viernes, mayo 27, 2022

La implosión de la URSS (11: La dolorosa traición moldava)

No es oro todo lo que reluce

Izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, detrás, ¡un, dos, tres!
La gran explosión
Gorvachev reinventa las leyes de Franco
Los estonios se ponen Puchimones
El hombre de paz
El problema armenio, versión soviética
Lo de Karabaj
Lo de Georgia
La masacre de Tibilisi
La dolorosa traición moldava
Ucrania y el Telón se ponen de canto
El sudoku checoslovaco
The Wall
El Congreso de Diputados del Pueblo
Sajarov vence a Gorvachev después de muerto
La supuesta apoteosis de Gorvachev
El hijo pródigo nos salió rana
La bipolaridad se define
El annus horribilis del presidente
Los últimos adarmes de carisma
El referendo
La apoteosis de Boris Yeltsin
El golpe
¿Borrón y cuenta nueva? Una leche
Beloveje
Réquiem por millones de almas
El reto de ser distinto
Los problemas centrífugos
El regreso del león de color rosa que se hace cargo de las cosas
Las horas en las que Boris Yeltsin pensó en hacerse autócrata
El factor oligarca
Boris Yeltsin muta a Adolfo Suárez
Putin, el inesperado

Ciudadanos, he fracasado; dadle una oportunidad a Vladimiro  



El 18 de noviembre de 1989, un Soviet Supremo de Georgia que estaba poco menos que en Estado de guerra votó un proyecto de ley que introducía algunas enmiendas en la Constitución de la república. Entre dichas enmiendas, la ley suprema georgiana le concedía a su Soviet Supremo el derecho de rechazar toda ley federal que se considerase contraria a los intereses de la república. Simplemente, pararos a pensar en las consecuencias de que, en España, se permitiese que un Estatuto de autonomía reconociese ese derecho; un derecho, en la práctica, supraconstitucional, es decir, por encima de la Constitución Española y de su guardián, es decir el Tribunal Constitucional. Un derecho que convertiría al Parlamento autonómico en Tribunal Estatutario, capaz de dirimir qué leyes de las aprobadas en la Carrera de San Jerónimo se aplicarían en Cataluña, en el País Vasco o en Extremadura. Es evidente que, en circunstancias así, el Estado español, propiamente hablando, desaparecería. Y para la URSS, el problema no era menor. Y éstos, además, eran comunistas, lo cual quiere decir, acostumbrados a aplastarle a la gente los huevos por mucho menos.

Esto sí, hay que decir que esta decisión de los georgianos no era otra cosa que llevar el federalismo por los carriles de la coherencia política. Por eso yo suelo pensar, decir a veces, escribir otras, que hay que ser muy cauto a la hora de manejar la idea de un Estado federal y que, en consecuencia, una de las grandes desgracias del tiempo presente es que, normalmente, no menos del 90% de las personas que manejan dicho concepto no lo conocen lo suficiente.

Un Estado federal es un pacto. Y, como bien decía Pi i Margall, estos pactos constitucionales siempre tienen que ser de abajo arriba: la unidad política pequeña es la que pacta para convertirse en la unidad grande; nunca al revés. Es por esto que los miembros del minoritario Partido Federal, en nuestra II República, solían decir en las Cortes que no hay nada que una más a un Estado que el Estado federal; pues éste, al fin y al cabo, surge de un pacto del que todos forman parte porque quieren. Podemos discutir cuál es la unidad política que pacta; Pi decía, a mi modo de ver acertadamente, que era el ayuntamiento; hoy habrá quien diga que es la región, la comunidad autónoma. Pero la esencia del montaje es siempre la misma.

Como ya os he apuntado alguna otra vez en estas notas, el padrecito Lenin, obsesionado quizás por vender el Estado soviético como un florilegio de libertades que venía a imponerse sobre un sistema zarista donde no había ninguna, se emperró en hacer que un sistema que era central y centralista como siempre lo son los sistemas comunistas (véase, como ejemplo, lo rápidamente que un movimiento asambleario y de pacto entre células, como era el 11-M y el primer Podemos, evolucionó a un esquema en el que se hacía lo que decía su líder; la Historia de Podemos, como la de Mayo del 68, es un buen ejemplo de la eterna tensión entre anarquismo y comunismo en los terrenos de la izquierda neta); se empeñó, digo, en hacer que un sistema que era un centralismo que asustaba fuese formalmente federal. Pero, ya lo acabo de escribir: ojo con los federalismos formales, sean la URSS o la Declaración de Granada; porque los carga el Diablo. Acaba llegando el día en que alguien, por convicción o por praxis, va y se los cree.

