Lo fue todo, no sólo dentro del Partido Socialista, sino del socialismo en sí. Fue la demostración andante de que el hombre no debe nunca traicionar sus convicciones, y que esta verdad es tan cierta que debe defenderse incluso contra las convicciones propias. A diferencia de tantas y tantas figuras que vemos desfilar por la Historia pensando exactamente la misma cosa desde el primer minuto hasta el final, él cambió de ideas y de planteamientos siempre que sintió la necesidad de hacerlo.
Quizá por eso mandar, mandar, lo que se dice mandar, nunca mandó gran cosa. Su momento de mayor poder fue quizá 1917, cuando rigió con destreza la organización de una huelga general revolucionaria que tenía que acabar con el capitalismo y como acabó fue como el rosario de la aurora. Años después seguía siendo un revolucionario puro, hasta el punto de que mientras otros correligionarios suspiraban por un sitial en el gobierno de la República, él porfiaba por negar esa posibilidad porque, decía, un revolucionario proletario no colabora con un burgués.
Amante de las purezas revolucionarias, no le dolían prendas ni de soltar una flor tras otra hacia regímenes políticos tan poco amigos de la revolución como el británico, y de desplegar una ecuanimidad y equilibrio en sus juicios como presidente de las Cortes que hoy es el día que la palabra «sectario» está aún por estrenar cuando es a él a quien se juzga.
Fue su error tal vez alimentar el crecimiento y la radicalización de su partido hasta que aquello se le fue de las manos. A finales de 1933, en el seno de su querida UGT, en la que él se suponía que mandaba, los teóricos de la dictadura del proletariado se hicieron oír y, como quiera que se les enfrentó, fue descabalgado y condenado a un ostracismo partidario en el que resultó cegado por otras estrellas rutilantes. Cuando el golpe de Estado revolucionario del 34 fracasó, ni siquiera fue a la cárcel a visitar a sus compañeros presos; cada vez eran menos compañeros.
Su historia termina en 1939 cuando, abrumado por una guerra perdida y el espectáculo de las muertes masivas que nunca puede agradar a un catedrático de Ética, no le tembló la mano a la hora de apoyar un golpe de Estado para acabar con todo aquello, aunque acabar con todo aquello equivaliese a entregar el país a manos de Franco. El general, siempre tan dado a la generosidad, lo dejó luego morir en prisión, como un perro olvidado por sus antiguos dueños, viendo pasar, supersónicos, los autos de la Historia mientras se muere en el arcén de la autopista, poco a poco, probablemente preguntándose compulsivamente, una vez y otra, en qué fallé, en qué pude fallar yo.
Julián Besteiro Fernández, con una nota media de 6,26, es el ganador de nuestra encuesta Ponle nota a los políticos de la República.
La victoria de Besteiro es, desde algunos puntos de vista, por goleada. No sólo es el político mejor valorado de la República; es que, además, ello es así porque le aprueban incluso quienes le odian. Además de ganar nuestro premio absoluto, también ha ganado (entre otros, pues ya volveremos a citarlo) el premio El más valorado por quienes no le valoran. La cosa es tal que así: tomando todas las calificaciones recibidas para cada político he estudiado la nota media que corresponde al percentil 25. Esto quiere decir la nota que deja por debajo sólo a la cuarta parte de las valoraciones, y por encima a las otras tres cuartas partes.
La nota registrada por el percentil 25 puede, por lo tanto, identificarse como la nota media que recibe cada político por parte de quienes le odian, de quienes no le valoran, de quienes le han dado notas bajas. Pues bien: Besteiro vuelve a sacar la nota más alta en el percentil 25, y lo realmente impresionante es que dicha nota está por encima de 5: 5,50, un punto y medio por encima del grupo de políticos que se sitúan detrás de él con un 4 (Miguel Maura, Indalecio Prieto, Manuel Azaña y Federica Montseny). Dicho de otra manera: aprueba incluso entre aquellos que deberían suspenderlo.
Esto me hace pensar que, tal vez, Julián Besteiro simboliza hoy ese consenso que tirios y troyanos parecen incapaces de conseguir cuando cada uno habla de su República y de su guerra civil.
Este primer post, además de a Besteiro, está dedicado al estrecho elenco de políticos de la República que han aprobado en esta prueba, es decir han sacado notas medias superiores a 5.
Inmediatamente detrás de Besteiro se ha situado, con una nota media de 5,53, Federica Montseny. Esta militante anarquista que llegó a ministra de la República ha tenido un golpe de riñones impresionante en los últimos días de la encuesta, subida, sobre todo, a lomos de las de su sexo y condición, es decir de las mujeres. Como veremos el día que hable de los resultados por sexos, para las féminas que han contestado la encuesta la combinación perfecta es, sin duda, mujer y anarquista.
