miércoles, mayo 13, 2020

El ahorcado de Black Friars (4: a rey muerto, rey puesto)

Estos son todos los capítulos de esta serie. Conforme se vayan publicando, irán apareciendo los correspondientes enlaces.

Los inicios de un tipo listo
Sindona
Calvi se hace grande, y Sindona pequeño
A rey muerto, rey puesto
Comienza el trile
Nunca dejes tirado a un mafioso
Las edificantes acciones del socio del Espíritu Santo
Gelli
El hombre siempre pendiente del dólar
Las listas de Arezzo
En el maco
El comodín del Vaticano
El metesaca De Benedetti
El Hundimiento
Ride like the wind
Dios aparece en la ecuación
La historia detrás de la historia

Ahora Sindona se encontraba en ese punto en el que acaban encontrándose todos los financieros supersónicos en la Historia del mundo: ese punto en el que la Banca de toda la vida está deseando ver tu caída y, por lo tanto, no va a hacer nada por salvarte, entre otras cosas porque si te deja caer algún activo bueno le quedará para rapiñar; ese momento, pues, en el que ya sólo te salva un golpe de suerte o un gobierno amigo. Es el momento en el que aprendes que, en el mundo bancario, sólo sobreviven los que se llevan bien con el conjunto. Luego están otras crisis como el mal llamado rescate bancario español, donde, en realidad, los gobiernos no hicieron otra cosa que rescatarse a sí mismos.

Para Sindona, en todo caso, había sonado la hora de cobrar todos los favores que llevaba años haciendo. Todos los hijos, hijas, sobrinos y sobrinas tontos del culo a los que había colocado aquí y allá; todos los préstamos preferentes que habían servido para renovar chalets o para comprarlos; todos los viajes y las entradas en la tribuna de los grandes estadios deportivos (you will never walk alone); todas las putas, todas las cajas de champán francés, todas las entrevistas conseguidas, todo. En Estados Unidos, lógicamente, marcó el teléfono de David Kennedy, su gran cicerone en el mercado local de capitales, que era consejero de Fasco, la holding luxemburguesa a través de la cual controlaba el Franklin. Asimismo, contrató al bufete de abogados de Washington que  había defendido a Nixon: Mudge, Rose, Guthrie & Alexander. Funcionó, siquiera a medias: en el verano de 1974, la Reserva Federal, en lugar de hacer lo que cualquiera habría hecho en su lugar, esto es, buscar un banco grande y sólido que se pudiera comer aquella mierda sin vomitar, siguió inyectando pasta en el pudridero: 1.600 millones de dólares que, en un país agobiado por la estanflación, en lugar de irse a las carteras de otros muchos que con ellas habrían luchado eficientemente contra la recesión, se fueron a la faltriquera de Sindona, un hombre que crear, crear, lo que se dice crear, no había creado valor añadido en su puta vida. Remember Termes: never stack good money over bad money.

En Italia, por lógica, el asesor financiero de salón del Vaticano tiró de agenda entre los onorevole del Partido Demócrata Cristiano, formación a la que Sindona, según concluiría la comisión parlamentaria sobre su escándalo, llevaba años financiando de formas más o menos subeptricias. 1974, por otra parte, era un año políticamente muy intenso para los italianos, que habían sido llamados a un referendo sobre la aprobación de una ley de divorcio; referendo en el que, como se puede esperar, el Vaticano metía mano todos los días pares y los impares, también. Los demócrata cristianos le dijeron a Sindona que entendían su situación pero que ellos también estaban jodidos con la campaña, porque querían repeler la ley. Sindona comprendió y les dio dos millones de dólares; dinero que, según el siciliano, nunca volvió a ver.

Aquella pasta perdida fue, sin embargo, una inversión muy rentable, pues acabó por poner a su lado a Giulio Andreotti y a Amintore Fanfani, esto es, como quien dice, el gotha de la Democracia Cristiana italiana. Andreotti hizo uso de sus dotes convincentes con el Banco de Italia y el gobierno. En todo caso, por encima de todo la persona a la que Sindona buscó para que le echase una mano fue Licio Gelli. Son muchos los indicios de que fue este hombre que controlaba el Estado más allá del Estado los que lubricaron la posición del siciliano.