Si había alguien que podía quitarle a los georgianos Osetia del Sur y el Alto Karabaj, ese alguien era Moscú: el gobierno federal. Así que los georgianos dijeron: sólo mantendremos el pacto federal si nos gobernamos nosotros solos. Lo cual, la verdad, equivale a decir que el pacto federal estaba roto.

Detrás de todo esto había una clara convicción étnica. El 9 de abril de 1989 había convencido a los georgianos de algo que, la verdad, era cierto desde hacía décadas, sólo que ellos no habían querido verlo o no les habían dejado: los rusos no eran sus amigos. Eran, como poco, competidores por los mismos intereses; como mucho, simple y llanamente sus enemigos. Esto hizo que la crisis en Georgia, en realidad, fuese mucho más importante que la crisis armenia. Porque los armenios consideraban que su enemigo era Azerbayán, pero no la URSS. Los georgianos, en cambio, introducían a la URSS en la nómina negra.

En fin; a la búsqueda de costuras tensionadas en el vestido soviético, cambiemos de nuevo de punto de vista.

Recordaréis que en la XIX Conferencia del PCUS los estonios habían llegado ya con ínfulas prácticamente independentistas. Lo hicieron, lógicamente, dentro de la estructura del Partido Comunista, puesto que la conferencia era partidaria pero, en realidad, lo hicieron ya en una estructura política diferente, puesto que ellos también habían creado su propio Frente Popular, como los georgianos. Este Frente Popular, de hecho, había surgido, si no con el apoyo, sí con la comprensión y cierto impulso por parte de Gorvachev. El camarada secretario general del Partido sabía que, para poder contestar a la tendencia conservadora del Partido de los que creían en las ideas de Nina Andreeva, necesitaba aliarse con fuerzas situadas extramuros del Partido; esa sociedad civil a la que ese mismo Partido había acallado durante décadas.

El proceso diseñado por Gorvachev, ya lo he escrito antes, era, sin embargo, un proceso tardofranquista. Moscú pretendía aprovecharse de toda aquella gente a la que le dejaba reunirse, hacer folletos, montar promenades; pero siempre manteniéndolos dentro de la ortodoxia partidaria. Franco ya vivió una como ésa en 1956; los famosos jaraneros del 56, de Ruiz Gallardón (padre) a Ramón Tamames, no dejaron de ser una serie de jóvenes estudiantes a los que se dio boleta a través de una sociedad cultural-política que se montó en un piso frente al Retiro, con la protección de Dionisio Ridruejo y la comprensión del entonces ministro Joaquín Ruiz-Giménez. Aquello acabó como acabó: aquella gente acabó negándose a mantenerse dentro de la estricta faja del Movimiento, el emblema falangista de la universidad de la calle San Bernardo fue destrozado a martillazos, y hasta un herido gravísimo hubo que, de haber muerto, habría provocado un pogromo de izquierdistas en Madrid que hoy saldría en los libros de Historia.

Pues bien: al camarada secretario general del Partido el tema no le iba a salir mucho mejor.

El Frente Popular de Lituania fue formado el 3 de junio de 1988, con un programa nacionalista a lo puto bestia. Todavía sujetado a la legalidad soviética, cierto, preconizaba la total autonomía cultural, lingüística y de otros aspectos, como la protección del medio ambiente (un tema muy importante, porque lo cierto es que Moscú tenía una gran tendencia a exportarle sus industrias sucias a las repúblicas periféricas). El 24 de junio, en Vilna, se celebró una manifa monstruo, en la que los dirigentes del FP dejaron claro que éste sólo apoyaría la perestroika en la medida que ésta asumiese los derechos nacionales de los lituanos. Quedaba claro, por lo tanto, que el concepto de perestroika no era el mismo en Moscú que en la capital lituana.

