La Sala del Mappamondo del Palazzo Venezia, en Roma, fue la oficina principal de Benito Mussolini mientras fue dictador de Italia. En los tiempos en que el país decidió construir su imperio colonial y abrió la guerra de Etiopía, el Duce se hizo instalar en una pared de la sala un gran mapa del país africano, en el que estaban clavadas las decenas y decenas de banderitas que simbolizaban las unidades puestas en juego en esa invasión.
Una noche, las señoras de la limpieza entraron en la sala para limpiarla cuando ya no había nadie. En su celo por dejarlo todo como los chorros del oro, acabaron descolgando por error el enorme mapa. El papel cayó al suelo, las banderitas se desclavaron y se esparcieron caóticamente por el suelo. Contritas y nerviosas, aquellas buenas mujeres resolvieron deshacer el entuerto de la mejor manera posible. Colgaron de nuevo el mapa y, una vez hecho esto, recogieron, una por una, las banderitas del suelo, y las fueron clavando en el papel buscando los agujeros ya dejados por los alfileres, a la buena de Dios, como su entendimiento les dio a entender.
La guerra de Etiopía siguió su curso. Italia la ganó. Pero, en todo ese tiempo transcurrido, el Duce jamás se percató de que los ejércitos de su mapa habían sido colocados por unas chachas. Jamás se dio cuenta de que en el mapa había despliegues que a un militar, con sólo saber sumar dos y dos, jamás se le ocurriría hacer. Flancos de artillería precediendo a la infantería. Divisiones de caballería inútilmente concentradas en áreas montañosas donde probablemente no eran capaces de maniobrar. Estados mayores separados de sus tropas por cordilleras o grandes accidentes orográficos. Hubo dos guerras de Etiopía: la que ocurrió en Etiopía, y la que ocurrió en el mapa de Mussolini. Y no se parecieron ni una mierda.
Ése era Benito Mussolini. Una impulota y orgullosa cáscara de huevo, dentro de la cual no había nada.
El siglo XX es el siglo de la eclosión de dos ideologías: el fascismo y el comunismo. Yo, la verdad, considero que se trata, en realidad, de dos formas distintas de fascismo: uno, si se quiere, de derechas, y el otro de izquierdas. Pero me cuesta ver muchas más diferencias entre ambos desde un punto de vista programático y filosófico. No obstante, respetando la nomenclatura que todo el mundo usa (de momento; todo es cuestión que un catedrático de campanillas decida destacar diciendo algo parecido), el fascismo es, en gran medida, Benito Mussolini. Porque si por esencia del fascismo muchos tienen a Adolf Hitler, no hay que olvidar que para fascista influyente, el italiano. Esto es especialmente verdad en un blog mayoritariamente dedicado a la Historia de España, ya que el fascismo español, donde quiera que lo situemos, fue, sin duda alguna, de inspiración mussoliniana.
Benito Amilcare Andrea Mussolini Maltoni nació el 29 de julio de 1883 en Varano dei Costa, en la Romaña. Las veleidades revolucionarias de su padre, miembro de la pequeña burguesía rural, hicieron que el niño llevase tres nombres dedicados a tres revolucionarios. Fue Benito por el mexicano Benito Juárez; fue Amilcare por Amilcare Cipriani, activista anarquista; y fue Andrea por Andrea Costa, uno de los fundadores del Partido Socialista Italiano. En 1902, el joven Mussolini se desplazó a Suiza, donde se estableció el primer paralelismo entre él y alguno de los personajes que se le parecieron, en este caso Hitler. Igual que le ocurrió al dictador austriaco en Viena en su juventud, en Suiza Mussolini vivió muy precariamente, aceptando empleos de repartidor o almacenero. Por aquel entonces, por cierto, iba por la vida con una medalla al cuello que portaba un retrato de Carlos Marx. De hecho, su principal influencia de aquella época fue la rusa revolucionaria exiliada Angélica Balabanov, al calor (ideológico) de la cual labró su antimilitarismo cerril (no acudió a filas cuando le llegó la edad militar, por lo que fue condenado a un año de prisión) y su ateísmo militante. Es una escena bien conocida de su vida el debate sobre la existencia de Dios mantenido con un sacerdote llamado Tagliatella, durante el cual conminó a Dios a que lo fulminase para demostrar su existencia. Resulta difícil creer en la existencia de Dios, la verdad, si, aún habiendo sido requerido para ello, y teniendo en cuenta que es omnisciente y por lo tanto sabría la que iba a montar aquel cabezón, no aprovechó para apiolárselo.
