La legislación vigente en España establece la obligatoriedad de eliminar los signos externos del franquismo. Por muy discutible que sea el concepto, la ley es la ley, ha sido democráticamente votada y, por lo tanto, debería cumplirse; igual que otras, por ejemplo la que establece los signos externos que deberán tener todos los edificios oficiales.
En general, esta obligación normativa obligaría a quitar alguna que otra placa, algún que otro monumento, y muchos cambios de nombres de institutos, ambulatorios, y otro tipo de centros públicos. No obstante, alguna obligación hay cuyo cumplimiento tiene algo más de enjundia. Hoy me quiero referir a uno de estos casos: el Arco de Triunfo de la Ciudad Universitaria de Madrid. Un arco que, además de símbolo franquista, tiene alguna que otra particularidad como poco curiosa.
Según dicen los expertos, el Arco de Triunfo que ahora, en estricto cumplimiento de la ley, debería ser demolido, es el único en el mundo con una característica: haber sido construido en el mismo campo de batalla que conmemora. Los arcos de triunfo, en efecto, no están ubicados en los lugares donde se ha hecho la guerra, sino en puntos visibles y notables de los caminos y las ciudades. El Arco de la Universitaria, sin embargo, está situado ahí no por otra razón sino porque conmemora la victoria franquista en una de las batallas más largas, sino la más larga, de la guerra civil. Porque en ese frente más o menos marcado por el actual trazado de la A-6, republicanos y franquistas se repartieron hostias durante más de 850 días; lo cual hace que lo de Madrid en 1936-39, sin llegar a ser un asedio, fuese una batalla en toda regla. Cuando se habla de las batallas de la guerra civil, de Belchite, de Brunete o del Ebro, se cita la batalla de Madrid circunscribiéndola a los últimos meses del 36, cuando la ciudad estuvo a punto de caer a manos de los franquistas. Error. 1937 estabilizó el frente de Madrid, pero en modo alguno acabó con él. En las lomas de la ciudad universitaria siguió muriendo un montón de gente.
Como consecuencia, tanto las instalaciones propiamente universitarias como las adyacentes (colegios mayores, Hospital Clínico) quedaron hechos un asco. La universidad no volvió a realizar actividades docentes en aquel lugar hasta 1943, cuatro años después de terminada la guerra.
De 26 de febrero de 1942 data la Junta de la Ciudad Universitaria en la que el ministro de Educación, el ex militante de la CEDA José Ibáñez Martín, encarga a dicha Junta que asimismo encargue el boleto de un gran arco de triunfo a la entrada de las instalaciones. Modesto López Otero hizo un primer proyecto que es básicamente el que conocemos, aunque más pequeñito. Pero la cosa quedó en dibujos.
El Arco de Triunfo de Moncloa es hijo de una situación muy concreta, que es la que revive el proyecto. Hablamos del año 1946, el que muchos consideran el peor momento de Franco. Hitler, inesperadamente para el Caudillo, había perdido su guerra, tras lo cual España y Portugal quedaban como únicas islas fascistoides en una Europa occidental básicamente democrática. Fue entonces cuando se retiraron embajadores y se aisló políticamente al régimen. Ciertamente, yo siempre he sido escéptico sobre el alcance y los objetivos de aquel boicot; por muchas ilusiones que se hiciera la oposición democrática desde sus bases francesas y mexicanas, las potencias europeas estaban derrengadas tras una guerra y por las narices estaban dispuestas a decirle a sus divisiones que se tenían que volver a movilizar para hacer no sé qué en España. Además, hay que tener en cuenta que ahí estaba Estados Unidos, que ya por entonces le debía algún que otro favor al franquismo, y más que le debería pronto. No obstante este juicio, lo cierto es que España, y por España hemos de entender los franquistas, se sintió aislada; y fruto de aquel aislamiento y del cabreo que generó fue la machada de hacer el arco. Es una reacción muy española que se resume con el refrán: si no querías caldo, aquí tienes dos tazas. ¿Fascista yo? ¡Qué coño fascista! ¡Fascistón!
López Otero, el del primer dibujillo, fue el arquitecto director de la obra, asistido por Pascual Bravo. Con fecha 17 de noviembre de 1948. se remitió el proyecto de cimentación a Luis Bellido quien, como arquitecto de la Junta de Construcciones Civiles, era quien tenía que marcar el proyecto con su nihil obstat. El día 20 le remitieron el proyecto entero del arco. La obra se cimentó en 1950 y tardó cinco años en levantarse. La documentación que he consultado cifra el coste en 8 millones de pesetas, o sea 48.000 euritos de nada.
El arco se asienta sobre una parcela de 130 por 42 metros y tiene 39 de alto. Eso sin contar el flequillo (la cuádriga que compone el grupo escultórico que lo corona), pues caso de sumar tendríamos que poner 5 metros más. Los más observadores de entre quienes por allí pasan o han pasado se habrán dado cuenta de que cada una de las «patas» del arco tiene una puerta. Dentro hay una escalera con seis rellanos que lleva a una sala central, que está en la «ceja» del arco, o sea el espacio que arriba conecta las dos «patas» (¿a que me explico como un niño de cuatro años?).
Es mi apuesta personal que no más allá del 0,01% de los madrileños sabrá que allí arriba hay una sala bien hermosa. O había: la información más moderna que he podido encontrar es de los años setenta del siglo pasado pero, la verdad, dudo mucho que de entonces a ahora haya variado la existencia del lugar.
Moisés de Huerta, José Ortells y los hermanos Arregui fueron los artistas encargados del adorno escultórico de la cosa. Además de las esculturas el arco, como todo arco conmemorativo, tiene sus inscripciones. No obstante, las que tiene no son las que se proyectaron en su momento. Los primeros bocetos preveían que la inscripción del arco diría:
MERITISSIMUS HISPANIAE DUX
FRANCISCUS FRANCO HANC SCIENTIAE
URBEM FURORE BELLICO DIRUTAM
MAFNIFICENTISSIME RESTAURATAM
AMPLIFICAVIT ANNO MCMXLIII
Que viene a decir algo así como que en 1943 la ciudad de la ciencia que había sido escangallada por la guerra fue amplificada y restaurada por el glorioso caudillo español Francisco Franco. Y olé.
En lugar de esta inscripción tan directa, cuando el arco se terminó tenía otras dos placas. Una dice:
ARMIS HIC VICTRICIBUS
MENS IUGITER VICTURA
MUMENTUM HOC
D.D.D.
Y la otra:
MUNIFICENCIA REGIA CONDITA
AB HISPANIOURUM DUCE RESTAURATA
AEDES STUDIORUM MATRITENSIS
FLORESCIT IN CONSPECTU DEI
Esto es, para la primera: «A los ejércitos aquí victoriosos, la inteligencia, que siempre es vencedora, dedicó este monumento». Y la segunda: «Fundada por la generosidad del rey, restaurada por el Caudillo de los españoles, la sede de los estudios matritenses florece en presencia de Dios».
Hay otra característica curiosa de este Arco de Triunfo. Si algún día alguien lo demoliese, para hacer las cosas bien, en mi opinión, debería hacer una cosa antes: inaugurarlo. Porque, ahí donde lo veis, el Arco de Triunfo, al menos en 1971 que es la última información que tengo, no había sido inaugurado oficialmente. Y dudo mucho que lo fuera después. Franco nunca inauguró su monumento. ¿Un síntoma? Pues sí. Entre otras cosas, porque hay más.
Segundo síntoma: las inscripciones que hemos visto. Un texto que citaba expresamente a Francisco Franco es cambiado por dos textos que hablan de él sin citar su nombre y además en ellos se hace acompañar por el rey Alfonso XIII, recordando que, efectivamente, fue dicho rey quien comenzó a construir la Ciudad Universitaria. Además, por virtud de los textos, el Arco, que estaba dedicado a Franco, pasa a estarlo a sus ejércitos.
