lunes, enero 30, 2023

Anarcos (12): La polémica de las alianzas obreras

 La primera CNT
Las primeras disensiones
Triunfo popular, triunfo político
La República como problema
La división de 1931
¿Necesitamos más jerarquía?
El trentismo
El Alto Llobregat
Barcelona, 8 de enero de 1933
8 de diciembre, 1933
La alianza obrera asturiana
La polémica de las alianzas obreras
El golpe de Estado del PSOE y la Esquerra
Trauma y (posible) reconciliación
Tú me debes tu victoria
Hacia la Guerra Civil
¡Viva la revolución, carajo!
Las colectivizaciones
Donde dije digo...
En el gobierno
El cerco se estrecha
El caos de mayo 

En febrero de 1934, el pleno nacional de regionales de la CNT se reunió para analizar el tema de las alianzas obreras; la decisión fue negativa. Fue ésta una toma de posición forzada por el faísmo triunfante en los sindicatos anarquistas y, sobre todo, por la posición de la CNT catalana, que era tan preeminente en la clase proletaria catalana que, con bastante lógica en mi opinión, no vería demasiada ventaja en una alianza. Juan Manuel Molina, un hombre que había estado en la primera línea de la represión sufrida por los anarquistas durante el primer gobierno republicano de izquierdas, dejó claro que, en su opinión, “entre los anarquistas y los dirigentes de los partidos políticos no puede existir el menor contacto ni compromiso”.

Hay que entender que, para la CNT catalana, hablar de cambio radical de panorama tras la victoria de las derechas en noviembre de 1933 era algo inexacto. La Esquerra, efectivamente, había perdido en las elecciones generales frente a la Lliga. Pero apenas unas semanas después, cuando se produjeron las elecciones a la Generalitat, volvió a recuperar su situación preeminente en la política catalana. Para los anarquistas, pues, en Cataluña nada estaba cambiando.

Largo Caballero, que había propugnado la confluencia con Esquerra, hizo un viaje a Barcelona, en el que exigió a la Unió Socialista de Catalunya que saliese del gobierno catalán; prefería ver al socialismo confluir con los anarquistas. Joan Comorera, líder del socialismo catalán, le vino a decir que sacase la pichita y le mease en la pechera si quería, pero que del gobierno catalán no se iba ni dios. Así las cosas, la Alianza Obrera de Cataluña echó de su seno a la USC por colaborar con partidos burgueses. Sin embargo, si Largo había pensado que con ese gesto la UGT y la CNT iban a acercarse, eso no pasó, pues en la voluntad de los anarcosindicalistas siguió pesando el hecho de que ellos eran mucho más fuertes. Cierto es que la alianza era cosa de los trentistas, siempre más proclives a entenderse con los socialistas; pero la represión había sido demasiada cosa en Cataluña durante los meses anteriores; unos meses en los que el ministro de Trabajo había sido, precisamente, Francisco Largo Caballero. Y es que hubo un tiempo en la Historia de España en el que hubo actores políticos y sociales, incluso de izquierdas, a los que les costaba respetar a gente que hace una cosa y después la contraria.

Para la CNT, la confluencia con la UGT era imposible mientras los socialistas no se apuntasen de forma neta en favor de la revolución. El pleno, de hecho, le reclamó a los socialistas una declaración en este sentido, con la matización de que los anarquistas no consideraban que la revolución pudiera ser otro 14 de abril, sino la total destrucción del capitalismo.

A primeros de marzo, hubo crisis de gobierno y cayó Alejandro Lerroux, el viejo político radical. Se hablaba de que el gobierno era demasiado débil sin albergar en su interior a elementos de las derechas. Para los anarquistas, esto era avanzar en la dirección contraria; y pasaba, siempre según sus análisis, por la tenuidad del socialismo a la hora de avanzar hacia la revolución. El tema, sin embargo, quedó en paso, pues Lerroux consiguió repetir al frente del gobierno, sin tener que dar carteras ministeriales ni a la CEDA ni a la Lliga catalana.