En 1904 se decreta una amnistía en Italia que permite al prófugo Mussolini regresar al país. Tiene que prestar el servicio militar, cosa que hace con disciplina. En 1909, en Forlí, conoce a Rachele Lombardi, que será la madre de sus hijos primero y su esposa después (no se casó hasta pasados ocho años) y una de las dos mujeres de su vida junto con Clara Petacci, su particular Eva Braun. Entre dicho año y 1912, Mussolini escala en el prestigio dentro de los socialistas hasta conseguir ser nombrado director del órgano partidario Avanti.
Como todo fascista que se precie, Mussolini tenía una habilidad; cierto don. Hitler era un orador cautivador, capaz de electrizar a las masas de pequeñoburgueses y obreros que iban a escucharle a la Löwenbräukeller. Franco, por su parte, era un militar bajito y de voz bastante atiplada, pero que, a decir de sus contemporáneos, tenía una mirada y una actitud que acojonaban. José Antonio Primo de Rivera era persona de un atractivo personal y una capacidad carismática que ni siquiera sus enemigos niegan. Mussolini era regordete, no muy buen hablador (sus discursos, vistos hoy, parecen los discursos de alguien que lo estuviese parodiando con gestos exagerados), y también carecía de una presencia imponente. El don de Mussolini era la convicción. Era uno de esos políticos que era capaz de decir, con la distancia de unos pocos meses o años, una cosa y la exactamente contraria, y sonar convincente en ambos casos. Como escritor no estaba exento de talento, y tenía visión periodística. Bajo su dirección, Avanti multiplicó su difusión por cinco.
El cambio de Mussolini comienza a labrarse en 1914, con el estallido de la Gran Guerra. En apenas unas horas Mussolini, que hasta entonces ha sido un antimilitarista furibundo, se convierte en un belicista impregnado del mismo tipo de entusiasmo. Esta voltafaccia le produce tantos problemas en el PSI que decide abandonar el Avanti antes de que le echen. En ese momento, Mussolini funda un periódico propio, Il Popolo d'Italia, sobre cuya financiación inicial hay mucho misterio.
Mussolini estaba en la quinta pregunta. Así pues, no pudo fundar su periódico con ahorro alguno. Evidentemente, tuvo que contar con apoyos, y esos apoyos lo más lógico es que estén vinculados al hecho fundamental que traía consigo la defección de Mussolini: la división del Partido Socialista. Así pues, sectores del gran capital o del propio gobierno son los más racionales candidatos a haber ayudado en este punto a Benito para sacar adelante su proyecto. Por otra parte, la postura aliadófila que inmediatamente tomó el periódico en lo que se refiere a la guerra mundial ha hecho a muchos pensar que el capital francés pudo no ser muy ajeno a la operación.
A base de estas presiones, Italia, en 1915, le declara la guerra a Austria. Una decisión que colocará el primer mojón del camino que lleva hasta el fascismo en el poder.
sábado, junio 20, 2009
jueves, junio 18, 2009
Adivinanza beethoveniana: ganó Jota.
Bueno, pues esta vez he podido con vosotros :-P
Démosle la palabra al musicólogo francés André de Hevesy, en su obra Vida íntima de Beethoven, traducida al español por Enrique Ruiz de la Serna y publicada por la editorial Mundo Latino en 1927. Página 161:
«Por extraño azar, Beethoven, a quien sus camaradas de Bonn llamaban en otro tiempo «el español», iba a terminar sus días en una mansión que, a su vez, recordaba a España. Unos benedictinos catalanes, consagrados al culto de la Virgen Negra de Montserrat, construyeron a principios del siglo XVII una capilla y un monasterio en Viena. José II disolvió la congregación de los españoles negros. En lo que fuera iglesia, se instaló un depósito de catres de cuartel, llamado por el pueblo el «almacén de las pulgas». El monasterio quedó convertido en casa de vecindad. Era un amplio caserón de dos pisos, que por un lado daba a las murallas y las frondosas colinas que rodean la capital y por el otro a un vasto terreno que antaño sirviera para los ejercicios militares. Aquella vivienda de altas y resonantes bóvedas tenía algo de monacal. El 15 de octubre de 1825, Beethoven alquilaba en ella un modesto cuarto del piso segundo (...)»
Por lo tanto: lo de españoles negros tiene que ver no con los españoles, sino con su culto, que se centraba en una virgen negra, la de Montserrat. Y eran catalanes. Beethoven murió en lo que antes de ello fuera un monasterio de benedictinos catalanes.
