1 de julio de 1928. Un día cálido, tórrido incluso, en Nueva York. Frankie Yale se ajusta su sombrero panamá frente al espejo, buscando el ladeado sexy que suelen llevar en las pantallas los galanes del cine de moda. Como siempre Yale, nacido en Italia Francesco Ioele, se ha vestido de punta en blanco, con pantalones, camisa, chaqueta y zapatos epatantes y mal combinados; el típico «uniforme» de mafioso. Porque eso y no otra cosa es Yale: un mafioso. Y de los gordos. Preside la Unión Siciliana, germen del sindicato del crimen que actuará a pleno rendimiento pocos años después bajo la dirección de Charles «Lucky» Luciano. Yale es, además, el rey de las actividades ilegales de South Brooklyn. Se mira y remira en el espejo, orgulloso de sí mismo. Aquel día de julio de 1928, Frankie Yale está en la cima de su carrera, en su momento de mayor poder. Es tan poderoso, que tiene la sensación de que nadie puede con él.
Una de las señas de la prosperidad de Yale es el Lincoln Coupé de 1928 (última moda, pues) que acaba de comprarse. Es un coche caro, pero a Yale le ha costado todavía más porque lo ha comprado a prueba de balas. En Detroit han trabajado duro para colocar las protecciones necesarias pero, finalmente, cuando Yale ha recibido el coche ha comprobado, airado, que las ventanillas no han sido blindadas. Aquella mañana, Yale ha quedado en llevar el coche al concesionario para resolver el problema.
James «Sam Brown» Caponi, soldado del pequeño ejército de Yale, le hace de chófer. Conduce hasta la esquina entre la Avenida 14 y la 65, donde hay un local de venta de alcohol ilegal. Yale y Caponi quieren tomar unos tragos antes de llevar el coche.
Cuando están en la segunda copa, alguien llama al local preguntando por Yale y, cuando éste se pone, se limita a informarle, casi telegráficamente, de que algo le ha pasado a su mujer, Lucy, y que debe volver a casa inmediatamente. Como un resorte, Yale toma la salida del local, despidiéndose de Caponi apresuradamente, y toma el coche en solitario. En el camino hacia su casa, un Buick le sigue, primero por la Avenida Nueva Utrecht, luego por la 44. A la altura del 957 de dicha calle, el Buick, que ha ido tomando velocidad, se iguala con el Lincoln que conduce Yale. Frankie mira a su derecha para observar el coche que quizá lo está adelantando. En el coche van varios hombres. Pero él se fija en uno de ellos.
Nada más contemplar ese rostro, en apenas una fracción de segundo, Frankie Yale comprende tres cosas: comprende que van a matarlo; comprende quién lo va a hacer; y también sabe por qué.
Mucha gente dice que quien sabe que va a morir ve pasar su vida por delante de sus ojos. Si Frankie Yale llegó a saber, durante aquella carrera loca por la calle 44, que iba a morir, quizá su vida pasó rápidamente ante él. Tal vez, durante ese tenso segundo durante el cual las cosas todavía no habían ocurrido, su mente viajó al 5 de enero de 1920; el día en que comenzó el hecho más importante de su vida: la guerra entre la Mano Negra y la Mano Blanca.
Lunes, 5 de enero de 1920. En los muelles de Brooklyn se desarrolla una actividad frenética, coherente con el papel de gran importancia que para la naciente pujanza económica estadounidense supone el transporte por mar. Nos encontramos en el muelle 2 del East River. Un lugar propiedad de una empresa portuaria veterana de Nueva York, la Gowanus Stevedoring Company. Gowanus acaba de comprar el almacén del muelle 2, pero lleva ya 50 años trabajando en el puerto de Nueva York. Así pues, conoce el negocio y sus pequeñas triquiñuelas. La empresa, por ejemplo, paga religiosamente su tributo a la Mano Blanca, una organización dirigida por un irlandés llamado Denny Meehan, que se encarga de que en el muelle de carga no haya robos que en otros lugares similares son desgraciadamente muy comunes.
