miércoles, marzo 10, 2021

Islam (22: drusos y assasin)

El modesto mequí que tenía the eye of the tiger

Los otros sólo están equivocados
¡Vente p’a Medina, tío!
El Profeta desmiente las apuestas en Badr
Ohod
El Foso
La consolidación
Abu Bakr y los musulmanes catalanes
Osmán, el candidato del establishment
Al fin y a la postre, perro no come perro
¿Es que los hombres pueden arbitrar las decisiones de Dios?
La monarquía omeya
El martirio de Husein bin Alí
Los abásidas
De cómo el poder bagdadí se fue yendo a la mierda
Yo por aquí, tú por Alí
Suníes
Shiíes
Un califato y dos creencias bien diferenciadas
Las tribulaciones de ser un shií duodecimano
Los otros shiíes
Drusos y assasin
La mañana que Hulegu cambió la Historia; o no
El shiismo y la ijtihad
Sha Abbas, la cumbre safavid; y Nadir, el torpe mediador
Otomanos y mughales
Wahabismo
Musulmanes, pero no de la misma manera
La Gran Guerra deja el sudoku musulmán hecho unos zorros
Ibn Saud, el primo de Zumosol islámico
A los beatos se les ponen las cosas de cara
Iraq, Siria, Arabia
Jomeini y el jomeinismo
La guerra Irán-Iraq
Las aureolas de una revolución
El factor talibán
Iraq, ese caos
Presente, y futuro 



El bingo fatimí que hemos descrito en la anterior toma, sin embargo, duró poco. Iraq era ya, por decirlo así, demasiado suní como para dejar de serlo. Los selyúcidas, suníes ellos, no tardaron en entrar en la ciudad y en volver a implantar en la misma el orden suní, por así decirlo. En los años siguientes, los selyúcidas fueron capaces de echar a los fatimíes de la mayor parte de Siria, por lo que éstos, cada vez más, pasaban a ser un poder local egipcio. El califato fatimí fue extinguido por Saladino el Ayubid en el año 1171, quien pocos años después dominaba todo Egipto. Saladino metió en el maco a los 63 miembros de la dinastía fatimí para garantizarse que nadie podría reclamar el imanato.

Sin embargo, la riqueza de generación de escuelas y subescuelas no se para aquí. Volvamos al año 996, año en el que, en El Cairo, ascendió a la categoría de califa un niño de once años. Reinó con el hombre de Hakim, Jaq para los amigos. El chaval, podréis pensar, no duraría mucho, estando como estaba en la edad del Súper Mario en medio de gentes de naturaleza ambiciosa y, por qué no decirlo, escaso respeto por la vida humana. Hakim, sin embargo, debía de ser de armas tomar, el chavalote. Con quince años, asesinó al eunuco Barjuwan, que era su preceptor. A partir de ahí, ancho es el Nilo: Hakim hizo lo que le salió literalmente de los cojones, sin freno alguno, hasta que desapareció, presuntamente asesinado, en el año 1021.

Se ha sugerido, y yo lo sugiero aussi, que tal vez Hakim no estaba muy bien del cabolo. Es posible que fuese una especie de Calígula con abluciones. Pero no era un loco incapaz de gobernar, todo lo contrario. Mantuvo el país en relativa paz con sus enemigos, y las tentativas de invadirlo, que las hubo, las repelió con eficiencia. Aunque tomó decisiones bastante cuestionables, como el derribo de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, que le dio a los Papas la disculpa que estaban buscando para mandar a otros a las Cruzadas (porque los Francisquitos nunca dan hilo sin puntada).

Una cosa podría compartir Hakim con el citado precedente caligurritano: igual que el viejo emperador romano, parece ser que el califa pudo llegar a considerarse a sí mismo divino. En los últimos años de su corta vida, parece que se aficionó mucho por las prácticas y creencias ascéticas y se hizo crecientemente espiritual; sin embargo, al mismo parecía desarrollar una gran indiferencia hacia la liturgia oficial islámica.

Como ya he adelantado, un día del 1021, Hakim se fue a dar uno de sus habituales paseos por las colinas Muqattam, cerca de Cairo; pero no regresó. La mayoría de los historiadores apuesta porque su hermana, Sit al-Mulk, ordenó su asesinato. Pero como quiera que su cuerpo nunca apareció y que, a estas alturas de la movida, ya estaréis bien ciertos de que los musulmanes de la época tenían la creencia en la ocultación muy floja, no debe sorprendernos que muchos egipcios comenzasen a pensar que su líder se había pasado a la existencia espiritual, pero no propiamente muerto.

En pocos años, crecieron las masas de musulmanes que creían que Hakim había sido el mismo Dios encarnado. Quizá el más ardoroso partisano de la idea fue Mohamed bin Ismail ad-Darazi, quien por esta causa fue asesinado por unos soldados turcos; ya que la misma idea, a los ojos de un suní, es, digamos, bastante herética en sí misma.