Cataluña es la respuesta. De esta adivinanza, quiero decir.
Démosle la palabra al musicólogo francés André de Hevesy, en su obra Vida íntima de Beethoven, traducida al español por Enrique Ruiz de la Serna y publicada por la editorial Mundo Latino en 1927. Página 161:
«Por extraño azar, Beethoven, a quien sus camaradas de Bonn llamaban en otro tiempo «el español», iba a terminar sus días en una mansión que, a su vez, recordaba a España. Unos benedictinos catalanes, consagrados al culto de la Virgen Negra de Montserrat, construyeron a principios del siglo XVII una capilla y un monasterio en Viena. José II disolvió la congregación de los españoles negros. En lo que fuera iglesia, se instaló un depósito de catres de cuartel, llamado por el pueblo el «almacén de las pulgas». El monasterio quedó convertido en casa de vecindad. Era un amplio caserón de dos pisos, que por un lado daba a las murallas y las frondosas colinas que rodean la capital y por el otro a un vasto terreno que antaño sirviera para los ejercicios militares. Aquella vivienda de altas y resonantes bóvedas tenía algo de monacal. El 15 de octubre de 1825, Beethoven alquilaba en ella un modesto cuarto del piso segundo (...)»
Por lo tanto: lo de españoles negros tiene que ver no con los españoles, sino con su culto, que se centraba en una virgen negra, la de Montserrat. Y eran catalanes. Beethoven murió en lo que antes de ello fuera un monasterio de benedictinos catalanes.
Cataluña es la respuesta. De esta adivinanza, quiero decir.
miércoles, junio 17, 2009
Ludwig van Beethoven y el Estado de las autonomías
Hace tiempo que no cuelgo una adivinanza, pero el caso es que ayer, leyendo en el avión, me encontré con una curiosa. Ya no me atrevo a decir que difícil porque los lectores de este blog ya habéis demostrado que podéis con todo. Pero ahí va.
La pregunta es: ¿qué comunidad autónoma española está [probablemente, sin ella saberlo] íntimamente ligada a la muerte del genial Luis de Beethoven?
Y, ya puestos, ¿por qué?
La pregunta es: ¿qué comunidad autónoma española está [probablemente, sin ella saberlo] íntimamente ligada a la muerte del genial Luis de Beethoven?
Y, ya puestos, ¿por qué?
lunes, junio 15, 2009
La huelga agraria del 34
Os contaré un pequeño secreto. Muchas veces, cuando me siento delante de este ordenador para escribir en el blog (o más bien escribir para el blog, pues preparo los posts en OpenOffice antes de volcarlos), no sé, en realidad, sobré qué voy a escribir. Frente al ordenador estoy yo y detrás de mí están mis libros. Siempre hay varios libros o conjuntos de libros donde he dejado una marca de página, o un conjunto de fichas, o los inevitables subrayados (todos mis libros, salvo las ediciones valiosas por antiguas, están subrayados; me gustan los libros subrayados, sobados, abiertos una y otra vez) que señalan la posibilidad de escribir, algún día, un post o varios. Así pues, tengo donde elegir y escribo más o menos lo que me apetece; la posibilidad que ofrece Blogger de etiquetar los artículos con una marca temática hace más fácil escribir sin ton ni son.
El secreto tiene que ver con que algunas veces, muchas incluso, es la música quien decide sobre qué escribir. Yo no sé si a vosotros os pasa lo mismo, pero el caso en que a mí hay músicas que se me quedan pegadas a temas del conocimiento, normalmente porque esa música sonaba en el momento en que yo hacía alguna lectura especialmente importante sobre esos mismos conocimientos. Este reflejo condicionado humano genera maridajes extrañísimos y casi imposibles de explicar a cualquiera que no sea yo, porque la identificación proviene de hechos tan íntimos que son imposibles de transmitir.
Hace muchos, muchos años, leí un libro sobre la historia del Egipto antiguo. Se trata de la monografía de Etienne Drioton y Jacques Vandier. Tiene casi 1.000 páginas, como corresponde a un manual universitario que está más diseñado para la consulta que para la lectura. En aquel entonces la Historia de Egipto me fascinaba más que ninguna otra y decidí pasar aquel verano leyendo el enorme libraco amarillo a ratos perdidos, en las horas de más calor. Por aquel entonces me pude comprar el primer tocadiscos que entró en mi casa. Lo que pasa es que la compra del tocata me dejó tan seco económicamente hablando (otra buena razón para leer de más en casa) que apenas pude comprar en el Discoplay de Princesa dos o tres discos, que escuchaba una y mil veces. Uno de aquellos discos era el de uno de los conciertos de Vinicius de Moraes y Toquinho, creo que en La Fusa, pero no estoy seguro. Un disco en el que ambos cantan una canción muy cadenciosa que se llama Tarde en Itapoa.