El rally de Federica ha dejado sin el segundo puesto que tuvo durante mucho tiempo Manuel Azaña, icono de la República donde los haya. Con una nota de 5,50, le han arrebatado la medalla de plata los adictos al Omega 3, es decir las personas en la segunda madurez, entre los cuales este hombre que lo presidió todo en la República, incluso la propia República, se ha hundido lo suficiente como para perder por un cortacabeza contra esa señora que probablemente no le caía ya demasiado bien en vida, así que ahora no sé si le soltará cuatro frescas en la muerte. Azaña, a mi modo de ver, es víctima de lo discutido de su figura que, quizá, se va haciendo más discutida con los años; lo digo más que nada porque concita sus principales viveros de votos entre los que son muy jóvenes o están en lo mejor de lo mejor.
Si es que hay otra vida y desde ella se pueden leer blogs, supongo que Indalecio Prieto estará dejando escapar una risita diabética al comprobar que él sí, él sí se ha librado (5,12), convirtiéndose así en el segundo socialista de la lista de los aprobados. Pero lo que le provocará la risa será pensar que le ha sacado 10 puestos (ahí es nada) a Largo Caballero, y 12 a Negrín. Estará pensando: ¡chuparos ésa!
Fue Prieto veleta al viento de la República, ora socialdemócrata de libro, ora comprador de armas para implantar la dictadura del proletariado; y parece que la jugada le ha servido ante la Historia. Supo explotar algunas de sus principales virtudes, una de ellas la de organizador, para dejar huellas incólumes como ministro de Obras Públicas, más una labor incansable como gran coordinador de la pelea contra Franco durante dos años que lo agotaron casi totalmente. No me cae demasiado bien este Prieto, pero debo reconocer su espíritu de superación y su capacidad de gestión, motivo por el cual tampoco me parece tan injusto este aprobado. A los que estudiamos la Historia siempre nos quedará la duda de qué habría sido de la República si alguna vez Prieto hubiese presidido su gobierno.
En quinto lugar, raspando ya el suspenso, don Niceto Alcalá-Zamora, un producto del antiguo régimen que se supo reciclar. Dicen los que conocieron aquellos tiempos que cada vez que don Niceto tomaba la palabra en las Cortes, el diccionario de la Real Academia se ponía cachondo. Ha habido y habrá pocos oradores más brillantes que él, aunque también le pasa un poco como las malas películas, que aguantan mal el paso del tiempo. Un mucho inteligente, no lo fue sin embargo a la hora de refrenar su natural maniobrero, y eso fue lo que, lamentablemente, le perdió. Alcalá-Zamora quiso ser el tropezón de todos los gazpachos republicanos, intentando inventar esa coña tan en boga ahora de la conquista del electorado de centro. Hizo un uso excesivo de sus prerrogativas como presidente de la nación durante el bienio de derechas, que petardeó todo lo que pudo; pero como Roma no paga traidores, se encontró a la vuelta de la esquina con la respuesta de sus otrora amiguitos, que lo cesaron por un truqui jurídico bastante basto. Era, ya, 1936, y don Niceto sobraba en la ecuación republicana. Sin embargo, la encuesta viene a demostrar que todavía tiene sus partidarios.
Y aquí se acabaron los aprobados. El resto, suspendidos. He aquí, en esta primera toma, las calificaciones globales.
Dolores Ibárruri, dirigente del Partido Comunista, icono de las izquierdas durante la guerra civil. Famoso se hizo su No pasarán (copiado de los franceses en la primera guerra mundial) y su es mejor morir de pie que vivir de rodillas. Sobrevivió al franquismo y llegó a presidir, como miembro de la mayor edad, una sesión de las Cortes democráticas. 4,87.
José Calvo Sotelo: ex ministro de la dictadura de Primo de Rivera, líder del Bloque Nacional de las derechas, asesinado pocos días antes de comenzar la Guerra Civil: 4,82.
José María Gil-Robles, líder de la Confederación Española de Derechas Autónomas (Ceda); ministro del gobierno durante el bienio de las derechas. De hecho, su ocupación de la cartera de Guerra es el motivo esgrimido por el PSOE y la UGT para llevar a cabo el golpe revolucionario de 1934, ante la sospecha de que Gil-Robles aprovecharía el puesto para dirigir una involución incluso de corte fascista. 4,8.
