viernes, julio 26, 2019

Pericles (14: el último espich)

Los que me leéis habitualmente sabéis que mi costumbre es acudir a la cita los lunes y los miércoles, a las ocho si es posible. Hoy, sin embargo, os regalo un post más, que me permitirá dejar el final de la serie pericleana programada para el lunes que viene, tras lo cual abriré mi periodo vacacional, para el que tengo programas dos o tres lecturas jugosas.

En fin, ahí va.

Capítulos anteriores

Un proyecto imperialista
Por qué ser un alcmeónida no era ningún chollo
Xántipo, Micala y el coleguita Leotícides
Cimón
¡Tora, tora, tora!
Pericles, el demagogo
Ahí viene la plaga, me gusta bailar...



Acabo de decir que, personalmente, creo que el último de los discursos de Pericles que nos relata Tucídides contiene, en mucha mayor medida, las ideas Tucídides habría querido que Pericles expresara que las que verdaderamente dijo. Como he dicho, hay bastantes elementos, creo, para pensar que es así. Y la última y más importante es el epílogo del propio discurso, en el que el historiador nos hace una glosa de la vida de Pericles en la que, la verdad, dice cosas que son bastante complicadas de tragar.

La idea fundamental que nos transmite Tucídides en este texto es que Pericles fue siempre un político honrado que huyó de decirle a la gente lo que quería oír y, muy al contrario, les dijo lo que tenían que oír en cada momento (estrategia presunta de la que el último de los discursos es una buena prueba). Debo decir, de nuevo, que éstas son afirmaciones que no se compadecen con la realidad. Atenas podía ser una democracia, pero también era (en parte, por eso mismo era) un sistema en el que podías ser exiliado sin siquiera haber pruebas sólidas en tu contra. Pericles, lo he repetido varias veces en estas notas, lo sabía bien, pues tanto su familia como aquéllas que le fueron parciales había experimentado ese mordisco. El ya algo lejano ejemplo de Temístocles estaba allí para demonstrar que ni siquiera ganando guerras, ni siquiera elevando a tu polis a la condición de potencia naval, estabas libre de que cuatro tipos con mala hostia te sacasen del escenario. En esas condiciones, es mi idea, Pericles no tenía más remedio que ser un demagogo más, pues sabía que era la única forma de sobrevivir en un entorno tan raruno y competitivo.

Personalmente, me sorprende bastante que las afirmaciones de Tucídides se hayan tomado tantas veces, y se sigan tomando, como una especie de frío testimonio histórico. Y digo que me extraña porque todos nosotros, cada día, casi cada minuto, estamos apreciando en los medios de comunicación y en las redes sociales ejemplos de la total ausencia de crítica que existe entre los partisanos políticos. Para el militante de un partido político, por lo general, las flatulencias de su secretario general huelen a Eau de Rochas; ¿por qué, entonces, presuponemos, como se hace sistemáticamente, que la valoración de Tucídides estaba presidida por el compromiso con la objetividad; cuando, además, sabemos bien que ésa, la verdad histórica, era demasiado a menudo un mero objetivo secundario para la historiografía en la Antigüedad (por no hablar de los tiempos presentes...)?

Esto es tan así como que, como han señalado muchos lectores de Tucídides, incluso él entra en contradicciones en cosas que dice en esta valoración final de Pericles. Tucídides nos dice que fueron los sucesores de Pericles los que dejaron los asuntos bélicos “en manos de los caprichos de la gente”, y pone como ejemplo el desastre de la invasión de Sicilia; pero, para poder dar ese ejemplo, hace una interpretación de ese fracaso que es distinta de la que él mismo escribirá. Asimismo, afirma que Atenas habría ganado fácilmente la guerra con Esparta si hubiese hecho caso de los consejos estratégicos de Pericles; lo cual, la verdad, es bastante jodido de tragar como interpretación adecuada. Es difícil pensar que alguien que se resigna estratégicamente, por así decirlo, a que sus campos y sus recursos sean anualmente apisonados por una tropa de espartanos, pueda creer que puede ganar la guerra a largo plazo.

