La ascensión de Breznev a la sombra de Kruschev fue semiautomática. En
1958, fue nombrado vicepresidente de la oficina del Partido encargada de la
Federación Rusa. Un cargo que merece una explicación. Al contrario que el resto
de repúblicas soviéticas, Rusia no tenía en la URSS un partido propio. La
expresión «Partido Comunista Ruso», por lo tanto, no tiene demasiado sentido
desde un punto de vista formal. Los temas de afección a la Federación Rusa se
ventilaban en una oficina especial encuadrada en el secretariado del PCUS, y
allí fue donde Breznev fue designado número dos. Esto le dio un gran poder a la
hora, sobre todo, de repartir canonjías.
De hecho, los miembros de la Mafia del Dnieper y otros amigos de Leónidas
comenzaron a prosperar. Georgy Yenyutin, que lo había sucedido al frente del
distrito de Zaporozhe, fue nombrado presidente de una nueva Comisión de Control
Soviética creada dentro del consejo de ministros. Asimismo, Konstantin
Chernenko se integró en el aparato del Comité Central. Georgy Tsukanov fue
directamente nombrado como asesor del propio Breznev, mientras Pavel Alferov
era promovido como miembro de la Comisión de Control del Partido.
En abril de 1959, Leónidas Breznev recibió el honor, verdaderamente muy
poco habitual, de ser la persona que intervendría en la celebración anual de la
onomástica de Lenin, en el Bolshoi. De forma poco sospechosa, su discurso, de
unas dos horas de duración, se dedicó a cantar las alabanzas de la persona de Nikita
Kruschev (que ni siquiera se molestó en ir, por cierto). Breznev, por cierto,
tampoco olvidó a Stalin, en cuya defensa cerrada salió en su discurso,
adjudicándole la creación de la sociedad socialista, y destacando su labor en
la lucha contra los agentes interiores del partido, trotskistas, bujarinistas y
zinozievistas. Tres años después del famoso discurso secreto de Kruschev,
Breznev dejaba claro hasta qué punto seguía creyendo en la dialéctica creada
por el estalinismo.
Tres meses después se produjo el primer encuentro entre Breznev y Richard
Nixon. Las cosas parecían irle muy bien, aunque a finales de aquel año tuvo que
irse a toda prisa a Alma Ata, porque los temas de Kazajstán habían comenzado a
ir como el culo.
Breznev había elegido personalmente a Iván Yakolev como su sucesor como
secretario general del Partido Comunista de Kazajstán, quien, en 1957, había
respondido a tanta confianza con un pequeño descenso, del 75% en la cosecha.
Consecuentemente, Kruschev lo purgó en diciembre de aquel año y lo sustituyó
por su primer asesor en temas agrícolas, Nikolai Belyayev. Belyayev era miembro
del Presidium, lo cual da una buena medida de la importancia que el líder
soviético concedió a la necesidad de arreglar las cosas en Kazajstán. La
primera cosecha de Belyayev, 1958, fue buena; pero la siguiente fue un
desastre. En enero de 1960, Breznev viajó a Alma Ata, cesó a Belyayev, y nombró
a un amigo suyo, el hasta entonces primer ministro Dinmohamed Kunayev.
El gesto de Breznev de tomar cartas directas en el asunto se interpretó muy
rápidamente como el signo de que había decidido librar la batalla para ser el número
dos de la URSS, detrás de Kruschev. Puesto en el que tenía que enfrentarse con
Andrei Kirichenko, que había sido líder del partido comunista ucraniano hasta
1957, año en el que su compatriota lo llamó a Moscú y lo hizo miembro del
Presidium y secretario del Comité Central. Sin embargo, en enero de 1960,
coincidiendo con el viaje de Breznev, había sido despedido, y enviado como
secretario del partido en el oscuro distrito de Rostov-on-Don.
Parece ser, aunque es muy difícil de saber, que Kirichenko se había
buscado, con unas maneras que tenía un tanto dictadoras y displicentes, muchos
enemigos en la cúpula soviética, y muy especialmente Anastas Mikoyan. Sea como
sea, la caída de Kirichenko dejó bien libre el espacio para Breznev.
Pero, en realidad, el año 1960 acabaría relevándose como una auténtica
putada para él.