La conflictividad social, sin embargo, estaba en toda su sazón. Con el estado de alarma todavía declarado, lo cual colocaba a la CNT en la clandestinidad, pararon los tranvías de Barcelona y, de forma más importante, la construcción en Madrid. El 9 de marzo, en la capital, se sumaban a la huelga los trabajadores metalúrgicos, respondiendo a una llamada conjunta de la CNT y la UGT. El 13 de marzo se convocó en Barcelona una huelga general de 24 horas en solidaridad con Madrid; huelga que no fue convocada por la CNT, sino por la Alianza Obrera; es decir, además de una huelga por el cabreo y todo eso, la huelga barcelonesa, o más bien catalana, era una especie de test beta de la Alianza Obrera, para ver si tenían fuerza suficiente como para hacerle sombra a la CNT.

Los resultados fueron agridulces para los convocantes. En Barcelona pincharon claramente, porque Barcelona era una ciudad donde nada se movía, ni se paraba, sin el nihil obstat cenetista. Como me dijo una vez un viejo sindicalista, "la fuerza sindical no la demuestras cuando haces una huelga; la demuestras cuando no la haces". Pero en Tarragona, Valls, Tortosa y Manresa casi paró todo el mundo.

Abril se inauguró con la que se puede considerar la mayor huelga general jamás convocada. Su teatro fue Zaragoza, un teatro donde los anarquistas eran especialmente fuertes e inquietantes. Duró 36 días, y fue convocada por CNT y UGT, pero cada una por su cuenta. Es decir, no fue una huelga convocada en confluencia, sino que ambos sindicatos llamaron a la huelga general pero, por casualidad, en la misma fecha.

El principio de todo fue el estallido de un artefacto delante de una estación de policía. Unos cuantos activistas obreros fueron detenidos y, al parecer, en las comisarías a la policía se le fue la mano acariciándolos. Se convocó una huelga de protesta de dos días, que fue prolongada cuando unos conductores del transporte público fueron despedidos. En unas pocas horas, Zaragoza perdió su red de transportes, y paró la industria. El gobernador civil declaró ilegal la huelga y el Ejército comenzó a patrullar las calles.

En mayo, la huelga de Zaragoza era importante por sí misma, pero también por el apoyo que había generado en Cataluña. Aquel mes, varios centenares de obreros aragoneses fueron trasladados desde Zaragoza hasta Barcelona y, a su llegada a la estación, 400 taxis los estaban esperando en manifestación. Para entonces, la CNT había anunciado que acogería en Cataluña a 18.000 niños hijos de obreros aragoneses, en una corriente de solidaridad a la ucraniana. Esto fue lo que permitió hacer tan larga la huelga.

El 23 de junio, las regionales anarcosindicalistas celebraron un nuevo pleno. De nuevo, los partidarios de las alianzas, sobre todo los asturianos que ya la tenían, volvieron a a carga. Y no les faltaba razón. La CNT conservaba el santuario catalán, y a nadie se le escapaba que Cataluña era el backbone de la clase obrera española. Pero comenzaba a estar claramente sobrepasada por los socialistas en norte del país, en Levante, en el centro de la península. La idea de que una alternativa sindical existía, además sólidamente avalada desde el punto de vista político, estaba ganando momento. Los anarquistas favorables a las alianzas temían que la revolución estallase, por así decirlo, sin ellos. Todo el mundo era consciente de que los socialistas eran unos cínicos que habían participado en la represión del anarcosindicalismo. Pero había llegado el momento de olvidar.

Los partidarios de las alianzas, sin embargo, estaban tratando de forzar la mano del anarcosindicalismo, y yo creo que lo sabían. Como acertadamente se recordó en los debates, no hay punto de acuerdo posible entre quien quiere lograr el poder y quien quiere destruir el poder. Eran otros tiempos, obviamente; tiempos en los que el anarquismo era una ideología más pura, más neta, algo sostenido por obreros que hacían todo lo que podían por cultivarse en lugar de lo que vemos hoy en día, es decir, dirigentes profesionales que apenas han leído a epílogo y a prólogo. Además, hay que entender que no hacía ni año y medio que habían sido las grandes represiones contra el movimiento anarquista; resultaba muy difícil de tragar que, por mucho que las circunstancias del momento fuesen éstas o aquéllas, ahora hubiese que llamar hermano a aquél que, entonces, en el mejor de los casos miró para otro lado mientras tenías que aguantar una mano de porrazos en el sótano húmedo de una cárcel.

