Hoy en día, Hollywood trata de convencernos de que el mundo está repleto de personas que saben los correos electrónicos que escribimos, las llamadas que hacemos, los amigos que tenemos y los que no tenemos. Quizá influidos por estas ideas, tendemos a pensar que el mundo no sólo es así, sino que siempre lo ha sido. La realidad de las cosas es que los hechos que acabamos conociendo como históricos, muchas veces, lejos de ser hechos impolutamente organizados o vigilados, son una chapuza. Por ejemplo: la sublevación republicana de Jaca.
El 12 de diciembre de 1930, en la madrugada, el capitán Fermín Galán se sublevó en contra de la monarquía y a favor de la república en la guarnición donde estaba, en Jaca. Teóricamente, este movimiento suyo, que acabó costándole la vida, a él y al capitán Ángel García Hernández, aquél era un movimiento coordinado que tenía que prender una mecha que, lógicamente, se extendiese por todo el país. Prueba de esta coordinación es que, durante toda esa semana, se desplazó a Jaca un puñado de civiles, casi todos socios del Ateneo de Madrid y fervientes republicanos, para estar presentes en la sublevación.
Los conspiradores republicanos estaban bastante organizados y en conexión con grupos de izquierdas. Por la parte militar, su principal coordinador, extraños retruécanos de la Historia, era el general Gonzalo Queipo de Llano; sí, el mismo que «reinó» en Sevilla para Franco, algunos años más tarde. Galán era un viejo conspirador republicano porque ya había participado en la «sanjuanada», por lo que había pasado tres años en el castillo de Montjuich. Para Galán, era básico que su pronunciamiento se produjese antes de que el invierno duro llegase a Jaca, porque entonces no pocos pasos de montaña quedarían cegados por la nieve. Sin embargo, el pronunciamiento republicano se hacía esperar; o, más bien, se multiaplazó. Primero, estuvo fijado para el 12 de octubre, pero la delación de un militar conspirador aconsejó aplazarlo. Entonces se fijó para el 18 de noviembre, pero no pudo ser porque en esas fechas hubo una huelga general en Madrid a causa de los obreros muertos en la obra de la calle Alonso Cano (si, ya, ya; un día también tengo que contar esto). Luego se fijó el 26 de noviembre, pero también se fastidió porque uno de los conspiradores, Ramón Franco, se escapó del presidio militar donde lo tenían preso, lo cual puso nerviosas a las autoridades. Problablemente hartos de tanto golpus interruptus, los conspiradores decidieron, según Queipo, que se alzarían en la semana que terminaba aquel 13 de diciembre de 1930. O no. Los conspiradores de Valencia, que algún problema tendrían, pidieron un pequeño aplazamiento, hasta el 15. Y aquí empezó la chapuza.
El 9 de diciembre, el capitán Galán recibe la orden de los conspiradores de alzarse a las cinco de la mañana del día 12 de diciembre, salvo contraorden. Nosotros ya sabemos que hubo contraorden. Y la hubo. Hacia Jaca, el gobierno republicano en la sombra envió a una persona bien conocida de la Historia, Santiago Casares Quiroga (que sería presidente del Gobierno el 18 de julio del 36), para avisar a Galán de que no, que no era el 12 sino el 15. Según el testimonio de un militar que se alzó con Galán, Salvador Sediles, Casares Quiroga y sus dos acompañantes (de apellidos Graco Marsá y Pastoriza) se tomaron una hora para cenar en Huesca y llegaron a Jaca a la una de la madrugada del día 12. Cuatro horas antes, pues, de que Galán se alzase. En una ciudad tan pequeña como Jaca, y sabiendo los viajeros como sabían, según Sediles, que Galán se alojaba en el Hotel Mur de dicha ciudad, tenían tiempo más que suficiente para avisarle.
Sin embargo, ¿qué hace Casares? Pues irse a otro hotel (llamado, irónicamente, Hotel La Paz), meterse en la cama y dormirse. Las razones para ello, por lo menos hasta donde me alcanzan las lecturas, son, por decirlo elegantemente, difíciles de saber.
Chapuza conspiradora. Pero es hay más. Porque un conspirador siempre tiene delante un objeto de la conspiración. El objeto, en este caso, es un militar también muy conocido, el Director General de Seguridad, Emilio Mola (sí: Mola y Queipo estaban uno enfrente del otro en diciembre del año 30). ¿Controlaba Mola?
Pues él mismo reconoce en sus memorias que no. Ya hemos dicho que el alzamiento se produce a las cinco de la mañana del día 12. A mediodía de dicha jornada, Mola está despachando un asunto insulso con un funcionario Telégrafos (uno de esos tipos que mandar, no manda, pero sabe muchas cosas, porque para eso trabaja en comunicaciones). En el apartado de comentarios generales, ambos abordan la situación política y el funcionario, como si tal cosa, hace el comentario de que la situación es comprometida, pero peor se puede poner si se repiten más sucesos como los de Jaca.
En ese momento, el Director General de Seguridad, el teórico hombre mejor informado de España, el funcionario con más soplones, informadores y espías a sueldo del país, pregunta:
-¿Qué pasa en Jaca?
¿Y Queipo? Pues el jefe de los conspiradores, el cappo di tutti cappi, el coordinador de toda la movida, se entera de que Jaca se ha sublevado, ¡mientras toma café, como si tal cosa, en su cafetería preferida, a última hora de la tarde del día 12! Cuando Queipo se entera, el gobierno ya ha decretado el estado de guerra en Aragón.
Para que veais que, en cuestiones conspiradoras y conspiratrices, las cosas no están, siempre, atadas y bien atadas. De hecho, no lo están casi nunca.
A ver si en un próximo post tengo tiempo de contar la sublevación del día 15, conocida como sublevación de Cuatro Vientos. Porque fue otra chapuza, hasta el punto que hay una escena que contar, una discusión en un café, que parece sacada de la imaginación calenturienta de algún inventor de historias imposibles.