Tucídides, de hecho, realiza en esta parte de su libro algunas afirmaciones que suenan a autojustificativas. Viene a decirnos, como tesis general, que el deseo de Pericles siempre fue mantener Atenas a salvo. Pero no nos explica por qué, si ese era verdaderamente su único deseo desde el principio, empezó una guerra que podía evitar. Por qué se presentó ante los atenienses, en su primer discurso, elaborando un “no es no” absolutamente categórico, presentándoles un entorno en el que había dos posibilidades: o ir a la guerra con Esparta o ir a la guerra con Esparta. ¿Dónde está el “político moderado” en el general que le dice a la gente que tiene que seguir luchando contra los espartanos y, sobre todo, contra la enfermedad, la pobreza, los refugiados, por la grandeza de Atenas, que así será recordada por el poder que ostentó? ¿Ahora va a resultar que los discursos tipo America first, Lebensraun, tenemos una misión imperial histórica y bla, son discursos moderados? Pues la verdad es que, en este mundo nuestro, hay cienes de gentes que, cuando menos para mi sorpresa, siguen a Tucídides en esto.

Se ha dicho, y yo en esto estoy de acuerdo, que un factor importante a la hora de juzgar estas palabras es que, por su tono y contenido, lo más lógico es considerar que fueron escritas o revisadas por su autor después del 404, esto es, cuando Atenas ya había perdido la guerra con Esparta y había seguido a generales menos capaces que Pericles, como Cleón o Alcibíades; personas cuya forma de hacer las cosas muy probablemente hacía que las acciones de Pericles se viesen a través de otro prisma (el famosérrimo detrás de mi vendrá / quien bueno me hará). Las cosas como son, Pericles había aprendido la lección, como ya he dicho hace ya algunos párrafos, de la gilipollez que supone abrir varios frentes a la vez, y siempre abogó por concentrarse en la lucha contra Esparta. Sus sucesores, sin embargo, se embarcaron, sin dejar de luchar contra los lacedemonios, en varias aventuras, entre ellas dos expediciones a Sicilia, que no salieron muy bien y que, ciertamente, hacen las veces de esa encía roja en la que el diente de Pericles parece más blanco. Asimismo, Tucídides pudo valorar a Pericles a la altura de la oferta de paz espartana del 425, que la verdad dejaba a Atenas en muy buen lugar, y que fue displicentemente rechazada por Cleón. No obstante, en este punto yo soy escéptico a la hora de asumir, como se suele hacer de forma acrítica, que No es no Pericles habría aceptado aquella paz. Sinceramente, no podemos saberlo.

En todo caso, en el terreno de los hechos, o del relato de los mismos de que disponemos, todo parece indicar que el discurso de Pericles del 430 no terminó del todo como el general quería. Los atenienses votaron seguir la guerra y no hacer caso de las aperturas de paz; pero también votaron una multa para su general y gobernante; Plutarco incluso nos dice, cosa que no convence a todos los estudiosos, que incluso le retiraron el mando militar durante un año. Sin embargo, yo encuentro esta versión más lógica que la de Tucídides, quien nos dice que el pueblo de Atenas le impuso una multa a Pericles, mientras lo votaba general un año más. A mí esta actuación, me recuerda a esas situaciones que se dan alguna vez en el baloncesto, en las que el árbitro decreta que la canasta es válida pero, al tiempo, es falta personal en ataque de quien la ha metido. O una cosa o la otra, man.

En todo caso, parece que, no sabemos muy bien cuándo y con qué plazos, Pericles vivió los últimos meses de su vida siendo el principal gobernante de Atenas. Falleció en el otoño del 429, posiblemente por alguna dolencia relacionada con la epidemia. Dejaba detrás a su mujer, Aspasia, y a un hijo que portaba su nombre. Aspasia, por su parte, se casó apenas medio año después de la muerte de Pericles con otro político ateniense, Lisicles.

Cuando Pericles murió, y de nuevo tengo que advertiros, lógicamente, de que es mi valoración, había muy pocos elementos para defender que su estrategia militar había sido exitosa; esto es algo que vino con los siglos de la mano de una admiración que trabaja como los malos periodistas, esto es, escribiendo primero el titular y luego el resto de la noticia.