Tercer síntoma. El proyecto del Arco incluyó, desde el primer momento, que a los pies del monumento se colocaría la estatua ecuestre del Caudillo obra de José Capuz que acabó colocada en Nuevos Ministerios y que ha sido quitada de ahí apenas hace un par de telediarios. Pero esa estatua nunca se colocó. Y siempre se dijo, en su momento, que esto había sido así por expreso deseo del principal beneficiario de la colocación, que no es otro que el señor bajito y regordete que figura en la dicha estatua encima del caballo.
Cuarto síntoma: el proyecto original del arco de triunfo contemplaba la realización en la sala que hay arriba de unos frescos conmemorativos, hemos de imaginar que con retrato de Franco en posición imperial incluido. ¿Se hicieron? No. Ni uno. Tampoco eso, quizá, fue del agrado del Caudillo.
Todo nos lleva a considerar, por lo tanto, que Franco acogió la construcción del Arco con displicencia; que maniobró para que su nombre fuese retirado de la placa conmemorativa; ni siquiera lo inauguró; y que se negó a que su estatua figurase ahí. ¿Cuál puede ser la razón?
Esto es ya terreno de la imaginación. Yo, desde luego, tengo mi teoría.
Ya lo he dicho: el arco se empezó en 1946 y se terminó en 1955. En 1946, España estaba aislada. En 1955, no. En 1946, era un Estado fascista. En 1955, no. En 1946, hasta los toreros tras el paseíllo saludaban brazo en alto. En 1955, no. En 1956, cabe imaginar que Franco y los suyos estaban preparando ya la Ley de Principios del Movimiento que aprobarían en mayo de 1958, ley que suponía la muerte estatal de los famosos puntos programáticos de Falange que había redactado el hasta entonces sacrosanto José Antonio. El discurso pronunciado por Franco ante las Cortes cuando conocieron de esta ley es el primer discurso oficial del Caudillo de cierta importancia en el que ni una sola vez, ni una, citó al fundador de Falange.
Yo creo que a Franco le susurraron al oído. Probablemente, labios que pronunciaban el español con la torpeza propia de los anglosajones. Esos labios le dijeron: «vale, somos amiguitos. Pero mariconadas, las justas, ¿eh?» Y Franco, que era muchas cosas pero de tonto no tenía un pelo, la cazó al vuelo: inaugurar el puto arco, con fanfarria militar, en plan hay que ver cómo les arreamos aquí a los rojos hijos de puta, y mira la placa con mi nombre y mi estatua al pie y toda la pesca, era una machada fascistoide que ya no se podía permitir. Eso es lo que yo creo que pasó.
¿Qué hacer con el arco? Se puede demoler, ciertamente. Aunque no sé si los madrileños estarán muy de acuerdo, básicamente porque las obras del intercambiador del Moncloa han supuesto que en esa zona de Moncloa se les haya estado dando por culo durante varios años; y ponerse ahora a tirar el arquito supondría volver a fornicar la gorrina again. Pero queda otra solución.
En un inteligente artículo de prensa, hace muchos años, el genial Gila proponía que para que no hubiese problemas con las estatuas ecuestres de los dictadores, éstas se hiciesen de forma que la cabeza se esculpiese aparte el resto de la escultura y luego se atornillase. Así no habría habido que quitar la estatua de Nuevos Ministerios. Con haber desatornillado la cabeza y puesto la de otro, (qué otro, es algo que os dejo a la imaginación), listos. Para mi gusto, lo ofensivo del Arco de Triunfo no es el arco, sino las inscripciones. Hablan de un ejército victorioso en unos tiempos en los que el guión va de otra cosa. Yo creo que lo que habría que hacer es cambiar esas inscripciones por otras. Por unos textos que hablasen de reconciliación y de futuro, no de pasado, de rencillas y de caudillajes. Sería un cambio menos traumático y coherente con los tiempos. Pero es, claro, sólo una idea.
viernes, mayo 09, 2008
miércoles, mayo 07, 2008
Chinos
El interés obvio de Berna Wang por este tema, unido a ciertos intereses de máquetin (puesto que el Google Analytics me chiva que jamás ha habido un visionado de este blog desde China) me mueve a escribir estas notas. Es algo sobre lo que he hecho averiguaciones sueltas desde hace años, aunque en realidad es un asunto hasta trivial. Sin embargo, por alguna razón que desconozco, siempre me ha interesado la cuestión de desde cuándo conviven chinos con nosotros en España.
La respuesta oficial es: desde hace bien poco. El primer censo de población española que se ocupa, que yo sepa, del asunto de los extranjeros, es el censo de 1930, es decir el que se hace en el último año de la monarquía, durante los tormentosos meses del gobierno Berenguer. Los censos, no obstante, tienen el defecto de ocuparse únicamente de los habitantes censados; que no son todos porque siempre son bastantes los que, por variadas razones entre las cuales figuran el despiste y el delito, prefieren que no se sepa dónde están.
El censo de 1930 nos dice que en toda España había 63 chinos: 39 en Barcelona, 11 en Madrid, 6 en Zaragoza; 2 en Pontevedra; y un chino solitario en las provincias de: Cádiz, León, Málaga, Valencia y Vizcaya. De ellos, 52 eran hombres y 11 mujeres. Los datos apuntan algunas cosas extrañas. Por ejemplo: de los 16 chinos casados residentes en España, siempre según el censo, 13 eran hombres y 3 mujeres. Lo cual nos lleva a pensar que:
a) O bien los chinos residentes en España se casaron con españolas, cosa que no pasa ni siquiera hoy en día, a pesar de que en los tiempos modernos por lo menos podrían hablar de fútbol puesto que los chinos saben un huevo.
b) O bien entre los chinos existe la poligamia entre las mujeres, o sea una sola mujer tiene varios maridos.
c) O bien, supuesto más probable, el censo era sólo la punta del iceberg.
Recapitulemos: la presencia china fuera de su país y de su área de influencia es un fenómeno que se inicia en el siglo XIX. El siglo XIX es, en efecto, una época de tremenda inestabilidad política en China, país que entonces se asemeja un poco a la España del siglo XVIII: un otrora imperio que lo flipas, dueño de su mitad del mundo, es para entonces una nación agotada, hecha pedazos por las disputas internas y ciertamente anquilosada. Pu Yi, el último emperador, nos cuenta en las primeras páginas de sus memorias su acceso al trono, y en su relato queda claro cómo aquella China estaba dividida en múltiples facciones, fundamentalmente raciales (pues chinos los hay de muchos tipos, cosa que a nosotros nos alucina; pero es lo cierto que un amigo japonés que tuve hace años no se podía creer que los europeos fuésemos incapaces de distinguir, por ejemplo, un chino Han de un coreano). De hecho, cuando leí el libro, debo confesar que me perdí. Pu maneja tal cantidad de nombres, cada uno con su tendencia y su politiqueo particular, que resulta muy difícil seguir el hilo.
Otro elemento para el cual las memorias de Pu Yi son interesantes, por lo menos para un occidental lego en estas materias como yo, es la descripción del anquilosamiento del régimen chino y de su corte. Nos cuenta, por ejemplo, que el Emperador tenía reservado un color, un tipo de amarillo que nadie más que él podía usar. Nada menos que el amarillo. Los españoles, que tenemos fama de supersticiosos, se lo habríamos cedido con gusto.
Tanto Occidente como la nueva potencia de corte occidental de la zona, es decir el Japón a partir de la llamada Era Meiji, practicaron con China una política de expolio a lo bestia. Siendo China un país ya muy débil cuya clase gobernante, además, se conformaba con que no les echasen de la Ciudad Prohibida y les dejasen permanecer allí con sus eunucos y sus chorradas, Inglaterra, Japón, Estados Unidos y Francia, como principales actores, se dedicaron a explotar las muchas riquezas de la zona, estableciendo status incluso de inmunidad para los foráneos, que no podían ser tocados por la justicia local. Esto generó la reacción ultranacionalista de los boxers y, sobre todo, hambre, mucha hambre. En realidad, los últimos 150 años de la historia de China se resumen, en buena parte, utilizando la palabra hambre.