Quedaba Letonia. Pero no tardó mucho. El Frente Popular Letón se creó en el otoño de 1988. En esos momentos, las manifestaciones nacionalistas son ya comunes, y masivas, en todas las capitales bálticas.

En mayo de 1989, a iniciativa de los estonios, se crea en Tallín el Consejo de Frentes Bálticos, que a partir de entonces coordinará todas las políticas nacionalistas de los tres países. El 18 de mayo de 1989, el Soviet Supremo de Lituania proclama su soberanía; los letones dan el mismo paso, en la misma institución, el 28 de julio.

Moscú reaccionó como pudo, multiplicando las declaraciones en el sentido de que las repúblicas bálticas tenían derecho a fomentar su cultura, sus lenguas y todo eso; pero todo dentro de la URSS; o sea, como os he dicho, un concepto franquista: puedes hacer competiciones de aizcolaris, pero ni se te ocurra cuestionar el Glorioso Movimiento Nacional. El problema que se le presentó a Gorvachev es que, de alguna manera, confiaba en los partidos comunistas locales para controlar todo el proceso. Los comunistas bálticos, sin embargo, se sentían muy débiles frente a tendencias sociales de gran empuje; y, por otra parte, dado que ser miembro del Partido, de mucho tiempo atrás, se había convertido en la mejor forma de medrar en la Administración (o tener un piso mejor, o poder irse de vacaciones a una dacha limpia...), en realidad tenían en su seno a muchos miembros que, lejos de ser y sentirse comunistas, se solidarizaban con los dirigentes y seguidores de los frentes populares. Es lo que tiene crear Estados híper burocráticos, claro.

En Estonia, que de las tres repúblicas bálticas era claramente donde el tema estaba más maduro, el Partido Comunista decidió tratar de cooperar con el Frente Popular (léase controlarlo de alguna manera) con el incentivo de hacer frente común frente a Moscú para imponerle una concepción nacional de la perestroika; una forma, por lo tanto, de que el Partido Comunista, el Soviet Supremo y el Politburó viniesen a asumir que, a algún plazo, la consecuencia de la perestroika tendría que ser la plena soberanía de todas o de algunas de las repúblicas socialistas soviéticas. El PC lituano trató de seguir esta línea; aunque, quizás por tener menos miembros en su seno que, en realidad, eran soberanistas emboscados, abrazó la teoría de que lo que necesitaba Lituania era mayores niveles de autonomía, pero en el marco de la URSS.

Por último, el comunismo letón fue el más literalmente comunista. Echando mano del internacionalismo marxista de libro, y asumiendo, por lo tanto, que por esencia quien es comunista no puede ser nacionalista, decidió rechazar cualquier tipo de colaboración con su Frente Popular local. Tiene su lógica que los letones fuesen los menos proclives a abrazar un soberanismo estricto, pues no hay que olvidar que, en ese momento, en Letonia vivían 1,4 millones de letones étnicos, pero vivían 900.000 rusos, 120.000 bielorrusos y 92.000 ucranianos. Esta situación había radicalizado al Frente Popular, quien veía una necesidad en controlar esa penetración de ciudadanos no letones, cuando no su expulsión del país. En esas circunstancias, para el PC local sintonizar con el Frente era muy complicado. Para el Frente, por lo demás, el PC letón era un simple anexo de Moscú, totalmente obediente a sus consignas. Asimismo, aquel año 1989 se creó el llamado Frente Internacional de los Trabajadores del Pueblo Letón; una organización política cuyos adherentes eran mayoritariamente rusos y que defendía la fidelidad respecto de la URSS; la creación de este movimiento prorruso no hizo sino radicalizar al nacionalismo letón.

El modelo nacionalista báltico se exportó rápidamente a otro territorio curioso: Moldavia. Moldavia pertenecía históricamente a Rumania; pero tras la segunda guerra mundial, dentro de esos apliques territoriales que hacían los bolcheviques como consecuencia de su comprensión, digamos, torpe, de los fenómenos nacionales, había sido arrancada de los brazos rumanos para ser integrada en la URSS. En realidad, a Rusia más que a la URSS. Los moldavos, que hablan y escriben un lenguaje muy cercano al rumano y, por ello, de raíz romance, fueron obligados a escribir su idioma en caracteres cirílicos, para así volar puentes con Rumania y acercarse a la URSS.

