Querido Troll, esta carta es para ti.
He pensado que tenía que escribirla porque, al fin y al cabo, rara vez te dejo asomar la cabecita por los comentarios de este blog. En torno al 80% de los comentarios trolleros (y troleros) que llegan a la mesa de moderación del blog, nunca llegan a ser leídos por alguien más que no sea yo. Además, no sé si lo sabes, pero Blogger, así, sin que nadie se lo pida, te considera lo peor de lo peor. Porque los comentarios que califica como spam, inexplicablemente, los guarda. Los que el moderador borra, no los guarda en sitio alguno (lo cual, por cierto, es una putada cuando vas y borras por error a alguien). Así que, ya te digo: eres farfolla de menor calidad que las rusas que venden alargadores de pene.
Te escribo para contarte una frase que una vez escribió Oriana Falacci. Dijo: en el mundo hay dos tipos de fascistas; unos son los fascistas, y los otros los antifascistas. Tú, cuando menos, en lo que a este blog se refiere, eres del segundo tipo de fascistas. Vas por la vida escribiendo, allá donde esté tu perfil de Facebook real, que eres la polla de Montoya en la defensa de las libertades democráticas; aunque, en el fondo, y en la superficie, tu concepto de libertades democráticas es otorgárselas a los que piensan como tú, actúan como tú, defienden lo que tú defiendes y hasta se tiran pedos, como tú, con olor a pepinillo rancio. A ti, la libertad te importa un bledo.
Las personas que aman, o simplemente respetan, la libertad, lo demuestran, a cada paso que dan, desplegando respeto, pues saben que la libertad, sin respeto, es simple y llanamente imposible. La democracia es, de hecho, el respeto por las minorías. Tú esto es probable que no lo sepas porque el día que te explicaron esto en clase, si es que te lo explicaron (y si es que alguna vez has ido a clase), estabas probablemente muy ocupado apuntalando tus convicciones o haciendo cualquier otra cosa. Pero hay por ahí gente, desde John Locke (no, no es el extremo izquierda del Bolton) hasta Alexis de Tocqueville, pasando por Rousseau, o Voltaire, o Blanco White, o Luther King, que ha explicado en libros que tal vez no hayas leído (vaya, que no los has leído) que una democracia, y quien dice una democracia dice una simple y pura actitud democrática, no puede reputarse de tal si trata al otro de forma desconsiderada, despreciativa o discriminatoria; máxime si ese alguien, además, forma parte de una minoría. Construir una democracia para los blanquitos pero putear a los gitanos no es construir una democracia; puede que lo fuera para los griegos, pero hablamos de griegos de hace 2.000 y pico de años.
Tú, en cambio; tú, que te miras al espejo y ves Un Demócrata de Toda la Vida, transitas por otra vía. La vía por la cual la educación, el respeto, es sólo para aquél que lo merece; y aquél que lo merece, lo merece por pertenecer a tu (presunta) mayoría. Enfangado en los mantras de tu secta, cualesquiera que éstos sean, cualquiera que ella sea, has llegado a la misma conclusión a la que llegó Fray Tomás de Torquemada, o Adolfo Hitler, o Pol Pot, o los gobernantes parisinos que ordenaron la retaliation de la Vendée (es una región, no una tipa), o los sargentos del saco de Malinas. Has llegado a la conclusión, tú solito, de que quien no está contigo, está contra ti; y, consecuentemente, , no merece sino el desprecio.
En desprecio te quedas, afortunadamente, porque a los tiempos presentes, aunque sean lo que son, aun les queda una reserva de civilización. En otro tiempo, en lugar de poner comentarios a los posts de los blogs que no te gustan, irías por la calle con un hacha y una antorcha, buscando brujas, o gitanos, o husitas (no, no es una nacionalidad), o marranos (no, los animales no), o cátaros (¡sin n, coño!), o falangistas, o rojos, o curas, o laicos, o peruanos, para llevártelos por delante. Por cabrones. Por distintos. Por discrepantes.