Sabemos que los chinos que emigraron masivamente en el siglo XIX tuvieron como destino lejano (sobre las emigraciones en la misma Asia confieso que no sé nada) los Estados Unidos. En los EEUU posteriores a su guerra civil hay tres grandes tipos de parias: los irlandeses, los italianos, y los chinos. Italianos eran la mayor parte de los obreros que murieron asfixiados e intoxicados en las obras de los puentes de Nueva York, que se hicieron en condiciones de salubridad hoy totalmente inadmisibles. Y china fue buena parte de los brazos que clavaron al suelo los rieles de las primeras líneas de ferrocarriles.
¿Cuándo llegaron los chinos, más o menos masivamente, a España? No lo sé. Ya digo que, según las estadísticas oficiales, en 1930 dicha emigración aún no se había producido. Sin embargo, de esa misma época he recogido algún testimonio, por ejemplo en los libros del cronista Federico Bravo Morata, de que cuando menos Madrid se llenó de chinos. En algún momento de los años treinta, como digo, y de una forma al parecer súbita e inesperada (cuyos motivos también desconozco, aunque es fácil imaginar que la guerra entre el Kuomingtang y los comunistas algo tendría que ver), en las esquinas del centro de Madrid empezaron a aparecer chinos vendiendo flores. Y no se trató ni de uno ni de dos, porque fue un fenómeno al que la prensa le dedicó crónicas y espacios, por lo cual tuvieron que ser muchos para la época. Menos que hoy, desde luego, porque el Madrid de los años 30 era mucho más pequeño que el actual. Según los mapas que tengo, terminaba al oeste en el Palacio Real, al norte donde hoy están los Nuevos Ministerios, al este más o menos en el eje Francisco Silvela-Doctor Esquerdo, y al sur se desparramaba un poco más pues llegar, llegar, se podría considerar que llegaba hasta el pueblo de Vallecas (entonces pueblo, no parte de Madrid).
De aquella época más o menos podría ser una canción que se hizo relativamente famosa, un dúo cómico que, por lo que sé, solían hacer un español y una española disfrazados de chinos, cuya letra dice:
Cuando te digo, digo, digo china de alma
tú me contestas: chinito de amol.
Cuando te digo, digo, digo chino de alma
tú me contestas: chinita de amol.
Chinita tú, chinito yo.
Chinito tú, chinita yo.
Y nuestro amol así selá
siemple siemple igual.
Cuando te digo, digo, digo chino de alma
tú me contestas: chinita de amol.
Esta canción luego la cantó Fofito en el espectáculo televisivo de Los Payasos; pero por lo que me han contado, la canción es anterior, pienso yo, como he dicho, que quizá de la época de la primera emigración. Quizá vuestras abuelas sepan algo.
Por lo que he podido saber (éste es un asunto, como todos, en el que los conocimientos espero se completen con el tiempo) es entonces, es decir en algún momento entre 1930 y 1935, coincidiendo con la merdé de la guerra civil y la larga marcha y el estreno de Mao Tse Tung en su oficio de asesino en serie, cuando se produce la primera oleada de chinos hacia España.
La guerra civil española generó algunas trazas relacionadas con los chinos que he podido seguir. En publicaciones de aquí y de allá que he ido consultando he encontrado, por ejemplo, la foto de un brigadista internacional chino; tengo noticia de que en la China de Mao hubo muestras de solidaridad con la República (también tengo copia de una foto de una pancarta escrita en español macarrónico y colgada en una calle de Pekín por aquella época), pero no la tengo de que se organizasen brigadas de chinos camino de España. Tengo por más probable que ese chino de la foto sea, en realidad, un chino residente en España.
Otra traza es una noticia de un diario canario en el que, dos o tres días después del golpe de Estado franquista, se publica una lista como de doscientas personas detenidas por su colaboración con la República. Entre un montón de nombres y apellidos españoles aparece la referencia a un chinito que vendía mecheros. Que vendía mecheros, hemos de entender, mientras daba vivas a la República; de otra forma, no se entiende que lo trincaran. Como se ve, por cierto, era costumbre utilizar el diminutivo al referirse a los chinos. Por alguna razón que no acabo de entender, en el lenguaje coloquial español los chinos no son chinos sino chinitos; fenómeno que le ocurre también a las monjas.
A partir de entonces, probablemente, el flujo de chinos hacia Europa en general y España en particular supongo que sería más o menos continuado. En publicaciones inglesas he leído que, cuando menos en el caso de este país, dicha emigración se intensificó desde el momento en que empezaron a tomar cuerpo las negociaciones entre Reino Unido y China para la devolución de Hong-Kong, hecho éste que provocó que algunos residentes en la ex colonia decidiesen cambiar de aires.
Hoy por hoy, los chinos empadronados en España son 95.926. Lo cual nos da una tasa acumulativa del 10% anual, que no está nada mal.
并且这是所有我能告诉您
La respuesta oficial es: desde hace bien poco. El primer censo de población española que se ocupa, que yo sepa, del asunto de los extranjeros, es el censo de 1930, es decir el que se hace en el último año de la monarquía, durante los tormentosos meses del gobierno Berenguer. Los censos, no obstante, tienen el defecto de ocuparse únicamente de los habitantes censados; que no son todos porque siempre son bastantes los que, por variadas razones entre las cuales figuran el despiste y el delito, prefieren que no se sepa dónde están.
El censo de 1930 nos dice que en toda España había 63 chinos: 39 en Barcelona, 11 en Madrid, 6 en Zaragoza; 2 en Pontevedra; y un chino solitario en las provincias de: Cádiz, León, Málaga, Valencia y Vizcaya. De ellos, 52 eran hombres y 11 mujeres. Los datos apuntan algunas cosas extrañas. Por ejemplo: de los 16 chinos casados residentes en España, siempre según el censo, 13 eran hombres y 3 mujeres. Lo cual nos lleva a pensar que:
a) O bien los chinos residentes en España se casaron con españolas, cosa que no pasa ni siquiera hoy en día, a pesar de que en los tiempos modernos por lo menos podrían hablar de fútbol puesto que los chinos saben un huevo.
b) O bien entre los chinos existe la poligamia entre las mujeres, o sea una sola mujer tiene varios maridos.
c) O bien, supuesto más probable, el censo era sólo la punta del iceberg.
Recapitulemos: la presencia china fuera de su país y de su área de influencia es un fenómeno que se inicia en el siglo XIX. El siglo XIX es, en efecto, una época de tremenda inestabilidad política en China, país que entonces se asemeja un poco a la España del siglo XVIII: un otrora imperio que lo flipas, dueño de su mitad del mundo, es para entonces una nación agotada, hecha pedazos por las disputas internas y ciertamente anquilosada. Pu Yi, el último emperador, nos cuenta en las primeras páginas de sus memorias su acceso al trono, y en su relato queda claro cómo aquella China estaba dividida en múltiples facciones, fundamentalmente raciales (pues chinos los hay de muchos tipos, cosa que a nosotros nos alucina; pero es lo cierto que un amigo japonés que tuve hace años no se podía creer que los europeos fuésemos incapaces de distinguir, por ejemplo, un chino Han de un coreano). De hecho, cuando leí el libro, debo confesar que me perdí. Pu maneja tal cantidad de nombres, cada uno con su tendencia y su politiqueo particular, que resulta muy difícil seguir el hilo.
Otro elemento para el cual las memorias de Pu Yi son interesantes, por lo menos para un occidental lego en estas materias como yo, es la descripción del anquilosamiento del régimen chino y de su corte. Nos cuenta, por ejemplo, que el Emperador tenía reservado un color, un tipo de amarillo que nadie más que él podía usar. Nada menos que el amarillo. Los españoles, que tenemos fama de supersticiosos, se lo habríamos cedido con gusto.