En Moldavia había, de aquella, unos 4,3 millones de habitantes. Los moldavos formaban una mayoría de 2,8 millones; pero además había más de un millón de rusos, bielorrusos y ucranianos, fruto de los desplazamientos generados sobre todo por la política industrial soviética; más un importante componente judío.

En Moldavia se creó un movimiento social por la perestroika que seguía prácticamente a la letra las consideraciones de Moscú: mayores libertades, mayor equilibrio con el Estado federal central, pero sin mear fuera del tiesto. Este Movimiento, poco a poco, fue siendo, también el punto de reunión y de influencia de personas que querían ir más allá: que se preguntaban sin Moldavia no tenía derecho a ser soberana y decidir si ser o no ser miembro de la URSS, si volver a unirse a Rumania o seguir sola; y, sobre todo, a recuperar su lengua y su cultura, sobre todo a través del abandono de la mierda cirílica. El FP, claramente, se inspiró en los frentes bálticos y, de hecho, acabaría coordinándose con ellos.

La evolución del movimiento social moldavo lo extrañó cada vez más de Moscú; cada vez, ambos buscaban objetivos diferentes. Los moldavos, cada vez más, reivindicaban que los obstáculos artificiales creados por los soviéticos para alejarlos de su pasado rumano (notablemente, el alfabeto) fuesen removidos. Sin embargo, como os acabo de decir, en Moldavia había unas minorías muy fuertes cuyos intereses eran exactamente los contrarios, y que entendían como una agresión directa que el moldavo fuera re-romanizado y declarado lengua de Estado.

Para terminar de poner las cosas bien, hay que recordar que ese tremendo dúo de la bencina bolchevique formado por Vladimiro Lenin y José Stalin, dos personajes que nunca perdieron la oportunidad de joder algo que estuviese funcionando bien, obsesionados como estaban por dividir y debilitar a la sociedad que gobernaban para que les pudiera montar oposiciones (cosas del centralismo democrático, ese sanguinario oxímoron), también habían parcelado y roto Moldavia para evitar que se les rebotase, y una parte de su territorio se lo habían adjudicado a los ucranianos; los cuales, lógicamente, ahora creían que aquello era suyo desde siempre y para siempre.

En enero de 1989, las fuerzas antiindependentistas formaron el Frente Internacionalista Ruso-Ucraniano de Moldavia, un poco al estilo de lo que ya hemos visto en Letonia. Este movimiento exigía que el ruso fuese lengua del Estado moldavo en igualdad de derechos con la lengua local, rechazaban el retorno al alfabeto latino y condenaban cualquier modificación fronteriza. Las fuerzas independentistas respondieron el 20 de mayo de 1989 con la creación de su Frente Popular en Kichinev (hoy Chisinau; de hecho, os recomiendo, por experiencia propia, que nunca habléis de Kichinev delante de un moldavo). Esto sumió la capital en una época de manifestaciones constantes, de un signo o de otro, salpimentadas por algo parecido a un periodo de memoria histórica, pues una de las cosas en las que el Frente Popular comenzó a ser muy activo fue en el recuerdo de las víctimas del estalinismo, que en Moldavia habían sido legión (bueno, en realidad, ¿dónde no?)

La crisis moldava era un hecho especialmente doloroso para el sovietismo militante. Moldavia había sido, durante mucho tiempo, una de las repúblicas ejemplares de la URSS; un territorio donde el sistema soviético había florecido de forma más frondosa. Podría haber, por lo tanto, muchos comunistas que pensaran que no había traición peor que la tradición moldava.

Pero, sí. Sí que la había.

2 comentarios:

  1. Anónimo10:10 p.m.

    no tiene que ver con tu post, pero estoy leyendo "Latecomer state formation" de Sebastián Mazzuca. Es un libro de politica, pero con una mirada de la historia hispanoamericana sorprendente y bastante atractiva. Baste decir que encuentra un método para la formacion de los estados desde Mexico hasta Argentina que es bastante verosímil. Quizas lo disfrutes.

    Chofer Fantasma

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