En pleno ferragosto de aquel año 1974, con la mayoría de los italianos en la playa o en todo caso desmovilizados y desacostumbrados a leer sus periódicos habituales, el Banco de Italia, en una decisión que no se puede justificar de manera alguna, autorizó la fusión de dos bancos de Sindona; algo que sólo sirvió para que dos problemas quizá algo manejables se convirtiesen en un problemón mucho más difícil de gestionar. La Banca Privata Italiana, pues así se llamaba el meconio, recibió, aun por encima, un préstamo de 100 millones de dólares del Banco de Roma, un banco de propiedad pública; pero el problema de las crisis financieras (véase, sin ir más lejos, la española) siempre es el capitalismo rabioso que blablablá. Sin un adarme de duda, la banca pública es la solución a las crisis financieras, quién lo duda. Gaetano Stammati, el ministro de empresas estatales y, por lo tanto, jefe del Banco di Roma, acabaría siendo investigado… ¿por qué? Acertaste, lector: por connivencias con la logia P2.

Los políticos y supervisores financieros tenían que ser conscientes de que lo que estaban haciendo era retrasar la fecha del síncope, pero no impedirlo. Es probable, podemos decir como levísimo atenuante a su favor, que como, con seguridad, el único que realmente conocía la situación de sus movidas era Sindona, y no la compartía con nadie, sí que les sorprendiese la rapidez con la que el enfermo se desangró a pesar de sus transfusiones. Apenas cuatro o cinco semanas después de la fusión, el grupo Sindona entró en causa de liquidación forzosa. El 8 de octubre, en Estados Unidos, el Franklin fue declarado insolvente.

La insondable irresponsabilidad de los políticos italianos y de los altos funcionarios del Banco de Italia queda perfectamente expuesta con el hecho de que il crack Sindona, como conocieron los italianos el colapso de la Banca Privata Italiana, fue eso que hoy, tras los sucesos del 2008, conocemos como un evento sistémico: una quiebra imposible de encapsular en los estrechos límites de la entidad que la sufre, sino que acaba afectando a otras. En realidad, la quiebra de la Privata afectó a casi todo el sistema bancario italiano; lo cual, por cierto, tampoco es muy difícil, porque, la verdad, la Banca italiana, tradicionalmente, ha sido igual de eficiente que su ejército. La Bolsa de Milán se arreó una hostia de mil pares de demonios, y tardó muchísimo en rebotar. Asimismo, la quiebra del Franklin internacionalizó los problemas.

Mucha gente hubiera querido tener delante a Sindona para hacerle comparecer y justificarse ante todos estos hechos; la cosa, sin embargo, devino imposible, porque Sindona se vaporizó. Avisado por Gelli, que tenía hondas raíces en el sistema judicial italiano, de que se estaba preparando órdenes de arresto contra él, Sindona huyó a Taiwan, país elegido a propósito porque no tenía tratado de extradición con Italia; y, después, decidió regresar a los Estados Unidos.

Paul Marcinckus siempre afirmó que la quiebra de los negocios de Sindona no le provocó al Vaticano ni un níquel en pérdidas. Esta afirmación, la verdad, y la frase yo creo que es literal, no se la cree ni Dios. Las estimaciones más racionales no bajan de 30 o 40 millones de dólares a la hora de estimar el agujero que le pudo causar al Vaticano la desaparición de las garantías y la entrada en bancarrota de las operaciones realizadas por las instituciones financieras controladas por Sindona. Lo realmente importante para nuestra historia es que, con la caída y huida de Sindona, el Vaticano había perdido a su principal asesor financiero y brazo ejecutor de sus negocios en la Banca emplazada más allá de los límites de ese extraño Estado que es ya la única teocracia existente en Occidente.