Tanto Occidente como la nueva potencia de corte occidental de la zona, es decir el Japón a partir de la llamada Era Meiji, practicaron con China una política de expolio a lo bestia. Siendo China un país ya muy débil cuya clase gobernante, además, se conformaba con que no les echasen de la Ciudad Prohibida y les dejasen permanecer allí con sus eunucos y sus chorradas, Inglaterra, Japón, Estados Unidos y Francia, como principales actores, se dedicaron a explotar las muchas riquezas de la zona, estableciendo status incluso de inmunidad para los foráneos, que no podían ser tocados por la justicia local. Esto generó la reacción ultranacionalista de los boxers y, sobre todo, hambre, mucha hambre. En realidad, los últimos 150 años de la historia de China se resumen, en buena parte, utilizando la palabra hambre.
Sabemos que los chinos que emigraron masivamente en el siglo XIX tuvieron como destino lejano (sobre las emigraciones en la misma Asia confieso que no sé nada) los Estados Unidos. En los EEUU posteriores a su guerra civil hay tres grandes tipos de parias: los irlandeses, los italianos, y los chinos. Italianos eran la mayor parte de los obreros que murieron asfixiados e intoxicados en las obras de los puentes de Nueva York, que se hicieron en condiciones de salubridad hoy totalmente inadmisibles. Y china fue buena parte de los brazos que clavaron al suelo los rieles de las primeras líneas de ferrocarriles.
¿Cuándo llegaron los chinos, más o menos masivamente, a España? No lo sé. Ya digo que, según las estadísticas oficiales, en 1930 dicha emigración aún no se había producido. Sin embargo, de esa misma época he recogido algún testimonio, por ejemplo en los libros del cronista Federico Bravo Morata, de que cuando menos Madrid se llenó de chinos. En algún momento de los años treinta, como digo, y de una forma al parecer súbita e inesperada (cuyos motivos también desconozco, aunque es fácil imaginar que la guerra entre el Kuomingtang y los comunistas algo tendría que ver), en las esquinas del centro de Madrid empezaron a aparecer chinos vendiendo flores. Y no se trató ni de uno ni de dos, porque fue un fenómeno al que la prensa le dedicó crónicas y espacios, por lo cual tuvieron que ser muchos para la época. Menos que hoy, desde luego, porque el Madrid de los años 30 era mucho más pequeño que el actual. Según los mapas que tengo, terminaba al oeste en el Palacio Real, al norte donde hoy están los Nuevos Ministerios, al este más o menos en el eje Francisco Silvela-Doctor Esquerdo, y al sur se desparramaba un poco más pues llegar, llegar, se podría considerar que llegaba hasta el pueblo de Vallecas (entonces pueblo, no parte de Madrid).
De aquella época más o menos podría ser una canción que se hizo relativamente famosa, un dúo cómico que, por lo que sé, solían hacer un español y una española disfrazados de chinos, cuya letra dice:
Cuando te digo, digo, digo china de alma
tú me contestas: chinito de amol.
Cuando te digo, digo, digo chino de alma
tú me contestas: chinita de amol.
Chinita tú, chinito yo.
Chinito tú, chinita yo.
Y nuestro amol así selá
siemple siemple igual.
Cuando te digo, digo, digo chino de alma
tú me contestas: chinita de amol.
Esta canción luego la cantó Fofito en el espectáculo televisivo de Los Payasos; pero por lo que me han contado, la canción es anterior, pienso yo, como he dicho, que quizá de la época de la primera emigración. Quizá vuestras abuelas sepan algo.
Por lo que he podido saber (éste es un asunto, como todos, en el que los conocimientos espero se completen con el tiempo) es entonces, es decir en algún momento entre 1930 y 1935, coincidiendo con la merdé de la guerra civil y la larga marcha y el estreno de Mao Tse Tung en su oficio de asesino en serie, cuando se produce la primera oleada de chinos hacia España.
La guerra civil española generó algunas trazas relacionadas con los chinos que he podido seguir. En publicaciones de aquí y de allá que he ido consultando he encontrado, por ejemplo, la foto de un brigadista internacional chino; tengo noticia de que en la China de Mao hubo muestras de solidaridad con la República (también tengo copia de una foto de una pancarta escrita en español macarrónico y colgada en una calle de Pekín por aquella época), pero no la tengo de que se organizasen brigadas de chinos camino de España. Tengo por más probable que ese chino de la foto sea, en realidad, un chino residente en España.
Otra traza es una noticia de un diario canario en el que, dos o tres días después del golpe de Estado franquista, se publica una lista como de doscientas personas detenidas por su colaboración con la República. Entre un montón de nombres y apellidos españoles aparece la referencia a un chinito que vendía mecheros. Que vendía mecheros, hemos de entender, mientras daba vivas a la República; de otra forma, no se entiende que lo trincaran. Como se ve, por cierto, era costumbre utilizar el diminutivo al referirse a los chinos. Por alguna razón que no acabo de entender, en el lenguaje coloquial español los chinos no son chinos sino chinitos; fenómeno que le ocurre también a las monjas.
A partir de entonces, probablemente, el flujo de chinos hacia Europa en general y España en particular supongo que sería más o menos continuado. En publicaciones inglesas he leído que, cuando menos en el caso de este país, dicha emigración se intensificó desde el momento en que empezaron a tomar cuerpo las negociaciones entre Reino Unido y China para la devolución de Hong-Kong, hecho éste que provocó que algunos residentes en la ex colonia decidiesen cambiar de aires.
Hoy por hoy, los chinos empadronados en España son 95.926. Lo cual nos da una tasa acumulativa del 10% anual, que no está nada mal.
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domingo, mayo 04, 2008
El 68 y su vigencia
En los días de este pasado puente de mayo se han cumplido cuarenta años del denominado como Mayo del 68. Fue ésta una rebelión que en realidad comenzó algunas semanas antes y consistió en una movida estudiantil en institutos y universidades que, sin embargo, en mayo llegó a la radicalización máxima y, durante algunos días, tuvo en jaque al sistema político francés. La clave que hizo que las barricadas en París tomasen un aspecto claramente revolucionario fue la decisión de no pocas organizaciones obreras de unirse a la movilización, con lo que lo que en un principio era solamente una protesta estudiantil se convirtió en una protesta conjunta de todos quienes estaban en contra del sistema gaullista.
Por algún momento, el Mayo del 68 pudo pensar en triunfar. En no pocas jornadas de aquel mes tan agitado, tanto las fuerzas del orden como las fuerzas de orden llevaron las de perder. Finalmente, sin embargo, quedó demostrado que no pocas revoluciones son pendulares: tan pronto el péndulo está en un lado como en el otro. Las fuerzas moderadas, es decir los representantes de la clase media francesa ya entonces mayoritaria, acabaron reaccionando ante la deriva de las movilizaciones. Se produjeron manifestaciones en pro del orden y la concordia, manifestaciones al frente de las cuales se situaron personajes otrora símbolos precisamente de la alternativa como el escritor André Malraux, testigo de la guerra civil española. Finalmente, el pacto de los políticos con las organizaciones obreras terminó por desinflar en movimiento.
En este artículo me gustaría desgranar algunas reflexiones sobre la vigencia de Mayo del 68 o, lo que es lo mismo, de eso que se ha dado en llamar Los Sesenta. Debe de ser así porque yo al menos soy de una generación que ha crecido magnificando aquellos años como si fuesen una época notablemente creativa que luego ya no se ha repetido. Es algo, por ejemplo, que se dice mucho de la música: los sesenta son los años de los Beatles y del festival de Woodstock, y quienes admiran ambas cosas suelen decir que, después, la música no ha vuelto a ser creativa. Lo mismo piensan muchos de la política.
