lunes, septiembre 03, 2018

El regente Ciscar (11: abajo y otra vez arriba)

Vamo' a hasé un sistema métrico
En París
España, contra el francés

El 4 de mayo de 1814, Fernando VII decretó el regreso de España a un régimen absolutista; regreso que comportaría el arresto de la mayoría de los prohombres liberales y, en ese mismo día, el decreto de nulidad sobre todos los nombramientos realizados por la Regencia y las Cortes sin su expresa aprobación; o sea, todos. El acto jurídico del 4 de mayo fue clandestino; el rey todavía estaba en Valencia y, consecuentemente, no las tenía aún todas consigo. La oportunidad, sin embargo, no tardaría en llegarle.

El 10 de mayo, ya de camino hacia Madrid, cuando comprobase por sus mensajeros que la capital estaba en manos de las tropas del general Francisco Ramón de Eguía y López de Letona, quien ostentaría el bien explícito título de conde del Real Aprecio y era su gran apoyo, decidió salir del armario: cesó a la Regencia y publicó el decreto de 4 de mayo. Publicación que, de todas formas, se hizo todavía con cautela: cuando el decreto fue público, los dos regentes distintos del cardenal estaban ya arrestados.

Los regentes, en efecto, residían entonces en habitaciones situadas en la planta baja del Palacio Real. En la tarde del día 10 de mayo (el decreto no se publicaría hasta la medianoche), el general Eguía, el conjunto de alcaldes de la Casa y Corte y las necesarias tropas se presentaron allí para prender a los regentes, que acababan de asistir a una sesión de las Cortes. Ya el día 9 el general Eguía le había entregado al juez Francisco Leyva la lista de una serie de personas que debían ser arrestadas en Madrid; pero en esa lista no estaban todavía ni Agar ni Ciscar, lo cual da la medida de la intensa prudencia con la que Fernando siempre daba sus pasos.

La suerte de Ciscar, sin embargo, fue relativamente blanda en principio. Detenido ya en la madrugada del 10, los jueces encargados de abrir los casos contra los detenidos no encontraron motivo para elevarle causa, por lo que lo pusieron rápidamente en libertad, eso sí, desterrándolo de la capital y obligándole a residir en Murcia. Incluso el 14 de mayo el ya ex regente obtuvo permiso para desplazarse de Murcia a Cartagena, dado que allí residía su familia.

La llegada de Ciscar a Cartagena, sin embargo, levantó las suspicacias de las autoridades absolutistas. Gabriel era persona bien conocida en la ciudad, donde había desarrollado buena parte de su carrera; Cartagena, además, era población de honda raigambre liberal, así pues, al parecer, pronto hubo pequeñas concentraciones frente al domicilio del marino que tal vez tenían como objetivo expresarle apoyo y, temían los absolutistas, prender la llama de la resistencia. De hecho, cuando Madrid decidió nombrar gobernador de Cartagena a Spínola, viejo conocido de Ciscar, las autoridades absolutistas protestaron argumentando que, de esa manera, sería el ex regente el que gobernaría la ciudad en la sombra.

Allá por julio, sin embargo, los jueces se habían puesto ya las pilas y habían conseguido construir causas contra la mayoría de los líderes liberales de las Cortes, así como contra Agar y Ciscar. A finales de octubre llegó a Cartagena la oportuna orden que decretaba el arresto de Ciscar y su traslado a Madrid para responder por los cargos de aquella especie de Causa General Absolutista. Ciscar fue detenido con mucha discreción, hurtándose a la opinión pública el conocimiento del hecho hasta el final, y trasladado a Madrid el 24 de noviembre.

En el juicio, Ciscar y Agar fueron acusados de ser partidarios cerrados de los principios de la Revolución Francesa, y de haber utilizado recursos presupuestarios para realizar proselitismo de los mismos en toda España. También se lo acusó de forzar con mañas las victorias parlamentarias liberales; de haber bloqueado el juramento a Fernando VII hasta que no acatase la Constitución; y, un clásico español, de haber nombrado a dedo a amigos liberales para puestos públicos, entre otras cosas.