Miguel Maura, líder de los conservadores republicanos, ministro del Interior en el primer gobierno de la República; dimitió por la declaración de laicismo de la Constitución republicana. 4,66
Andreu Nin, dirigente de tendencias anarquistas que finalmente recaló en el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), enfrentado con el PC. Fue secuestrado durante los sucesos de mayo del 37 en Barcelona y trasladado a Alcalá de Henares, donde se supone que fue asesinado. Su muerte se atribuye a los servicios secretos soviéticos. 4,59.
Lluis Companys. Líder de Esquerra Republicana de Catalunya. Heredero político de Françesc Maciá, lo sucedió al frente de la Generalitat. Dirigió la defección de Cataluña contra el Estado español en octubre del 34. Tras la guerra, fue capturado en Francia, devuelto a Franco, quien lo fusiló. Acudió a su fusilamiento descalzo para morir en contacto con la tierra catalana. 4,55.
Manuel Portela Valladares. Político republicano gallego. Presidió el gobierno al final del bienio de las derechas, pilotando desde esa posición un proyecto para crear un partido de centro con Alcalá-Zamora. Tras las elecciones, visto el triunfo del Frente Popular, abandonó precipitadamente el gobierno, creando una situación en la que los propios vencedores eran quienes debían juzgar su victoria, propugnando con ello las escandalosas decisiones de la Comisión de Actas. 4,44.
Ángel Pestaña. Líder, junto con Salvador Seguí, de la vertiente sindicalista del anarquismo español, menos preocupada por acabar con el capitalismo que con obtener mejores condiciones para los obreros. Firmó el Manifiesto de los Treinta que defendía dicha política frente al revolucionarismo de la FAI. En 1934, fundó un partido, llamado Sindicalista, que murió con él. 4,44.
Francisco Largo Caballero. Líder carismático del PSOE, conocido como «el Lenin español». Uno de los mejores ministros de Trabajo que ha tenido España, posteriormente se sintió cada vez más presionado por la competencia de la izquierda más extrema, por lo que llevó al PSOE por una senda revolucionaria que radicalizó la República y llevó al propio PSOE a dirigir un golpe de Estado revolucionario, la mal llamada Revolución de Asturias. Fue presidente del Gobierno durante la guerra civil, aunque fue cesado por desavenencias con los comunistas (llegó a echar al embajador de la URSS de su despacho). 4,30.
Diego Martínez Barrio. Político radical-socialista, ocupó carteras ministeriales e incluso dos cortas presidencias del gobierno; una, en 1933, cuando los sucesos de Casas Viejas erosionaron el gobierno Azaña y se hizo preciso organizar las elecciones que ganarían las derechas; y otro tras el golpe de Estado, durante el cual Martínez Barrio trataría de convencer al general Mola, en célebre conversación telefónica, de que parase la sublevación a cambio de entrar en el gobierno de la República. En todo caso, la guerra le pilló siendo presidente de las Cortes, por lo que tuvo un papel muy importante en el exilio. 4,26.
Juan Negrín. Médico y diputado del PSOE, ocupó durante la guerra civil primero el Ministerio de Hacienda y después la Presidencia del Gobierno. Es el principal actor del traslado del oro español a Moscú y representó la República irredenta, aunque en la realidad trató de pactar con Franco algún final acordado para la guerra, aunque lo hizo tan tarde que para entonces el general se sabía ganador. Tanto durante la guerra como después, fue duramente acusado de ser un mero monigote de los comunistas. 4,24.
Santiago Casares Quiroga. Político republicano gallego, tiene el triste mérito de ser el presidente del Gobierno en el momento del golpe de Estado de 1936. Siempre se le ha reprochado que no se enteró de nada y que tampoco dio importancia a los hechos en las primeras horas. 4,18
Marcelino Domingo. Político radical-socialista catalán, ocupó varias carteras ministeriales. 4,00
Alejandro Lerroux. Líder del Partido Radical, al inicio de la República estaba al frente de la formación política más madura y hecha de todas las que apoyaban el nuevo régimen. Cinco años después, dicha formación ya no existía. Tiene fama de ser uno de los políticos más corruptos de la Historia; Miguel Maura llegó a decir de él que si le nombrasen ministro de Justicia las sentencias se venderían en la Puerta del Sol. 3,90.
Santiago Carrillo. Militante de las Juventudes Socialistas, fue derivando poco a poco, como toda esta organización, a favor del Partido Comunista. Tuvo y tiene una larga vida en la política española pues es uno de los escasísimos miembros de esta lista que sobrevivió al general Franco. 3,89
José Giral. Político radical-socialista cuyo principal papel en la Historia de España fue presidir un brevísimo gobierno tras el golpe de Estado del 36. 3,68.
José María Aguirre y Lecube. Político del PNV, presidió el gobierno vasco ya en la guerra civil, cuando la autonomía vasca fue concedida. 3,60.