El movimiento iniciado por Darazi, sobre todo porque ahora tenía un mártir y un Dios ocultado, creció con gran rapidez. Tanta que Zahir, el sucesor de Hakim, resolvió combatirlo con todo lo gordo. Pero todo lo que consiguió fue hacer como cuando presionas muy fuerte sobre un flotador medio hinchado; el aire, simplemente, se va a otra parte. Los partidarios de Darazi se marcharon de Egipto y predicaron en Siria; su implantación y desarrollo tuvo como resultado lo que hoy conocemos como la fe de los drusos que, como puedes ver, no son rusos con frenillo sino seguidores de Mohamed bin Ismail al-Darazi.

La teología drusa nos dice que Dios fue originalmente apartado de la Humanidad tras el pecado de Adán El Costillas; pero decidió encarnarse en los califas fatimíes, hasta, e incluyendo a, Hakim. Sin embargo, Dios ha terminado por darse cuenta de que el género humano es una ful, así pues se desencarnó y, lo que es más, ya no se volverá a encarnar más. Aquí, por lo tanto, el concepto de ausencia de Dios y de ocultación se dan la mano, en lo que es una nueva prueba para los creyentes.

El druso puede ser de dos tipos: puede ser aqil, plural uqqal, o inteligente; o jahil, plural juhhal, o sea, ignorante. Los inteligentes son los eruditos y son muy pocos; recogen, pues, la clara vocación elitista del ismailismo fatimí (y de otras muchas creencias previas no musulmanas, como los albigenses o cátaros). Esto se nota, además, en detalles como que, a día de hoy, ni siquiera se ha publicado todo el corpus de escrituras de la teología drusa; y ellos mismos ni son prosélitos, ni admiten que te conviertas en uno de ellos, ni que te cases con un druso o una drusa.

Los grandes problemas internos para el califato fatimí llegarían en el año 1094, a la muerte de un califa, Mustansir (el señor del Mustang), que había reinado durante sesenta años. Lo sucedió su hijo primogénito, Nizar. Sin embargo, un hermano más joven quería el puesto y, lo que es más importante, tenía para sí el apoyo del jefe de las Fuerzas Armadas, al-Afdal bin Badr al-Jamali, probablemente suegro del candidato. Nizar fue finalmente arrestado con sus hijos y ejecutado, pero esta acción abrió una gran división en el país. Hasán Sabah, un clérigo y militar fatimí que estaba actuando en Irán, se hizo un Puchimón y se escindió. En Alamut, uno de los castillos cuyo control había tomado, creó un pequeño enclave ismailí, desde donde decidió hostigar a los abásidas selyúcidas. En el año 1092, un sicario suyo disfrazado de sufí logró acercarse al visir selyúcida Nizam al-Mulk, y cargárselo.

Los seguidores de Sabah son los que normalmente conocemos como los Asesinos o los Assasins, que tanta fama han adquirido, sobre todo entre las generaciones más jóvenes, gracias a alguna que otra novela y una exitosa serie de videojuegos. Los miembros del grupo que verdaderamente ejecutaban los asesinatos eran llamados, en singular, fidais, que viene a querer decir como “aquél que ofrece su vida como rescate”. El plural de fidais es fedayin; lo mismo le vais pillando el punto.

El poder de los Asesinos fue como para no despreciarlo durante bastante tiempo. Taimados y excelentes estrategas, aunque no dominasen el parcour como su émulo de videojuego, ni hiciesen saltos de fe ni polladas de ésas, utilizaban armas mucho más eficientes, como la infiltración en las tropas selyúcidas. Empezaron matando porque querían matar pero, con el tiempo algunos de ellos acabaron alquilando la daga. Llegaron a ser capaces de establecerse en la costa de Siria; llegaron a un acuerdo con el califato selyúcida para establecerse en la fortaleza de Marqab, desde donde hostigaron con bastante éxito a los cruzados. Intentaron por dos veces matar al mismísimo Saladino. El año 1130 asesinaron a Amir, el califa fatimí; abásidas, se llevaron por delante a dos: Mustarshid en el 1135, y Rashid tres años después.

Hasán Sabah falleció en el año 1124, habiendo designado a Buzurg-Ummid como su sucesor. Éste, asimismo, le pasó el bastón a su hijo Hasán. Hasán II declaró, tres años después de llegar al poder, que el Final de los Tiempos había llegado; un detalle que lo honra, porque por lo general todos los Francisquitos que viven de que les pagues diezmos mientras llega el Final de los Tiempos nunca parecen tener ocasión de anunciarlo.