El rey Fernando, quien yo creo que en todo momento juzgó que el meollo de la oposición que tenía no eran los regentes sino otros personajes contra los que desplegó su violencia, fue relativamente lenitivo con Ciscar. El ex regente estuvo en el maco poco más de un año, desde octubre de 1814 hasta diciembre de 1815. El 15 de este último mes, el rey decretó el destierro de Agar y Ciscar, así como su obligación de correr con las costas de su proceso. Puesto que el destierro lo era a la localidad de origen, Ciscar llegó el 28 de diciembre a Oliva, población de la que no se movería hasta 1820. La rabia de Fernando contra él en ese momento no debía de ser muy elevada, pues apenas un par de años después, en medio de su destierro, y cuando Ciscar escribió exigiendo una serie de sueldos que se le adeudaban, Fernando se los concedió.

En este punto bien podría terminar la referencia histórica de la vida de Gabriel Ciscar si no fuera por la variabilidad que mostró la España del siglo XIX, y el reinado de Fernando muy en particular. Dada la elevada calidad media de mis lectores, en este punto daré por sabida la lección de que, en 1820, seis años después del regreso del rey, éste se vio obligado a jurar los principios constitucionales de los que había aborrecido a causa del pronunciamiento de Cabezas de San Juan, que pronto encontró yesca en otros puntos de España y que hizo girar el gobernalle de la Historia de una forma bastante radical. Gabriel Ciscar, según su propio relato, es decir el que hizo para tratar de evitar la condena a muerte que dictó contra él Fernando, se encontraba entonces en Oliva; llevaba allí muchos años, según él, bastante amargado por la persecución injusta de que había sido objeto en 1814 y totalmente alejado de cualquier movimiento político. Sin embargo, fue nombrado, por segunda vez, consejero de Estado. El nombramiento no se producía porque Ciscar estuviese en contacto con la rebelión liberal; fue un hecho automático porque una de las decisiones de los alzados fue, simplemente, reintegrar a los consejeros de Estado cesados en el 14. Es bastante seguro que Ciscar recibiese la noticia de dicho nombramiento con notable disgusto, lo cual demostraría que no sólo no se lo esperaba sino que, una vez producido, lo temió.

Contrito y todo, Ciscar no se lo pensó (lo cual puede ser un síntoma de su sentido del deber, o de su plena identificación con un proyecto que de alguna manera conocía) y se fue a Madrid a jurar el cargo, cosa que hizo el 16 de abril. Esta etapa, sin embargo, ya no está revestida de los oropeles de la anterior. Ciscar ya no es un hombre tan joven, hemos dicho desde el principio que era de natural enfermizo, así pues parece que el intenso ritmo de trabajo y el clima (por llamarlo de alguna manera) de Madrid le afectan mucho. En diciembre pide una licencia y se vuelve a Oliva, donde permanecerá más o menos un año y, lo que es más importante, solicitará a Madrid la jubilación de su empleo por enfermedad (o sea, en términos actuales, más o menos una pensión por invalidez). De Madrid le dijeron que ni de puta coña, así pues en octubre de 1821 se trasladó de nuevo a Madrid, esta vez con toda la familia, para reincorporarse al puesto. Como siempre, el sentido del deber, ése que hace que los militares estén cortados de otro árbol, hace que este tipo, que hizo todo lo que pudo para convertir su compromiso liberal en una gavela que le permitiese tocarse los huevos, una vez que no lo consiguió se implicó al máximo con su trabajo. De hecho, fue de los pocos consejeros de Estado que acompañó a Fernando a Sevilla cuando los Cien Mil Hijos de San Luis llegaron a Madrid.

Hasta 1822, la labor de Ciscar fue la de consejero de Estado más, en términos sucintamente muy parecidos que los actuales.

En julio de 1821, el régimen liberal se enfrentó a una seria crisis de opinión pública. Hubo grandes manifestaciones en las calles contra el gobierno, que fueron reprimidas. Las Cortes se dirigieron al rey censurando las manifestaciones, pero también solicitándole un cambio de gobierno pues el Legislativo consideraba que, en buena parte, la responsabilidad de los disturbios era de la inoperancia de algunos ministros. Por dos veces, el 29 de diciembre y el 31, el rey convocó al Consejo de Estado; pero era tal la diversidad de opiniones que albergaba éste que fue imposible elaborar un dictamen. Como fue muy habitual en aquella época, los desencuentros de los consejeros de Estado se convirtieron en una serie de votos particulares. En uno de ellos, firmado por varios consejeros entre los cuales estaba Ciscar, se proponía el cambio de gobierno, pero también la implantación de algunas restricciones en el régimen liberal, como por ejemplo en materia de imprenta o derecho de petición.