De hecho, todo el mundo en esa zona le paga a Meehan, quien también ha comenzado a expandirse en la zona con el negocio ilegal con diferencia más lucrativo: la usura. Los muelles neoyorkinos están petados de estibadores, descargadores y jornaleros que trabajan muchas horas muy duramente y son, por ello, extraordinariamente aficionados al alcohol, las putas y los dados. Como sus sueldos no suelen dar para todo eso, piden prestado. Denny les presta el dinero, a intereses tres, cuatro o diez veces superiores a los de los bancos, y aplica métodos muy convincentes en caso de impago. Se cobra los intereses de demora machacando dedos, rodillas o cuerpos enteros, así pues todo el mundo paga. Cualquier persona que se dedique a la extorsión y la usura sabe que un puerto es uno de los lugares más interesantes para el negocio. Los muelles de Brooklyn le pertenecen a Denny Meehan.
El 5 de enero Jimmy Sullivan, el enorme capataz de la Gowanus, recibe una extraña visita. Se trata de un tipo alto y de presencia también bastante impresionante, Willie Altierri, a quien todos llaman «Two Knife». Ya en 1920, Altierri es uno de los asesinos profesionales más conocidos de la zona. Su mote tiene que ver con su método de trabajo. Two Knife siempre lleva encima dos grandes cuchillos, que guarda en unas fundas sobaqueras. Cuando no tiene nada que hacer se hurga las uñas de las manos con la punta de uno de los cuchillos y duerme con sus armas encima. Quienes le conocen saben que es extraordinariamente preciso en sus trabajos. Siempre busca el corazón o los pulmones y, además, llevado por una cierta tendencia a la refinada crueldad, siempre que tiene tiempo, después de clavar, mueve el cuchillo en el interior del cuerpo de sus víctimas para provocar un mayor daño.
Willie Two Knife visitó a Sullivan acompañado por otros dos matones de la Mano Negra: Joe «Rackets» Capolla y Joe «Big Beef» Polusi. Los tres italianos le hacen a Sullivan, como diría Vito Corleone, una oferta que no podrá rechazar. Le invitan a comenzar a pagar tributo a la Mano Negra, dado que, le dicen, ahora Brooklyn les pertenece. Sullivan llama a John O'Hara, el dueño de la Gowanus. O'Hara, que no quiere problemas, le da instrucciones de responder afirmativamente y comprometer el pago a los italianos de 2.000 dólares a la semana.
Por primera vez, pues, la Mafia siliciana da en Nueva York un paso para arrebatarle a la Mano Blanca irlandesa su negocio.
El día que correspondía rendir el primer pago, la Mano Negra envió al muelle 2 a uno de sus mejores recaudadores: Benjamin «Crazy Benny» Pazzo, quien fue acompañado por Joe «Frenchy» Carlino, que lo esperó en el coche. Carlino, el más experimentado chófer de la Mano Negra, estaba al volante de un Cadillac que era el coche personal de Frankie Yale, el jefe de la organización de Brooklyn. Yale había querido con este gesto destacar la importancia de la misión.
Pazzo tenía que recorrer una distancia relativamente corta: 325 pies. En el Nueva York de la primera mitad del siglo se popularizó una expresión: to take a long walk off a short pier. Este oxímoron quiere decir algo así como irse a la mierda. Hay quien dice que la expresión nació de los pasos de Pazzo por la nieve del muelle 2 del East River.
Tres hombres cortaron el paso de Crazy Benny hacia las oficinas de la Gowanus. Esos tres hombres eran Denny Meehan y sus dos lugartenientes: William «Wild Bill» Lovett y Richard «Pegleg» Lonergan. Los tres llegarían a ser máximos mandatarios de la Mano Blanca; los tres terminarían malamente. Pero, en aquel día del invierno de 1920, aún faltaba mucho para eso. Los irlandeses sacaron sus 45 y las descargaron en el pecho de Crazy Benny, quien cayó para atrás; ya estaba muerto cuando su espalda tocó la nieve. De las catorce balas que entraron en el cuerpo del recaudador italiano, seis le habían traspasado el corazón.
Horas después de aquel suceso, en un garage de Baltic Street, lugar de reunión de la Mano Blanca, se brindó con buen whisky. No muy lejos de allí, en la oficina de Yale, éste maldecía y daba puñetazos a las paredes, gritando: «¡Si Meehan quiere guerra, me cago en la puta que es lo que va a tener!»
Acababa de comenzar una de las guerras entre mafias más sangrientas de la Historia.
Bienvenidos a una historia cuyo guión se escribe solo.