miércoles, mayo 11, 2022

La implosión de la URSS (4: Gorvachev reinventa las leyes de Franco)

No es oro todo lo que reluce

Izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, detrás, ¡un, dos, tres!
La gran explosión
Gorvachev reinventa las leyes de Franco
Los estonios se ponen Puchimones
El hombre de paz
El problema armenio, versión soviética
Lo de Karabaj
Lo de Georgia
La masacre de Tibilisi
La dolorosa traición moldava
Ucrania y el Telón se ponen de canto
El sudoku checoslovaco
The Wall
El Congreso de Diputados del Pueblo
Sajarov vence a Gorvachev después de muerto
La supuesta apoteosis de Gorvachev
El hijo pródigo nos salió rana
La bipolaridad se define
El annus horribilis del presidente
Los últimos adarmes de carisma
El referendo
La apoteosis de Boris Yeltsin
El golpe
¿Borrón y cuenta nueva? Una leche
Beloveje
Réquiem por millones de almas
El reto de ser distinto
Los problemas centrífugos
El regreso del león de color rosa que se hace cargo de las cosas
Las horas en las que Boris Yeltsin pensó en hacerse autócrata
El factor oligarca
Boris Yeltsin muta a Adolfo Suárez
Putin, el inesperado
Ciudadanos, he fracasado; dadle una oportunidad a Vladimiro 


 



Gorvachev declaró que Yeltsin le había declarado la guerra al Comité Central: algo que, en esencia, era plenamente cierto, puesto que el dirigente, de hecho, había puesto en duda que el PCUS fuese capaz de llevar a cabo la perestroika. Sin embargo, nadie se atrevió a fulminarlo así como así; el estatus de Yeltsin habría de definirse, se decidió, en un pleno posterior.

El siguiente pleno se celebró el 9 de noviembre. Dos días antes, Yeltsin había estado en su lugar durante las celebraciones del aniversario de la Revolución; sin embargo, en el pleno fue expulsado del Politburó, no sin antes ser descabalgado de su puesto como dirigente del PC en Moscú. Gorvachev, sin embargo, todavía lo quería cerca, y es por eso que, poco tiempo después, lo promovió al puesto de vicepresidente del Gosstroi, o complejo de construcción del Estado, con el rango de ministro. Gorvachev le impuso la condición de no hacer política y Yeltsin, aparentemente, aceptó.

En ese momento, el PCUS había acunado tres tendencias bastante definidas. En primer lugar, estaban aquéllos que, no poniendo en cuestión el monopolio ideológico, político, económico y social del comunismo, admitían la necesidad de operar algún tipo de cambio en la URSS; de alguna manera, este grupo estaba formado por khruschevitas que consideraban que su referente había iniciado un proceso que ahora había que acabar. Luego había un grupo, normalmente calificado por los sovietólogos como “centrista”, que tomaba Lenin y Bukharin como sus referentes (o, más bien, a un Lenin reinterpretado a partir de las seis décadas transcurridas desde su tiempo), que preconizaban reformas básicamente económicas, que tampoco cuestionaban ni la economía centralizada ni el papel protagonista del Estado (o sea: la NEP). En tercer lugar, estaban los radicales, partidarios de cambios de tal calidad, fuesen éstos de corte liberal o de corte socialdemócrata, que de todo había.

El 13 de marzo de 1988, la revista Sovetskaia Rossia publicó un artículo firmado por Nina Mikhailovna Andreeva, profesora de Química en Leningrado. Este artículo, titulado Yo no puedo transigir con los principios, era una durísima invectiva contra la glasnost y la perestroika. La autora, desde un academicismo soviético estricto, acusaba a los impulsores de la glasnost de dejarse llevar por la tendencia de discutir los temas que Occidente quiere ver discutidos y, además, de la forma en que los quiere ver discutidos. En gran parte, el artículo era una reacción virulenta contra la revisión de la figura histórica de Iosif Stalin, en aspectos como el modo en que colaboró en la agresión alemana a Europa, o la forma en la que aisló a Lenin en los últimos años de su vida, para tener así las manos libres para proceder a las purgas que deseaba hacer.

Dos semanas tardó la intelligentsia gorvacheviana en reaccionar. El 5 de abril, Pravda publicó un artículo sin firma que contestaba al de Andreeva. Para entonces, el tema realmente importante, el tema que preocupa entre los cuadros del Partido, es quién está detrás de Nina Andreeva; quién está detrás de esa reacción que parece tener tantos partisanos. El tema es serio. Ese mismo mes de abril, Gorvachev preside una reunión de máximos representantes comunistas territoriales, y se encuentra en la misma con una muy fuerte oposición pro-Andreeva, que le obliga a argumentar: “Nina Andreeva no propone otra cosa que la vuelta a 1937, el año de las grandes purgas. ¿Es eso lo que queremos?” Probablemente, el gran problema de Gorvachov es que en el PCUS hay mucha gente que es precisamente eso lo que quiere.