La mayoría de las regionales, en este sentido, se posicionó en contra de las alianzas y aprobaron una resolución que dejaba la decisión final para una conferencia nacional de sindicatos que debería celebrarse en dos meses. El pleno cargó contra la FNIF por haber intentado pactar con la UGT, algo que había estado forzado por su debilidad relativa.

Durante el verano, la CNT permaneció ajena a los movimientos de confluencia, mientras las cosas iban a peor en la calle, sobre todo en Cataluña. Allí, la Lliga Regionalista decidió hacer lo que siempre hacen todas las formaciones demócratas de toda la vida, que es intentar ganar en la calle, por así decirlo, lo que había perdido en los colegios electorales (recordad que había resultado barrida en las elecciones autonómicas). Así, los hombres de la Lliga, en su mayoría grandes empresarios, comenzaron una política de tierra quemada, o lock out, que dejó a 5.000 trabajadores del textil en la calle. Los mineros del Sallent fueron a la huelga aquel verano, mientras que en Levante el sector metalúrgico alcoyano fue a la huelga por la semana de 44 horas, y el sindicato textil les hizo hilo (chiste fácil). Y hay que recordar que el transporte urbano de Barcelona llevaba seis meses, seis, de huelga.

Volviendo ahora al movimiento trentista, es decir los Sindicatos de Oposición, en enero de 1934 Ángel Pestaña dimitió de la Federación Sindicalista Libertaria y anunció su intención de crear un partido político: el Partido Sindicalista Español que, por lo tanto, aceptaba entrar en la pelea de las urnas. Por decirlo en términos internacionales, Pestaña hizo lo que hizo porque se miró en Francia; consideraba que la situación lo que estaba pidiendo era que las izquierdas aceptasen el juego parlamentario liberal burgués para, usándolo, llegar a obtener el poder (estrategia que sería la que se acabaría por imponer; pero no en ese momento). Quienes lo criticaron y se colocaron frente a él, sin embargo, se miraban, sobre todo, en Austria; y, la verdad, si no entendéis que el gran referente del relato sindical español de 1934 era Austria, no entenderéis nada sobre la evolución de dicho relato ni sobre su naturaleza. Para la mayoría de los dirigentes sindicales españoles, especialmente los anarquistas, lo que se estaba produciendo en ese momento era algo así como la lucha final entre la revolución y el fascismo (o sea: entre el fascismo y el fascismo). En esa situación, no cabían componendas, ni aceptaciones.

El movimiento de Pestaña, que probablemente era lo que él tenía que hacer sí o sí, y lo sabía, fue sin embargo de una torpeza digna de mejor fin. Como acertadamente se apresuraría a reprocharle Juan López, la decisión de Ángel Pestaña de convertirse en uno más de los tipos que iban en época electoral por los mercados besando niños tuvo la consecuencia inmediata de debilitar a la Alianza Obrera de Cataluña que, como ya hemos visto, comenzaba a hacer sus pinitos como fuerza sindical de importancia. Otros más radicales se mostraron, en el fondo, contentos con la decisión. Federica Montseny, sin ir más lejos, la consideró “el fin de una gangrena”.

Con Pestaña convertido en político, Juan López accedió a la secretaría general de la Federación Sindicalista Libertaria, con Francisco Arín como segundo. A finales de enero, la FSL celebró un pleno regional en el que vinieron a concluir que no sabían quién era un tal Ángel Pestaña.

En 1934 se produjo el gravísimo conflicto de la Ley de Cultivos catalana, una ley que era fundamental para los rabassaires y que fue declarada inconstitucional por el Tribunal de Garantías; declaración que fue saludada por el Parlamento catalán con una tormentosa reunión, en la que faltó poco para que los diputados de la Lliga fuesen linchados en la calle, y en la que el gobierno aprobó exactamente la misma ley que se había aprobado previamente; generando con ello un conflicto que no sabemos hasta dónde habría llegado, pues por medio se metió el golpe de Estado revolucionario del PSOE, y de la Esquerra en Cataluña.

