martes, junio 23, 2020

La Baader-Meinhof (16: el traslado al Oeste)

Éstas son todas las tomas de esta serie. Los enlaces irán apareciendo conforme se publiquen.

Bajo mínimos
El rescate
La escalada
Kaiserlautern
Las bombas de Heidelberg
La caída
Sabihondos y suicidas
Sartre echa un vistazo
Estocolmo
El juicio
Mogadiscio
Epílogo: queridos siperos


Andreas Baader hizo sus primeros pinitos como jefe de la banda, que ya por entonces llevaba su nombre y el de Ulrike Meinhof en la Prensa, como los debe realizar un auténtico revolucionario: con una buena purga o, cuando menos, intento de ella. Andreas estaba convencido, y no era el único, de que alguien había traicionado a Mahler. El grupo allí reunido decidió que las sospechas recaían claramente en Arpa, nombre en clave de Hans Jürgen Bäcker. Los síntomas eran claros: él también tenía que haber ido al apartamento de Ingrid Schubert la tarde-noche cuando fue Mahler, pero se quitó de en medio (en realidad, eso no demuestra nada; los más listos de entre los infiltrados siempre quieren que la policía los trinque delante de sus correligionarios; siempre hay tiempo para una huida). Estaba en ésas, cuando el propio Bäcker apareció; todos comenzaron a hacerle preguntas, y él, claro, se rebotó y se abrió. Baader ordenó a todos que cambiaran de domicilio.

Ahora, lo importante era repetir la jugada de Baader, pero con Mahler. Había que rescatarlo. Grusdat, muy crecido, afirmó que sería capaz de construir un pequeño helicóptero, con el que aterrizarían en el patio de la prisión y se lo llevarían. Otros defendían una idea más clásica, que era realizar un túnel desde el sistema de alcantarillado. Son ideas que nunca se llevaron a cabo.

Mientras se discutía el tema de Mahler, que estaba bastante jodido, Hans (Baader) le ordenó a Kalle (Ruhland) que se desplazara a la RFA para, junto con Rana (Ulrike) buscar casas nuevas. La idea era desplazar la actividad del grupo, emigrar la República Federal Alemana; un territorio mucho más amplio y diversificado, que no presentaba el problema de Berlín, al fin y al cabo un microcosmos relativamente sencillo de controlar por la policía. Ambos, Rana y Kalle, se encontraron en Hannover y luego condujeron hasta Wittlich, cerca de la frontera con Bélgica, con la intención de buscar casas para el grupo berlinés, que cada vez tenía una necesidad mayor de salir de allí por estar la zona demasiado caliente. Condujeron hasta Rodenkirchen, cerca de Colonia, donde cambiaron de coche para coger un escarabajo. El Volkswagen era propiedad de la misma persona que le había ofrecido a Ulrike la casa de Wittlich: un editor de la radio alemana para el que Ulrike había escrito un guión. Cuando llegaron a Wittlich, en todo caso, a ella la casa le pareció una mierda. Los miembros de la RAF siempre se caracterizaron por no meterse en cualquier cuchitril. Pasaron varias horas en la casa que Ulrike puso de vuelta y media, durmieron juntos (cosa que a Ruhland le sorprendió), y sólo cuando la abandonaron se dieron cuenta de que se habían metido en el número equivocado de la calle. Ulrike, siempre tan meticulosa con los detalles.

Después condujeron a Neuenkirchen, cerca del lugar de nacimiento de Ulrike. Allí se acoplaron en una casa que, para sorpresa de Ruhland, resultó ser de un sacerdote católico.

Durante aquel viaje, Ruhland, quien como ya hemos contado era un mecánico con muy poco contacto con el mundo, digamos, intelectual, quedó bastante sorprendido por la cantidad de amigos que tenía Rana. Porque Ulrike Meinhof era, por así decirlo, y para cierta izquierda, la proscrita de moda. La Sipero del momento. ¿Que qué es un Sipero? Pues un Sipero es aquella persona, aquella organización, aquel Estado, aquella ideología, que, desde tu posición progre, no tienes más remedio (ésta es la expresión exacta) que deleznar, pero a la que en el fondo admiras e incluso apoyas. Entonces dices eso de “Sí, es un asesino; pero…”; “Sí, en ese país no hay libertad; pero…” No eres un buen progre de la vida si no sabes manejar con elegancia, como mínimo, dos o tres Siperos. De hecho, en España ha habido, durante décadas, un histórico Sipero llamado ETA. Medio País Vasco, y yo creo que me quedo corto, te decía hace tres o cuatro décadas: "son unos asesinos, pero..." Otro gran sipero ha sido, y sigue siendo, Cuba.