Eso sí, lo primero que me gustaría comentar es que para los españoles, precisamente por serlo, Mayo del 68 es algo relativamente lejano. Nosotros no lo vivimos, y porque no lo vivimos hubo un tiempo, yo no sé si sigue siendo así, en el que todo dios que fuese mínimamente de izquierdas y tuviese edad suficiente como para ser creíble se tiraba el moco de que había estado en París en Mayo del 68. Lo contrario o verdadero, es decir reconocer que, en aquel mes y en aquel año, uno estaba en Madrid, en Barcelona o en Teruel, venía a equivaler a reconocer que no tuvo ni puta idea de lo que ocurrió. No se trata exactamente de que la censura no dejase informar sobre los sucesos de París; los periódicos hablaron, y mucho, de Mayo del 68. Pero el régimen franquista hizo un uso parcial de los hechos, reflejando de ellos sólo su aspecto de anarquía, de modo y forma que los postulados básicos de aquella breve revolución, por lo menos para aquéllos que se informaron sobre la misma a través de la prensa española, quedaron ignotos.
Lo cierto es que, en España, hubo un mayo del 68, aunque de distinto origen. Para el día 1 de mayo de 1968, o sea 24 horas antes de que estallasen los sucesos de París, el Partido Comunista de España convocó una jornada de lucha que ya había intentado en octubre del año anterior, aunque con escaso éxito. La jornada de lucha se diseñó en tres días:
- Al terminar la jornada laboral del 30 de abril, se debían realizar paros y ocupaciones de fábricas, que terminarían con manifestaciones en el centro de las grandes ciudades.
- Para el 1 de mayo, debía celebrarse una manifestación en la Gran Vía de Madrid y en otras ciudades.
- El día 2 debían repetirse los paros en las fábricas para exigir la liberación de los detenidos que con seguridad se habrían producido en las jornadas anteriores.
La jornada de lucha, sin embargo, fue un desastre. En los años del posfranquismo se repitió mucho la leyenda urbana de que Franco, cada 1 de mayo (día laborable, pues suprimió la festividad), hacía que jugasen el Real Madrid y el Barcelona para restar adeptos a las manifestaciones. Verdaderamente, en buena parte es una leyenda urbana, además bastante gilipollas: un dictador que es capaz de borrar de un plumazo su oposición con un puto partido de fútbol no es que sea un dictador; es que no tiene oposición. Sin embargo, esta leyenda, como todas, tiene su parte de verdad: por casualidad o no, lo cierto es que el 1 de mayo de 1968, la selección española y la de Suecia se enfrentaron en Malmö, en partido televisado que tuvo a muchos españolitos pegados al televisor.
En realidad, los problemas serios del franquismo casi comenzaron en aquel año de 1968, pero no por el flanco que esperaban los comunistas, que lideraban el antifranquismo. Lejos de ser las fábricas el epicentro del antifranquismo, lo fue la universidad. En enero de 1969, al tercer día de interrogatorio policial del estudiante Enrique Ruano, éste se «suicidó» tirándose por la ventana. Vieja táctica ésta de la policía franquista; baste con recordar a Julián Grimau, el cual, detenido en la Dirección General de Seguridad, intentó también «suicidarse» lanzándose desde la ventana de un segundo piso en extrañísimas circunstancias (tan extrañísimas que llevan a la práctica convicción de que «fue suicidado», aunque sin éxito; algunas semanas después, el pelotón de fusilamiento remataría la faena).
Al presunto suicidio siguieron unos disturbios estudiantiles de la caraba. En Barcelona, una turba de estudiantes enfervorecidos entró por la fuerza en el rectorado de la universidad e intentó tirar al rector por la ventana, es de suponer que entendiendo que, si se mataba, el No-do informaría de que se había «suicidado». Otro grupo de estudiantes asaltó la sede del periódico ABC, el cual había publicado que Ruano estaba loco. Dos banderas con crespones negros, una roja y otra republicana, fueron izadas en la Complutense ante una multitud de varios miles de estudiantes vociferantes. Algunos meses antes, dos premios Nobel franceses, los profesores Lwof y Monod, habían rechazado ser investidos doctores Honoris Causa por la universidad madrileña a causa de las brutalidades policiales contra los estudiantes. Al producirse estos incidentes (y su correspondiente represión), el 15 de enero se anunciaba la publicación de un manifiesto, o más bien habría que decir un macromanifiesto, contra las brutalidades policiales para con estudiantes y detenidos políticos, firmado por 1.300 personas. Más de un millar de españoles que se atrevían a desafiar al franquismo a cara descubierta y, para colmo, liderados por un cura: el abad de Montserrat, monseñor Just, primer firmante.
El otro flanco que hasta entonces no había previsto en antifranquismo fue la violencia etarra. En junio de 1968 muere un guardia civil en Villabona y, apenas dos horas más tarde, la guardia civil mata a cuatro kilómetros del lugar del suceso a un militante de ETA, Javier Echevarrieta. Esta muerte genera un rosario de funerales por el alma del etarra que son duramente reprimidos por la policía y por fuerzas parapoliciales: la Guardia de Franco realiza un ataque en toda regla al monasterio benedictino de Lazcano.
El 2 de agosto de aquel año, ETA comienza su cuenta siniestra: el jefe de la brigada político-social de Guipúzcoa, el comisario Melitón Manzanas, muere tiroteado por la organización.
Conclusión: a principios de 1969, con ETA dando sus primeros coletazos, la universidad intentando tirar a los rectores por la ventana y los obreros realizando más de 450 huelgas casi simultáneas, Franco toma una decisión histórica: por primera vez desde el final de la guerra, decreta el estado de excepción en todo el territorio nacional.
Nada o casi nada de esto, sin embargo, tiene que ver con Mayo del 68. Las cosas que ocurrieron en España en aquel año ocurrieron entonces porque determinadas situaciones, sobre todo la madurez de los movimientos sindical y estudiantil, había llegado a su punto; y eso no guarda relación con lo ocurrido en Francia. Lo ocurrido en Francia era consecuencia de una reacción contra un orden de cosas representado por hitos como la guerra de Vietnam, asuntos que no estaban en la agenda de reflexiones de nuestros políticos patrios, unos porque eran falangistas de libro, y los otros porque bastante tenían con lo suyo.
¿Qué nos ha quedado de Mayo del 68? Es éste un hecho absolutamente opinable sobre el cual yo me voy a limitar, por lo tanto, a opinar. Cada uno tiene su análisis y éste es, tan sólo, el mío.
Una por una, las herencias de aquel movimiento.
La alternativa al capitalismo. Mayo del 68 es claramente hijo de un modo de reflexión que defiende una alternativa al sistema capitalista de los regímenes, llamémosles liberal-parlamentarios (y digo llamémosles porque es una visión muy limitada: el franquismo no fue liberal, mucho menos parlamentario, y no por ello dejó de ser capitalista). Pero es hijo de un momento en el que dicha alternativa está clara: el sistema soviético. Mayo del 68 no es un movimiento comunista, pero sí un movimiento que despertó notables simpatías dentro del comunismo (sobre todo del occidental) y que se hermana con otros movimientos sociopolíticos de la época, como la autodeterminación de la población negra estadounidense, que habían sido ampliamente defendidos por los comunistas. Parte de la fuerza de este movimiento como alternativa está en la sensación de que la alternativa existe; y, consecuentemente, conforme en los años posteriores la alternativa se fue desinflando, hasta derrumbarse literalmente en 1989, dicha fuerza fue perdiéndose. Los actualmente denominados movimientos antisistema con claramente herederos de Mayo del 68; sin embargo, tienen en el problema de que no tienen alternativa que señalar, lo cual los hace mucho más difusos.
A todo esto hay que añadir que, paradójicamente, el 68, que para algunos podría ser el momento de apogeo en la influencia del comunismo en el mundo no comunista, fue el principio del fin para la misma. En agosto de 1968, la URSS aplastó la llamada Primavera de Praga, acción con la que los jerifaltes soviéticos dejaron claro lo que pensaban de la democracia y la autodeterminación de los pueblos de su esfera.