En el tema de la Ley de Cultivos, la Alianza Obrera, lógicamente, se puso del lado de los rabassaires, cuya unión estaba integrada en dicha alianza. Pero el tema no era fácil, pues en el fondo de la postura que se tomase estaba el hecho de si la Alianza iba, o no, a defender la autonomía catalana. Juan López, ahora líder de los trentistas, tenía consigo, sobre todo, al Bloque Obrero de Maurín y a Andreu Nin. Todos ellos fueron atacados por la CNT por convertirse en báculos de la Esquerra. Las contestaciones a estas críticas reflejaron bien lo variopinta que, en la práctica, era la Alianza Obrera de Cataluña pues, por ejemplo, Nin opinó que la Alianza debía ir a la confrontación frontal con el poder para implantar la república socialista catalana; lo cual crearía un movimiento que, en muy poco tiempo, habría creado la federación socialista de España. La Alianza Obrera acabó de aprobar una estrategia por la cual ellos no irían a la revolución; pero si el gobierno de Madrid atacaba a Cataluña y se proclamaba la república catalana, la Alianza la apoyaría, intentando hacerla derivar hacia una república socialista federal.

Además de estos arrebatos, en ese momento, más o menos teóricos, para los trentistas, siempre presionados por la situación oligopolística de la CNT en Cataluña, lo fundamental era poder fortalecer la Alianza Obrera. En el primer congreso de la Federación Sindicalista, celebrado a mediados de julio, le dieron al PSOE un ultimátum para que, en dos meses, se definiese definitivamente sobre la Alianza. Los llamados feselistas, es decir básicamente los trentistas, querían que se crease un comité nacional de la Alianza Obrera.

El 8 de septiembre, a las dos de la tarde, los socialistas decidieron saludar una asamblea de terratenientes catalanes que se celebraba en Madrid con la convocatoria de una huelga. Ese mismo día, la Alianza Obrera de Asturias declaraba una huelga en protesta contra la celebración de un mitin en Covadonga de la Juventud de Acción Popular (obsérvese el intenso sabor a democracia del gesto). La CNT, tanto en Madrid como en Asturias, estuvo a favor de ambas convocatorias, y las secundó. La confluencia, pues, parecía comenzar a carburar. Sin embargo, todo indica que la CNT hizo un análisis muy certero de aquel movimiento. Me refiero a que entendió que fue una huelga política montada por el PSOE en el marco de un entorno político en el que el gobierno Samper estaba herido de muerte y todo el mundo esperaba la entrada de la CEDA en el gobierno. Fue, pues, una huelga con la que el PSOE intentó decir aquí estoy yo. A mi modo de ver, los anarcosindicalistas nunca explicaron por qué, si verdaderamente tenían tan claro que los motivos de las huelgas eran espurios desde su punto de vista, aún así los apoyaron. Cabe pensar que fue por el ambiente general de “paremos al fascismo” o, simplemente, porque el movimiento anarcosindicalista, aunque no se quiera considerar un movimiento político, en realidad sabe ser tan incongruente como cualquier otro.

Lo que sí parece claro es que estas huelgas de septiembre fueron fundamentales para poder entender lo que pasó, y sobre todo lo que no pasó, en el siguiente escalón que tenemos que subir, que es la huelga general revolucionaria, o golpe de Estado, del PSOE y la UGT. De no haber existido las huelgas de septiembre, quizás lo que los indocumentados, los interesados y sus corifeos los licenciados en Historia, llaman Revolución de Asturias, habría sido el primer teatro conflictivo serio de aquel año y, por ello, habría contado con la colaboración de la CNT. Pero como quiera que era el segundo, y en el primero los anarquistas habían aprendido que corrían el peligro de ser los simples pagafantas de un Lenin de todo a cien, ya no tragaron. Y la cosa fue como fue.

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