Joaquín Chapaprieta. Político independiente, en su inicio gassetista, llegó a presidir el gobierno durante el bienio de las derechas. Aplicó recetas tecnócratas, pero el país no estaba para esas cosas. 3,57.
Juan García Oliver. Dirigente del POUM, jugó un papel muy importante en la relación de fuerzas de Cataluña tras el golpe del 36 hasta los sucesos de mayo del 37. 3,50.
José Antonio Primo de Rivera. Líder de Falange Española y de la Falange Española y de las JONS tras la fusión con la organización de Ramiro Ledesma. Considerado representante del fascismo español, en 1936 fue encarcelado a causa de las acciones violentas de sus militantes. Fue fusilado en Alicante el 20 de noviembre de 1936. 3,10.
Félix Gordón Ordax. Político radical-socialista, factótum de sus fuerzas parlamentarias durante buena parte de la República. 3,10.
José Díaz. Líder del Partido Comunista durante la República. 2,88.
José Martínez de Velasco. Político del viejo Partido Liberal dinástico, en la República fundó el llamado Partido Agrario, que respondía fundamentalmente a los intereses de los terratenientes de la meseta norte. Fue ministro en los bienios derechistas. Al estallar el golpe de Estado fue encarcelado en la Modelo, por lo que fue uno de los políticos asesinados en los sucesos que siguieron al incendio del establecimiento penitenciario. 2,40.
Antonio Goicoechea. Líder de Renovación Española, el partido monárquico alfonsino de corte claramente conservador. 1,50.
miércoles, octubre 31, 2007
martes, octubre 30, 2007
¿Era Hitler homosexual?
Bueno, la espera ya no lo va a ser tal. Ya tengo los resultados de la encuesta procesaditos y en cuanto tenga un rato los colgaré, no sé en cuántas tomas. Puedo decir que a mí hay cosas que me han sorprendido, lo cual no es extraño con muestras tan pequeñas; esto hace los resutlados bastante divertidos, a mi modo de ver. Un poco de paciencia, que el próximo post ya debería de cerrar esta historia de la encuesta. Una vez más, gracias a todos los que habéis contestado.
Mientras tanto, os dejo con una lectura de Tiburcio, no exenta de interés. No haré más apostillas a su post que la general de que yo no me encuentro entre la personas que creen en la tesis defendida por el libro que recensiona. Yo creo que Hitler tenía bastante más de eremita, de tío raro, que de homosexual. El hecho de que se confundiese la rareza con la homosexualidad es un producto de los tiempos.
Pero el espacio de hoy es de Tibur, y a él cedo la palabra.
A Hitler se le han aplicado muchos epítetos, desde «salvador de Alemania» hasta «genocida», pero pienso que nunca se le había aplicado el de homosexual. Eso es precisamente lo que hace Lothar Machtan en su libro El secreto de Hitler (Planeta, 2001).
Machtan comienza su libro criticando que la historiografía se haya ocupado tanto del Hitler dictador carismático, que se haya olvidado del Hitler persona. Durante su vida logró que en la Alemania nazi sólo se conociera su imagen pública y no la persona real que había por debajo. Tras su muerte, la práctica historiográfica ha ofrecido el revés de esa imagen idílica y en el proceso, como antes hicieran los panegiristas nazis, se ha olvidado del personaje real.
Para Machtan, un elemento clave de la personalidad de Hitler era una homosexualidad no completamente asumida y ferozmente ocultada. El problema es que al haber estado oculta, Machtan tiene que jugar al detective e ir buscando pistas, interpretando indicios y atando cabos sueltos. Al final la acumulación de pruebas es tanta, que el lector acaba rindiéndose y piensa: «Pues, sí, realmente Hitler era una loca».
Machtan empieza haciendo hincapié en que Hitler solía estar rodeado de hombres y que con algunos de ellos tuvo relaciones largas e intensas, aunque no necesariamente sexuales: Ernst Röhm, Emil Maurice, Rudolf Hess, Albert Speer… En cambio hay una curiosa ausencia de mujeres en su biografía. Prácticamente sólo aparecen dos: Geli Raubal y Eva Braun. Hay dos más, Magda Quandt y Leni Riefenstahl, donde parece fuera de duda que el amor sólo circuló en una dirección.
La biografía de Hitler arranca con su etapa de artista, a mitad de camino entre la bohemia y la miseria. Aquí tuvo a su primera amistad masculina intensa, August Kubizek, otro aspirante a artista, en este caso a músico. Curiosamente en una ciudad tan alegre como la Viena anterior a la I Guerra Mundial, no consta que Hitler tuviera ningún romance. Podría deberse a esa faceta austera y ascética que cultivaba… o a que los romances que tuvo no eran confesables.
