Más o menos por los tiempos del atentado fallido contra Hitler en el aire se produjo el intento por parte de elementos de la resistencia de atraer a sus proyectos de Heinrich Himmler. Aunque pueda parecer increíble, lo cierto es que esta tesis no está exenta de lógica. Himmler no era especialmente inteligente (aunque, al lado de gentes como Ribentropp o Hess, era un licenciado en exactas con premio extraordinario) y, aún así (o tal vez por eso mismo) era tremendamente ambicioso. Mediada la segunda guerra mundial que, no lo olvidemos, venía a suponer más o menos los diez años de Hitler en el poder y algunos más al frente del partido, no era Himmler el único miembro de la cúpula nazi que se preguntaba quién mandaría cuando Hitler dejase de hacerlo. Himmler, además, al menos hasta la catástrofe de Stalingrado, podía bien pensar que estaba perdiendo la partida a favor de Göring; aunque, como digo, más allá la cosas le sonrieron un poco más, puesto que Stalingrado fue uno más de los ejemplos en los que Göring prometió algo que no cumplió (en este caso, el correcto abastecimiento de las tropas en la bolsa), lo que le hizo perder puntos.
Un último factor importante es el hecho de que, en 1943, en expresión de Churchill, giraron los goznes de la Historia, y las tornas de la guerra empiezan a cambiar en contra de Alemania. Es un hecho que, más adelante, con la guerra perdida, Himmler intentará lavar su propio culo a espaldas de Hitler (por ejemplo, tratando de pactar con los judíos la liberación de unos cuantos miles de los campos de concentración a cambio de ser protegido); no es nada extraño, pues, que se pensase que podía ser proclive a algún tipo de oposición al Führer que le dejase a él en buen lugar.
El 26 de agosto de 1943, el ministro prusiano de Finanzas, Johannes Popitz, se entrevistó con Himmler. Pudo verle gracias a Carl Langbehn, miembro de la resistencia que había hechos labores de inteligencia para Himmler.
Popitz trató de alimentar el ego de Himmler aseverando que la labor del Führer estaba siendo dilapidada, y aseverando que él era el único posible salvador; por lo que instaba a Himmler a llevar a cabo negociaciones de paz a espaldas de Hitler. Himmler, sin embargo, respondió con evasivas. Quizá, la guerra no estaba aún lo suficientemente madura para esa conversación.
Lejos de ayudar a la resistencia Himmler, a través de la Gestapo, la perseguía. La Historia del III Reich es, en buena parte, la Historia de un enfrentamiento continuado y cainita entre la Abwehr y la Gestapo por ser la CIA de Hitler; pelea que finalmente ganaría la Gestapo, precisamente, tras estallar la bomba contra Hitler. Hasta 1942, en realidad, la Gestapo estuvo básicamente ocupada en desmantelar la Rote Kapelle, es decir la red de espionaje de inspiración comunista existente en Alemania. Pero, tras dar con sus cabecillas y detenerlos, pudo centrarse en esta otra resistencia que aquí constato, que tiene un carácter mucho más conservador.
Los éxitos fueron rápidos. A principios de 1943, la Gestapo detuvo a los dos jóvenes hermanos Hans y Sophie Scholl, que realizaban proselitismo antihitleriano en la universidad de Munich; y los puso en manos del superjuez nazi Roland Freisler. Los Scholl se autoincriminaron buscando que no hubiese más investigaciones, pero, pese a ser ejecutados, se produjeron un centenar más de detenciones. La resistencia no podía quedarse quieta. El conde Peter Yorck, vinculado a Dohnanyi, viajó a Suiza para mantener contactos con Allen Dulles, respresentante de EEUU, para convencerle, sin éxito, de una mayor implicación aliada en las acciones de la resistencia.