En el año 428 Atenas, que había comenzado la guerra con los espartanos totalmente forrada, tuvo que crear un impuesto en la ciudad para poder sobrellevar los gastos bélicos. Esto nos da la pista de que Atenas, y desde luego su jefe de Estado Mayor Pericles de Xántipo, cometió el mismo error que la II República española en los primeros seis meses de la guerra civil: asumir que el enfrentamiento iba a ser corto. La estrategia de Pericles, claramente, fue obligar a los espartanos a golpear y golpear en sucesivas invasiones anuales, cada vez que llegaba el buen tiempo, mientras, usando la fuerza naval, cortocircuitaba su capacidad de allegar suministros, hasta agotarlos. Un poco, pues, la estrategia de Rocky en una de sus películas, cuando anima a su rival a darle todas las hostias que pueda para cansarlo. Pericles y Rocky, pues, confiaban en su capacidad como fajadores; en que Esparta se cansaría de golpearlos antes que ellos de recibir el castigo. Pero eso, que me perdonen Pericles y Stallone, es una gilipollez; en Atenas, en Filadelfia y en Mondoñedo.

Que en apenas unos pocos años Atenas se hubiese pulido el fortunón de 6.000 talentos con el que había comenzado la guerra es una prueba evidente de que las cosas no fueron como Pericles le vendió al personal. En su primer discurso, hay que recordarlo, utiliza, según Tucídides, este argumento: tenemos el riñón forrado con un airbag de puta madre, atenienses. La guerra peloponésica, como la civil española, demuestra que disponer de todo el oro del Banco de España te da una ventaja, pero no te la garantiza. Además de tener pasta, tienes que saber gastarla y, en el caso de Atenas, tienes que saber medir cuándo aceptas el cambio de golpes y cuándo no.

La ley de Murphy siempre está ahí. Entre el 431 y el 428 Atenas, sin lograr avances significativos en esa estrategia de desesperar a los espartanos en su propia escasez y, de hecho, experimentando ellos mismos esa escasez y la ponzoña que trajo consigo; en cuatro añitos, digo, Atenas se había pulido unos recursos económicos que estaban calculados para pasarse diez años o más guerreando contra los persas si hubiera hecho falta. A la muerte de Pericles, como digo, Murphy se presentó, y aliados importantes de Atenas, smelling the blood in the water, como Mitilene y Lesbos, se rebelaron contra los atenienses y, claro, dejaron de pagar el impuesto sobre el patrimonio que se les había impuesto. Por lo tanto, los sucesores de Pericles se encontraron, simple y llanamente, ante la evidencia de que no podían continuar la guerra.

Así las cosas, es un deporte nacional de los pericleanos hacer lo que ya hace Tucídides a su manera, esto es, darle leña al mono Cleón y al mono Alcibíades; pero, la verdad, yo, que no los tengo ni de lejos como grandes generales (lo que sé me lleva, muy a menudo, a clasificarlos por la P de Perfectos Gilipollas), también creo que en esto hay un mucho de estrategia propericleana: salvemos a nuestro modelo a base de contar lo mal que lo hicieron quienes lo sucedieron. Ciertamente, Cleón, Alcibíades y quienes llegaron detrás de Pericles no eran ningunas lumbreras; pero heredaron un marrón de la hostia, y esa herencia se la dejó supermancillo Pericles. Muy especialmente en el capítulo financiero, no les quedó otra que imponer fuertes impuestos a los atenienses, lo cual, como suele ocurrir digan lo que digan los socialdemócratas, por lo general no les gustó.

El que sí es enteramente de la propiedad de los sucesores de Pericles, desde luego, es el error de decidir la apertura de nuevos frentes bélicos además del que se tenía con Esparta. En el 427 los atenienses lanzaron una expedición contra la isla de Sicilia, mientras preparaban nuevos ataques en la Grecia central y septentrional. Hay que decir que esta estrategia tuvo momentos muy dulces para los atenienses, como la acción de Pilos en el 425, cuando Atenas ocupó un espacio importante en el suroeste del Peloponeso y tomó 120 prisioneros espartanos. Pero todo esto no fueron sino cuescos de Hermes; en realidad, la estrategia ofensiva de Atenas se encontró, por lo general, con derrotas encadenadas o, digamos, empates sin resultado alguno que tuvieron por inmediata consecuencia que los recursos financieros de la ciudad se agotasen.