Un año después de comenzados los disturbios, éstos están alcanzando un momento muy intenso. La guardia del rey asume el intento de cambiar el régimen, si bien entre los conspiradores había puntos de vista divergentes pues no todos eran partidarios de defender el absolutismo. El 3 de julio de 1822, con este cuerpo militar en abierta rebeldía contra el Ejecutivo, el rey Fernando convoca al Consejo de Estado, al gobierno y a todas la autoridades de Madrid, a las cuales presenta una nota. En dicho texto el Borbón, con notable cinismo, se queja de una situación de rebelión militar que él mismo ha alentado (podríase decir, por lo tanto, que en ese acto Fernando VII inventa al político español moderno, amigo de decir una cosa y la contraria, y de crear el problema para luego proveer la solución); y critica abiertamente la presencia de Riego en Madrid, conectándola sibilinamente con algunos rumores y noticias que dice tener de que hay una conspiración en marcha para asesinarlo (al rey). Fue un movimiento destinado a dejar al gobierno en evidencia, pues todo el mundo sabía que su capacidad de responder a estas amenazas era nula. De hecho, los ministros, conscientes de su debilidad, hicieron un renuncio a la hora de saltar el obstáculo, y dejaron al Consejo de Estado el encargo de contestar al rey.

El 4 de julio el Consejo de Estado elaboró una respuesta en la que negaba la existencia de la conspiración contra el rey, e intimando a éste para que cualquier noticia que tuviese o dijese tener la pusiera en su conocimiento para poder actuar. En plena reunión, sin embargo, le llegó al Consejo, que estaba en compañía del propio gobierno, la noticia de que las guarniciones seudo sublevadas de la guardia real, a las que se les había ordenado el traslado a Toledo y Talavera de la Reina, se negaban a moverse del Foro. Era un movimiento más de Fernando, como hemos dicho antes, en el que creaba el problema para luego poder exigir la solución. El Consejo, maliciándose que eso es lo que estaba pasando, reclamó al rey que se desplazase a su presencia. El rey empezó con su típico juego del gato y el ratón; decía que ya iba, pero nunca llegaba. Una tonada mexicana canta:

porque es que estás
que te vas
y te vas
y te vas
y te vas,
pero no te has ido. 

... pues éste era Nando.

[y yo estoy esperando tu amor, 
esperando tu amor,
esperando tu amor,
o esperando el olvido.

Ésta era España.]

En aquella reunión Ciscar, el marqués de Piedrablanca y el militar general Francisco Ballesteros firmaron un voto particular, que lleva fecha de 6 de julio, que defiende textualmente que el problema que sufre el país tiene su origen en la desconfianza del modo de pensar Su Majestad sobre la Constitución, fundada en la conducta de alguno de sus dependientes o familiares. Por lo que aconseja al rey que se aparte de esas gentes y licencie la guardia real. Este texto, al parecer, es sólo el trasunto de cosas más precisas que los firmantes dijeron durante la sesión del Consejo, y muy especialmente Ciscar al parecer, en defensa del régimen liberal y en ataque frontal a la actitud de Fernando respecto del mismo.

Ese paso al frente, esa actitud nada renuente a exponerse al vilipendio de los enemigos (se escribieron muchos folletos clandestinos acusando directamente a Ciscar) pero también a la admiración de los parciales, probablemente labró la fama de Ciscar, y también su caída. Si se hubiera estado más callado, es probable que un año después, a mediados de 1823, cuando el régimen liberal hacía aguas por todas partes, las Cortes hubieran pensado en otro nombre para asumir la Regencia. Pero no: pensaron en Gabriel Ciscar. Cierto es que fue Regente en cumplimiento de un formalismo; tan cierto como que ese formalismo podría haberse apartado si lo hubieran querido las Cortes. Ciscar fue Regente, simple y llanamente, porque los liberales quisieron.

Era junio de 1823 y las tropas del duque de Angulema ya estaban en España. El régimen estaba en peligro evidente y, para dirigirlo, hacían falta personas que siempre hubiesen mostrado disciplina y compromiso con el liberalismo. Una Regencia de última hora para la que se eligieron los nombres de Cayetano Valdés, de Gaspar Vigodet y, cómo no, de Gabriel Ciscar.

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