Aquel fue, por lo tanto, un verano de Tarde en Itapoa y dinastías faraónicas. La mezcla ocurrió tantas veces, y fue tan placentera, que desde entonces, cada vez que escucho esa canción, cierro los ojos y, si alguien me pregunta en qué pienso, le doy esta absurda respuesta: trato de imaginar al faraón Pepi reinando sobre el mundo con 108 años de edad.
Esta tarde he seleccionado para empezar a trabajar en el ordenador un disco que os recomiendo vivamente: Eleven string baroque, con piezas del guitarrista sueco Göran Söllscher. Confieso que la música barroca versionada para guitarra, piano y, en menor medida, arpa, me fascina casi tanto como Donizetti o los Doobie Brothers. Y no sabría decir por qué, no sabría decir cuál es el origen de este reflejo de Pavlov, pero lo cierto es que cada vez que Söllscher toca la primera pieza de este disco (el hermosísimo pasacalle de Silvio Leopoldo Weiss), si cierro los ojos, viajo al año 1934 y veo el rostro, contrariado y tenso, de Francisco Largo Caballero, en junio de 1934, escondido entre sus puños, mientras masculla: «¡Lo dije! ¡Lo dije!»
Y ahora debo explicaros el por qué de esta visión. Y, para eso, debo hablaros de la huelga general campesina de junio de 1934.
El secreto tiene que ver con que algunas veces, muchas incluso, es la música quien decide sobre qué escribir. Yo no sé si a vosotros os pasa lo mismo, pero el caso en que a mí hay músicas que se me quedan pegadas a temas del conocimiento, normalmente porque esa música sonaba en el momento en que yo hacía alguna lectura especialmente importante sobre esos mismos conocimientos. Este reflejo condicionado humano genera maridajes extrañísimos y casi imposibles de explicar a cualquiera que no sea yo, porque la identificación proviene de hechos tan íntimos que son imposibles de transmitir.
Hace muchos, muchos años, leí un libro sobre la historia del Egipto antiguo. Se trata de la monografía de Etienne Drioton y Jacques Vandier. Tiene casi 1.000 páginas, como corresponde a un manual universitario que está más diseñado para la consulta que para la lectura. En aquel entonces la Historia de Egipto me fascinaba más que ninguna otra y decidí pasar aquel verano leyendo el enorme libraco amarillo a ratos perdidos, en las horas de más calor. Por aquel entonces me pude comprar el primer tocadiscos que entró en mi casa. Lo que pasa es que la compra del tocata me dejó tan seco económicamente hablando (otra buena razón para leer de más en casa) que apenas pude comprar en el Discoplay de Princesa dos o tres discos, que escuchaba una y mil veces. Uno de aquellos discos era el de uno de los conciertos de Vinicius de Moraes y Toquinho, creo que en La Fusa, pero no estoy seguro. Un disco en el que ambos cantan una canción muy cadenciosa que se llama Tarde en Itapoa.
Aquel fue, por lo tanto, un verano de Tarde en Itapoa y dinastías faraónicas. La mezcla ocurrió tantas veces, y fue tan placentera, que desde entonces, cada vez que escucho esa canción, cierro los ojos y, si alguien me pregunta en qué pienso, le doy esta absurda respuesta: trato de imaginar al faraón Pepi reinando sobre el mundo con 108 años de edad.
Esta tarde he seleccionado para empezar a trabajar en el ordenador un disco que os recomiendo vivamente: Eleven string baroque, con piezas del guitarrista sueco Göran Söllscher. Confieso que la música barroca versionada para guitarra, piano y, en menor medida, arpa, me fascina casi tanto como Donizetti o los Doobie Brothers. Y no sabría decir por qué, no sabría decir cuál es el origen de este reflejo de Pavlov, pero lo cierto es que cada vez que Söllscher toca la primera pieza de este disco (el hermosísimo pasacalle de Silvio Leopoldo Weiss), si cierro los ojos, viajo al año 1934 y veo el rostro, contrariado y tenso, de Francisco Largo Caballero, en junio de 1934, escondido entre sus puños, mientras masculla: «¡Lo dije! ¡Lo dije!»
Y ahora debo explicaros el por qué de esta visión. Y, para eso, debo hablaros de la huelga general campesina de junio de 1934.