en la parte final del libro, como Presidente de una República en guerra. José María Marco muestra un Azaña humano, preocupado por los sufrimientos de los españoles, que siente la parte de responsabilidad que ha tenido en el desastre, que, aunque consciente de su impotencia, intenta mantener por principios y por idealismo el prestigio de la institución del Presidente de la República.
Cerré el libro pensando: ¡Qué personaje más interesante! ¡Qué pena que no haya conseguido un biógrafo mejor!
“Nosotros pensamos en una de estas dos cosas: o en un triunfo del Frente Popular de Izquierdas o en un atraco del Poder Público para arrebatarnos el triunfo”. No las pronunció Dolores Ibárruri, no. Ni siquiera Largo Caballero. Las pronunció, como rezaba el titular de periódico de donde proceden, “don Manuel Azaña”.
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