El affaire Andreeva le enseñó a Gorvachev que necesitaba, si no apretar el acelerador, sí cuando menos dar algún paso más en la racionalización del Estado soviético, en detrimento del Partido. Por esta razón, alumbró una reforma interna de gran importancia, consistente en el hecho de que, a cada nivel de administración, el puesto de presidente del soviet sería electivo y, ojo, el hecho de ser presidente del soviet comportaba, inmediatamente, el de ser primer secretario del Partido, puesto que ambos deberían ser ocupados por la misma persona. De esta manera, Gorvachov buscaba preñar la cadena de poder soviético de personas que habían sido elegidas por la gente para estar allí y, de paso, otorgar una prevalencia a los soviets sobre la estructura del partido. O sea, lo que había prometido el comunismo ruso en 1917, que ya le vale.

Esta reforma se debía someter a la XIX Conferencia del Partido que, por lo tanto, se convirtió en una cita convocada para estudiar un giro radical en la forma de entender y organizar el poder en el comunismo ruso.

Las conferencias del Partido Comunista eran reuniones de gran importancia, sólo superadas por los congresos pero, en realidad, más eficientes que éstos por ser más ágiles; el estalinismo, en buena medida, nació en conferencias del Partido. La XIX Conferencia era el momento elegido por Gorvachev para, mediante una alianza entre centristas y radicales, aislar al ala conservadora del PCUS (al fin y al cabo, la que llevaba seis décadas gobernando el partido) y mandarla a tomar por culo.

La idea era clara: el PCUS tenía que perder presencia, y poder, en la vida del país. Sin embargo, la cosa no iba a ser fácil.

El primer secretario del PCUS se encontró con el problema de que quería hacer una conferencia nueva con reglas viejas. En efecto, la forma de elegir los delegados para la conferencia era la que siempre se había utilizado: un sistema de designaciones bottom-up, en el que el comunismo de cada territorio tenía un papel muy importante. Por esta misma razón, a Gorvachev no le costó demasiado controlar los nombres de los delegados procedentes de la cúpula del Partido; pero en muchas de las regiones y repúblicas del gran dédalo de nacionalidades que era la URSS, el tema era bien diferente. Los dirigentes comunistas territoriales estaban acostumbrados a deberle sus coches oficiales, sus dachas, sus economatos, a la fidelidad partidaria, no a la eficiencia; por lo tanto, no estaban dispuestos a abandonar este estatus; mucho menos a abrirse a la competencia de otras fuerzas políticas o representantes civiles. Muchos de estos jerifaltes, acosados por la glasnost que, en forma de publicaciones periodísticas y debates sociales, les ponía las cosas difíciles donde antes no tenían que dar más explicaciones que a sus superiores jerárquicos, hicieron elegir compromisarios muy lejanos de los planteamientos de Gorvachev.

En medio de un agrio e intenso debate sobre si, en estas circunstancias, la Conferencia debía celebrase o aplazarse, Gorvachev presenta al Comité Central, el 23 de mayo, las ponencias de base, por así decirlo, de la Conferencia, y las hizo publicar por Pravda el 27. Con ello, trataba de presentar su oferta reformadora ante el país, para así hacerla indubitable. Consiguió lo que quería: en todo el país, a todos los niveles, universidades, empresas, escuelas, las tesis de la XIX Conferencia fueran objeto de intensos debates.

Así las cosas, la XIX Conferencia se celebró en el Palacio de Congresos del Kremlin entre el 28 de junio y el 2 de julio de 1988. 5.000 delegados se reunieron para discutir la creación de un Estado de Derecho, la separación entre Estado y Partido, o la elección de un Jefe del Estado por parte de un Congreso electivo, entre otras propuestas.

Gorvachev, por lo tanto, partía de la idea de que ninguna reforma (económica, cultural, social...) era posible sin realizar primero una reforma política. Y estaba convencido, además, de que esa reforma había que hacerla de manera que no pudiera tener marcha atrás.

Por primera vez, de verdad, el Estado soviético se abrió a la discusión. Sí, ciertamente, son muchos los que han dicho, y seguirán diciendo, que la libre discusión entre conservadores, centristas y radicales que se produjo en la XIX Conferencia del PCUS era una rememoranza de las libres discusiones que se habían producido en los primeros tiempos del Partido Bolchevique. Pero, en mi opinión, esta visión es equivocada. Esas discusiones tan abiertas, en las que los miembros del Comité Central del PCUS, ciertamente, podían decir que, en su opinión, el camarada Lenin o el camarada Stalin estaban gravemente equivocados en esto o aquello, eran discusiones de una vanguardia, y dentro de la vanguardia. Si alguien decía allí que los pedos de Lenin eran repugnantes, en la calle no se enteraba nadie. La XIX Conferencia fue retransmitida por televisión y por radio. No, no es lo mismo.