Como has tenido la mala suerte para ti de nacer en el siglo XXI, porque ya te digo que el siglo XV habría hecho tus delicias, dedicas tus energías a trolear la red. En primera instancia, te empalmas leyendo blogs de tu cuerda, que te emocionan a la par que te ponen de mala leche, porque te hacen pensar en la cantidad de relapsos que hay por el mundo que aún no han Visto La Luz. Esos blogs, probablemente, ya están provistos de las necesarias valoraciones de la escoria mundial que tiene la osadía de ser diferente a ti, por lo que, una vez leídos estos textos (en diagonal, como tienes por costumbre), ya estás bien empalmado para comenzar la caza. Y así, con la sardina enhiesta y mirando en dirección nor noreste, sales a la red, cuchillo de capar en mano, a ver qué pillas.
Entonces ves el texto. Alguien escribe que la II República se equivocó en su política religiosa; o que los alimentos trasgénicos no son malos; o que cuando ve a la Roja jugar en la tele no siente los colores; o que no le convencen las teorías del calentamiento global... en el fondo, da igual lo que sea que ha escrito tu víctima, porque tú, aunque crees que son tales o cuales ideas las que te mueven, en realidad te mueves por otra cosa: la intolerancia. Es lo mucho que te gusta ser intolerante lo que te mueve. Si tu intolerancia te ha llevado a defender la revolución bolchevique o las bases de la Italia de Mussolini, eso es mero fruto de la casualidad. La intolerancia es un tejado de dos aguas; unos caen de un lado, otros del otro.
En el momento en que lees eso que no te gusta, eres como un hamster que se subiese un día más a la ruedita que le han puesto en su jaula. Haces lo mismo que ayer, y lo mismo que harás mañana. Escribes una respuesta que incluye palabras como "intolerable", "ignorante" o "repugnante". Lo adornas con aseveraciones de hondo significado científico, del tipo "todo el mundo sabe que", "está sobradamente demostrado que", o tu preferida: "el que no piense que Bla es un ..." En los puntos suspensivos hay muchas cosas que te gusta poner.
Pero hay una sobre todas.
Cada vez que escribes "fascista", se te produce un orgasmo espontáneo. "Yo", te dice una voz interior, "nací para escribir "fascista" a todas horas".
Tengo una mala noticia para ti. Lamento tener que ser yo quien te la de, pero qué le vamos a hacer. Eres un franquista inverso. Tú (y me refiero al tipo de troll que escribe a este blog; que trolls hay muchos) es posible que hayas sufrido una aceleración del ritmo cardiaco cuando hayas leído esto. Lo comprendo. Es jodido descubrir que se es la imagen especular de lo que se combate. Pero es la verdad. Ya lo siento.
Lo tuyo, segunda mala noticia, no se quita bebiendo Danacol por las mañanas. Ni siquiera te ayudará a controlarlo. Porque el problema que tú tienes es que tú no quieres controlar tu franquismo inverso. Vives encantado en él, porque te parece lo más de lo más del pensamiento progresista.
Lo tuyo sólo se quita leyendo. Conociendo. No, no le tengas miedo a hacer cosa tal. En la Historia del mundo, y en el momento presente, hay miles de personas que tuvieron tus ideas, leyeron y, después de leer, las conservaron. No se trata de conseguir que pienses de otra forma; tú puedes pensar lo que quieras, mientras ese algo no sean cosas como que a los niños hay que encularlos o que la prostitución de las hijas que le sobran es un derecho de todo padre. Y, de hecho, lo más probable es que, leas lo que leas, sigas pensando lo mismo que piensas, porque las convicciones son el refugio más cálido del alma humana, y hay que tener muchos huevos para abandonarlas. Pero si conservas tus ideas después de haber leído, después de haber reflexionado, ya no serán las mismas ideas. Serán más sólidas y, a la vez, más endebles.
