Finales del siglo XVIII. Son los años de la Ilustración, los primeros años o momentos en los que la Humanidad piensa, seriamente, que la solución a muchos de sus males no provendrá de la oración o del azar, sino del saber y de la ciencia. Se dice mucho eso de que España permanece ignota de este espíritu ilustrado, pero no es del todo cierto. Científicos españoles los hay; lo que no hay en España es ciencia. Pero cerebros existen como en todas partes.
Está, por ejemplo, un médico catalán, que se llama Francisco Salvá y Campillo, más que probablemente eso que llamamos un superdotado, pues de él sabemos que con 20 años ya había terminado la carrera de medicina. Otra característica propia de los muy inteligentes es su ecumenismo científico. Pese a que Salvá, como médico, se preocupa fundamentalmente de las enfermedades (y muy especialmente la difusión de la vacuna Jenner), también le interesan la meteorología y la ingeniería. Como ingeniero, inventó al parecer una especie de submarino, que se llamó el barco-pez, que sin embargo no resolvía el problema del suministro de oxígeno debajo del agua. En 1795, dentro de estos trabajos ingenieriles, Salvá presenta ante la Academia de Ciencias Naturales y Artes de Barcelona una memoria titulada Posibilidades de establecer comunicación a larga distancia a través del agua. Análisis el suyo que tuvo poca aceptación y durmió rápidamente el sueño de los justos.
Pese a lo cual es considerada como el primer precedente existente en España de lo que hoy es la radio.
Salvá, no obstante, era un adelantado a su tiempo. Inventa el submarino décadas antes que Monturiol y formula las bases de la radiofonía casi un siglo y medio antes de que verdaderamente se desarrolle. En realidad, en España, la radio no comienza a desarrollarse hasta que pasa una cosa que es crucial para muchos adelantos científicos y técnicos: concitar el interés militar. En 1904 se logra establecer la comunicación radiotelegráfica entre La Coruña y El Ferrol, en el marco de unas experimentaciones del Centro Eléctrico y de Comunicaciones del Ejército español. A la luz de estas experiencias, una norma de 1907 autoriza la instalación en España de un servicio radiotelegráfico. Sabemos poco de lo que ocurre en los quince años siguientes, pero sabemos que, desde luego, algo ocurre. Además de algunos hechos aislados (como, por ejemplo, la retransmisión de un concierto celebrado en Madrid a Valencia, en 1920), el principal indicio es el real decreto que da nacimiento a la radio en España, de 27 de febrero de 1923.
Decimos esto porque esta norma, además de contener la lógica declaración de la radiodifusión como servicio público y monopolio estatal, contiene no pocas amenazas, en el sentido de que las emisoras ya existentes y alegales (es decir, no creadas al amparo de normativa anterior, dedicada al levantamiento de emisoras no comerciales) serían consideradas clandestinas, desmontadas y sus propietarios multados. Y sabido es que las leyes nunca o casi nunca crean castigos para delitos eventuales, sino existentes. Parece obvio, por lo tanto, que cierta actividad, digamos, alegal, debía de existir.
Lo más probable es que esta actividad fuese especialmente intensa en el norte de Aragón y Cataluña, es decir en la raya de los Pirineos. Para entonces, Francia ya hacía sus pinitos en esta materia, y para ello contaba con un antenón, por todos conocido, llamado Torre Eiffel. Algunos testimonios hablan de que algunas rocas de galena eran capaces de pillar de este lado de la frontera, algunas veces, dichas emisiones, motivo por el cual la afición a la radio nació allí.
El comienzo oficial de la radio se produce, efectivamente, en Barcelona, a las siete de la tarde del 14 de noviembre de 1924. Un puñado de barceloneses, aquel día y a aquella hora, escucharon en los auriculares de sus radios de galena siete campanadas y luego la voz del primer locutor de España, José María Guillén García, diciciendo:
Acaban de dar las siete de la tarde. Aquí, la estación E.A.J. 1, la primera autorizada por la Dirección General de Comunicaciones para el servicio público en España.
Así pues, como ya ocurrió con el ferrocarril, Barcelona se había adelantado a Madrid. Aunque la capital no se durmió. La autorización E.A.J. 2 se concede en nombre de la madrileña Radio España, de la que he encontrado el plan de su primer programa, también de 1924. Una juerga, como podéis leer:
1.- Seis de la tarde. Solemne inauguración de las emisiones de esta nueva empresa.
2.- Salutación de Radio España.
3.-Homenaje a los grandes músicos a cargo del sexteto [qué músicos y qué sexteto, de momento no lo sé].
4.- Conferencia a cargo de D. Ricardo María Urgoiti, culto ingeniero y erudito sinhilista [sic].
5.- Canto por el notable tenor Enrique Mirayé.
6..- Concierto por el sexteto Radio España [será el mismo que el del punto 3].