Una característica fundamental del Sipero es que está convencido de su altura moral respecto del resto de mortales. Por esa razón, él puede decir cosas como: "sí, en Cuba hay presos políticos, pero..."; o "sí, las FARC trafican con droga, pero..."; y, sin embargo, que alguien diga "sí, Pinochet reprimió a su población, pero levantó su economía" es un pecado mortal; cuando es, en esencia, la misma mercancía averiada intelectual. En aquella Alemania, y en según qué círculos chic, que alguien declamase con una copa en la mano que la RAF era una banda de ladrones y asesinos y que si supiera dónde estaban sin duda los denunciaría a la Policía, podía suponer, fácilmente, que ya nadie te dirigiese la palabra en todo el resto de la velada y, de hecho, la frecuencia de invitaciones a las mismas descendiese dramáticamente. No era progre decir esas cosas. Los chicos de la Baader-Meinhof, violentos, sí; asesinos, siquiera en potencia, sí, eran, en el fondo, buenos chicos un tanto equivocados pero, qué coño, defensores de las ideas que todos nosotros, contertulios de perilla, jersey de cuello algo, pipa apestosa y librito de Habermas subrayado en las primeras cuarenta páginas; todos nosotros, al fin y al cabo, defendemos. Nosotros, que tenemos dos y hasta tres casas, pero pensamos que el capitalismo es una mierda. Nosotros, que nos sentimos hondamente solidarios con el aplastado obrero bengalí, pero le tocamos el culo a nuestra becaria de cátedra en la facultad. Nosotros, los siperos, los perfectos.

Ulrike Meinhof era la Sipero de muchísimos pijoprogres de su época, que luego se han olvidado, claro; sobre todo desde que descubrieron la liberadora causa ecologista, mucho, nunca mejor dicho, más limpia.

Ulrike iba de apartamento en apartamento, todos por la puta jeró. Regresados de nuevo a Hannover, en la casa en la que se acoplaron los esperaban unas maletas. Dentro de las maletas había unos uniformes del Ejército. Eran necesarios para la próxima acción diseñada, que era un ataque a un cuartel en Munsterlager, de donde la banda esperaba sacar un importante alijo de armas. En la acción recibirían la ayuda de un compañero conocido en clave como Ali y que en realidad se llamaba Heinrich Jansen; Jansen conocía el cuartel por haber servido en él durante su periodo militar y, de todas maneras, había sido el responsable de uno de los atracos simultáneos a bancos tras los cuales Mahler había sido detenido.

Ulrike se había citado con Jansen en una cafetería, y allí lo encontró en estado de intoxicación etílica. Los tres se aplicaron a buscar una casa grande en la que pudieran caber más personas (y, tal vez, Jansen pudiera vomitar a gusto), y luego se aplicaron a obtener información sobre coches legales que pudiesen robar y para los que pudieran elaborar documentación falsa. Evidentemente, su principal actividad fue estudiar el cuartel de Munsterlager, para aprender sus rutinas de guardia y vigilancia. Ruhland se coló una vez y comprobó que la cerradura del armero no era muy complicada; calculó que podría romperla en unos ocho minutos. El armero recibía la visita de una patrulla cada dos horas. Los terroristas concluyeron que podrían realizar el golpe si eran seis.

El golpe, sin embargo, no fue posible. A la Baader-Meinhof siempre le persiguió un cierto olorcillo a amateurismo, cuando menos entre algunos de sus miembros. Aquella banda tenía ideología, vaya si la tenía; pero su historia demuestra que también tenía miembros que estaban en ella por motivaciones algo menos fuertes. En un grupo en el que a uno de sus principales elementos, Baader, le costaba ser disciplinado y por lo tanto llenaba las horas conduciendo por las calles como si no hubiese un mañana, ¿qué mensaje se le estaba lanzando al personal? Jansen, quien como hemos visto era una persona que parecía tener ciertos problemas con los límites, muy particularmente los hepáticos, salió un día con el VW escarabajo, se dedicó a hacer el conas y se dio un piñazo. Dejó el coche tan jodido que Ruhland, cuando vio el estado en el que estaba, le arreó una hostia.

El grupo de Berlín, erigido en coordinador de la banda, envió entonces el mensaje de que el golpe en el cuartel quedaba desconvocado, y que el grupetto debería dedicarse a robar pasaportes y sellos oficiales, muy necesarios para poder proceder a todo el cúmulo de falsificaciones que era necesario ahora.

Ni cortos ni perezosos, el pequeño grupo, una vez que se pudo hacer con un coche, condujo hacia el norte, al ayuntamiento de Neustadt am Rübemberg. Su intención era sólo inspeccionar; se habían traído herramientas pero, por ejemplo, Ruhland ni siquiera tenía guantes. Una vez allí, sin embargo, se vinieron arriba. Ruhland abrió la puerta de atrás del edificio. Entraron y comprobaron que en el cubículo del portero, todas y cada una de las llaves del edificio estaban a la vista, perfectamente ordenadas y presentadas (Alemania, al fin y al cabo). Luego Ruhland se marchó, puesto que, no teniendo guantes, no podía seguir con aquello. Todos recordaban que una de las informaciones fundamentales que había hecho pública la policía tras los atracos de los bancos era que las huellas digitales de Ingrid Schubert habían sido encontradas en uno de los coches. Ulrike y Jansen, sin embargo, buscaron y encontraron los pasaportes y sellos que buscaban, y los robaron.