La teoría de la igualdad. Ésta es, sin ningún lugar a dudas, la principal y más duradera herencia de Mayo del 68. Aunque los regímenes burgueses vencieron sobre aquellas tentativas, claramente decidieron tratar de fagocitarlas, al menos en parte, para evitar nuevas rebeliones. La generalización de derechos como el aborto, las políticas de igualdad sexual, etc., son evidentes hijas de esa política; aunque en modo alguno son luchas nuevas que nacen entonces. A mi modo de ver, es especialmente erróneo sostener que Mayo del 68 inventó el Estado del Bienestar, porque el Estado del Bienestar existe en muchos países, en diversas formas que se han ido perfeccionando, más o menos desde la posguerra mundial, es decir los años en los que los activistas del 68 estaban aún naciendo o en proyecto. Lo que sí está claro es que marcó el camino de su crecimiento y perfeccionamiento. Quizá el ámbito donde esta influencia sesentayochesca ha sido peor es el ámbito de la educación: la repulsión hacia todo lo que pueda oler a discriminación llevó a crear escuelas en las que, primero, las personas menos dotadas intelectualmente notaban menos esa presión; y, después, simple y llanamente se convirtieron en el paraíso de los vagos.
Cabe decir, de todas formas, que sin los movimientos de los sesenta, éste sería otro mundo; y sería peor. Sería un mundo con menos servicios públicos, con menos derechos sociales, con menos protección a la infancia, un mundo más dogmático y rígido, más cabrón.
La nueva moral: el 68, los Sesenta, el movimiento hippie, defienden una nueva moral, basada en el amor libre y la total decisión sobre el propio cuerpo. Es una reacción lógica contra la moral religiosa (de muchas religiones) que hace del hombre una especie de inquilino de sí mismo sin derecho a decidir sobre cómo saciar sus pulsiones y necesidades, derecho que retiene el Supremo Casero. En consecuencia, el 68 libera a una porción muy concreta de la sociedad, la juventud, que de toda la vida de Dios ha ido por ahí echando polvos contra las tapias, pero que ahora reivindica su puesto en la sociedad y reivindica su placer y su libertad.
La del 68 es la moral imperante de hoy en día. Los padres que son incapaces de decirle ni media palabra a su hijo adolescente que llega a casa a las seis de la mañana no hacen sino ser coherentes: ellos crecieron reivindicando un mundo en el que ellos, adolescentes entonces, se creían capaces de autorregular su vida sin imposiciones de nadie y, consecuentemente, han de aceptar esa relación de cosas. Si el cambio es bueno o malo es algo que, a mi modo de ver, es pronto para saber; creo que cuando la actual generación joven tenga hijos, hipotecas, obligaciones y mucho menos pelo, será cuando comience a verse en el largo plazo (que es cuando se ven estas cosas) cuáles han sido las consecuencias. Sin embargo, hay dos o tres cosas en las que el buenismo naïve de los Sesenta, a mi modo de ver, la ha cagado. Porque la teoría decía que eran las represiones sexuales las que impedían el adecuado desarrollo de las personas en este terreno; hoy tenemos otro mundo, un montón de información y esas cosas, y seguimos teniendo embarazos adolescentes, personas sexualmente desinformadas a miles, violadores, pederastas y machistas que queman vivas a sus mujeres. Incluso tenemos tantos que les tenemos que levantar juzgados especiales para enchironarlos a todos.
Sobre la tremenda cagada de pretender que el LSD, la maría y la farlopa eran inocuas y hasta buenas para el colesterol, me parece que hay muy poco que decir.
El pacifismo: otro elemento en el que el 68 está muertito. Los Sesenta surgen en buena medida por oposición a la guerra de Vietnam. Pero la guerra de Vietnam sólo paró cuando los dos púgiles que estaban sobre el ring decidieron que estaban hasta los huevos de darse hostias; y luego, por supuesto, siguió habiendo guerras, preventivas y preservativas, justas e injustas. Visto desde Ámsterdam, podría parecer que, en efecto, el 68 triunfó, porque es obvio que Europa es hoy territorio ampliamente pacifista; pero el mundo no se acaba en los polders de Holanda; mucho más allá hay lugares como Darfur o las barriadas tutsis o Kampuchea, donde creo que no están tan de acuerdo con la idea.
La huella cultural. El trazo cultural de los Sesenta es innegable. Entre otras cosas porque incluso algunos de sus grandes santones siguen por ahí dando guerra. Nuestra cultura actual, para bien o para mal, es hija de aquellos años, de la psicodelia, de los beatnicks, del realismo mágico, de un montón de cosas de aquel entonces. De la misma forma que el joven Gabriel García Márquez soñaba en París con saludar a Ernest Hemingway, muchos de los creadores de aquella época (entre ellos el propio Márquez) son hoy los sumos sacerdotes respetados y admirados. Se podría discutir sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina; es decir, si la novedad en el pensamiento y en las formas impulsó las nuevas filosofías políticas, o las nuevas filosofías políticas crearon las nuevas formas de pensamiento y creación. Pero es una discusión inútil, porque es imposible llegar a conclusión cierta alguna.
Esto es especialmente claro en el caso de la música. Los padres de las personas de mi generación hicieron casi todos la misma profecía cuando nosotros éramos unos críos. Nos juraron que cuando fuésemos mayores ya nadie se acordaría de Los Beatles (en mi caso, mi padre apostillaba: «y sí de Mozart»). Para cabreo de mi padre, que llegó a vivirlo, en los tiempos actuales la mayor parte de la gente que recuerda a Mozart lo recuerda por una película en la que se lo retrata de pajillas y vivalavirgen (cosa que probablemente era); y los discos de Los Beatles se venden a millones. Uno pone por la mañana cualquier radiofórmula mientras camina hacia el trabajo y lo más normal es que, día sí día también, le pongan el Hotel California. La pregunta es: ¿se escuchará a Melendi, El Canto del Loco o incluso a U2 en el 2040?
Las nuevas relaciones internacionales. Mayo del 68 y otros movimientos afines se hicieron, entre otras cosas, para generar un mundo distinto y mejor. Mucha gente cree que la solidaridad internacional hacia los países más desfavorecidos es hija de aquella filosofía; yo soy más bien escéptico en este punto, pues a mí la solidaridad internacional me parece más una consecuencia lógica de la descolonización, que es un proceso que en los años sesenta llevaba ya décadas en marcha. En todo caso, creo que los cambios aquí han sido mínimos, entre otras cosas porque los movimientos de Los Sesenta adolecieron del mismo pecado que los actuales movimientos antiglobalización: certeros a la hora de criticar lo existente, difusos a la hora de definir lo que debería existir en su lugar. Resulta tan difícil sostener que la invasión de Irak fue más legítima que la intervención americana en Vietnam que la tentación es a reconocer que, en este punto, las cosas han cambiado entre nada y absolutamente nada; pero conste que ni siquiera está claro hacia dónde tenían que haber cambiado.
¿Y las famosas máximas sobre La Imaginación al Poder o Prohibido Prohibir? Pues no me siento capaz de comentar si creo que siguen vigentes. Básicamente, porque nunca las he entendido muy bien, especialmente la segunda, que siempre he reputado una estupidez del cuarenta y dos y medio, con trienios por devengo y balcones a la calle.
Por algún momento, el Mayo del 68 pudo pensar en triunfar. En no pocas jornadas de aquel mes tan agitado, tanto las fuerzas del orden como las fuerzas de orden llevaron las de perder. Finalmente, sin embargo, quedó demostrado que no pocas revoluciones son pendulares: tan pronto el péndulo está en un lado como en el otro. Las fuerzas moderadas, es decir los representantes de la clase media francesa ya entonces mayoritaria, acabaron reaccionando ante la deriva de las movilizaciones. Se produjeron manifestaciones en pro del orden y la concordia, manifestaciones al frente de las cuales se situaron personajes otrora símbolos precisamente de la alternativa como el escritor André Malraux, testigo de la guerra civil española. Finalmente, el pacto de los políticos con las organizaciones obreras terminó por desinflar en movimiento.