7.- Discurso de la elocuente señorita Cristina de Arteaga: La mujer en España.
8.- Concierto por el sexteto de la Estación.
9.- Canto del Himno de la Raza por un coro infantil de 40 niños.
10.- Salutación a cargo de D. Luis de Oteyza, presidente honorario de la Asociación de la Radio Española.
11.- Concierto por el sexteto de la Estación.
12.- Coro de voces infantiles: Lago, de Friedich Händel.
13.- Canto por el notable tenor Enrique Miravé.
14.- Lectura de unas cuartillas por el eminente dramaturgo, gloria del teatro contemporáneo. D. Manuel Linares Rivas.
Los aparatos de radio fueron racionalmente baratos al principio. Los primeros de batalla que comenzaron a venderse tenían el tamaño de una caja de puros y valían seis pesetas, aunque había que pagar los auriculares aparte. De esa misma época tengo noticias que el rango de sueldo que se estableció a favor de los maestros nacionales (y sabido es que los profes de escuela no se han destacado en nuestra Historia por estar bien pagados) era de entre 2.500 y 8.000 pesetas al año. De aquí podemos deducir que un maestrillo pobremente pagado (2.500 pesetas) tenía de dedicar algo más de una cuatricentésima parte de su sueldo para comprarse una radio de éstas. Lo cual, sobre un sueldo de 30.000 euros al año de hoy en día, nos daría 72 euros, que no está mal. Pero, claro, estamos hablando de los primeros tiempos; tiempos en los que lo que se vendía, además de las propias radios, eran los componentes sueltos para que cada uno se construyese la radio en casa, pues éstas eran tan básicas que no había que ser un manitas para la construcción. Pronto llegaron las radios de lámparas y con altavoz, de las que he visto anuncios en la prensa de la época con costos por encima de las 1.000 pesetas (que vendrían a ser como 10.000 de los 30.000 euros de sueldo que antes decíamos); éstas sí, verdaderamente prohibitivas, como lo fueron luego las primeras televisiones.
Las radios emiten en trancos, por la mañana, por la tarde y por la noche, y comienzan, poco a poco, a marcar el horario de los españoles, los cuales adaptan su sueño, sus quehaceres y obligaciones, a los ritmos de estos aparatos tan simpáticos. En realidad, aunque éste no es un blog de semiótica de la comunicación de masas (ni ganas que tiene de serlo), es lo cierto que la radio cambia, también, el punto de vista de los ciudadanos los cuales pasan a tener a su disposición información sobre hechos que ocurren a veces muy lejos de sus hogares. El mundo se hace pequeño y eso es algo que a algunos no les gusta: las principales chanzas contra la radio que se leerán entonces se refieren a la cantidad de chorradas sobre las que habla, que no le interesan a nadie.
En junio de 1925 nació Unión Radio, germen de la Sociedad Española de Radiodifusión, o sea la cadena SER, pistoletazo de salida para el desarrollo de la radio privada.
La radio sólo conoció desde entonces el desarrollo y pronto, apenas doce años después, comenzaría con claridad su andadura como medio de aleccionamiento masivo. Fue un militar, Gonzalo Queipo de Llano, el que «descubrió» la radio tras tomar Sevilla para las tropas de Franco. Desde la capital hispalense inició la costumbre de lanzar soflamas radiofónicas, sabedor de que las ondas no son algo que se pueda frenar fácilmente, así pues que no sólo sería escuchado por sus correligionarios, sino también por el enemigo. El franquismo tuvo muy clara la importancia de la radio con la fundación de la Radio Nacional de España, emisora que ejerció, hasta la llegada de la democracia, el monopolio informativo, puesto que todas las emisoras españolas, también las privadas, tenían que conectarse con el «parte hablado» de Radio Nacional.
Otro punto importante de la Historia de la radio de España, éste vivido por no pocos de nosotros, fue el 23 de febrero de 1981, fecha del golpe de Estado del teniente coronel Tejero Molina, y el general Armada Comyn, y sabe Dios quién más. Rápidamente neutralizada la televisión, la radio fue el espacio de libertad que siguió emitiendo toda aquella tarde, contribuyendo más que nadie (repito: más que nadie) a tranquilizar a la población y darle la sensación de que el éxito golpista era relativo.
Estupenda entrada, como siempre (cuanto tiempo distraido del deber leyendo todos los articulos antiguos). Ya que se ha mencionado, tal vez se podria abrir algun dia la caja de Pandora del 23-F?
ResponderBorrarConfieso que me he convertido en visitante asiduo del blog y es que con post como éste "se crea afición".
ResponderBorrarA título personal, comentar que otras jornadas en las que el personal estuvo pegado a la radio (y a Internet) ha sido las de los fatídicos días posteriores al 11M. Que la Radio cobrara mayor credibilidad que una TV compalciente con las tesis gubernamentales nos da idea de la fortaleza de este medio.
Muy bueno.
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