El relato de la vida de Hitler entre 1914 y 1919, cuando empieza a adquirir notoriedad pública es interesante. Lo presenta como un soldado caprichoso, maniático e impopular, del que muchos en la compañía sospechaban que mantenía relaciones homosexuales con otro de los soldados, un tal Ernst Schmidt. Curiosamente no trató de hacer carrera militar y rechazó las oportunidades de ascenso. Machtan presenta algunos indicios de que tal vez Hitler no hubiera recibido ascensos por sus peculiares gustos sexuales. Socialmente era un resentido y parecía inclinarse más bien por el comunismo. El bandazo hacia el ultranacionalismo probablemente fuera debido al puro oportunismo: los comunistas no le daban el liderazgo al que aspiraba y encontró su hueco en el bando de los ultranacionalistas de derechas. ¿Quién sabe? Tal vez si los partidos marxistas le hubieran dado bolilla, habría sido asesinado como Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht y no habríamos tenido II Guerra Mundial.
Machtan apunta a que tres homosexuales fueron los que dieron los primeros espaldarazos a Hitler en política: el General von Epp, Ernst Röhm y Dietrich Eckart. También señala que el Cuerpo de Voluntarios, creado por el General von Epp y al que se adhirió Hitler, era un nido de homoerotismo, con toda su exaltación de la masculinidad y las virtudes guerreras. Machtan describe a un Hitler desconocido para la biografía habitual: un Hitler que hacía propaganda política a jóvenes menesterosos y luego se los follaba. Fueron esos contactos homosexuales los que dieron a Hitler acceso a círculos a los que no hubiera tenido acceso por sus orígenes oscuros. Lo único que realmente Hitler tenía que ofrecer era su retórica y su capacidad para encarnar las frustraciones de la Alemania vencida; no lo suficiente para ascender sin apoyos.
La primera actividad heterosexual de Hitler que Machtan documenta, se remonta a 1925, cuando tenía 36 años. Había salido de la cárcel, tras el fracaso del putsch de Munich y estaba aprendiendo a ser un político más tradicional, que no asustase innecesariamente a las clases burguesas y que supiese cómo ocultar los aspectos más radicales de su ideología. Hizo algunas aproximaciones a mujeres, pero todas quedaron en nada. Su trato con las mujeres era forzado y no conseguía fingir una pasión erótica que no sentía.
En 1927 se cruzó en su camino su sobrina Geli Raubal. Machtan altera un poco la historia tal y como se ha contado. Geli se enamoró de Emil Maurice del cual a su vez estaba enamoriscado Hitler. El bisexual Maurice se dejaba querer. Todo terminó en un ataque de celos y en el despido de Maurice, no porque, como se ha dicho, Hitler tuviera celos de él. Era de Geli de quien estaba celoso.
El despido de Maurice fue acompañado de rumores sobre la sexualidad de Hitler e incluso de presiones (¿chantaje?) por parte de Maurice. Hitler hizo lo que tantos homosexuales dentro del armario han hecho a lo largo de la Historia. No, no es encender la luz para ver mejor; es echarse una novia. La mujer que tenía más a mano era Geli y a ella recurrió. Durante casi dos años, Geli fue su acompañante y corrió el bulo de que eran amantes. La realidad es que Hitler había encerrado a Geli en una jaula dorada a la que no dejaba que se acercase ningún moscón. En septiembre de 1931 Geli se suicidó y Hitler se encontró con la excusa perfecta para justificar su ausencia de relaciones con las mujeres: el suicidio le había dejado desolado e incapaz de amar ya, ahora estaba casado con Alemania.
El siguiente episodio en el que Machtan se detiene es el de la purga de Ernst Röhm y las SA, donde se mezclaron política y homosexualidad. Las SA habían aparecido como un grupo de asalto, destinado a dominar las calles mediante una mezcla de propaganda y terror. Cuando a partir de 1930 el partido nazi empieza a convertirse en una fuerza política votada, Hitler comprende que necesita dotarse de una respetabilidad y para ello las SA con sus desmanes eran un obstáculo. Es entonces que llama a su antiguo conocido Ernst Röhm para que las discipline. Röhm cumplió con su cometido a la perfección: disciplinó a las SA y las vinculó más estrechamente al partido. También las convirtió en una apoteosis gay: llenó todos los mandos con amigos, amantes y ex-amantes. Si entonces hubiera existido la Guía Espartaco, todos los locales de las SA habrían aparecido reseñados.