El 1 de julio, pidió la palabra Boris Yeltsin. Yeltsin no era ya compromisario del PC de Moscú, donde no tenía presencia alguna; ni del de Sverdlovsk. Era compromisario de la pequeña república de Carelia, en la que no había estado en su vida, pero que aún así había decidido enviarlo como compromisario. A los delegados carelios los habían colocado tan a trasmano de la presidencia de la Conferencia que Yeltsin tuvo poco menos que encaramarse a la tribuna presidencial para poder intervenir. Una vez que pudo tomar la palabra, habló bastante en coherencia con lo que había hecho meses antes. La perestroika era necesaria y estaba muy bien, ciertamente; pero llegaba tarde y, además, estaba por ver que el Partido Comunista fuese la organización más adecuada para aplicarla y desarrollarla. Acto seguido, de forma un tanto sorprendente, demandó ser rehabilitado de su expulsión de noviembre de 1987. Como no podía ser de otra manera en un sistema soviético, la expresión de debilidad implícita en la petición de Yeltsin provocó que los delegados se lanzasen sobre él con toda serie de invectivas, dirigidos por Ligachov, quien parecía estar esperando ese momento para convertirlo en su momento. Todo aquello estaba probablemente impostado y preparado, pues no hizo sino dar pábulo a una intervención de Gorvachev en la que éste salvó a Yeltsin. Era lo que quería hacer pues, como sabemos, el primer secretario general del Partido no quería a su fogoso adversario muy lejos de él; pero, claro, en la intervención en la que zanjó el problema dejó bien claro que rehabilitaba al hombre, pero no a sus ideas (léase críticas). Si Yeltsin quería volver a ser un miembro de la familia comunista, sería porque fuese un comunista. Yeltsin, más que probablemente sin vía de escape posible, escuchó su veredicto, 50% absolución, 50% condena, sin mover ni una ceja.

Gorvachev, por lo tanto, vio sus proposiciones aprobadas en la XIX Conferencia; y vio, también, como su principal contrario por el flanco democrático quedaba teóricamente neutralizado. Así pues, aquel año de 1988, Milhail Gorvachev bien pudo decir lo mismo que dijo Adolfo Suárez del gobierno de la UCD: que iba a durar 103 años. Con el mismo resultado, además.

La XIX Conferencia, sin embargo, era sólo la cabeza de un cometa que debía tener la acostumbrada cola, mucho más grande y larga que dicha cabeza. Hacía falta reestructurar el Partido para conseguir que, por primera vez desde que Lenin echó el primer pelillo testicular, compartiese el poder con los soviets (si, ésos de Todo el Poder Para); hacía falta abordar el cambio constitucional que, finalmente, dejase claro quién hacía qué en aquel sistema político tan difícil de entender, en el que era cien veces más importante ser responsable de Transportes ante el Comité Central que ministro de Transportes. Hacía falta preparar el Congreso de Diputados del Pueblo, lo que suponía realizar en el otoño de 1988 unas elecciones lo más limpias y libres posible; para lo cual era imperativo modificar el derecho electoral soviético para que la expresión dejase de ser un oxímoron.

Por sobre todas estas cosas, la XIX Conferencia, puesto que su leiv motiv vino a ser algo así como “vamos a creernos de verdad lo que siempre hemos dicho sobre los soviets” (porque no cesaré de repetiros en estas notas que la reforma de Gorvachev no deja de ser la reforma de un marxista de libro que, como los tardofranquistas españoles, pensaba que una democracia puede alumbrarse desde un movimiento esencialmente antidemocrático); puesto que éste fue su eslógan, por así decirlo, la principal decisión de la Conferencia había sido que se elegiría a un presidente del Soviet Supremo con poderes reales. O sea, un teórico portavoz de we, the people, ante el poder del Partido.

El 1 de diciembre de 1988, con una velocidad supersónica pues, la ley que revisaba y añadía articulados en la Constitución se publicó. Esa ley consagraba un sistema electoral basado en el sufragio general y secreto. El Congreso de los Diputados del Pueblo se vería compuesto de 2.250 miembros: 750 representarían a las circunscripciones territoriales; 750 representarían a las circunscripciones nacional-territoriales, a razón de 32 diputados por república nacional, 11 por república autónoma, 5 por región autónoma y uno por distrito autónomo; y, finalmente, los 750 restantes representarían a las organizaciones sociales (esto es: al Partido).

En suma, lo que Gorvachev estaba haciendo era algo muy parecido al tardofranquismo. De la ley a la ley, como dijo Fernández Miranda; sólo que, en su caso, puesto que siempre hay categorías y, la verdad verdadera, los comunistas casi siempre están en la última (esto es: la de los que aceptan la democracia sólo a base de patadas en los huevos y mucha, mucha miseria), en realidad el sistema soviético no hacía un viaje hacia la democracia, sino que hacía un reequilibrio de poder dentro del sistema, en el que los soviets, que, desde Lenin (eso de desde Stalin es un burdo intento del gorvachevismo), eran el jarrón chino del comunismo, la Gran Disculpa, la fachada que les permitía decir a los jerifaltes del PCUS (y a sus Sartres, sus Pacos Rabales, sus Bardemes, sus Albertis...) que todo lo hacía el Pueblo, y todo se hacía por el Pueblo; esos soviets, digo, ahora se pretendía que, de verdad, tuviesen el poder. Dicho de otra forma: Gorvachev quería, dos décadas después, aplicar la Ley de Asociaciones Políticas de Franco; aquélla que preveía la formación de distintas organizaciones ideológicas y políticas, pero todas ellas dentro del Movimiento Nacional.

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