En mayo de 1960, Breznev pareció alcanzar la cumbre de su carrera, si las
cosas se leen con ojos occidentales. En efecto, con dicha fecha fue nombrado
sucesor de Yakov Sverdlov, Mijail Kalinin, Nikolai Shvernik y Kliment
Voroshilov como jefe del Estadol soviético o Presidente de la URSS.
Leónidas Breznev era, pues, el jefe del Estado. Pero eso, en la URSS,
apenas significaba nada. En un sistema político donde el Partido era mucho más
importante que el gobierno, el presidente de la URSS era poco más que una
figura cosmética que no servía para nada. Juzgue el lector, sin ir más lejos,
cuánta gente puede recitar, casi sin errores, la lista de los líderes del
Partido Comunista de la URSS desde Lenin hasta Gorvachov, y cuántos habían
siquiera oído hablar de los antecitados como presidentes de la Unión.
Aquella elección era una putada para Leónidas. Un paso atrás, un gran paso
atrás. Pero, entonces… ¿qué había pasado?
Aquel año de 1960, un avión espía U2 estadounidense, pilotado por Gary
Powers, había sido derribado cerca de Sverdlovsk. Todo el escándalo que supuso
aquel suceso acabó, rápidamente, en volverse contra Kruschev y, por simpatía,
contra Breznev.
Desde septiembre de 1959, en la prensa soviética, lo cual quiere decir en
sus centros de poder, se podía adivinar una cierta tendencia crítica hacia la
política de Kruschev hacia Occidente. En aquel mes, el líder soviético había
visitado EEUU y había tenido las cordiales y famosas conversaciones de Camp
David con el presidente Eisenhower. Los comunistas acérrimos y grupos de las
fuerzas armadas soviéticas se aliaron rápidamente en contra de estas tentativas
de entendimiento. Mijail Suslov y Frol Kozlov eran los dos arietes de esa
oposición, que había forzado no pocos gestos de endurecimiento de las
posiciones soviéticas. El derribo del U2 no hizo sino llevar este debate a una
temperatura mucho más elevada que en el pasado.
Kruschev había basado su estrategia en política exterior en el principio
general de que los estadounidenses eran de fiar. Obviamente, para su oposición
el incidente del U2 demostraba exactamente lo contrario, y más todavía cuando
Eisenhower, presionado por los hechos, acabó por reconocer que había ordenado
personalmente espiar a la Unión Soviética.
El 4 de mayo, apenas tres días después del derribo, había reunión del
Comité Central, y en la misma Kruschev tuvo la oportunidad de comprobar hasta
qué punto las cosas se le habían complicado. Todas las propuestas de calado que
se presentaron en la reunión estaban encaminadas a mitigar el poder del
secretario general. El secretariado del Comité fue reducido en su tamaño y
colocado bajo el control de Frol Kozlov. Y, además, tres personas no
especialmente ligadas a Kruschev fueron elevadas al Presidium: Aleksei Kosigyn,
nombrado también primer viceprimer ministro; Nikolai Podgorny; y Dimitri
Poliansky. Anastas Mikoyan, el gran apoyo de Kruschev, fue severamente
derrotado. Y a Breznev le dieron la patada hacia arriba, haciéndole presidente
de la Unión.
Breznev luchó como gato panza arriba. El 6 de mayoi, el Soviet Supremo
confirmó su nombramiento, aunque aun seguía siendo miembro del secretariado del
Partido. Del 11 al 14 de dicho mes, se celebraba en el Kremlin una gran
conferencia de contenido político dirigida a los militares. La conferencia
estaba dirigida por el ministro de Defensa, mariscal Rodion Malinovsky, y el
jefe del comisariado político, general F. Golikov. Pero lo realmente importante
es que de los tres ponentes civiles (Suslov, Nikolai Ignatov, otro kruschevista
caído en desgracia, y Breznev), el tercero fue el único que habló. Detalle con
el que Leónidas consiguió escenificar el apoyo que recibía del Ejército; apoyo
que, como sabemos, se había trabajado duramente a lo largo de aquellos años.
Hizo lo que pudo. Pero, aun así, en julio, Leónidas Illich Breznev dejó de
ser miembro del secretariado del Partido Comunista de la Unión Soviética. Otra
vez en la mierda.
Jamás un presidente de la URSS había logrado regresar a la primera línea de
la política tras haber sido nombrado. Jamás, claro, hasta que llegó Breznev.