Aparentemente, horas después de regresar a la casa que habían alquilado como cuartel general, no aparecían noticias acerca del robo. Ulrike se puso en contacto con Berlín, donde le dieron una dirección codificada a la que debía enviar todo el material robado. Ulrike, sin embargo, se equivocó al realizar la decodificación; así pues, el material nunca llegó a la banda. Así que tenían que encontrar otra oficina de pasaportes para volver a dar el mismo golpe.

Así pues, pillaron de nuevo su buga y condujeron, esta vez en dirección a Gelsungen,  una ciudad cerca de Kassel. Estaban en la puerta del Ayuntamiento, observando la cerradura para ver si Ruhland era capaz de cargársela, cuando pasó el alcalde en persona; se extrañó mucho de ver a tres personas tan tarde en la puerta del Ayuntamiento, así pues les preguntó qué querían. Ulrike le dijo que eran amantes del arte que estaban admirando el edificio, y el tipo se fue tan contento. El golpe siguió sin gran novedad. Pocos días después, lo repitieron cerca de Frankfurt, en Lang-Göns.

Cuando el grupo consideró que tenía suficientes materiales para falsificaciones, decidió regresar a su primer objetivo: el robo de armas. Ruhland y Jansen fueron a espiar un armero en Cleves, en la frontera holandesa. Sin embargo, cuando lo comprobaron decidieron que era una operación demasiado arriesgada, puesto que sólo había una carretera para entrar y para salir. En Hamburgo intentaron comprar armas clandestinamente, pero tampoco salió bien.

Fred, nombre el clave de Jan Carl Raspe, se unió al grupo. Al momento, comenzó a tener intimidad estratégica con Ulrike. Ambos se marchaban solos con el coche y no daban demasiadas explicaciones de dónde habían estado, ni para qué. Ruhland comenzó a sentirse desplazado y a coquetear con la idea de dejar aquello. Ya he dicho que no estaba en la banda por la ideología. Así pues, si le pagaban por los atracos con cuentagotas y ahora su churri (o lo que él pensaba que era su churri) pasaba de él, se quedaba sin incentivos.

En ese momento, la idea de dar un golpe de armas se había abandonado, y la prioridad era volver a dar algún palo a algún banco. Ulrike, Ruhland y Raspe fueron a Oberhausen a buscar objetivos viables. Luego siguieron haciendo excursiones de ese tipo. Ruhland, para entonces, estaba en medio de un ataque de cuernos, puesto que Raspe y Ulrike habían pasado a dormir juntos. Con una nueva remesa de dinero que les llegó, decidieron que iban a intentar de nuevo comprar armas, esta vez en Frankfurt. Por alguna razón, Ulrike decidió hacer ese viaje a solas con Ruhland; fue en el mismo cuando el mecánico le dijo que si ella se había hartado de él, por lo menos que le dejase abandonar la organización. Ulrike le dijo que no (a lo de dejar la banda). En Frankfurt se encontraron con los miembros de Al Fatah con los que habían quedado, y pudieron comprarles algunas pistolas. Las armas se distribuyeron en un apartamento de Frankfurt propiedad de un matrimonio de periodistas.

La gran ciudad se había convertido ahora en el centro de operaciones del grupo que operaba en la RAF. Allí se incorporaron nuevos miembros de la banda: Tinny, nombre en clave de Ilse Stachowiak, que entonces apenas tenía 17 años; Uli, Ulrich Stroltz; Jutta, Beate Sturm; y Peter, Holger Meins. Dado que eran demasiados para el apartamento de los periodistas, varios se fueron acoplando en sitios de amigos; pero, como habrían de venir más, Ulrike tuvo que buscar más alojamientos.

Andreas Baader y Gudrun Ensslin acabaron por llegar desde Berlín el 12 de diciembre de 1970. Se podía decir que la banda estaba completa en Frankfurt; junto con los citados, también estaban allí Petra Schelm, Astrid Proll y Marianne Herzog. Gracias a Raspe, los problemas de alojamiento se acabaron, puesto que encontró un pequeño sanatorio abandonado. Sin embargo, el lugar, como ocurre con los edificios en los que no ha vivido nadie en un rato, era un tanto inhóspito; demasiado inhóspito para algunos. Así pues, Baader, Ensslin y Meinhof se fueron a Frankfurt, a buscar algún lugar más confortable mientras el sanatorio se caldeaba. Se podría decir: hasta en la revolución hay niveles. La verdad es que la revolución es el primer sitio en el que hay niveles.

Reunida la banda, mejorada su capacidad mediante flujos de financiación y los medios que habían ido obteniendo, estaban en situación de plantearse el objetivo número uno que les había venido obsesionando en los últimos meses: realizar el secuestro de alguna persona prominente, lo suficientemente importante como para poder ser canjeada por Mahler. Pensaron en Springer, en Franz Joseph Strauss e, incluso, en el canciller Willy Brandt. Pero ninguna de estas opciones les parecía buena. Esto hizo que recuperasen ideas más practicables y también más urgentes, como el robo de bancos.

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