La relación entre Hitler y Röhm, según la describe Machtan, era mucho más que el enfrentamiento entre dos ambiciosos. Hitler temía todo lo que Röhm sabía sobre su pasado homosexual. Otros que también lo sabían, o bien no eran lo suficientemente poderosos (caso de Emil Maurice) o bien le tenían una lealtad tan perruna (caso de Rudolf Hess), que no había nada que temer. Con Röhm era diferente. La noche de los cuchillos largos en la que Hitler se cepilló figuradamente (literalmente ya lo había hecho muchos años antes) a toda la plana mayor de las SA fue entre otras cosas un intento de parar el golpe que se proponía dar Röhm de airear el pasado homosexual de Hitler. La decapitación de las SA sirvió para quitar de en medio a multitud de testigos incómodos y destruir las pruebas comprometedoras que tenían en su poder. Ni suscribo ni disiento de esa opinión. La dice Machtan, que sabe más que yo, y que la apoya en una serie de indicios.
Tras la noche de los cuchillos largos, parece que Hitler pasó a vivir su homosexualidad de una forma sublimada. Machtan apunta que hay indicios de que su estrecha relación con Albert Speer fue vivida como homoerótica por parte de Hitler.
Finalmente está Eva Braun, que desde 1936 fue la compañera de Hitler. Machtan la presenta como una mujer dependiente, con la autoestima muy baja, poco inteligente y sin carácter. El tipo de mujer que podía avenirse al papel de concubina platónica del Führer. Bueno, a cambio de aceptar una vida limitada sin amor verdadero ni sexo (a ver quién hubiese sido el guapo que se habría atrevido a ponerle los cuernos a Hitler), tenía una existencia regalada, donde podía satisfacer casi todos sus caprichos (que cada uno decida si merece la pena renunciar a ese «casi» a cambio de todo lo demás).
Una pregunta que uno podría hacerse es: si Eva Braun existía para darle una “respetabilidad” heterosexual, ¿por qué ocultarla? ¿Por qué no se casó con ella inmediatamente? En realidad, Hitler no la ocultó completamente; dejó que su relación con Eva Braun fuese un secreto a voces. Es posible que con ese conocimiento público de que el Führer tenía una amante le bastase. Casarse con ella y asumir, aunque sólo fuera en público, el papel de amante esposo era más de lo que podía soportar.
La boda final con Eva Braun en 1945 fue muchas cosas. Primero fue un regalo de consolación para su fiel compañera, que al menos moriría como esposa del Führer (puestos a hacer regalos de consolación, yo habría escogido un anillo de brillantes, pero afortunadamente no soy Hitler). En segundo lugar, se aseguraba que a su muerte no habría una Eva Braun viva para contar la realidad de su relación. Por último, muriendo como marido, redondeaba la imagen de hombre heterosexual normal que había estado toda la vida intentando dar.
El libro está bien estructurado y los indicios que presenta tan apabullantes, que el lector acaba rindiéndose ante la evidencia. La pregunta es: vale, me has convencido, Hitler era homosexual ¿y…? Desde un punto de vista psicológico puede ser apasionante. Desde un punto de vista humorístico, puede ser desternillante la imagen de Hitler vestido de drag queen bailando con Rudolf Hess. Pero desde un punto de vista histórico uno se queda un poco frío. Después de terminar el libro sigo sin entender mejor que antes por qué Hitler invadió la URSS en el verano de 1941 o por qué declaró la guerra a Estados Unidos en diciembre de 1941. Y esas son las cuestiones que realmente me interesan.
Mientras tanto, os dejo con una lectura de Tiburcio, no exenta de interés. No haré más apostillas a su post que la general de que yo no me encuentro entre la personas que creen en la tesis defendida por el libro que recensiona. Yo creo que Hitler tenía bastante más de eremita, de tío raro, que de homosexual. El hecho de que se confundiese la rareza con la homosexualidad es un producto de los tiempos.
Pero el espacio de hoy es de Tibur, y a él cedo la palabra.
A Hitler se le han aplicado muchos epítetos, desde «salvador de Alemania» hasta «genocida», pero pienso que nunca se le había aplicado el de homosexual. Eso es precisamente lo que hace Lothar Machtan en su libro El secreto de Hitler (Planeta, 2001).
Machtan comienza su libro criticando que la historiografía se haya ocupado tanto del Hitler dictador carismático, que se haya olvidado del Hitler persona. Durante su vida logró que en la Alemania nazi sólo se conociera su imagen pública y no la persona real que había por debajo. Tras su muerte, la práctica historiográfica ha ofrecido el revés de esa imagen idílica y en el proceso, como antes hicieran los panegiristas nazis, se ha olvidado del personaje real.