En estas circunstancias, en el año 421 Atenas pidió tiempo muerto, y llegó a términos de acuerdo con los lacedemonios. Sin embargo, la cosa duró poco, pues tres años después ya estaba Atenas aliándose con los argivos para atacar a los espartanos. En Mantinea (ojo, la de 418), atenienses y argivos recibieron un serio correctivo, que tuvo dos beneficios fundamentales para los espartanos: el primero, cerrar la rebeldía de Argos contra ellos; segundo y más importante, recuperar la moral perdida desde Pilos. Atenas, sin embargo, no parece que aprendiese gran cosa de aquella derrota: en el 416, los atenienses votaron realizar una expedición contra la colonia espartana de la isla de Melos; y al año siguiente, 415, acordaron enviar una gran flota contra la ciudad de Siracusa, una colonia corintia (que, por cierto, era una democracia; esto de que las pulsiones imperiales atenienses eran ideológicas para expandir la democracia por el mundo es una de las peores gilipolleces que puede contar un profesor de Historia; pero los hay que la cuentan, en todo caso).

Atenas, pues, trató con denuedo de cumplir el sueño que, según Tucídides, le había marcado Pericles. Pero, a partir del momento en que éste faltó, lo hizo con bastante torpeza y tomando el camino contrario que el de los grandes imperios, que son capaces de incrementar su fuerza con el tiempo; lejos de ello, Atenas fue disminuyendo esa fuerza y, la verdad, nunca llegó a ser la superpotencia imperial que su primer general, al parecer, soñó con conseguir algún día.

La vida de Pericles, la verdad, es un misterio para nosotros. La Historia Antigua es una disciplina muy jodida pues, mientras la Historia Moderna consiste en caminar por la selva teniendo simplemente cuidado de no escojonarse un pie con alguna espina del suelo, la Historia Antigua consiste en ir de liana en liana como Tarzán; y, la verdad, hay muchas zonas de la selva donde apenas hay lianas.

Esta realidad, más la indiscutible herencia cultural que nos ha dejado, es lo que hace que Atenas y Pericles sean, en el fondo, tan atractivos para muchos. Creo que son dos realidades, o dos caras de una realidad, que dejan, por definición, tanto espacio para la especulación, para el relleno de espacios libres con las ideas o ilusiones propias, que es lo que, en realidad, nos ha llevado a considerar que Atenas era lo que, en buena parte, lo que no era. A esta movida es a la que dedicaré el epílogo de esta serie.

2 comentarios:

  1. Personalmente, me sorprende bastante que las afirmaciones de Tucídides se hayan tomado tantas veces, y se sigan tomando, como una especie de frío testimonio histórico. Y digo que me extraña porque todos nosotros, cada día, casi cada minuto, estamos apreciando en los medios de comunicación y en las redes sociales ejemplos de la total ausencia de crítica que existe entre los partisanos políticos. Para el militante de un partido político, por lo general, las flatulencias de su secretario general huelen a Eau de Rochas; ¿por qué, entonces, presuponemos, como se hace sistemáticamente, que la valoración de Tucídides estaba presidida por el compromiso con la objetividad; cuando, además, sabemos bien que ésa, la verdad histórica, era demasiado a menudo un mero objetivo secundario para la historiografía en la Antigüedad (por no hablar de los tiempos presentes...)?
    Mucho me temo que la mayoría de la gente, por timidez, no se atreve a contradecir la interpretación canónica de los popes culturales de turno. Y respecto a estos últimos, pueden estar igualmente influidos por lecturas interesadas o simple y llanamente ser un tanto ilusos.

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  2. Yo pienso que si separamos los hechos que cuenta Tucídides de sus interpretaciones y odios (Cosa que a veces cuesta) si que se puede llegar a una conclusión muy parecida: Que la estrategia de Pericles fue un fracaso y que eso había quedado claro en los primeros años de la guerra. En mi opinón, Atenas solo pudo prolongar la guerra siendo más agresiva y haciendo más sacrificios de los esperados (Ahí queda también el tópico de que las democracias no son capaces de hacer sacrificios) El problema es que esos líderes más agresivos también tenían interés en continuar la guerra hasta el final, más que nada porque así era como medraban (Lo cual no es exclusivo de Atenas, en Esparta había toda una clase de Espartanos pobres como Lisandro y Gilipo que estaban empeñados en continuar la guerra a toda costa, pero esa gente no pintaba demasiado en Esparta)

    Aparte de eso, es cierto que ni Cleón ni Alcibíades eran genios militares (Aunque el primero, por lo menos era consciente de ello y se aseguraba de llevar consigo a gente que sabía) pero no es menos cierto que el especialista en convertir errores en desastres era Nicias, el militar que estaba más próximo a la cuerda de Tucídides y Pericles (Lo de Siracusa pudo ser la parida del hijo de Clinias, pero el que lo convirtió en una debacle fue la incompetencia de Nicias)

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