Fue entonces cuando se acordaron de Calvi.

Para cuando Calvi obtuvo paso permanente en el palacio de Sant’Angelo, hacía ya mucho tiempo que el Vaticano era un accionista de referencia del Banco Ambrosiano. Ambos, Calvi y Vaticano o, mejor dicho, Calvi y Marcinckus, no eran en modo alguno desconocidos. Debe recordarse que el Vaticano le había vendido a Calvi la Banca Católica del Véneto, si bien había retenido un 5% del capital; así pues, también allí eran vecinos de mesa en el consejo de administración. También se decía en los corrillos financieros que el IOR tenía el 6% de la Banca del Gottardo. Como también era accionista del Banco Ambrosiano Overseas, la entidad, negra como la noche, radicada en Bahamas. El IOR podría ser incluso el propietario efectivo de Suprafin, la firma de corretaje que usaba Calvi para sus trapicheos de papelitos.

Las relaciones entre Calvi y el Vaticano estaban, por otra parte, bien tejidas, como si el banquero pensara que, por muy buenas relaciones personales que tuviese, tenía que buscar otras agarraderas; verdaderamente, una cosa es llevarse bien con los hombres, pero nada puede competir con llevarse bien con Jesucristo. Así las cosas, Roberto Calvi siempre cultivó intensamente la amistad y los contactos con Carlo Pesenti, el rey del cemento italiano y, lo que es más importante, el hombre de negocios católico por excelencia. Un hombre que había sido amigo personal de Juan XXIII, que había hecho diversas inversiones para el Vaticano en los años sesenta, y que acabó recibiendo préstamos del Ambrosiano e incorporándose a los consejos de administración tanto del banco como de La Centrale. Asimismo, Calvi colocó en el Ambrosiano a Alessandro Mennini, hijo de Carlo Mennini, el número dos del IOR después del omnipresente Marcinckus.

En aquellos momentos, cuando Calvi todavía era consejero delegado y no presidente, el Banco Ambrosiano, en gran parte por la gestión del banquero, se había convertido en un grupo empresarial enorme con tres bancos (Ambrosiano, Banca Católica del Véneto y Banco Varesino); una gran entidad aseguradora, la Toro; y La Centrale, una holding que tenía muchas participaciones. En el año 1973 se había integrado en el grupo Inter Alpha, una alianza bancaria internacional para compartir estructuras y así ser más eficiente en las operaciones internacionales.

En el año 1974, el presidente de la República Italiana, Giovanni Leone, le concedió a Calvi la condecoración de Cavaliere del Lavoro. Era el momento de comenzar a ser una persona conocida en las páginas de huecograbado de los periódicos. El modesto Roberto Calvi comenzó a hacer obras filantrópicas; le funcionó, porque los periodistas italianos se fijaron en él rápidamente. Si alguno de mis lectores tiene años y memoria suficientes, fue un proceso bastante parecido al que ocurrió aquí en España con el primer Mario Conde, el que se alió con Juan Abelló para comprar Antibióticos y luego entró en Banca a través del Banesto. Si recordáis lo que entonces escribían los periodistas (todos los periodistas) de Conde, tendréis una visión de lo que fue, en 1974, el fenómeno Calvi en medio de esta profesión, que se supone a sí misma con mucho ojo crítico pero, la verdad, a partir de los resultados cabe juzgar como petada de bobalicones.

Ruggiero Monzana, presidente del Ambrosiano, se jubiló el 19 de noviembre de 1975. Para entonces, la decisión sobre su sucesor al frente de la entidad era un proceso meramente formal; era tal la dependencia que tenía ya el Ambrosiano como negocio respecto de Calvi que, incluso, conservó su puesto de consejero delegado.