Lo más alucinante e interesante de leer para aprender es que es una experiencia repleta de trampas. Todo lector-estudiante es un Indiana Jones que camina trabajosamente por una selva de informaciones, sabiendo que, a cada paso, el suelo puede ceder o estallar porque haya una mina. Repentinamente, un concepto, un desarrollo, un dato, se convierte en una molesta pieza que no encaja en el puzzle de nuestras ideas. Esto es algo que puede pasar cuando se tiene en la cabeza un puzzle de mil piezas. Pero cuando se tiene, como tienes tú, uno de ésos de los niños chicos, de dos o tres piezas, es prácticamente seguro que ocurrirá.
Por eso, los trolles como tú llevan desde los inicios de la Historia quemando los libros que no les molan, e imponiendo la lectura de los que les molan.
Cualquier persona que haya estudiado en serio algo, salvo que tenga un contenido extremadamente técnico, ha caído más de dos, más de diez, más de cien veces en alguna trampa y ha descubierto, allí abajo, que cosas que tenía por ciertas e inamovibles no lo son tanto. Por eso tú, que vives convencido de que lo que piensas son verdades inamovibles, deberías leer. Pero te va a doler, eso sí.
De hecho, es posible que si lees mucho mucho, acabes descubriendo la auténtica información dolorosa que te espera en algún punto del camino. Esa información es: la Verdad no existe. Jesucristo no es el hijo de Dios; Lenin no era un demócrata. Jesucristo, y Lenin, y todos los demás que están en los libros, existen tantas veces como son pensados, porque todo, y todos, está sometido a interpretación. Nada es verdad, ni mentira. Sólo hay una cosa: el compromiso ético, personal, con la verdad de uno. El compromiso de que esa verdad nace de una búsqueda sincera, a cerebro abierto, de los hechos y de sus interpretaciones. La verdad, en este caso, histórica, no es sino la verdad de cada momento. Años y miles de páginas después, no es que pueda, es que debe ser otra. La persona que permanece años, y páginas, pensando lo mismo, o no está leyendo, o está haciendo trampa y, en realidad, aunque los libros tengan distintos títulos y distintos autores, está leyendo siempre la misma página.
Puedes seguir escribiendo comentarios motejándome de lo que quieras, sobre todo de tu palabra preferida. Todos irán al universo paralelo a donde van los calcetines sin pareja. Yo que tú, sería más listo. Tienes muchas maneras de hacer las cosas que yo no puedo controlar. Puedes menear mi noticia y, acto seguido, entrar a comentarla y ponerla a parir. O puedes ir a alguno de los foros que frecuentas y reclamar la aquiescencia del resto de tu tribu, mientras bailais la danza de la muerte alrededor de la marmita donde hierven vuestras convicciones.
Yo que tú, sinceramente, pasaría de comentar. Tengo cincuenta tacos, colega. Ya he tratado con suficientes franquistas en mi vida.
miércoles, julio 04, 2012
lunes, julio 02, 2012
Fra Girolamo (5)
El gesto de Lorenzo de Médici de llamar a Girolamo
Savonarola a su lado en el momento de su muerte hizo al prior de San Marcos
extraordinariamente popular en Florencia. Por dos razones. La primera, porque
la especie lanzada por sus acólitos de que se había enfrentado valientemente al
poderoso alimentó su valía como líder de los republicanos de la ciudad. La
segunda, porque la muerte del Medicis, al fin y a la postre, venía a “demostrar”
o cumplir una de las profecías de Savonarola; para colmo, tres meses después,
también murió otro de los señalados proféticamente por el fraile: el Papa. A
partir de ahí, pues, muchas personas comenzaron a creer que, verdaderamente,
Savonarola tenía revelaciones divinas. La muerte de Inocencio VIII, el primer
Papa que admitió públicamente su paternidad, levantó algunas esperanzas de
reforma en la iglesia de Roma; pero la elección de un Borgia para el solio dio
al traste con todas esas teorías, lo que reforzó la furibunda dialéctica
savonaroliana. El fraile comenzó a afirmar en sus predicaciones que había
tenido visiones más o menos alucinógenas que le anunciaban el desastre de la
Iglesia y su vuelta a los orígenes.