En este artículo me gustaría desgranar algunas reflexiones sobre la vigencia de Mayo del 68 o, lo que es lo mismo, de eso que se ha dado en llamar Los Sesenta. Debe de ser así porque yo al menos soy de una generación que ha crecido magnificando aquellos años como si fuesen una época notablemente creativa que luego ya no se ha repetido. Es algo, por ejemplo, que se dice mucho de la música: los sesenta son los años de los Beatles y del festival de Woodstock, y quienes admiran ambas cosas suelen decir que, después, la música no ha vuelto a ser creativa. Lo mismo piensan muchos de la política.
Eso sí, lo primero que me gustaría comentar es que para los españoles, precisamente por serlo, Mayo del 68 es algo relativamente lejano. Nosotros no lo vivimos, y porque no lo vivimos hubo un tiempo, yo no sé si sigue siendo así, en el que todo dios que fuese mínimamente de izquierdas y tuviese edad suficiente como para ser creíble se tiraba el moco de que había estado en París en Mayo del 68. Lo contrario o verdadero, es decir reconocer que, en aquel mes y en aquel año, uno estaba en Madrid, en Barcelona o en Teruel, venía a equivaler a reconocer que no tuvo ni puta idea de lo que ocurrió. No se trata exactamente de que la censura no dejase informar sobre los sucesos de París; los periódicos hablaron, y mucho, de Mayo del 68. Pero el régimen franquista hizo un uso parcial de los hechos, reflejando de ellos sólo su aspecto de anarquía, de modo y forma que los postulados básicos de aquella breve revolución, por lo menos para aquéllos que se informaron sobre la misma a través de la prensa española, quedaron ignotos.
Lo cierto es que, en España, hubo un mayo del 68, aunque de distinto origen. Para el día 1 de mayo de 1968, o sea 24 horas antes de que estallasen los sucesos de París, el Partido Comunista de España convocó una jornada de lucha que ya había intentado en octubre del año anterior, aunque con escaso éxito. La jornada de lucha se diseñó en tres días:
- Al terminar la jornada laboral del 30 de abril, se debían realizar paros y ocupaciones de fábricas, que terminarían con manifestaciones en el centro de las grandes ciudades.
- Para el 1 de mayo, debía celebrarse una manifestación en la Gran Vía de Madrid y en otras ciudades.
- El día 2 debían repetirse los paros en las fábricas para exigir la liberación de los detenidos que con seguridad se habrían producido en las jornadas anteriores.
La jornada de lucha, sin embargo, fue un desastre. En los años del posfranquismo se repitió mucho la leyenda urbana de que Franco, cada 1 de mayo (día laborable, pues suprimió la festividad), hacía que jugasen el Real Madrid y el Barcelona para restar adeptos a las manifestaciones. Verdaderamente, en buena parte es una leyenda urbana, además bastante gilipollas: un dictador que es capaz de borrar de un plumazo su oposición con un puto partido de fútbol no es que sea un dictador; es que no tiene oposición. Sin embargo, esta leyenda, como todas, tiene su parte de verdad: por casualidad o no, lo cierto es que el 1 de mayo de 1968, la selección española y la de Suecia se enfrentaron en Malmö, en partido televisado que tuvo a muchos españolitos pegados al televisor.
En realidad, los problemas serios del franquismo casi comenzaron en aquel año de 1968, pero no por el flanco que esperaban los comunistas, que lideraban el antifranquismo. Lejos de ser las fábricas el epicentro del antifranquismo, lo fue la universidad. En enero de 1969, al tercer día de interrogatorio policial del estudiante Enrique Ruano, éste se «suicidó» tirándose por la ventana. Vieja táctica ésta de la policía franquista; baste con recordar a Julián Grimau, el cual, detenido en la Dirección General de Seguridad, intentó también «suicidarse» lanzándose desde la ventana de un segundo piso en extrañísimas circunstancias (tan extrañísimas que llevan a la práctica convicción de que «fue suicidado», aunque sin éxito; algunas semanas después, el pelotón de fusilamiento remataría la faena).
Al presunto suicidio siguieron unos disturbios estudiantiles de la caraba. En Barcelona, una turba de estudiantes enfervorecidos entró por la fuerza en el rectorado de la universidad e intentó tirar al rector por la ventana, es de suponer que entendiendo que, si se mataba, el No-do informaría de que se había «suicidado». Otro grupo de estudiantes asaltó la sede del periódico ABC, el cual había publicado que Ruano estaba loco. Dos banderas con crespones negros, una roja y otra republicana, fueron izadas en la Complutense ante una multitud de varios miles de estudiantes vociferantes. Algunos meses antes, dos premios Nobel franceses, los profesores Lwof y Monod, habían rechazado ser investidos doctores Honoris Causa por la universidad madrileña a causa de las brutalidades policiales contra los estudiantes. Al producirse estos incidentes (y su correspondiente represión), el 15 de enero se anunciaba la publicación de un manifiesto, o más bien habría que decir un macromanifiesto, contra las brutalidades policiales para con estudiantes y detenidos políticos, firmado por 1.300 personas. Más de un millar de españoles que se atrevían a desafiar al franquismo a cara descubierta y, para colmo, liderados por un cura: el abad de Montserrat, monseñor Just, primer firmante.
El otro flanco que hasta entonces no había previsto en antifranquismo fue la violencia etarra. En junio de 1968 muere un guardia civil en Villabona y, apenas dos horas más tarde, la guardia civil mata a cuatro kilómetros del lugar del suceso a un militante de ETA, Javier Echevarrieta. Esta muerte genera un rosario de funerales por el alma del etarra que son duramente reprimidos por la policía y por fuerzas parapoliciales: la Guardia de Franco realiza un ataque en toda regla al monasterio benedictino de Lazcano.
El 2 de agosto de aquel año, ETA comienza su cuenta siniestra: el jefe de la brigada político-social de Guipúzcoa, el comisario Melitón Manzanas, muere tiroteado por la organización.
Conclusión: a principios de 1969, con ETA dando sus primeros coletazos, la universidad intentando tirar a los rectores por la ventana y los obreros realizando más de 450 huelgas casi simultáneas, Franco toma una decisión histórica: por primera vez desde el final de la guerra, decreta el estado de excepción en todo el territorio nacional.
Nada o casi nada de esto, sin embargo, tiene que ver con Mayo del 68. Las cosas que ocurrieron en España en aquel año ocurrieron entonces porque determinadas situaciones, sobre todo la madurez de los movimientos sindical y estudiantil, había llegado a su punto; y eso no guarda relación con lo ocurrido en Francia. Lo ocurrido en Francia era consecuencia de una reacción contra un orden de cosas representado por hitos como la guerra de Vietnam, asuntos que no estaban en la agenda de reflexiones de nuestros políticos patrios, unos porque eran falangistas de libro, y los otros porque bastante tenían con lo suyo.
¿Qué nos ha quedado de Mayo del 68? Es éste un hecho absolutamente opinable sobre el cual yo me voy a limitar, por lo tanto, a opinar. Cada uno tiene su análisis y éste es, tan sólo, el mío.
Una por una, las herencias de aquel movimiento.
La alternativa al capitalismo. Mayo del 68 es claramente hijo de un modo de reflexión que defiende una alternativa al sistema capitalista de los regímenes, llamémosles liberal-parlamentarios (y digo llamémosles porque es una visión muy limitada: el franquismo no fue liberal, mucho menos parlamentario, y no por ello dejó de ser capitalista). Pero es hijo de un momento en el que dicha alternativa está clara: el sistema soviético. Mayo del 68 no es un movimiento comunista, pero sí un movimiento que despertó notables simpatías dentro del comunismo (sobre todo del occidental) y que se hermana con otros movimientos sociopolíticos de la época, como la autodeterminación de la población negra estadounidense, que habían sido ampliamente defendidos por los comunistas. Parte de la fuerza de este movimiento como alternativa está en la sensación de que la alternativa existe; y, consecuentemente, conforme en los años posteriores la alternativa se fue desinflando, hasta derrumbarse literalmente en 1989, dicha fuerza fue perdiéndose. Los actualmente denominados movimientos antisistema con claramente herederos de Mayo del 68; sin embargo, tienen en el problema de que no tienen alternativa que señalar, lo cual los hace mucho más difusos.