En marzo de 1943, Ludwig Beck fue operado de un cáncer de estómago, lo cual debilitó a la resistencia. Por aquellas fechas, Himmler nombró a Ernst Kaltenbrunner jefe de Seguridad del Reich, lo cual marcó un agravamiento de las acciones de la Gestapo. El propio Canaris, al cual Himmler le había confesado, probablemente para ponerlo nervioso, que estaba investigando un golpe de Estado de los generales, fue interrogado.
Manfred Roeder, uno de los mejores investigadores de la Gestapo, había trincado por un delito económico a un hombre relacionado con la resistencia, Schmidthuber, al que metió en la prisión de Tegel una buena temporada para ablandarlo. Finalmente, Schmidthuber acabó por ceder y se mostró dispuesto a hablar acerca de acciones realizadas con miembros de la resistencia como Müller o Dohnanyi.
El 5 de abril de 1943, las investigaciones de Roeder y la Gestapo dieron frutos por fin. Ese día el mismísimo Roeder, acompañado tan sólo por Franz Xaver Sonderegger, también oficial de la Gestapo, llamó sin previo aviso a las oficinas de la Abwehr. Preguntaron por Canaris, que les recibió extremadamente solícito. Fríamente , Roeder le exigió que les llevase a la oficina de Dohnanyi.
Canaris encargó a Oster la labor de llevar a los dos oficiales de la Gestapo a la presencia de Dohnanyi. Una vez en el despacho de éste, Roeder y Sonderegger conminaron a Dohnanyi a que abriese los cajones de su mesa y su caja fuerte. Éste obedeció, y pronto todos los papeles guardados en estos sitios estaban extendidos sobre la mesa. Roeder se aplicó a estudiarlos, pero Sonderegger, no. Era un experto perro de presa, conocía su oficio muy bien y sabía que, tal vez, la clave de la investigación no estaba en los papeles, que eran muchos y estaban desordenados, sino quizá en los rostros de las personas a las que vigilaban. No se equivocó. En un momento dado, captó claramente una señal de mus de Dohnany a Oster, señalando levemente uno de los papeles de la mesa. Sonderegger esperó a que Oster intentase hacerse con el papel y, cuando lo hizo, lo pilló en bragas. Aquel papel, marcado con una O, contenía un esquema de cómo debería ser la administración de Alemania tras la caída de Hitler. Luego aparecieron más documentos comprometedores. Dohnanyi salió de la sede de la Abwehr camino de la carcel militar de Tegel (el mismo pueblo que hoy da nombre al aeropuerto berlinés).
Aquella acción fue una indudable victoria de la Gestapo. Pero parcial. Con todo, Dohnanyi logró escabullir a los policías la llave de los archivos secretos que tenía en Zossen, donde había tralla para implicar a todos los conspiradores hasta el corvejón. Dohnanyi había tenido la inteligencia de pegar la llave a una carpeta que contenía papeles insulsos de gestión, así pues Oster no tuvo problemas en recuperarla. No obstante, la documentación incautada condujo a la rápida detención de la mujer de Dohnanyi, Christine; su hermano, Dietrich Bonhoeffer; Josef Müller y la mujer de éste. Oster no fue detenido, pero sí colocado bajo intensa vigilancia. Para todos los presos, la prioridad se convirtió en seguir en Tegel, es decir detenidos bajo jurisdicción militar, y no en las mazmorras de la Gestapo, donde su destino era mucho más incierto.
Roester bautizó a todo aquel grupo como la Schwartz Kapelle, o banda negra. Aunque los presos no estaban formalmente bajo su jurisdicción, sí los interrogó y los sometió a fuerte tortura psicológica, amenazándoles con llevarles a sus cárceles o con hacerle algo a sus parientes.
En cuanto a una de las claves de esta historia, los papeles de Zossen, fueron, con mucha probabilidad, parcialmente destruidos por Oester, y el resto pasaron a manos del coronel Werner Schrader, destinado en el alto mando de Zossen. Schrader escondió lo papeles en una granja de su cuñado en Brunswick. En 1944, cuando conociendo el fallo del atentado contra Hitler, Schrader se suicidó, su mujer los destruyó.