Para Machtan, un elemento clave de la personalidad de Hitler era una homosexualidad no completamente asumida y ferozmente ocultada. El problema es que al haber estado oculta, Machtan tiene que jugar al detective e ir buscando pistas, interpretando indicios y atando cabos sueltos. Al final la acumulación de pruebas es tanta, que el lector acaba rindiéndose y piensa: «Pues, sí, realmente Hitler era una loca».
Machtan empieza haciendo hincapié en que Hitler solía estar rodeado de hombres y que con algunos de ellos tuvo relaciones largas e intensas, aunque no necesariamente sexuales: Ernst Röhm, Emil Maurice, Rudolf Hess, Albert Speer… En cambio hay una curiosa ausencia de mujeres en su biografía. Prácticamente sólo aparecen dos: Geli Raubal y Eva Braun. Hay dos más, Magda Quandt y Leni Riefenstahl, donde parece fuera de duda que el amor sólo circuló en una dirección.
La biografía de Hitler arranca con su etapa de artista, a mitad de camino entre la bohemia y la miseria. Aquí tuvo a su primera amistad masculina intensa, August Kubizek, otro aspirante a artista, en este caso a músico. Curiosamente en una ciudad tan alegre como la Viena anterior a la I Guerra Mundial, no consta que Hitler tuviera ningún romance. Podría deberse a esa faceta austera y ascética que cultivaba… o a que los romances que tuvo no eran confesables.
El relato de la vida de Hitler entre 1914 y 1919, cuando empieza a adquirir notoriedad pública es interesante. Lo presenta como un soldado caprichoso, maniático e impopular, del que muchos en la compañía sospechaban que mantenía relaciones homosexuales con otro de los soldados, un tal Ernst Schmidt. Curiosamente no trató de hacer carrera militar y rechazó las oportunidades de ascenso. Machtan presenta algunos indicios de que tal vez Hitler no hubiera recibido ascensos por sus peculiares gustos sexuales. Socialmente era un resentido y parecía inclinarse más bien por el comunismo. El bandazo hacia el ultranacionalismo probablemente fuera debido al puro oportunismo: los comunistas no le daban el liderazgo al que aspiraba y encontró su hueco en el bando de los ultranacionalistas de derechas. ¿Quién sabe? Tal vez si los partidos marxistas le hubieran dado bolilla, habría sido asesinado como Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht y no habríamos tenido II Guerra Mundial.
Machtan apunta a que tres homosexuales fueron los que dieron los primeros espaldarazos a Hitler en política: el General von Epp, Ernst Röhm y Dietrich Eckart. También señala que el Cuerpo de Voluntarios, creado por el General von Epp y al que se adhirió Hitler, era un nido de homoerotismo, con toda su exaltación de la masculinidad y las virtudes guerreras. Machtan describe a un Hitler desconocido para la biografía habitual: un Hitler que hacía propaganda política a jóvenes menesterosos y luego se los follaba. Fueron esos contactos homosexuales los que dieron a Hitler acceso a círculos a los que no hubiera tenido acceso por sus orígenes oscuros. Lo único que realmente Hitler tenía que ofrecer era su retórica y su capacidad para encarnar las frustraciones de la Alemania vencida; no lo suficiente para ascender sin apoyos.
La primera actividad heterosexual de Hitler que Machtan documenta, se remonta a 1925, cuando tenía 36 años. Había salido de la cárcel, tras el fracaso del putsch de Munich y estaba aprendiendo a ser un político más tradicional, que no asustase innecesariamente a las clases burguesas y que supiese cómo ocultar los aspectos más radicales de su ideología. Hizo algunas aproximaciones a mujeres, pero todas quedaron en nada. Su trato con las mujeres era forzado y no conseguía fingir una pasión erótica que no sentía.
En 1927 se cruzó en su camino su sobrina Geli Raubal. Machtan altera un poco la historia tal y como se ha contado. Geli se enamoró de Emil Maurice del cual a su vez estaba enamoriscado Hitler. El bisexual Maurice se dejaba querer. Todo terminó en un ataque de celos y en el despido de Maurice, no porque, como se ha dicho, Hitler tuviera celos de él. Era de Geli de quien estaba celoso.
El despido de Maurice fue acompañado de rumores sobre la sexualidad de Hitler e incluso de presiones (¿chantaje?) por parte de Maurice. Hitler hizo lo que tantos homosexuales dentro del armario han hecho a lo largo de la Historia. No, no es encender la luz para ver mejor; es echarse una novia. La mujer que tenía más a mano era Geli y a ella recurrió. Durante casi dos años, Geli fue su acompañante y corrió el bulo de que eran amantes. La realidad es que Hitler había encerrado a Geli en una jaula dorada a la que no dejaba que se acercase ningún moscón. En septiembre de 1931 Geli se suicidó y Hitler se encontró con la excusa perfecta para justificar su ausencia de relaciones con las mujeres: el suicidio le había dejado desolado e incapaz de amar ya, ahora estaba casado con Alemania.