A todo esto hay que añadir que, paradójicamente, el 68, que para algunos podría ser el momento de apogeo en la influencia del comunismo en el mundo no comunista, fue el principio del fin para la misma. En agosto de 1968, la URSS aplastó la llamada Primavera de Praga, acción con la que los jerifaltes soviéticos dejaron claro lo que pensaban de la democracia y la autodeterminación de los pueblos de su esfera.
La teoría de la igualdad. Ésta es, sin ningún lugar a dudas, la principal y más duradera herencia de Mayo del 68. Aunque los regímenes burgueses vencieron sobre aquellas tentativas, claramente decidieron tratar de fagocitarlas, al menos en parte, para evitar nuevas rebeliones. La generalización de derechos como el aborto, las políticas de igualdad sexual, etc., son evidentes hijas de esa política; aunque en modo alguno son luchas nuevas que nacen entonces. A mi modo de ver, es especialmente erróneo sostener que Mayo del 68 inventó el Estado del Bienestar, porque el Estado del Bienestar existe en muchos países, en diversas formas que se han ido perfeccionando, más o menos desde la posguerra mundial, es decir los años en los que los activistas del 68 estaban aún naciendo o en proyecto. Lo que sí está claro es que marcó el camino de su crecimiento y perfeccionamiento. Quizá el ámbito donde esta influencia sesentayochesca ha sido peor es el ámbito de la educación: la repulsión hacia todo lo que pueda oler a discriminación llevó a crear escuelas en las que, primero, las personas menos dotadas intelectualmente notaban menos esa presión; y, después, simple y llanamente se convirtieron en el paraíso de los vagos.
Cabe decir, de todas formas, que sin los movimientos de los sesenta, éste sería otro mundo; y sería peor. Sería un mundo con menos servicios públicos, con menos derechos sociales, con menos protección a la infancia, un mundo más dogmático y rígido, más cabrón.
La nueva moral: el 68, los Sesenta, el movimiento hippie, defienden una nueva moral, basada en el amor libre y la total decisión sobre el propio cuerpo. Es una reacción lógica contra la moral religiosa (de muchas religiones) que hace del hombre una especie de inquilino de sí mismo sin derecho a decidir sobre cómo saciar sus pulsiones y necesidades, derecho que retiene el Supremo Casero. En consecuencia, el 68 libera a una porción muy concreta de la sociedad, la juventud, que de toda la vida de Dios ha ido por ahí echando polvos contra las tapias, pero que ahora reivindica su puesto en la sociedad y reivindica su placer y su libertad.
La del 68 es la moral imperante de hoy en día. Los padres que son incapaces de decirle ni media palabra a su hijo adolescente que llega a casa a las seis de la mañana no hacen sino ser coherentes: ellos crecieron reivindicando un mundo en el que ellos, adolescentes entonces, se creían capaces de autorregular su vida sin imposiciones de nadie y, consecuentemente, han de aceptar esa relación de cosas. Si el cambio es bueno o malo es algo que, a mi modo de ver, es pronto para saber; creo que cuando la actual generación joven tenga hijos, hipotecas, obligaciones y mucho menos pelo, será cuando comience a verse en el largo plazo (que es cuando se ven estas cosas) cuáles han sido las consecuencias. Sin embargo, hay dos o tres cosas en las que el buenismo naïve de los Sesenta, a mi modo de ver, la ha cagado. Porque la teoría decía que eran las represiones sexuales las que impedían el adecuado desarrollo de las personas en este terreno; hoy tenemos otro mundo, un montón de información y esas cosas, y seguimos teniendo embarazos adolescentes, personas sexualmente desinformadas a miles, violadores, pederastas y machistas que queman vivas a sus mujeres. Incluso tenemos tantos que les tenemos que levantar juzgados especiales para enchironarlos a todos.
Sobre la tremenda cagada de pretender que el LSD, la maría y la farlopa eran inocuas y hasta buenas para el colesterol, me parece que hay muy poco que decir.
El pacifismo: otro elemento en el que el 68 está muertito. Los Sesenta surgen en buena medida por oposición a la guerra de Vietnam. Pero la guerra de Vietnam sólo paró cuando los dos púgiles que estaban sobre el ring decidieron que estaban hasta los huevos de darse hostias; y luego, por supuesto, siguió habiendo guerras, preventivas y preservativas, justas e injustas. Visto desde Ámsterdam, podría parecer que, en efecto, el 68 triunfó, porque es obvio que Europa es hoy territorio ampliamente pacifista; pero el mundo no se acaba en los polders de Holanda; mucho más allá hay lugares como Darfur o las barriadas tutsis o Kampuchea, donde creo que no están tan de acuerdo con la idea.
La huella cultural. El trazo cultural de los Sesenta es innegable. Entre otras cosas porque incluso algunos de sus grandes santones siguen por ahí dando guerra. Nuestra cultura actual, para bien o para mal, es hija de aquellos años, de la psicodelia, de los beatnicks, del realismo mágico, de un montón de cosas de aquel entonces. De la misma forma que el joven Gabriel García Márquez soñaba en París con saludar a Ernest Hemingway, muchos de los creadores de aquella época (entre ellos el propio Márquez) son hoy los sumos sacerdotes respetados y admirados. Se podría discutir sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina; es decir, si la novedad en el pensamiento y en las formas impulsó las nuevas filosofías políticas, o las nuevas filosofías políticas crearon las nuevas formas de pensamiento y creación. Pero es una discusión inútil, porque es imposible llegar a conclusión cierta alguna.
Esto es especialmente claro en el caso de la música. Los padres de las personas de mi generación hicieron casi todos la misma profecía cuando nosotros éramos unos críos. Nos juraron que cuando fuésemos mayores ya nadie se acordaría de Los Beatles (en mi caso, mi padre apostillaba: «y sí de Mozart»). Para cabreo de mi padre, que llegó a vivirlo, en los tiempos actuales la mayor parte de la gente que recuerda a Mozart lo recuerda por una película en la que se lo retrata de pajillas y vivalavirgen (cosa que probablemente era); y los discos de Los Beatles se venden a millones. Uno pone por la mañana cualquier radiofórmula mientras camina hacia el trabajo y lo más normal es que, día sí día también, le pongan el Hotel California. La pregunta es: ¿se escuchará a Melendi, El Canto del Loco o incluso a U2 en el 2040?
Las nuevas relaciones internacionales. Mayo del 68 y otros movimientos afines se hicieron, entre otras cosas, para generar un mundo distinto y mejor. Mucha gente cree que la solidaridad internacional hacia los países más desfavorecidos es hija de aquella filosofía; yo soy más bien escéptico en este punto, pues a mí la solidaridad internacional me parece más una consecuencia lógica de la descolonización, que es un proceso que en los años sesenta llevaba ya décadas en marcha. En todo caso, creo que los cambios aquí han sido mínimos, entre otras cosas porque los movimientos de Los Sesenta adolecieron del mismo pecado que los actuales movimientos antiglobalización: certeros a la hora de criticar lo existente, difusos a la hora de definir lo que debería existir en su lugar. Resulta tan difícil sostener que la invasión de Irak fue más legítima que la intervención americana en Vietnam que la tentación es a reconocer que, en este punto, las cosas han cambiado entre nada y absolutamente nada; pero conste que ni siquiera está claro hacia dónde tenían que haber cambiado.
¿Y las famosas máximas sobre La Imaginación al Poder o Prohibido Prohibir? Pues no me siento capaz de comentar si creo que siguen vigentes. Básicamente, porque nunca las he entendido muy bien, especialmente la segunda, que siempre he reputado una estupidez del cuarenta y dos y medio, con trienios por devengo y balcones a la calle.