A causa del final de los tiempos, Hasán le dijo a su gente que ya no tenía que cumplir sharia alguna, porque ya ni puta falta que hacía; en los minutos de descuento, ya se sabe, los media punta son extremos, los extremos defensas, y los delanteros, carrileros. La gente, sin embargo, suele estar muy apegada a sus tradiciones, y cuando menos una parte se le rebeló y, aplicándole la técnica de la casa, lo asesinaron. Mohamed, su hijo que lo sucedió, declaró que tanto él como su padre eran descendientes de Nizar, quien había sido imán. El hijo de este Mohamed, Jalal Aladín Hasán III, reintrodujo la sharia y, claramente, intentó una estrategia de normalización con el califato sunita, permitiendo la erección de mezquitas suníes en su territorio. Sin embargo, su hijo, Aladín Mohamed III, dijo que una polla como una olla, que la reintroducción de la sharia había sido taqiya (ya sabéis, la práctica por la que un shií puede mentir sobre sus verdaderas creencias). Mohamed III sería el último rey de los Asesinos iraníes. Llegaron los mongoles, y se quedaron con sus enclaves.

Los Asesinos no han desaparecido del todo. Sus descendientes viven hoy en las cercanías de Masyaf y otros enclaves en las montañas de la costa Siria, y permanecen como una secta ismailí. Han dejado de asesinar, por lo menos como práctica de Estado. En Irán también hay más seguidores de Nizar. El imán de este grupo es el que es conocido como el Aga Khan; esta secta huyó a mediados del siglo XIX a Afganistán. De ahí se marcharon a la India, y tienen su centro en Mumbay.

En realidad, la división entre ismailíes y duodecimanos no es la única división entre los shiíes que permanece hoy en día. Por ejemplo, podemos remontarnos al momento en que Zaid, el hijo del cuarto imán (quien ya deberíais saber de memoria que fue Alí Zain al-Abidin, quien era medio hermano de Muhammad al-Baqir (sí, acertaste: el quinto imán)) se levantó en armas en Kufa en el año 739 y fue asesinado luchando contra los omeyas. Zaid se rebeló contra el quietismo generalizado de los imanes, y eso hizo que, con el tiempo, los más arrechos de entre los shiíes acabasen por seguir su figura. Hablamos, pues, de los zaidíes.

El zaidismo establece que cualquier descendiente de Alí puede ser imán, y que por lo tanto el imán es aquél de entre ellos que se impone por el poder de la espada. Para los zaidíes, no puede haber taqiya ni tampoco quietismo y, por eso, rechazan a los imanes del shiismo duocecimano que lo practicaron. Para ellos no hay imán en lo oculto ni leche que lo fundó; y esto, lógicamente, hace que todas las teorías imaníes sobre cómo establecer la autoridad mientras no regrese el mahdi valen poco para ellos, por no decir nada. El imán zaidí ha perdido su infalibilidad, su capacidad de hacer milagros, y tiene que ser un adulto. Esto convierte al shiismo zaidí en una especie de sunismo shií, por así decirlo.

Los zaidíes lograron consolidar poder territorial dos veces. La primera ocurrió en Tabaristán, al sur del Mar Caspio, en el Irán septentrional. Viene a coincidir, más o menos, con las actuales provincias de Mazandarán, Guilán y Golestán. Fue en este reino donde los búyidas crecieron como señores de la guerra. El otro reino zaidí se estableció en Yemen, también en el siglo IX como el anterior. De hecho, el país fue gobernado por un imán zaidí hasta 1962, año en el que una parte del ejército del país, probablemente para celebrar mi nacimiento, dio un golpe de Estado y lo depuso. Los zaidíes, en todo caso, eran, y son, minoría en Yemen. La mayor parte de los yemeníes son suníes shafíes, aunque eso no les impide que los suníes wahabíes les den para el pelo, la verdad. El Islam, al final del día, tiene las mismas contradicciones que el cristianismo al que dice superar.

Con esto, pues, creo que hemos completado decentemente el entorno de las principales escuelas, sectas o tendencias del shiismo; aunque todavía no hemos terminado de describir novedades.

2 comentarios:

  1. Hay una cosa que me tiene desconcertado del Chiismo: El que tratasen a Jomeini de imán. Según los duodecimanos (Como Jomeini) eso debería ser una blasfemia bien gorda (Y Jomeini era un teólogo experto) Entiendo que su gente lo proclamase como tal (A fin de cuentas alcanzó una autoridad inaudita sobre ellos) pero me pregunto como lo pudieron casar teológicamente con el Imán Oculto.

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    1. Lo que ha habido en el shiismo, pero desde bastante antes de Jomeini, es un proceso de traslación de las competencias del imán hacia los clérigos o expertos. Esa evolución se hizo totalmente necesaria cuando el imanismo tomó el control de un Estado moderno.

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