Con el tiempo y la vista de todo lo ocurrido con el ahorcado de Black Friars, cabe pensar que, en realidad, para Calvi llegar tan arriba fue un problema. Regresemos al pasado y veamos que, en el momento en que Calvi había verdaderamente decidido sobre su futuro, su decisión había sido la de ser militar. ¿Qué busca una persona que quiere ser militar? Bueno, yo los únicos militares que he conocido a fondo en mi vida son mis mandos durante el año que serví en la Escuela de Estado Mayor, en el paseo de la Castellana; y muchos de ellos, la verdad, no estaban muy motivados. Daban la impresión de estar allí como puestos por el Ayuntamiento.

Sin embargo, de los más motivados de mis mandos saqué la impresión de que un militar se hace militar porque tiene vocación de servicio, pero también porque busca pertenecer a una estructura jerarquizada y predecible. Un militar, por lo general, tiene más deberes que derechos, y ésa es una situación contraintuitiva para un ser humano, no digamos cuando tienes diecinueve palos. Si lo haces es porque te atrae pertenecer a una estructura en la que no tendrás que tomar todas las decisiones, porque hay una jerarquía, un protocolo.

Hay muchos indicios de que Roberto Calvi, a pesar de que no hizo otra cosa que pelear para conseguir el mando supremo del Ambrosiano, luego se sintió cohibido por ese mando supremo. Su aspiración, como digo reflejada en su gesto de ingresar en una academia militar, no era la de estar en la cúpula de una organización donde, mutatis mutandis, todo lo que importaba era su criterio, su propio mando. Era persona, por lo que sabemos, probablemente aquejada de complejos de inferioridad pues se consideraba socialmente hablando un mindundi (por ejemplo, se le hacía el culo agua tónica delante de barones y aristócratas en general); sentimiento al que vendría a apilarse, con los años, el vértigo del mando supremo.

Para empezar, llegar a la cúpula del Banco Ambrosiano y acentuar su frialdad y su distancia para con los demás, fue todo uno. ¿Pensó, en algún momento, en tascar el freno o, incluso, en dejarlo? Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que no lo hizo.

3 comentarios:

  1. Buen día. Quedo sorprendido... ¿En Italia había un ministro de empresas estatales? ¿Tantas había?

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  2. Anónimo5:47 p.m.

    Un poco off-topic, pero ya sabes cuáles son mis aficiones. Dices:

    "saqué la impresión de que un militar se hace militar porque (...) también porque busca pertenecer a una estructura jerarquizada y predecible"

    En primer lugar, pertenecer a una estructura jerarquizada no implica que se pueda predecir su comportamiento, o el de los que pertenecen a ella. En segundo lugar, ésta es una condición necesaria, pero no suficiente, de entre los requisitos de una vocación militar. Uno de los fines del adiestramiento (cuando se hace bien) es detectar esto, precisamente. Para eliminarlo.

    Porque un militar que lo sea solo por el agrado de tener una vida estructurada y jerarquizada, es un ordenancista. No suele tener muchos amigos ni compañeros que le rían las gracias. Incluso en tiempos de paz una vida militar es agitada, y cuando cambian los contextos, este tipo de militares son los que antes se dan de baja, normalmente dejando a otros con el culo al aire.

    Por cierto, ya que es un tema que te interesa, pasa exactamente lo mismo con los curas.

    Eborense

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    1. Sí, entiendo lo que dices. La labor que cae sobre los hombros de un militar puede llegar a ser tan compleja y vital que resulta crítico educar su creatividad y eso que hoy se llama pensamiento lateral. Pero no iba por ahí mi comentario.

      La labor de Calvi en el Ambrosiano fue, básicamente, romper una disciplina muy rígida que existía a todos los niveles de la institución. Hizo del Ambrosiano otro banco caracterizado por muchas cosas, la principal de ellas, que él era el único que conocía muchas de sus operaciones.

      Siempre me ha llamado la atención que esa labor fuese abordada por una persona con vocación militar porque el Ejército, aunque lógicamente tiene un mando superior, se basa en una estructura jerárquica en la que labores y responsabilidades se distribuyen mediante un esquema predecible. Como se decía en tiempo del franquismo, general mola, pero mola más teniente general.

      A eso es a lo que me refería.

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