El siguiente episodio en el que Machtan se detiene es el de la purga de Ernst Röhm y las SA, donde se mezclaron política y homosexualidad. Las SA habían aparecido como un grupo de asalto, destinado a dominar las calles mediante una mezcla de propaganda y terror. Cuando a partir de 1930 el partido nazi empieza a convertirse en una fuerza política votada, Hitler comprende que necesita dotarse de una respetabilidad y para ello las SA con sus desmanes eran un obstáculo. Es entonces que llama a su antiguo conocido Ernst Röhm para que las discipline. Röhm cumplió con su cometido a la perfección: disciplinó a las SA y las vinculó más estrechamente al partido. También las convirtió en una apoteosis gay: llenó todos los mandos con amigos, amantes y ex-amantes. Si entonces hubiera existido la Guía Espartaco, todos los locales de las SA habrían aparecido reseñados.
La relación entre Hitler y Röhm, según la describe Machtan, era mucho más que el enfrentamiento entre dos ambiciosos. Hitler temía todo lo que Röhm sabía sobre su pasado homosexual. Otros que también lo sabían, o bien no eran lo suficientemente poderosos (caso de Emil Maurice) o bien le tenían una lealtad tan perruna (caso de Rudolf Hess), que no había nada que temer. Con Röhm era diferente. La noche de los cuchillos largos en la que Hitler se cepilló figuradamente (literalmente ya lo había hecho muchos años antes) a toda la plana mayor de las SA fue entre otras cosas un intento de parar el golpe que se proponía dar Röhm de airear el pasado homosexual de Hitler. La decapitación de las SA sirvió para quitar de en medio a multitud de testigos incómodos y destruir las pruebas comprometedoras que tenían en su poder. Ni suscribo ni disiento de esa opinión. La dice Machtan, que sabe más que yo, y que la apoya en una serie de indicios.
Tras la noche de los cuchillos largos, parece que Hitler pasó a vivir su homosexualidad de una forma sublimada. Machtan apunta que hay indicios de que su estrecha relación con Albert Speer fue vivida como homoerótica por parte de Hitler.
Finalmente está Eva Braun, que desde 1936 fue la compañera de Hitler. Machtan la presenta como una mujer dependiente, con la autoestima muy baja, poco inteligente y sin carácter. El tipo de mujer que podía avenirse al papel de concubina platónica del Führer. Bueno, a cambio de aceptar una vida limitada sin amor verdadero ni sexo (a ver quién hubiese sido el guapo que se habría atrevido a ponerle los cuernos a Hitler), tenía una existencia regalada, donde podía satisfacer casi todos sus caprichos (que cada uno decida si merece la pena renunciar a ese «casi» a cambio de todo lo demás).
Una pregunta que uno podría hacerse es: si Eva Braun existía para darle una “respetabilidad” heterosexual, ¿por qué ocultarla? ¿Por qué no se casó con ella inmediatamente? En realidad, Hitler no la ocultó completamente; dejó que su relación con Eva Braun fuese un secreto a voces. Es posible que con ese conocimiento público de que el Führer tenía una amante le bastase. Casarse con ella y asumir, aunque sólo fuera en público, el papel de amante esposo era más de lo que podía soportar.
La boda final con Eva Braun en 1945 fue muchas cosas. Primero fue un regalo de consolación para su fiel compañera, que al menos moriría como esposa del Führer (puestos a hacer regalos de consolación, yo habría escogido un anillo de brillantes, pero afortunadamente no soy Hitler). En segundo lugar, se aseguraba que a su muerte no habría una Eva Braun viva para contar la realidad de su relación. Por último, muriendo como marido, redondeaba la imagen de hombre heterosexual normal que había estado toda la vida intentando dar.
El libro está bien estructurado y los indicios que presenta tan apabullantes, que el lector acaba rindiéndose ante la evidencia. La pregunta es: vale, me has convencido, Hitler era homosexual ¿y…? Desde un punto de vista psicológico puede ser apasionante. Desde un punto de vista humorístico, puede ser desternillante la imagen de Hitler vestido de drag queen bailando con Rudolf Hess. Pero desde un punto de vista histórico uno se queda un poco frío. Después de terminar el libro sigo sin entender mejor que antes por qué Hitler invadió la URSS en el verano de 1941 o por qué declaró la guerra a Estados Unidos en diciembre de 1941. Y esas son las cuestiones que realmente me interesan.